28/02/2021

Juan Ramón Jiménez: "El viaje definitivo"; análisis y propuesta didáctica

 

Ourense (II-2021) © SVM

Juan Ramón Jiménez - El viaje definitivo

… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros                     1

cantando;

y se quedará mi huerto, con su verde árbol,

y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;                5

y tocarán, como esta tarde están tocando,

las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;

y el pueblo se hará nuevo cada año;

y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,  10

mi espíritu errará nostáljico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol

verde, sin pozo blanco,

sin cielo azul y plácido…

Y se quedarán los pájaros cantando.                            15

                     Publicado en «Corazón en el viento», en Poemas agrestes (1910-1911)

 

 

 

  1. ANÁLISIS
  1. Resumen

Este hermoso poema es una evocación dolorida, por parte del yo lírico, del lugar donde vive. Se trata de una premonición de su muerte. Imagina cómo quedará su pueblo y su casa tras su desaparición. Para ello, se fija en una serie de elementos que le resultan especialmente queridos: los pájaros, el huerto con su árbol y su pozo, las tardes serenas, el campanario. Extiende después su mirada a las personas, para descubrir que sus seres queridos también morirán; el pueblo entero se renovará cada año. Imagina su espíritu vagando por su huerto, lleno de nostalgia, que es la que ahora siente el yo lírico. En otro nuevo sesgo a su discurso, reconoce que se quedará sin esos elementos amados: hogar, árbol, pozo y cielo. El hilo de continuidad lo establecen los pájaros cantando; ahí siguen.

  1. Temas

El asunto central del poema es la evocación de su propio espíritu y del lugar donde vive tras su futura muerte. Se trata de una premonición dolorosa de su futuro, en soledad, frente a su casa y su pueblo, que ahí seguirán, como si nada hubiera pasado, aunque la renovación de los seres vivos es silenciosa, pero permanente.

  1. Apartados temáticos

El poema presenta tres secciones de contenido, las cuales coinciden con las estrofas que lo componen.

En la primera sección  (vv. 1-7) enuncia el asunto poético y describe minuciosamente el marco natural donde ha vivido hasta ahora; en el futuro, seguirá igual.

En la segunda sección (vv. 8-11) el yo lírico centra su visión premonitoria en los seres queridos y en su propio espíritu, vagando en soledad por su huerto.

En la tercera y última sección (vv. 12-15) se recogen los elementos temáticos antes expuestos. Posee un afán conclusivo y recopilatorio. La repetición de la conjunción “Y” (vv. 12 y 15) expresa muy bien la desazón final, teñida de impotencia, de un yo lírico que comprueba que su muerte será dolorosa, pero la vida seguirá.

  1. Aspectos métricos, de rima y estróficos

El poema consta de quince versos agrupados en una única estrofa, lo que dota de un sentido unitario al texto. La medida de los versos es variada; predomina el dodecasílabo, en arte mayor, que son la gran mayoría; en arte menor, el verso más común es el heptasílabo

 La rima en á-o es asonante y solo en los pares. Estamos, pues, ante una rima romanceada. Podemos decir que estamos ante un poema en verso libre, aunque la rima es la del romance.

 

  1. Análisis estilístico

Este poema es nostálgico, melancólico y reflexivamente pesimista. El yo lírico anuncia su muerte, nombrada eufemísticamente con la expresión “Y yo me iré” (vv. 1 y 12). La suspensión (recurso expresado a través de los puntos suspensivos) inicial es importante porque indica que el pensamiento viene de más atrás y que forma un conjunto, la propia vida del yo lírico, abierto, incierto y accidentado.

El hecho de abandonar el mundo le provoca dolor, porque aquel es hermoso; esta belleza se expresa a través de una metáfora: “Y se quedarán los pájaros cantando” (vv. 2 y 15). Esta realidad, de naturaleza más estética, se ve complementada por otras concretas y cotidianas: el huerto, el árbol y el pozo, metáforas de los objetos y la realidad concreta, entrañable y próxima. Es el contexto en el que vive el yo lírico y su alejamiento forzoso, por la muerte, es doloroso. Los adjetivos cromáticos añaden belleza y entrañabilidad a esos objetos: el árbol es “verde” y el pozo es “blanco” (vv. 3 y 4). Son colores cálidos y agradables.

