24/05/2021

Francisco López de Úbeda: "La pícara Justina" (texto adaptado, análisis narratológico y propuesta didáctica por Simón Valcárcel Martínez); reseña

 


  1. El autor

El Libro de entretenimiento de la Pícara Justina se publicó por primera vez en Medina del Campo (Cristóbal Lasso Vaca, impresor, 1605). En la portada se advierte que fue “compuesto por el Licenciado Francisco de Úbeda, natural de Toledo”. En los permisos y licencias correspondientes el nombre aparece como Francisco López de Úbeda, con dos apellidos. Pero no sabemos casi nada más de este enigmático hombre.

¿Existió de verdad Francisco López de Úbeda? Parece ser que sí, y que era natural de Toledo, como se afirma en la portada. Habría nacido hacia 1560 y fallecido en alguna fecha posterior a 1605, según se prueba en documentos de la época. Pudo haber sido un médico de la corte de Felipe III; este rey se trasladó a León en febrero de 1602 para tomar posesión de la canonjía que, como Rey, tenía en la catedral de dicha ciudad. Es probable que acompañara al rey, como miembro del séquito, en ese viaje; de ahí su conocimiento de la ciudad. Se sospecha que fuera médico porque, de vez en cuando, introduce reflexiones de carácter sanitario.

Por otro lado, muestra poco afecto a la ciudad de León. Lamenta su clima frío, cierta rusticidad de sus gentes y un ambiente social apocado; por ejemplo, describe el barrio de las prostitutas con cierto sarcasmo. Sus ironías y críticas grotescas contra unos y otros se inscribirían en la línea del conocido médico y escritor Francisco López de Villalobos (Villalobos, Zamora, 1473 – Valderas, León, 1549). Cervantes se refirió al autor de la novela, en El viaje del Parnaso, en términos ambiguos (parece que lo trata de clérigo, al calificarlo de “capellán lego”) y muy críticos, pues le parece una mala obra.

Con estos datos tan endebles, no es de extrañar que se hayan buscado otros autores para nuestra novela. Otra hipótesis verosímil es la que reivindica la obra para fray Andrés Pérez, fraile dominico nacido en León. Escribió Historia de la vida y milagros del glorioso Sant Raymundo de Peñafort (Salamanca, 1601), los Sermones de Cuaresma (Valladolid, 1621) y el Tomo segundo de los sermones de los santos (Valladolid, 1622). Ocultaría su nombre real para no comprometer su fama y la de su Orden, pues el contenido de la obra es procaz y chocarrero, lo que casaría mal con un religioso. Tampoco hay pruebas definitivas que avalen esta asignación de autoría.

La tercera hipótesis sobre la autoría es la del dominico y catedrático e Teología vallisoletano Baltasar Navarrete (al que también se le atribuye la segunda parte apócrifa de Don Quijote). Se sabe por un documento auténtico de la época que este hombre fue propietario de los derechos de edición de La pícara Justina, según consta en un documento notarial. Los cedió al librero Diego Pérez, quien a su vez los vendió a otro librero vallisoletano llamado Jerónimo Obregón. Poseer los derechos de publicación no implica ser el autor, pero lo hace bastante verosímil. Y todavía existe un cuarto candidato: algunos datos invitan a pensar en el humanista y escritor toledano Bartolomé Jiménez Patón como el autor real, acaso escondido bajo el seudónimo de Francisco López de Úbeda. Patón era de Toledo, del círculo de amigos y seguidores de Lope de Vega. Seguimos a la espera de la aparición de nuevos documentos que aclaren definitivamente la autoría de tan enjundioso texto.

Lo que es indudable es que el autor conocía muy bien la ciudad de León y su entorno, pues las descripciones y referencias que hace a la ciudad son bastante exactas y precisas. También es claro que poseía una amplísima cultura humanista (domina y cita las obras de autores grecolatinos, la mitología, etc.), combinados con una experiencia vital amplia y unos conocimientos precisos de lo que entonces se denominaba historia natural (geografía física, económica y humana) y moral (tradiciones culturales, religión, fiestas, hábitos culinarios, diversiones populares, etc.).

Somete todo el texto a una visión crítica y sarcástica de la sociedad, como quien no le agrada esa en la que vive. Ridiculiza sin contemplaciones tipos sociales, actitudes y toda suerte de hipocresías. Y tras la máscara, surge la lujuria, la codicia, la avaricia y la soberbia. Posee un dominio altísimo de la lengua española y de la práctica poética. De hecho, incluye cincuenta poemas, distribuidos al principio de cada capítulo o sección, en los que resume su contenido, con diferentes y nunca repetidas estrofas del repertorio métrico de la poesía de su época. Es un alarde abrumador de sus dotes literarias.

 

  1. Contenido

La pícara Justina se adscribe al subgénero narrativo de novela picaresca, inaugurado por el Lazarillo de Tormes en 1554. Formalmente, estamos ante una autobiografía ficticia en la que un personaje cuenta su vida desde muy joven hasta alcanzar la edad adulta. Es un personaje de muy baja condición social, sin apenas principios morales y con tendencia al robo, la mentira y todo tipo de argucias de las que pueda extraer ganancia. La crítica social es fuerte y continua; se denuncia la hipocresía, la avaricia y el egoísmo atroz que recorre la sociedad, sin distinción de clases, posición o sexo.

