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MIGUEL DE CERVANTES: EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA (1.ª PARTE, CAP. VIII)
CAPÍTULO
VIII
Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay
en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos
a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o
pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a
todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es
buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la
faz de la tierra.
—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
—Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos,
que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se
parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen
brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del
molino.
—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto
de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte
en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual
batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin
atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda
alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero
él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero
Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba
diciendo en voces altas:
—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es
el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas
comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
—Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo
habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora
Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su
rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y
embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el
aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos,
llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por
el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y
cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él
Rocinante.
—¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que
mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía
ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
—Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la
guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo
pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los
libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su
vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder
poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
—Dios lo haga como puede —respondió Sancho Panza.
Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio
despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del
Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de
hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba
muy pesaroso, por haberle faltado la lanza; y diciéndoselo a su escudero, le
dijo:
—Yo me acuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego
Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una
encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó
tantos moros, que le quedó por sobrenombre «Machuca», y así él como sus
descendientes se llamaron desde aquel día en adelante «Vargas y Machuca». Hete
dicho esto porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar
otro tronco, tal y tan bueno como aquel que me imagino; y pienso hacer con él
tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a
vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.
—A la mano de Dios —dijo Sancho—. Yo lo creo todo así como vuestra
merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y
debe de ser del molimiento de la caída.
—Así es la verdad —respondió don Quijote—, y si no me quejo del
dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida
alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.
—Si eso es así, no tengo yo que replicar —respondió Sancho—; pero
sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le
doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si
ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del
no quejarse.
No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero;
y, así, le declaró que podía muy bien quejarse como y cuando quisiese, sin gana
o con ella, que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de
caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su amo
que por entonces no le hacía menester, que comiese él cuando se le antojase.
Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y,
sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y comiendo
detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con
tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. Y en
tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de
ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino
por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen.
En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del
uno dellos desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza,
y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella
noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a
lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir
muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de
sus señoras. No la pasó ansí Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y
no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda, y no fueran parte para
despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el
rostro, ni el canto de las aves, que muchas y muy regocijadamente la venida del
nuevo día saludaban. Al levantarse, dio un tiento a la bota, y hallóla algo más
flaca que la noche antes, y afligiósele el corazón, por parecerle que no
llevaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don
Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias.
Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día
le descubrieron.
—Aquí —dijo en viéndole don Quijote— podemos, hermano Sancho
Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas
advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner
mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es
canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero, si fueren caballeros,
en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me
ayudes, hasta que seas armado caballero.
—Por cierto, señor —respondió Sancho—, que vuestra merced será muy
bien obedecido en esto, y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de
meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que en lo que tocare a defender
mi persona no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas
permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.
—No digo yo menos —respondió don Quijote—, pero en esto de
ayudarme contra caballeros has de tener a raya tus naturales ímpetus.
—Digo que así lo haré —respondió Sancho— y que guardaré ese
preceto tan bien como el día del domingo.
Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la
orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios, que no eran más pequeñas
dos mulas en que venían. Traían sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrás
dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y dos
mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se supo, una señora
vizcaína que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con
un muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo
camino; mas apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su escudero:
—O yo me engaño, o esta ha de ser la más famosa aventura que se
haya visto, porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser y son
sin duda algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel
coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío.
—Peor será esto que los molinos de viento —dijo Sancho—. Mire,
señor, que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna
gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que
le engañe.
—Ya te he dicho, Sancho —respondió don Quijote—, que sabes poco de
achaque de aventuras: lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás.
Y diciendo esto se adelantó y se puso en la mitad del camino por
donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le
podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo:
—Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas
princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta
muerte, por justo castigo de vuestras malas obras.
Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados así de la
figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron:
—Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales,
sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en
este coche vienen o no ningunas forzadas princesas.
—Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco,
fementida canalla —dijo don Quijote.