En el quinto verso, el yo lírico eleva su vista y enumera otras realidades: la tarde, el cielo “azul y plácido” (v. 5) y el tañido de las campanas. Son tres sensaciones (visuales y auditiva, la última) placenteras y hermosas. De nuevo, son metáforas de la propia vida feliz del yo lírico. La pérdida de estos tres elementos incrementan el dolor. El octavo verso imprime una novedad, pues ahora el objeto recreado son las personas amadas; aquí se alcanza la cima de la tristeza prevista para después de la muerte.

Inmediatamente comienza en el verso 9 una oposición complementaria. El pueblo permanece, aunque cada año “se hará nuevo” (v. 9), merced a la repetición de las estaciones, creemos poder deducir. Acto seguido, se introduce el único ente que vivirá eternamente: “el espíritu” (v. 11), que vagabundeará cargado de melancolía en su huerto (expresado por el adjetivo metaforizado “nostáljico” (v. 11), escrito con jota, siguiendo los peculiares criterios personales de Juan Ramón Jiménez en lo que atañe a la ortografía. Vemos que este espacio físico es metonimia de la felicidad y la dicha de vivir.

En el verso 12 comienza una repetición de los elementos que enmarcan la vida del yo lírico. La repetición de todos ellos, precedidos de la preposición “sin” expresan la ausencia dolorosa. Crea estructuras paralelísticas de refuerzo de la significación; unidas al polisíndeton aumentan la impresión de pérdida irreparable. Las dos suspensiones (vv. 11 y 14) aumentan la incertidumbre del futuro y el dolor de la pérdida entrevista. Aquí se produce un fenómeno de diseminación-recolección de los elementos semánticos del poema; y todo bajo una estructura más o menos paralelística.

El conjunto del poema presenta una enorme emotividad contenida; el sentimiento de pena, nostalgia del futuro después de la muerte y la sensación de pérdida irreparable recorren el poema. Otro ingrediente importante es el de la soledad. Aunque el espíritu del yo lírico vuelva, estará solo; incluso los objetos que lo acompañaron en vida, ya no serán igual. Como vemos, estamos ante un poema pesimista y doloroso a causa de la certeza de la muerte. Los “pájaros cantando” es una bella metáfora del presente jubiloso, pero por eso más triste todavía, pues el yo lírico ya no los podrá escuchar post mortem.

  1. Contextualización autorial y socio-cultural

Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881 – San Juan, Puerto Rico, 1958), premio Nobel de Literatura en 1956, es uno de los más intensos y significativos poetas españoles del siglo XX. Como miembro de la Generación del 14, aspira a una depuración verbal y conceptual de la poesía para que adquiera una transcendencia y transparencia que, a su juicio, se había perdido en las décadas anteriores, sobre todo a partir de ciertos excesos románticos y modernistas.

Su producción poética se divide en una etapa sensitiva (1898 – 1916), justamente bajo los efectos del tardorromanticismo y del modernismo simbolista, sentimental, sensitiva y simbolista; una etapa intelectual (1916 – 1936), dominada por una poesía más esencialista, reconcentrada e intelectualizada; y, finalmente, una etapa “suficiente o verdadera” (1936 – 1958), bajo el signo de una poesía metafísica, autorreferencial e integradora de todos los aspectos humanos, incluyendo la vida y la muerte.

El poema que hemos comentado se puede situar en la etapa sensitiva porque presenta una concepción abierta y sensorial de la naturaleza. El conjunto presenta un vago tono posromántico, simbolista y alegórico. El conjunto de la realidad se pone al servicio del yo lírico; la admira y la echa de menos, al mismo tiempo, pues se centra en la idea que la muerte lo arrebata todo.

  1. Interpretación

Este hermoso poema posee unas resonancias existenciales muy visibles. El yo lírico reconoce que la muerte se lo llevará. Ante esa dura realidad, piensa cuál sería su reacción de ultratumba. Pues bien, la respuesta es la nostalgia, referida al entorno natural, en los elementos más nimios, y a las personas que ha amado. Todo lo perderá, lo que traerá nostalgia y soledad.

Estos dos elementos le provocan dolor, a duras penas contenido. Es muy interesante destacar la importancia de las suspensiones: el poema se abre con una y casi se cierra con otra (en el penúltimo verso). Todo es incertidumbre e interrogantes sobre nuestro pasado y nuestro futuro. Y ante todo esto, la certeza de la belleza natural, muy bien representada en los “pájaros cantando”. El mundo es un lugar hermoso, lleno de detalles placenteros y cautivadores: el tañir de las campanas, un huerto, un árbol, un pozo: la enumeración de estos elementos representa la conexión simbólica profunda entre el yo lírico y el mundo.