La gran novedad de esta novela es que la protagonista es mujer. Ya existía el precedente de La lozana andaluza (Venecia, 1528), escrita por el médico Francisco Delicado; es cierto que esta obra se inscribe más en la tradición de La Celestina que en la picaresca. Justina Díez cuenta su vida desde los dieciocho años hasta la madurez avanzada, aunque el relato principal se detiene con su boda, más o menos a los veinte años de edad. La protagonista narra sus engaños y trapacerías para sobrevivir en un mundo hostil, tanto por mujer, como por pobre.

Es una chica espabilada, astuta y un tanto desvergonzada. Pronto comprende que forma parte del eslabón débil de la sociedad, por lo que trata de paliar esta situación explotando su palabrería, su facilidad para las zalemas y su artero modo de embaucar a hombres a quienes gustaba; ella, sin embargo, los desprecia y, a poco que la situación sea propicia, humilla, en público y en privado. En general, los vapulea dialécticamente, los ridiculiza por sus pretensiones amorosas para con ella, o los somete a episodios donde acaban embadurnados de excrementos, o con la bolsa vacía, o las dos cosas a la vez.

El final de la novela coincide con su matrimonio con un hombre viudo de su pueblo, que en el fondo es su protector, Lozano. No es que sea un modelo de marido, pues sabemos que es algo violento, un tanto mujeriego y empedernido tahúr. Se pueden decir muchas cosas de Justina, pero, en efecto, como proclama su nombre, es justa analizando a los demás, y a sí misma, señalando vicios y virtudes sin tapujos.

Como se puede apreciar en la lectura del texto, Justina es viajera, y no por necesidad, sino por gusto. Le encanta recorrer caminos, en general, a lomos de su burra, visitar pueblos y ciudades, acudir a romerías, etc. Vive en Mansilla, pero visita, por este orden, Arenillas (un pueblo, o acaso paraje con ermita —que hoy no existe—, en la provincia de Palencia), León, La Virgen del Camino, Medina de Rioseco (Valladolid) y Mansilla otra vez. En este sentido, el movimiento narrativo es circular, pues el relato comienza y acaba en el mismo punto.

Allí donde llega Justina, tantea la situación y sus posibilidades tanto de divertirse (sobre todo, ridiculizando y riéndose de los demás), como de lucrarse (principalmente, engañando a quien puede para obtener dinero o bienes apetecibles). Pone en marcha sus planes, pues tiene una cabeza despejada y rápida, y, tras la diversión, se retira a otro lugar o vuelve a casa. En su visita a León lo acompaña un muchacho, en oficio de mochilero, llamado Lorenzo; es un briboncete, pícaro en potencia. Este modus operandi se altera algo en su estancia en Medina de Rioseco, a donde va por un pleito, y trabaja de proveedora de hilanderas.

Se puede adquirir, en papel, pasta blanda, o en versión electrónica, en:

https://www.amazon.es/p%C3%ADcara-Justina-adaptada-propuesta-did%C3%A1ctica/dp/B095GRZVZJ/ref=sr_1_3?dchild=1&hvadid=80195661136558&hvbmt=be&hvdev=c&hvqmt=e&keywords=la+picara+justina&qid=1621867452&sr=8-3




23/05/2021

José Manuel Caballero Bonald – Seis excelentes poemas (“Somos el tiempo que nos queda”, “Ceniza son mis labios”, “Versículos del génesis”, “Miedo”, “Transfiguración de lo perdido” y “La palabra más tuya”); análisis y propuesta didáctica

 

Laias, Ourense (V-2021) © SVM

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD – Seis excelentes poemas analizados (“Somos el tiempo que nos queda”, “Ceniza son mis labios”, “Versículos del génesis”, “Miedo”, “Transfiguración de lo perdido” y “La palabra más tuya”), con propuesta didáctica

 

Contextualización y datos biográficos

José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1926 - Madrid, 2021) es un original y profundo escritor de la Generación del 50, o del Medio Siglo. Su padre era cubano y su madre tenía ascendencia francesa. Realiza sus estudios primarios y secundarios en su ciudad natal. Más adelante, estudia Náutica en Cádiz (1944-1948). Escribe sus primeros poemas por esos años juveniles, al tiempo que se relaciona con escritores andaluces en torno a la revista Platero.

Tras la guerra civil y el servicio militar en la Marina de guerra, estudia Filosofía y Letras en Sevilla 1949-1952. Entabla relación con el grupo cordobés de la revista Cántico. En 1952 se traslada a Madrid, ciudad que encuentra inhóspita, hambrienta y traumatizada por la guerra; su aclimatación fue difícil. En la capital, prosigue sus estudios de Letras y trabaja en la I Bienal Hispanoamericana de Arte. Aparece su primer libro de poesía, «Las adivinaciones», accésit del premio Adonais. Años después se publican los poemarios Memorias de poco tiempo (1954) y Anteo (1956). Ejerce como secretario y luego subdirector de la revista Papeles de Son Armadans. Sus relaciones con Camilo José Cela fueron complicadas y tensas, por lo que se desvinculó pronto. Se involucra en algunas actividades clandestinas políticas a través de su vinculación con Dionisio Ridruejo. Vive en París durante seis meses. En 1959 publica Las horas muertas, libro por el que consigue el premio Boscán.

Humanamente, se encuentra incómodo por la dureza de la vida material y cultural de Madrid. Ha declarado:  “Tengo un recuerdo muy general, ya digo, de todo aquel Madrid de la inmediata posguerra. Son esas claves del desamparo, de las restricciones, de las penalidades de una ciudad ferozmente dividida entre vencedores y vencidos. En medio de ese clima sombrío, yo viví más bien desconcertado… Solo conseguí escapar al cabo de cuatro o cinco años, cuando ya empecé a vivir de otro modo, a enfrentarme de otro modo a la realidad”.