Y sin esperar más respuesta picó a Rocinante y, la lanza baja,
arremetió contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo, que si el fraile
no se dejara caer de la mula él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y
aun malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que
trataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenzó a
correr por aquella campaña, más ligero que el mesmo viento.
Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente
de su asno arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto
dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles
Sancho que aquello le tocaba a él legítimamente como despojos de la batalla que
su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni
entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba
desviado de allí hablando con las que en el coche venían, arremetieron con
Sancho y dieron con él en el suelo, y, sin dejarle pelo en las barbas, le
molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo, sin aliento ni sentido. Y,
sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y
sin color en el rostro; y cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que
un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en qué paraba aquel
sobresalto, y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso,
siguieron su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las
espaldas.
Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del
coche, diciéndole:
—La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo
que más le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace
por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y porque no penéis por saber
el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la
Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña
Dulcinea del Toboso; y, en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no
quiero otra cosa sino que volváis al Toboso,
y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por
vuestra libertad he fecho.
Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que
el coche acompañaban, que era vizcaíno, el cual, viendo que no quería dejar
pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al
Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala
lengua castellana y peor vizcaína, desta manera:
—Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no
dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno.
Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió:
—Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu
sandez y atrevimiento, cautiva criatura.
A lo cual replicó el vizcaíno:
—¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si
lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas!
Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira
si otra dices cosa.
—Ahora lo veredes, dijo Agrajes —respondió don Quijote.
Y, arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su
rodela, y arremetió al vizcaíno, con determinación de quitarle la vida. El
vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por
ser de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra
cosa sino sacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de
donde pudo tomar una almohada, que le sirvió de escudo, y luego se fueron el
uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente quisiera
ponerlos en paz, mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas
razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a
su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y
temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún poco, y
desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual
dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote encima de un hombro, por
encima de la rodela, que, a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura.
Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran
voz, diciendo:
—¡Oh, señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred
a este vuestro caballero, que por satisfacer a la vuestra mucha bondad en este
riguroso trance se halla!
El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su
rodela, y el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando
determinación de aventurarlo todo a la de un golpe solo.
El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su
denuedo su coraje, y determinó de hacer lo mesmo que don Quijote; y, así, le
aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra
parte, que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar
un paso.
Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto
vizcaíno con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el
vizcaíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada,
y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de
suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche
y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas
las imágenes y casas de devoción de España, porque Dios librase a su escudero y
a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban.
Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja
pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más
escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas. Bien es
verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia
estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco
curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus
escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con
esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el
cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la
segunda parte.
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- ANÁLISIS
Miguel de Cervantes
Saavedra (Alcalá de Henares, Madrid, 1547 – Madrid, 1616) es el máximo genio de
la lengua y la literatura española. Sin su aportación, no se puede entender
nuestra literatura ni la novela universal; tal es la densidad y significación de
su aportación artística, insuperable y duradera. Autor profundamente original,
creativo hasta unos niveles nunca vistos, creó la novela moderna. Sus pautas se
mantienen hasta hoy, de modo que nuestro asombro agradecido es la mínima
reacción que podemos mostrar. A continuación compendiamos los rasgos básicos de
su literatura, para abordar después el capítulo VIII de la primera parte.
1) Cervantes es el creador
de la novela moderna. Frente al "romance" o relato sentimental, de
aventuras, etc. de los siglos anteriores, el alcalaíno revoluciona los
arquetipos narrativos ficcionales de ámbito europeo proponiendo un modelo
narrativo nuevo en expresión y contenido: contar la vida de un hombre
"normal" con naturalidad, llaneza y verosimilitud. Ya no sólo hay
héroes o tipos prefijados asumiendo papeles previsibles –el joven noble
valiente, la dama también de alta cuna que espera su enamorado, el malvado que
no hay por donde cogerlo...--, con un final, asimismo, previsible.