El poema mantiene en todo momento un hermoso equilibrio entre expresión y contenido. El empleo de la lengua aparenta sencillez, pero se deja entrever una concienzuda selección léxica y una ponderada construcción morfosintáctica. El conjunto resulta muy convincente para el lector, que, sin notarlo, entre en la espiral reflexiva y nostálgica del yo lírico.

  1. Valoración

Como suele ocurrir con la lectura de la buena poesía, el texto expande su significación inicial para ofrecer al lector un itinerario conceptual y estético nuevo y fascinante en sí mismo. Abordar la situación emocional para la persona tras su muerte casi parece un ejercicio de ciencia ficción. Sin embargo, es un modo de reafirmar la belleza del mundo y la gran suerte de estar vivos, disfrutando de él, en las cosas más sencillas.

Juan Ramón Jiménez es un poeta muy laborioso y exigente. Depura sus textos hasta límites casi intolerables para la lengua. Bajo una capa de sencillez, se oculta una búsqueda minuciosa de la palabra precisa para expresar emociones compartidas por todos nosotros. El resultado es un artefacto verbal que parece que se abre en la mente del lector como una fruta madura. El acto de lectura conlleva una exploración no solo estética, sino existencial y verbal. He aquí el milagro de la poesía lograda, esperando ser degustada por un lector atento.

 

 

  1. PROPUESTA DIDÁCTICA

(Estas actividades se pueden desarrollar y realizar de modo oral o escrito, en el aula o en casa, de modo individual o en grupo. Algunas de ellas, sobre todo las creativas, requieren material o herramientas complementarias, como las TIC).

2.1. Comprensión lectora

1) Resume el poema (aproximadamente, 100 palabras).

2) Señala su tema y sus apartados temáticos. Para ello, contesta a la cuestión ¿de qué y cómo se expresa el tema principal?

3) Establece la métrica, la rima y la forma estrófica utilizada.

4) Existen tres sentidos que conforman el cuadro conceptual del poema. Explícalos y establece su relevancia.

5) Localiza una docena de recursos estilísticos y explica su eficacia significativa y estética.

 

2.2. Interpretación y pensamiento analítico

1) ¿Qué colores predominan en el poema? ¿A qué objetos o realidades se atribuyen? Entonces, ¿qué efecto lector crean?

2) El adjetivo “nostáljico” (escrito así) tiene mucha importancia para la significación del poema. ¿Por qué es así?

3) ¿Qué desea expresar aquí la expresión “Se morirán aquellos que me amaron” (v. 8)? Entonces, la soledad ¿es algo temido por el poeta después de su muerte?

4) Indica los rasgos de la poesía de Juan Ramón Jiménez, miembro de la Generación del 14, perceptibles en este poema.

 

2.3. Fomento de la creatividad

1) Documéntate sobre el poeta Juan Ramón Jiménez y realiza una exposición en la clase con ayuda de medios TIC, creando un póster, etc.

2) La naturaleza despierta admiración y un intenso grado de comunicación por parte del poeta. Expresa las emociones que despierta en ti la contemplación de un paisaje o un elemento natural (un árbol, un momento del día, etc.). Puedes hacerlo en papel, por imagen –dibujo, fotografía--, con música, o todos los medios combinados a la vez.

3) Escribe un relato basado en la reflexión sobre un sentimiento(amor, odio, alegría, pena, nostalgia, euforia, felicidad...; asócialo a un lugar, real o imaginario, común o raro, solo o en compañía. Trata de expresar las emociones que te sugiere.

4) Se puede realizar un recital poético o una declamación de poemas de Juan Ramón Jiménez, acompañado de imágenes alusivas y música, ante la clase o la comunidad educativa. Ahí se pondrá de manifiesto la enorme hondura expresiva de los poemas de nuestro poeta.

 

 



27/02/2021

Pablo Neruda: "Veinte poemas de amor y una canción desesperada"; análisis y propuesta didáctica

 

Ourense (II-2021) © SVM

Pablo Neruda (1904-1973):

Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924)

 

 

Introducción

 

Veinte poemas de amor y una canción desesperada es uno de los poemarios en lengua española más influyente del siglo XX. Consagró a Neruda como un poeta original, dueño de un lenguaje poético renovado, distinto y tremendamente expresivo. Cuando Neruda publicó este libro apenas contaba con veinte años; era muy joven y comenzaba con él una etapa de iniciación y aprendizaje del arte poético.