Caballero Bonald entabla relación con los poetas que más tarde integrarían el grupo del 50 (Ángel González, Carlos Bousoño, José Agustín Goytisolo...). En febrero de 1959 asiste en Collioure (Francia) al XX aniversario de la muerte de Antonio Machado, con Blas de Otero, Goytisolo, González, Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral...

Caballero Bonald se traslada Bogotá, donde enseña Literatura Española y Humanidades en la Universidad Nacional de Colombia, durante tres años (1960-1963). Guarda un amable recuerdo de Bogotá. Forjó amistades, publicó su primera novela y tuvo su primer hijo.  Una experiencia dramática fue un naufragio en el río Magdalena.

Lee y conoce a grandes autores hispanoamericanos. Afirma: «Como todo el mundo, yo también tengo mi listado de maestros. A efectos literarios dentro de la órbita de la lengua española, y al lado de Valle-Inclán, de Juan Ramón Jiménez, de Cernuda, de Lorca, algunas de mis máximas referencias literarias han sido hispanoamericanas: César Vallejo, Carpentier, Onetti, Borges, Neruda, Rulfo, Lezama Lima, García Márquez…»

En 1962 publica su primera novela, Dos días de setiembre, que recibe el premio «Biblioteca Breve» de la editorial Seix Barral. La crítica de sus paisanos es feroz contra Caballero. Le acusan de «antijerezano»: «Bueno, sí, algo me dolió, sobre todo porque mis paisanos no supieron entender que también se critica lo que se ama».

Entre 1963-64, Caballero Bonald regresa a España, y se ocupa de diversos trabajos editoriales. Publica el poemario Pliegos de cordel. Vuelve a América entre 1965-1968. Pasa una temporada en Cuba. Forma parte de la comisión organizadora del Homenaje a Antonio Machado en Baeza (1966), que fue finalmente prohibido por orden gubernativa. Es detenido por razones políticas y encarcelado durante un mes en Carabanchel.

Entre 1969-1970 se publica su volumen de poesía completa, con el título de Vivir para contarlo, y el Archivo del cante flamenco, álbum de seis discos y estudio preliminar, que obtiene el Premio Nacional del Disco. Viaja por diversos países europeos.

Entre 1971 y 1972 Caballero Bonald trabaja en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española, donde permanece hasta 1975. No ingresó en la RAE, aunque hasta en tres ocasiones fue propuesto para ser académico, y en ninguno obtuvo los votos necesarios para ser admitido; en la última se quedó a un voto. En 1973 comenzará también a trabajar como director literario de Ediciones Júcar, cargo que ocupará igualmente hasta 1975. Imparte cursos sobre narrativa en universidades europeas y asiste a simposios literarios.

Publica su segunda novela Ágata ojo de gato (1974), que es distinguida con el Premio Barral (al que Caballero Bonald renuncia) y con el de la Crítica. Enseña Literatura Española Contemporánea en el Centro de Estudios Hispánicos del Bryn Mawr College, desde 1974 a 1978. Pasa largas temporadas en Sanlúcar de Barrameda, y obtiene la titulación de patrón de embarcaciones.

En 1977 publica Descrédito del héroe, con el que obtiene nuevamente el Premio de la Crítica. Realiza adaptaciones dramáticas exitosas, como Abre el ojo, de Rojas Zorrilla. En las dos últimas décadas publicó obras de poesía, ficción y memorias de gran calidad.

Recibe el Premio Andalucía de las Letras. Es nombrado miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. En 1995 hace recuento de su vida y publica Tiempo de guerras perdidas, primer tomo de sus memorias, críticas  con él mismo y con los demás. En 2004 edita su obra poética completa, con el título Somos el tiempo que nos queda, en la editorial Seix Barral. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cádiz, fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Caballero Bonald regresaba a la poesía tras una década de silencio con Manual de infractores, obra de plena madurez con carácter testamentario. El poeta porfía con la cruda realidad. Reivindica el «poder terapéutico» de la poesía frente a un mundo «asediado de violencias y tribulaciones, guerras inicuas y menosprecios a los derechos humanos». Y está convencido de que respetando los «derechos fundamentales de la Humanidad se resolverían todos los desmanes y falacias».

 

 

1)    Somos el tiempo que nos queda

 

Ligeramente tumefacta

pero ofrecida con codicia,

llegó la boca hasta el lindero

de la precaria intimidad.

Iban reptando las parejas

que se apiñaban en lo oscuro:

no se miraban, se sumían

en un compendio de sudores,

se convertían en secuaces

de la penumbra suspensiva.

Como un furtivo postulado

brilló el mechero de los cómplices.

 

No te preocupes no me he ido,

¿cómo iba a irme sin saber?

Somos el tiempo que nos queda.

 

Y ya los cuerpos se anudaban

bajo la oscura marquesina,

sin decidir con qué argumentos

recobrarían su ansiedad.

Era una esquirla el clarinete,

un estertor de la armonía.

 

Toda la noche resonando

como una sábana en tus pechos,

toda la noche entre emboscadas

buscando llaves que no abrían.

 

Chorros de gritos tan vehementes

que entrechocan con los vasos

iban tiñendo de lujuria

los cortinajes y butacas.

Entre el estruendo de los rótulos

unas caderas rebullían

como impulsadas por la piel

incandescente del tambor.