2) Personajes cambiantes y
evolutivos, autorreflexivos y autoconscientes de lo que son. Cervantes deja una
lección imperecedera sobre la naturaleza del personaje auténtico y verosímil:
humano como todos los demás --débil y valiente, aventurero y apocado--,
sometido a las tensiones de la vida común, de tipo material, emocional y
espiritual.
3) El narrador pasa a ser
un papel equiparable al de un personaje. Éste es como un gran muñidor que
manipula el texto, los personajes, etc.; hace y deshace para captar la atención
del lector. Las consecuencias sobre la arquitectura narrativa son inmediatas:
primer autor, segundo autor, original árabe, Cide Hamete Benengeli, traductor
aljamiado... Resultado directo es el aumento de la ambigüedad, la
metaliteratura, las voces múltiples que el lector ha de esforzarse por
distinguir, etc.
4) Humor y emociones
humanas, junto con la mezcla de lo tragicómico es la esencia de la vida y, por
lo tanto, de la narración. Situaciones humanas, concretas, contextualizadas en
el mundo del lector, y también lo contrario. Don Quijote es un hidalgo
manchego, solterón y cincuentón, lector voraz al que de repente le entran ganas
de vivir justo parte de las acciones que había leído. Sancho, el campesino
vecino, se nos presenta glotón, amigo del vino, algo codicioso, impertinente
por momentos... Ambos encarnan al hombre como es: sublime y despreciable, capaz
de lo mejor y lo peor. ¿Cómo no se va asombrar e identificar el lector
inteligente? Todo el libro es una radiografía de nosotros mismos.
5) Libertad creativa e
imaginación expansiva bajo el principio de verosimilitud. El malo no siempre es
malo ni el bueno tiene vocación de mártir, como encarnan perfectamente el
hidalgo manchego y su amigo y escudero Sancho Panza. Don Quijote está loco por
momentos y es de lo más cuerdo en otros. Sancho no ensarta tantas tonterías ni
tan frecuentemente como se nos hace creer hasta por el propio narrador, sino
que su sentido común descuella en muchas ocasiones.
6) Asombroso juego
ficcional metanarrativo que exige la colaboración del lector para su cabal entendimiento.
¿Quién "escribe" el Quijote?
Cervantes es el autor real, pero en el plano ficcional las cosas se complican
maravillosamente, como antes apuntamos: nn narrador que se nos presenta en la
primera oración del texto, Cide Hamete Benengeli, primer autor, segundo autor,
papeles viejos, Anales de La Mancha...
La ambigua superposición de planos de realidad mental y ficcional crea un
artefacto narrativo simplemente maravilloso.
7) Parodia, ironía y
sátira, a veces grotesca, son ingredientes fundamentales de la ficción. La
buena literatura ya no sólo alecciona ceñudamente sobre la vida y la muerte;
también debe hacer reír, divertir al lector. Al lado, la crítica a los aspectos
–sociales, políticos, ideológicos, etc.-- de la vida francamente deleznables forma
parte de la narración. Esta es una de
las grandes lecciones cervantinas: el buen texto literario hace reír,
disfrutar, soñar y pensar.
7) Estilo: variado,
mezclado, ameno, del sublime al humilde, según las necesidades narrativas. La
buena literatura ya no es pesada ni sujeta a una horma fija. Ni siempre el
estilo elevado o sublime, si el humilde o bajo. Saber cambiar de uno a otro
según las necesidades narrativas forma parte de las habilidades narrativas. Don
Quijote, en general, emplea un lenguaje preciso y bien cortado; Sancho, por el
contrario, pronuncia mal decenas de palabras, confiesa que es analfabeto, etc.
Pero ambos cambian su modo de hablar (que responde a cambios más profundos)
cuando lo situación lo exige, o por la propia evolución de la trama narrativa.
Como se sabe bien, la "quijotización" de Sancho y la
"sanchificación" de don Quijote es una parte sustancial de nuestro
inmortal.