Como no podía ser de otra manera, el poeta chileno bebió de la tradición poética española y occidental más acorde con su talento y modo de entender la poesía. En este primer poemario, la influencia de la tradición romántica es muy intensa. Tanto por el tema, como por el enfoque y las formas elegidas. En esencia, cada uno de los veinte poemas y la canción final cuentan una historia de amor, a veces complaciente, a veces desafortunada. El subjetivismo es predominante y apabullante. Lo que en su día se celebró, hoy resulta algo excesivo.

Un yo lírico habla de él, desde cualquier punto de vista, y sus cuitas amorosas. Ella, la mujer, la persona amada, es la acompañante; en muchos poemas, es la posesión. El yo lírico se mira, se analiza, se contempla; de vez en cuando, también realiza eso mismo con ella; justamente esos poemas de mirada más compartida y abierta son los más felices de realización. Los excesivamente ensimismados en su narcisismo resultan menos interesantes y, leyendo el conjunto, repetitivos y algo cansinos.

La herencia de la poesía romántica es abrumadora. La influencia de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro es persistente y feliz. Por ejemplo, se percibe muy bien en la integración de la naturaleza como parte del mundo sensitivo interior del yo lírico. Neruda va un paso más allá y elabora imágenes muy bellas y sorprendentes sobre la identificación y correspondencia del mundo natural con el interior del sujeto poético.

Aquí ofrecemos un análisis esencial y clarificador de cada poema; invita a una exploración más profunda, sobre todo desde el punto de vista estilístico; evidentemente, no puede ser completo por razones de espacio y oportunidad. Al final se presenta una propuesta didáctica para que el profesor pueda aplicarlo en su docencia, si lo estima conveniente, mutatis mutandis.

En tres años se celebrará el centenario de la publicación de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Podemos prever aproximaciones distintas, e incluso contradictorias entre sí; casi seguro, todas tendrán una parte de verdad. Como siempre ocurre en el campo literario, será mejor quedarnos con el texto, entendido en su contexto. Si introducimos (y confundimos) la ideología (sobre todo, la política) y la vida del autor para la interpretación y disfrute del texto, el desenfoque y, seguramente, la apreciación errónea es la consecuencia indeseable, pero inevitable.  

 

Poema 1

 

Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,                 1

te pareces al mundo en tu actitud de entrega.

Mi cuerpo de labriego salvaje te socava

y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.

Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros                      5

y en mí la noche entraba su invasión poderosa.

Para sobrevivirme te forjé como un arma,

como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.

Pero cae la hora de la venganza, y te amo.

Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.                 10

Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!

Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!

Cuerpo de mujer mía, persistirá en tu gracia.

Mi sed, mi ansia sin limite, mi camino indeciso!

Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,                              15

y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

 

 

Exégesis

En este primer poema el yo lírico recrea con un tono exaltado y, al mismo tiempo, reflexivo, el cuerpo de la mujer que ama y su encuentro con ella. Evoca algunos elementos del mismo (muslos, vasos del pecho, rosas del pubis), al mismo tiempo que expresa sus reacciones de amor eufórico hacia ella. El primer sintagma focaliza el contenido y aclara el meollo poético: “Cuerpo de mujer”. El poema refiere también cierto recorrido emocional que realiza el yo lírico en su encuentro con la mujer. El color blanco, repetido en quiasmo en el verso 1, es metáfora de la belleza de ella y de la felicidad de él. Refiere un viaje solitario, por “un túnel” (v. 5). El momento es inquietante porque los pájaros huyen y el ambiente es nocturno. Siente la situación como una circunstancia bélica; ella es como un “arma”, una “piedra en mi honda” (v. 8). El yo lírico describe su propio cuerpo como de “labriego salvaje” (v.3); enfatiza así en el carácter arrebatado de su pasión.