 

Mira qué prendas, qué proclamas

de irremediable soledad.

Habla más alto, no se escucha

más que el furor de los licores.

Todo está lleno de luciérnagas

y de insufribles fumarolas,

todo parece confiscado

por los que nunca saben nada.

 

Pero la boca ya ofrecía

sus rezumantes terciopelos,

boca promiscua, saturada

de zumos ávidos y esguinces.

Está invadida de jadeos,

no se parece a las demás.

No se parece, no es mentira.

 

Pisando vidrios, esgrimiendo

restos de yerbas y de músicas,

llegaron nuevas avalanchas

de adormilados oficiantes.

Era la hora del suicidio

y algunos miembros de la secta

se desnudaron en la sala

con voluptuosa dejadez.

 

¿Cómo evitar el simulacro,

cómo vivir sin desvivirnos?

Surcan los días por tu vientre.

Somos el tiempo que nos queda.

 

Exégesis

Este poema presenta un tono existencial y melancólico muy marcado. El contenido es reflexivo y sombrío. El yo poético dialoga, en algunas partes del texto, con alguien próximo y familiar. En la primera estrofa describe (casi, narra) el encuentro entre “parejas” en una atmósfera de cierto furtivismo y transgresión. Son momentos de tensión amorosa, no del todo explicados.

La segunda estrofa, breve, introduce un diálogo entre dos personas enigmáticas. Acaso forman una pareja, acaso el yo poético con alguien que lo acompaña. Afirma que no abandonará a quien lo acompaña. E introduce un enunciado asertivo de hondo calado filosófico: “Somos el tiempo que nos queda”. Lo que parecía solo un encuentro amoroso se torna en un pensamiento filosófico en el que se expresa la certeza de la muerte, el paso del tiempo y la fragilidad de la existencia.

La tercera estrofa recupera la descripción de las parejas “que se anudan”, en un lugar un tanto siniestro y poco apacible. Incluso los amantes se encuentran incómodos y despistados. La música es estridente y chirriante, evocadora de la muerte, pues no pasa de “estertor”.

La cuarta estrofa adquiere un tono intimista; el tono dialógico es más acusado; el yo poético se dirige a una mujer (“como una sábana en tus pechos”), con la que comparte una noche. La estrofa cuenta un encuentro amoroso frustrado y, parece, un tanto amargo.

La quinta estrofa describe un lugar; se trata de un interior; acaso un bar, un tugurio, o un lupanar. Hay personas que comparten ese sitio, se oyen “gritos”; hay alcohol, pues se oyen “vasos”. El ambiente parece dominado por la “lujuria”, como se manifiesta en unas “caderas” que se mueven a cierto ritmo.

La sexta estrofa es dialógica, aunque, como en los casos previos, son diálogos frustrado. Alguien habla, acaso el yo poético, pero no sabemos si lo escuchan, o si obtiene una respuesta. De hecho, un interlocutor le pide al otro que hable más alto, pues el ruido no permite entender lo que comunica. En el fondo, a pesar del ruido y cierto aire de fiesta alegre, lo que queda es la “irremediable soledad”. El sitio es más bien hostil y sórdido. Las “luciérnagas” y las “fumarolas” aluden a realidades desapacibles. El aire que se respira es opresivo. Como si los ignorantes hubieran acaparado toda la realidad y no dejan ni aire para respirar libremente. Lo que parecía amor es solo un impulso sórdido.

La séptima estrofa remite a la primera otra vez. El elemento unitivo es la “boca”. Parece que es la de la amante, que acompaña al yo poético. Este tiene la certeza de que lo que está viviendo es verdadero y auténtico, no una farsa, o una pesadilla. Parece que la vivencia amorosa es cierta y clara, a pesar de las dudas del yo poético.

La octava estrofa aclara algo el conjunto de la escena que hasta ahora no hemos podido entender. Las personas son “oficiantes” de una secta dominada por el dolor. Se mueven “pisando vidrios”, es decir, penosamente. Llegan más personas a ese siniestro lugar de encuentro. El objetivo es el suicidio, real o metafórico, no lo sabemos. Amor y muerte se juntan en la misma realidad, un tanto siniestra.

La novena y última estrofa aclara, a través de dos interrogaciones retóricas, el sentido último del poema. La vida solo es una farsa, un “simulacro”, incluso en la vivencia del amor. Cuando vivimos, estamos muriendo. El verbo en primera persona del plural abarca a todos los asistentes, pero también a los interlocutores del acto poético. Nosotros, lectores, también estamos incluidos. Los dos últimos versos desvelan parte del sentido final. “Surcan los días por tu vientre” alude a la realidad inevitable del paso del tiempo, que no se obvia ni con el amor, ni con la compañía. El verso final, “Somos el tiempo que nos queda” (ya había sido repetido en el final de la segunda estrofa) constata, ya irrefutablemente, que la muerte es la realidad insoslayable; de otro modo, la vida es un camino hacia la muerte, cada vez más próxima esta, y más corto aquel.

El poema posee un cierto tono surrealista. Se suceden imágenes sin un referente real y unívoco. Cierta angustia se desprende del conjunto textual. Las palabras se desplazan de su uso cotidiano hacia unas significaciones extrañas e inéditas. En este sentido, se puede hablar de cierto barroquismo expresivo.

