- El autor
El Libro de
entretenimiento de la Pícara Justina se publicó por primera vez en Medina
del Campo (Cristóbal Lasso Vaca, impresor, 1605). En la portada se advierte que
fue “compuesto por el Licenciado Francisco de Úbeda, natural de Toledo”. En los
permisos y licencias correspondientes el nombre aparece como Francisco López de
Úbeda, con dos apellidos. Pero no sabemos casi nada más de este enigmático hombre.
¿Existió de verdad Francisco López de Úbeda? Parece ser que
sí, y que era natural de Toledo, como se afirma en la portada. Habría nacido
hacia 1560 y fallecido en alguna fecha posterior a 1605, según se prueba en
documentos de la época. Pudo haber sido un médico de la corte de Felipe III;
este rey se trasladó a León en febrero de 1602 para tomar posesión de la
canonjía que, como Rey, tenía en la catedral de dicha ciudad. Es probable que
acompañara al rey, como miembro del séquito, en ese viaje; de ahí su
conocimiento de la ciudad. Se sospecha que fuera médico porque, de vez en
cuando, introduce reflexiones de carácter sanitario.
Por otro lado, muestra poco afecto a la ciudad de León.
Lamenta su clima frío, cierta rusticidad de sus gentes y un ambiente social
apocado; por ejemplo, describe el barrio de las prostitutas con cierto
sarcasmo. Sus ironías y críticas grotescas contra unos y otros se inscribirían
en la línea del conocido médico y escritor Francisco López de Villalobos (Villalobos,
Zamora, 1473 – Valderas, León, 1549). Cervantes se refirió al autor de la
novela, en El viaje del Parnaso, en
términos ambiguos (parece que lo trata de clérigo, al calificarlo de “capellán
lego”) y muy críticos, pues le parece una mala obra.
Con estos datos tan endebles, no es de extrañar que se
hayan buscado otros autores para nuestra novela. Otra hipótesis verosímil es la
que reivindica la obra para fray Andrés Pérez, fraile dominico nacido en León.
Escribió Historia de la vida y milagros
del glorioso Sant Raymundo de Peñafort (Salamanca, 1601), los Sermones de Cuaresma (Valladolid, 1621)
y el Tomo segundo de los sermones de los
santos (Valladolid, 1622). Ocultaría su nombre real para no comprometer su
fama y la de su Orden, pues el contenido de la obra es procaz y chocarrero, lo
que casaría mal con un religioso. Tampoco hay pruebas definitivas que avalen
esta asignación de autoría.
La tercera hipótesis sobre la autoría es la del dominico y
catedrático e Teología vallisoletano Baltasar Navarrete (al que también se le
atribuye la segunda parte apócrifa de Don
Quijote). Se sabe por un documento auténtico de la época que este hombre
fue propietario de los derechos de edición de La pícara Justina, según consta en un documento notarial. Los cedió
al librero Diego Pérez, quien a su vez los vendió a otro librero vallisoletano llamado
Jerónimo Obregón. Poseer los derechos de publicación no implica ser el autor,
pero lo hace bastante verosímil. Y todavía existe un cuarto candidato: algunos
datos invitan a pensar en el humanista y escritor toledano Bartolomé Jiménez
Patón como el autor real, acaso escondido bajo el seudónimo de Francisco López
de Úbeda. Patón era de Toledo, del círculo de amigos y seguidores de Lope de
Vega. Seguimos a la espera de la aparición de nuevos documentos que aclaren
definitivamente la autoría de tan enjundioso texto.
Lo que es indudable es que el autor conocía muy bien la
ciudad de León y su entorno, pues las descripciones y referencias que hace a la
ciudad son bastante exactas y precisas. También es claro que poseía una
amplísima cultura humanista (domina y cita las obras de autores grecolatinos,
la mitología, etc.), combinados con una experiencia vital amplia y unos
conocimientos precisos de lo que entonces se denominaba historia natural
(geografía física, económica y humana) y moral (tradiciones culturales,
religión, fiestas, hábitos culinarios, diversiones populares, etc.).