El capítulo VIII, que
comentamos ahora, es uno de los más divertidos y significativos de la la novela
entera:
a) No tiene unidad temática
aparente, pues recoge una aventura y media, en contra del humorístico título
sucesos de "felice recordación". Se narra la de los molinos, pero se
sigue con la de los frailes benedictinos y con parte de la del vizcaíno. Esta
última queda en suspenso por falta de material narrativo, según confiesa el
narrador
b) Confusión realidad e
imaginación en don Quijote. La aparición del tema medular de la novela, la
posible locura de don Quijote, aparece aquí con tintes tragicómicos. El hidalgo
confunde, o quiere confundir, los molinos de viento con gigantes. En
consecuencia, los ataca resueltamente y sale, claro está malparado. Las
advertencias de Sancho no sirvieron para nada; cuando éste le recuerda que le
había advertido que sólo eran molinos, don Quijote responde que el sabio
Frestón, envidioso, ¡transformó los gigantes en molinos! Es decir, don Quijote
utiliza los procedimientos creativos del mismísimo autor, Cervantes, para dar
credibilidad a su actitud.
c) Contraste de percepción
y comportamiento vital entre don Quijote y Sancho. Es uno de los asuntos más
ricos de la novela porque crean una antítesis literaria –argumental y de
personaje--, y conceptual de enorme densidad. Sancho es realista, don Quijote
es idealista; el criado es amigo del vino, el amo, comedido; aquel es cobarde y
pacífico, este, valiente y osado hasta la temeridad.
d) La Mancha y en verano:
el lugar de la aventura. El realismo difuso esencial de la novela es uno de sus
grandes aciertos. Las vicisitudes de don Quijote y Sancho pasan en lugares muy
familiares para cualquier lector medio español de la época. No son paisajes
imaginarios, más o menos exóticos --propios de los libros de caballerías--,
sino las llanuras manchegas y Puerto Lápice, entre Ciudad Real y Toledo. Lo ocurre a los dos personajes,
inverosímilmente ridículo, acontece, como quien dice, a la vuelta de la
esquina. Esto aumenta la comicidad y la complicidad lectora.
e) Aventura: esencia de la
historia, como el propio don Quijote anuncia a cada paso. "La ventura va
guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear", afirma don
Quijote al divisar los molinos-gigantes. Después, cuando vislumbra a los
frailes de San Benito y la carroza de la Dama, torna a afirmar: "O yo me
engaño, o esta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto". ¡Este
hombre busca acción, novedad, misterio...! En este capítulo se puede verificar
fácilmente la parte aventurera del Quijote,
que se complementa a las mil maravillas con la reflexiva. Esto imprime
dinamismo y velocidad narrativa. Los que lamentan que sea un libro lento no
parecen tener mucha razón.
f) Carácter humano de los
personajes: realismo, sin ocultar la afición al vino y la codicia de Sancho, ni
la enajenación transitoria de don Quijote. Uno de los atractivos del libro, que
se muestran en este capítulo de modo palmario, es la profunda humanidad de sus
protagonistas: actúan, hablan y piensan casi como cada uno de nosotros. Poseen
un grado de autenticidad tan alto que la verosimilitud cae por su peso. La
connivencia entre novela y lectores se refuerza notablemente de este modo.
g) El narrador corta el
relato bruscamente, en plena choque armado, entre don Quijote y el vizcaíno. El
narrador manipula a fondo la materia narrativa para crear intriga, suspensión y
exigir al lector una atención extrema. Hay que participar de su mundo si deseas
entender el texto. Se han planteado varias hipótesis sobre la interrupción
abrupta. ¿No sabía Cervantes cóm seguir? ¿Es sólo una artimaña narrativa? Lo
cierto es que aquí finaliza la "Primera parte" de la novela, según
anuncia el narrador. ¿Estaba previsto en el plan inicial? Los cervantistas han
discutido este y otros asuntos a fondo y las conclusiones no son definitivas,
aunque todas ellas coinciden en la originalidad de Cervantes.