Los versos son eneasílabos. No existe una rima regular, pero sí ciertas asonancias. Por ejemplo, en todo el poema, y más en la primera estrofa, en í-a. Cada estrofa está compuesta por un número distinto de versos. La estrofa se acomoda a la transmisión de un pensamiento o una imagen completa. Esto aporta al poema un extraño ritmo, muy bien acompasado con el contenido. Existe una potente melodía que emana del texto; es como un susurro, un bordón, que acompaña a la lectura. La lectura tiene algo de experiencia surrealista, iniciática; como si el lector participara con el autor en el acto expresivo. Como vemos, estamos ante un denso y sombrío poema sobre el terrible destino del ser humano: consumir tiempo, avanzar hacia la muerte. Podemos engañarnos con experiencias hondas y auténticas, pero no hay modo de burlar el final. El título (que coincide con el verso repetido: “Somos el tiempo que nos queda”) nos lo recuerda con una claridad meridiana. Parece que la aceptación resignada es lo único que podemos hacer.

 

 

2)     Ceniza son mis labios

 

En su oscuro principio, desde

su alucinante estirpe, cifra inicial de Dios,

alguien, el hombre, espera.

Turbador sueño yergue

su noticia opresora ante la nada

original de la que el ser es hecho, ante

su herencia de combate, dando vida

a secretos cegados,

a recónditos signos que aún callaban

y pugnan ya desde un recuerdo hondísimo

para emerger hacia canciones,

puro dolor atónito de un labio, el elegido

que en cenizas transforma

la interior llama viva del humano.

 

Quizá solo para luchar acecha,

permanece dormido o silencioso

llorando, besando el terso párpado rosa,

el pecho triste de la muchacha amada;

quizá solo aguarda combatir

contra esa mansa lágrima que es letra del amor,

contra

aquella luz aniquiladora

que dentro de él ya duele con su nombre: belleza...

 

Exégesis

Este poema existencial y reflexivo nos presenta un recorrido por la vida del hombre. Del origen al fin, todo es un combate ciego contra la certeza de la muerte. El nacimiento surge en “su oscuro principio”, acaso organizado por Dios. Ahí, el hombre “espera”, aunque no sabe a qué. En la primera estrofa recrea el comienzo de la vida, que es la “nada / original”. Sin embargo, se insinúa que nace de un acto de amor, de una “llama” que habita el interior del hombre. La vida, pues, es consecuencia de una unión amorosa que viene de un “recuerdo hondísimo”.

La segunda estrofa es más sombría y amarga. Nos presenta a alguien besando “el pecho triste” de una muchacha al borde de las lágrimas. Identifica la lágrima con el amor y con la belleza. Lo que provoca es una “luz aniquiladora” de una fuerza apabullante: “la belleza”. La suspensión que cierra el poema nos deja ver que la historia no ha acabado, que podría seguir explicando, en un triste lamento, el origen de la vida y la paradoja que entraña el amor, nacido en el territorio de la belleza. Pero no nos engañemos, nos advierte. Al fondo, solo queda la “nada / original” de donde venimos y a donde vamos. El título adquiere ahora pleno sentido. Los labios, metonimia del amor, llevan la muerte en ellos, representada por la metonimia de “ceniza”. Lo que nace de una pasión no puede sino engendrar muerte. Es así como funciona el ciclo vital.

El poema está compuesto en verso libre. Podemos apreciar desde versos bisílabos hasta tetradecasílabos. No aparece una rima regular, aunque sí asonancias en é-a, í-o, etc. Dota al poema de un tono amargo, pesimista y sombrío. 

 

 

3)     Versículos del génesis

 

Por las ventanas, por los ojos

de cerraduras y raíces,

por orificios y rendijas

y por debajo de las puertas,

entra la noche.

 

Entra la noche como un trueno

por los rompientes de la vida,

recorre salas de hospitales,

habitaciones de prostíbulos,

templos, alcobas, celdas, chozos,

y en los rincones de la boca

entra también la noche.

 

Entra la noche como un bulto

de mar vacío y de caverna,

se va esparciendo por los bordes

del alcohol y del insomnio,

lame las manos del enfermo

y el corazón de los cautivos,

y en la blancura de las páginas

entra también la noche.

 

Entra la noche como un vértigo

por la ciudad desprevenida,

rasga las sábanas más tristes,

repta detrás de los cobardes,

ciega la cal y los cuchillos

y en el fragor de las palabras

entra también la noche.

 

Entra la noche como un grito

por el silencio de los muros,

propaga espantos y vigilias,

late en lo hondo de las piedras,

abre los últimos boquetes

entre los cuerpos que se aman,

y en el papel emborronado

entra también la noche.

 

Exégesis

Estamos ante otro bello y desgarrador poema. “Entra también la noche”, además del título, funciona como el estribillo del final de cada estrofa. La noche, metáfora de la muerte, o el fin de la existencia, parece deducirse, se cuela en la vida de las personas de un modo inadvertido, pero implacable. El título es muy irónico, y hasta paradójico; el “génesis” es el libro bíblico que cuenta el origen de la vida y del hombre; aquí nos cuenta más bien su final, su destrucción.

Por otro lado, el poema entero funciona casi como una alegoría, incluso parábola, de lo que ocurrirá con el hombre y su destino. En la primera estrofa se asevera (los verbos en presente de indicativo así lo potencian) que la noche entra en las casas aprovechando “orificios y rendijas”. La noche es una itrusa silenciosa que penetra en los hogares, aunque aún no sabemos para qué o por qué.

En la segunda estrofa ya conocemos algo más. La noche entra “como un trueno”. Ahora también conocemos que no solo entra en los hogares, sino es hospitales, prostíbulos, templos, alcobas, celdas, chozos y “en los rincones de la boca”. No respeta nada en su expansión. Y además, se introduce en las personas.