Somete todo el texto a una visión crítica y sarcástica de
la sociedad, como quien no le agrada esa en la que vive. Ridiculiza sin
contemplaciones tipos sociales, actitudes y toda suerte de hipocresías. Y tras
la máscara, surge la lujuria, la codicia, la avaricia y la soberbia. Posee un
dominio altísimo de la lengua española y de la práctica poética. De hecho,
incluye cincuenta poemas, distribuidos al principio de cada capítulo o sección,
en los que resume su contenido, con diferentes y nunca repetidas estrofas del
repertorio métrico de la poesía de su época. Es un alarde abrumador de sus
dotes literarias.
- Contenido
La pícara Justina se adscribe al subgénero narrativo de novela picaresca, inaugurado por
el Lazarillo de Tormes en 1554.
Formalmente, estamos ante una autobiografía ficticia en la que un personaje
cuenta su vida desde muy joven hasta alcanzar la edad adulta. Es un personaje
de muy baja condición social, sin apenas principios morales y con tendencia al
robo, la mentira y todo tipo de argucias de las que pueda extraer ganancia. La
crítica social es fuerte y continua; se denuncia la hipocresía, la avaricia y
el egoísmo atroz que recorre la sociedad, sin distinción de clases, posición o
sexo.
La gran novedad de esta novela es que la protagonista es
mujer. Ya existía el precedente de La
lozana andaluza (Venecia, 1528), escrita por el médico Francisco Delicado;
es cierto que esta obra se inscribe más en la tradición de La Celestina que en la picaresca. Justina Díez cuenta su vida desde
los dieciocho años hasta la madurez avanzada, aunque el relato principal se
detiene con su boda, más o menos a los veinte años de edad. La protagonista
narra sus engaños y trapacerías para sobrevivir en un mundo hostil, tanto por
mujer, como por pobre.
Es una chica espabilada, astuta y un tanto desvergonzada.
Pronto comprende que forma parte del eslabón débil de la sociedad, por lo que
trata de paliar esta situación explotando su palabrería, su facilidad para las
zalemas y su artero modo de embaucar a hombres a quienes gustaba; ella, sin
embargo, los desprecia y, a poco que la situación sea propicia, humilla, en
público y en privado. En general, los vapulea dialécticamente, los ridiculiza
por sus pretensiones amorosas para con ella, o los somete a episodios donde acaban
embadurnados de excrementos, o con la bolsa vacía, o las dos cosas a la vez.
El final de la novela coincide con su matrimonio con un
hombre viudo de su pueblo, que en el fondo es su protector, Lozano. No es que
sea un modelo de marido, pues sabemos que es algo violento, un tanto mujeriego
y empedernido tahúr. Se pueden decir muchas cosas de Justina, pero, en efecto,
como proclama su nombre, es justa analizando a los demás, y a sí misma, señalando
vicios y virtudes sin tapujos.
Como se puede apreciar en la lectura del texto, Justina es
viajera, y no por necesidad, sino por gusto. Le encanta recorrer caminos, en
general, a lomos de su burra, visitar pueblos y ciudades, acudir a romerías, etc.
Vive en Mansilla, pero visita, por este orden, Arenillas (un pueblo, o acaso
paraje con ermita —que hoy no existe—, en la provincia de Palencia), León, La
Virgen del Camino, Medina de Rioseco (Valladolid) y Mansilla otra vez. En este
sentido, el movimiento narrativo es circular, pues el relato comienza y acaba
en el mismo punto.
Allí donde llega Justina, tantea la situación y sus
posibilidades tanto de divertirse (sobre todo, ridiculizando y riéndose de los
demás), como de lucrarse (principalmente, engañando a quien puede para obtener
dinero o bienes apetecibles). Pone en marcha sus planes, pues tiene una cabeza
despejada y rápida, y, tras la diversión, se retira a otro lugar o vuelve a
casa. En su visita a León lo acompaña un muchacho, en oficio de mochilero,
llamado Lorenzo; es un briboncete, pícaro en potencia. Este modus operandi se altera algo en su
estancia en Medina de Rioseco, a donde va por un pleito, y trabaja de
proveedora de hilanderas.
Se puede adquirir, en papel, pasta blanda, o en versión electrónica, en:
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