i) Estilo natural y llano,
entendible por el lector medio. Ni sólo stilus
sublimis, ni humilis, sino un uso
combinado de ambos, adecuado a los personajes y a la situación en la que se
desenvuelven. El Manejo diestro de los recursos estilísticos y de los procedimientos
narrativos aumentan maravillosamente la eficacia narrativa. Por ejemplo,
compara las mulas de los frailes con dos dromedarios, a Sancho empinando el
codo con un bodegonero de Málaga, todo con una pizca de exageración cómplice.
j) Humor (algo negro) a
raudales. Este capítulo resulta tremendamente divertido por las extremosidades
de don Quijote, sus supuestas confusiones, las reacciones antagónicas de Sancho
y el modo de hablar del vizcaíno, con su castellano atravesado. Tras exponer
este sus razones, con bastante agresividad verbal, afirma el narrador:
"Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le
respondió...". Es un ejemplo de la sutileza con la que se hilvana todo el
relato. La risa, la sonrisa, el rictus de entendimiento cómplice son tres
reacciones propias del lector, que disfruta de una lectura mucho más profunda,
a golpe de diversión, de lo que las apariencias indican.
- PROPUESTA DIDÁCTICA
(Se puede trabajar con todo
el capítulo, o un extracto de él, a conveniencia del profesor y según el
contexto de sus alumnos. Las actividades son susceptibles de desarrollo oral o
escrito, en clase o en casa, de modo individual o en grupo).
2.1.
Comprensión lectora
1) Resume el contenido del
texto (100 palabras).
2) Caracteriza física y
psicológicame5nte a los personajes que intervienen.
3) Analiza la figura del
narrador y su grado de implicación en la acción narrada. Determina si es
externo o intero a la acción, la persona, el punto de vista y el grado de
implicación.
4) ¿Quién es el mago y qué importancia
tiene en la narración?
5) ¿Cómo afecta a Sancho su
codicia? ¿Qué argumentos utiliza para desvalijar al fraile caído?
6) Don Quijote habla de la "bondad de su espada". Localiza el lugar y señala qué quiere decir con esas palabras.
2.2.
Interpretación y pensamiento analítico
1) ¿Por qué don Quijote se
enfrenta a los molinos, a los frailes y al vizcaíno? De otro modo, ¿qué busca
este hombre, por lo demás de natural pacífico?
2) ¿Cómo se aprecia en el
relato el contraste de caracteres entre don Quijote y Sancho?
3) Los enemigos de don
Quijote, ¿se tienen por tales o se siente así?
4) ¿Cuáles son las
excepciones que expresa Sancho para entrar en pelea? ¿Te parece razonable?
5) ¿Le da importancia a la
comida y la bebida Sancho? ¿Dónde lo apreciamos? ¿Y don Quijote?
6) Explica cómo don Quijote admite que, finalmente, lo que ve son molinos y no gigantes. ¿Está trastornado un hombre que razona así?
2.3.
Fomento de la creatividad
1) En tu paisaje cotidiano,
inventa unos personajes normales y corrientes donde alguno de ellos realice
acciones extraordinarias o locas, al estilo de las de don Quijote.
2) Trasforma el capítulo en
un texto dramático, siguiendo las líneas esenciales del original.
3) Localiza pinturas o
esculturas de don Quijote y Sancho, selecciona la más idónea y realiza tú mismo
un retrato de ambos personajes, en dibujo, o con palabras.
(Del autor de este blog se
puede consultar la entrada Cinco farsas
cervantinas (Simón Valcárcel Martínez). Se trata de cinco adaptaciones
teatrales de cinco pasajes del Quijote,
entre las que se incluye el capítulo VIII, para la clase de Educación Primaria
y Educación Secundaria. Son textos adaptados al uso escolar, susceptibles de
subir a la escena fácilmente, sin perder la gracia y la esencia del original
cervantino).
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