En la tercera estrofa se comunica el modo de actuar de la noche; es silenciosa, invisible, pero lo abarca todo. Y entra en todo tipo de personas, especialmente los desesperados (“enfermo”, “cautivo”). Tampoco perdona al escritor, pues también se apodera de la página en blanco.

La cuarta estrofa posee mucho dramatismo porque comprendemos que la llegada de la noche no está exenta de dolor. Entra “como un vértigo” y provoca daños: “rasga las sábanas más tristes”, es decir, las vidas o los amores más frágiles. Se ensaña con los cobardes, anula la vista de dos elementos peligrosos: la cal y los cuchillos; ambas pueden matar. Pero también se introduce en la comunicación, pues entra en las palabras. Acaso rompa la posibilidad de interlocución entre las personas. Vemos que los efectos de la noche son negativos.

En la última estrofa se alcanza el clímax doloroso de la irrupción de la noche en la vida de las personas. Es como “un grito” que rompe el silencio. Trae con ella “espantos y vigilias”, es decir, terror y desesperación. Destruye el amor y también la posibilidad de la palabra escrita, acaso la creativa. El poder destructor de la noche es total e implacable.

Al fin, se nos plantea la pregunta que explica la alegoría: ¿qué es la noche? No hay una respuesta clara ni unívoca. Puede ser la desolación de la existencia, el pesimismo vital, la angustia al comprender la fragilidad y brevedad de la vida humana, etc. La construcción del poema es muy feliz. Cada estrofa, excepto la primera, comienza y acaba con el mismo verso (en él último se añade el adverbio “también”); aporta un sentido circular, cerrado e irreversible. La noche entra subrepticiamente y no hay modo de despegarse de ella. Invade y destruye todo a su paso. El amor, la vida, la persona, etc. Existe una nota referida a la creación artística; se refleja en las alusiones al papel, la hoja, las páginas, las palabras, etc. La noche anula la comunicación y deja al hombre sumido en su más rigurosa soledad. El título, “Versículos del génesis” ilumina el sentido del poema: el ritmo es como de repetición fatalista, casi como una oración fúnebre.

El poema está estructurado en torno a cinco estrofas con distinto número de versos (5, 7, 8, 7 y 8); forman un poema en verso libre. Predomina el verso eneasílabo, pero hay otros también. Aunque no existe una rima reconocible, sí se aprecian asonancias en é-o e í-e. El conjunto posee una musicalidad bellísima, sostenida en un ritmo lento, cadencioso, case funerario, de connotaciones lúgubres. El conjunto es de una belleza sobrecogedora. Este poema es muy similar a otro de Caballero Bonald, “Entra la noche”.

 

 

4)     Miedo

 

Mil veces he intentado

decirte que te quiero,

mas la ardorosa confesión, mi vida,

se ha vuelto de los labios a mi pecho.

¿Por qué, niña? Lo ignoro,

¿Por qué? Yo no lo entiendo,

Son blandas tu sonrisa y tu mirada,

dulce es tu voz, y al escucharla tiemblo.

Ni al verte estoy tranquilo,

ni al hablarte sereno,

busco frases de amor y nos la hallo.

No sé si he de ofenderte y tengo miedo.

Callando, pues, me vivo

y amándote en silencio,

sin que jamás en tus dormidos ojos

sorprenda de pasión algún destello.

Dime si me comprendes,

si amarte no merezco.

Di si una imagen en el alma llevas...

Mas no... no me lo digas...¡tengo miedo!

Pero si el labio calla,

con frases de los cielos

deja, mi vida, que tus ojos digan

a mis húmedos ojos... ya os entiendo.

Deja escapar el alma

los rítmicos acentos

de esa vaga armonía, cuyas notas

tiene tan sólo el corazón por eco.

Deja al que va cruzando

por áspero sendero,

que si no halla la luz en la ventana,

tenga la luz de la esperanza al menos.

Callemos en buena hora

pues que al hablarte tiemblo,

mas deja que las almas, uno a uno,

se cuenten con los ojos sus secretos...

Dejemos que se digan

en ráfagas de fuego

confidencias que escuche el infinito

frases mudas de encanto y de misterio.

Dejemos, si lo quieren,

que estallen en un beso,

beso puro que engendren las miradas

y suba sin rumor hasta los cielos.

Dime así que me entiendes,

que sientes lo que siento,

que es el porvenir de luz y flores

y que tan bello porvenir es nuestro.

Di que verme a tus plantas

es de tu vida el sueño,

dime así cuanto quieras.... cuanto quieras.

De que me hables así... no tengo miedo.

 

Exégesis

Este bellísimo poema encierra aciertos poéticos y expresivos de primer orden. Se trata de un diálogo de amor, pero sin respuesta. El yo poético se dirige a su amada, la interpela, le suplica compasión y, al fin, sueña con que la comunicación de sus sentimientos sea recíproca y fructífera.

La situación inicial es de confesión, por parte del yo poético, de su incapacidad para comunicarle a ella el intenso amor que lo traspasa. Las imágenes son de origen clásico: “ardorosa confesión”, por ejemplo, identifica al amor con un fuego arrasador. Pero no tiene valor para declararlo, así que el sentimiento vuelve de los “labios” al “pecho”, dos metonimias que evocan la comunicación y el silencio, respectivamente. El yo poético se dirige a ella con apelativos amorosos y afectivos de calado: “mi vida”, “niña”, son las expresiones inmediatas.

Trata de explicarse por qué no puede comunicar lo que siente por ella. No encuentra razones, ni comprende su origen. Describe a la mujer amada a través de metonimias positivas: sonrisa, mirada y voz. Todo en ella es “blando” y “dulce”, es decir, sugerente y atractivo. Describe su estado de ánimo ante su presencia, solo expresable por paradojas: si habla, mal; si no lo hace, peor. No encuentra la serenidad por ningún lado, ni a su lado, ni alejado. Bastante hace con disimular que la ama, para que ella no descubra su fuego amoroso.

Es importante notar que se dirige a ella con la fórmula de cortesía propia de la España clásica: “vos”; es un guiño a la poesía amorosa de cancionero, de la España del siglo XV. La anáfora de “Dime”, con su correspondiente paralelismo, expresa su angustia amorosa. Las suspensiones contribuyen al reforzamiento de la idea de incertidumbre y confusión interior. Desemboca en la aceptación palmaria del yo poético: “¡tengo miedo!”. En esta oración exclamativa se encierra el meollo temático. Es una enorme paradoja que todo lo tiñe. No sabe qué hacer con su pasión, y eso lo reconcome.

Le pide a la mujer amada que le hable con el lenguaje de los gestos, ya que la comunicación verbal es difícil. Una mirada es suficiente para sentir su comprensión. Acaso un suspiro puede ser suficiente para sentir la “armonía” de los sentimientos de ambos. Le suplica que le permita mantener la “esperanza” de que un día será correspondido. Se presenta a sí mismo como un peregrino de amor, penitente de sus propios sentimientos. Su camino amoroso es doloroso (“áspero sendero”), pero la “luz” de la ilusión le permite recorrerlo. Con este vocablo crea una dilogía metafórica bellísima.

Admite que puede ser bueno no hablar: “Callemos en buena hora”; a cambio, las miradas deberían ser suficientes para que las almas se comunicaran sus “secretos”, metáfora de la pasión amorosa que el yo poético sospecha que ella también padece. Anima a la dama a participar de esta comunicación no verbal, llena de paradojas, pero intensa y auténtica. Son “ráfagas de fuego”, metáfora del amor. Las escuchará “el infinito”, metáfora de su hondura. En fin, son “frases mudas de encanto y de misterio”: las miradas encierran esta maravillosa paradoja de una comunión espiritual que se aproxima a la plenitud.

Pero el yo poético pronto da un paso más. Invita a ella a que esos sentimientos se materialicen en “un beso”, que ha de ser “puro”; tanto, que se elevará hasta “los cielos”. En realidad, es un estallido de pasión incontenible en moldes humanos. De este modo, el yo poético se sentiría correspondido (“que sientes lo que siento”). Sueña con un futuro común “de luz y flores” para ellos, metáfora de la dicha suprema. Le ruega (repite tres veces el verbo “decir”) que le comunique si sería feliz viéndolo a él postrado a sus pies. Solo ansía un momento de comunicación, verbal o gestual, no importa, para tener la certeza de que ella lo ama como él. “Cuanto quieras”, repite dos veces; está dispuesto a escuchar todo lo que ella pueda decirle, pues parte del “bello porvenir” que les aguarda.

El verso final, “De que me hables así… no tengo miedo” funciona como una síntesis de todo el poema. Es un magnífico colofón que recoge e intensifica (a través de la repetición del verbo “hablar” y de “miedo”) el sentido general del poema. El cierre es esperanzador y optimista. A pesar de sus serios temores, el miedo del yo poético se puede superar a través de una comunicación sin palabras. Gestos y actitudes que dicen más que cualquier discurso pueden transmitir la certeza del amor. Y ese lenguaje, el yo poético, no le tiene “miedo”. Este vocablo, título del poema, cierra el texto. Lo que comienza con una significación y connotación negativas, acaba con otras positivas y esperanzadas.

Desde el punto de vista compositivo, el poema es de una radical y potente originalidad. Se trata de una combinación de versos heptasílabos y endecasílabos con rima en é-o, asonante, en los versos pares. Estamos ante una silva romanceada. La musicalidad es elevadísima, la melodía, hermosa, firme y armónica. Sin duda ninguna, un precioso poema lleno de reminiscencias clásicas de los cancioneros del siglo XV. La convención amorosa se transciende hacia una sinceridad honda. Poema sublime, qué duda cabe.

 

 

 

5)     Transfiguración de lo perdido

 

La música convoca las imágenes

del tiempo. ¿Dónde me están

llamando, regresándome

al día implacable?

Nada me pertenece

sino aquello que perdí. Párrafo

libre de ayer, la memoria confluye

sobre un bélico fondo de esperanzas

donde todo se aplerta y se transforma

en vida, donde está mi verdad

reciennaciéndose.

Oh transfiguración

de lo que ya no existe, rastro

reclusión de la memoria

que salva el tiempo en cárceles de música.

 

Exégesis

En este poema asistimos a una declaración de nostalgia. La música es la responsable de que el yo poético recoja su pasado en un tumulto de imágenes que no logra entender. Los recuerdos no son agradables. Las imágenes, en sí escurridizas, evocan un pasado doloroso: “día implacable”, “bélico fondo”, etc. Acaso se refieran a la infancia del yo poético. Esas imágenes están vivas, hablan y lo arrastran hacia un pasado que regresa y, de algún modo, revive. A través del vocablo inventando “reciennaciéndose” se expresa la vigencia de las imágenes traídas a la memoria a través de la música.

El efecto provocado por la audición musical funciona como una transfiguración (“Hacer cambiar de figura o aspecto a alguien o algo”, DLE). El pasado revive con todo su vigor. El problema es que eso “ya no existe”, pues es solo “memoria”, “aquello que perdí”. Casi es una trampa provocada por la nostalgia. Por un momento, el yo poético cree poder vivir en ese mundo de imágenes, pero al fin admite que solo son “cárceles de música”, metáfora de los compartimentos firmes e inviolables que el recuerdo construye en nuestra mente.

Estamos ante un poema en verso libre (la medida de los versos es variada y no existe una rima estable reconocible) que recrea la dolorosa certeza de que el pasado son imágenes inaccesibles. Y, sin embargo, es lo único que nos pertenece, lo perdido. Esto se “transfigura” para hacernos creer que sigue existiendo, pero es en vano. El poema, doloroso y amargo, posee un fuerte tono confesional, intimista y, hasta cierto punto, derrotista.

 

 

6)     La palabra más tuya

 

 

Con una mano escribo

Y con la otra abro

las páginas de un libro.

Aquí está

la palabra que busqué tantos años.

¿Merezco repetirla

impunemente ahora,

mientras leo tu nombre

siemprevivo

en el piadoso mármol?

Abel Martín, Juan de Mairena,

conmigo estáis oyendo

la apócrifa verdad, peregrinando

por las abiertas páginas

de un libro, lejos ya

de los muros hostiles

que circundan las letras de la fe.

Latino mar liberto

de Collioure, piedra

sonora entre las impasibles

violetas sepulcrales,

 aquí

 dejo caer sobre la tierra

calladamente

la palabra más tuya.

 

Exégesis

Este hermoso poema es un homenaje a Antonio Machado. El yo poético se halla ante la tumba del gran poeta en Collioure, Francia. Se presenta a sí mismo leyendo un libro de Machado y escribiendo el poema que nosotros leemos ahora. Encuentra en los libros machadianos la “palabra” (metáfora de la verdad, del sentido último de las cosas), que lleva persiguiendo desde hace tiempo.

Pero no se atreve a escribirla. El yo poético dialoga con los dos apócrifos Machadianos: Abel Martín y Juan de Mairena; son los heterónimos que empleaba Machado para expresar sus reflexiones filosóficas. Los tres escuchan las palabras machadianas allí, al pie de la tumba. Transmiten “la apócrifa verdad”, el sentido último de las cosas. Muerto el poeta, ya no hay cárcel que sujete su palabra; corre libremente. La tumba machadiana encierra una gran verdad, las “letras de la fe”, metáfora del pensamiento de Machado expresado por sus heterónimos.

El yo poético se fija en tres elementos de ese lugar: el mar, las “violetas sepulcrales” que crecen al lado de la tumba y la “tierra” que envuelve la tumba. Justo en ese entorno cayó “la palabra más tuya”, es decir, la expresión literaria del pensamiento machadiano. El poema, de este modo, se convierte en un homenaje a Antonio Machado, pero también en la constatación de que el yo lírico ha entendido el sentido de la poesía machadiana, de su vida entera, acabada trágicamente, en un lugar hermoso, pero lejos de su patria.

Este poema en verso libre, poseedor de un ritmo más bien abrupto, en consonancia con el contenido doloroso del mismo, se revela como un canto de admiración hacia Antonio Machado, doloroso y, al tiempo, gozoso, pues ha entendido la “palabra” machadiana, fecunda en su más íntima significación. 

 

2. PROPUESTA DIDÁCTICA

(Estas actividades se pueden desarrollar y realizar de modo oral o escrito, en el aula o en casa, de modo individual o en grupo. Algunas de ellas, sobre todo las creativas, requieren material o herramientas complementarias, como las TIC).

2.1. Comprensión lectora

1) Resume el poema (aproximadamente, 120 palabras).

2) Señala su tema y sus apartados temáticos. Para ello, contesta a la cuestión ¿de qué se habla y cómo se expresa?

3) Establece la métrica, la rima y la forma estrófica utilizada.

4) Distingue y aclara los núcleos semánticos del poema.

5) Localiza una docena de recursos estilísticos y explica su eficacia significativa y estética.

2.2. Interpretación y pensamiento analítico

1) Explica cómo se percibe el contenido existencial y grave del poema.

2) Indica cómo se percibe el tono reflexivo del poema.

3) Aparte del yo poético, ¿qué otras personas aparecen en el poema? ¿Qué sentido posee?

4)  ¿Estamos ante una poesía alegre o triste? Razona la respuesta.

2.3. Fomento de la creatividad

1) Documéntate sobre José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012, y realiza una exposición en la clase con ayuda de medios TIC, creando un póster, etc., sobre su vida y obra literaria.

2) Transforma el poema en un relato en prosa, o teatral, con cierto matiz reflexivo y existencial, como en el poema de Caballero Bonald.

3) Imagina un encuentro de José Manuel Caballero Bonald con tu grupo de clase. Idea preguntas sobre su poesía; otros compañeros pueden dar las respuestas que podrían ser acordes con las de Caballero Bonald.

4) Se puede realizar un recital poético o una declamación de poemas de José Manuel Caballero Bonald, acompañado de imágenes alusivas y música, ante la clase o la comunidad educativa. Ahí se pondrá de manifiesto la enorme hondura expresiva y la gran musicalidad de los poemas de nuestra poeta.