En el verso 9 comienza con una conjunción adversativa, “pero”, que anuncia un cambio de tono en el discurso. El yo lírico anuncia la “hora de la venganza”; en realidad, anuncia la unión amorosa con la amada, a quien anuncia, en un tono dialógico, “te amo”. Esta oración es el eje semántico del poema. El contenido previo y  posterior se explica alrededor de esta declaración, asertiva y definitiva. Los versos siguientes presentan una exaltación de la belleza corporal de esa mujer, comparándola constantemente con elementos naturales que evocan frescura, espontaneidad y naturalidad. En el verso 14 realiza una declaración de amor angustioso. No aparecen verbos, solo sintagmas que señalan como una obcecación por ella (“sed”, “ansia” y “camino” así lo indican). El cierre del poema, en los dos últimos versos, expresan cierto temor y angustia del yo lírico porque se quiebre su relación amorosa. Apunta como causas el carácter turbulento de la relación (“oscuros cauces”), el cansancio (“fatiga”), cierto remordimiento (“dolor”) y, al fin, un elevado sufrimiento (“dolor”) del que no se explican las causas. Nótese el contraste entre el blanco del cuerpo de la mujer y lo negro y oscuro de la pasión que lo socava. Crea un vivo contraste que nos hace pensar en un amor inseguro, acaso atormentado; fuerte, pero frágil.

Los tres símiles de los versos 7-8 nos evocan un entorno bélico y agresivo.  “Para sobrevivirme te forjé como un arma, / como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda”. La anáfora que establece el “como” insiste en la idea de que la aproximación del yo lírico a la mujer amada es poco amistosa; aparecen ingredientes agresivos. Asimismo, llama la atención el silencio sepulcral de la mujer.

La expresión “cuerpo de mujer” se repite anafóricamente en los versos 1, 10 y 13. En el último caso, se añade el determinativo “mía”; cierto sentido de la posesión emerge aquí. Otro recurso importante es la enumeración;  el verso 10 presenta un ejemplo elocuente: “Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme”. También nos sirve este verso para insistir en las metáforas, muchas veces sinestésicas, que aluden a una realidad natural. Desde el punto de vista métrico y de rima, podemos observar que los versos son de catorce sílabas (tetradecasílabos o alejandrinos). En cuanto a la rima, observamos que, cada cuatro versos se aprecia una rima asonante en los versos pares (2 y 4; 6 y 8; 10 y 12, etc.). La estructura métrica más próxima es la del romance heroico, pero modificada, porque el poema no forma una tirada o serie de versos. El efecto musical que crea es inmediato y potente. Una melodía fluida y, a la vez, sonora y, por momentos, turbulenta, recorre el poema.

El conjunto del poema expresa una pasión amorosa turbulenta, agitada y un tanto desgobernada. El erotismo subjetivista es intenso, pues es el yo lírico quien percibe, vive y expresa sentimientos y vivencias; en su momento se leyó con devoción; hoy resulta excesivo . Parece que, por momentos, la pasión es demasiado exaltada, pues un tono de angustia y miedo se deja entrever en las apreciaciones del yo lírico.

 

 

Poema 2

 

En su llama mortal la luz te envuelve.                  1

Absorta, pálida doliente, así situada

contra las viejas hélices del crepúsculo

que en torno a ti da vueltas.

Muda, mi amiga,                                                  5

sola en lo solitario de esta hora de muertes

y llena de las vidas del fuego,

pura heredera del día destruido.

Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro.          10

De la noche las grandes raíces

crecen de súbito desde tu alma,

y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas.

De modo que un pueblo pálido y azul

de ti recién nacido se alimenta.                           15

Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava

círculo que en negro y dorado sucede:

erguida, trata y logra una creación tan viva

que sucumben sus flores, y llena es de tristeza.

 

 

Exégesis

Este poema transmite la contemplación, por parte del yo lírico, de una mujer en el anochecer. Es un momento lúgubre y oscuro; es una “hora de muertes” (v. 6). Pero la noche no es estática, pues fuerzas telúricas surgen y se mueven, buscando a la mujer, que el yo lírico considera “mi amiga”. Por eso afirma: “De la noche las grandes raíces / crecen de súbito desde tu alma, / y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas” (vv. 11-13). Notamos que lo que se mueve hacia la mujer, luego sale de ella, hacia el exterior, pero revivificado.

Sin embargo, los efectos son contradictorios. De ella se alimenta todo “un pueblo pálido y azul” (v. 14). En ese momento, el yo lírico se deshace en alabanzas sobre esa mujer pródiga, que ha transformado positivamente el mundo; lo hace a través de paradojas: “Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava” (v. 16). El polisíndeton, que une tres adjetivos de significación estimativa, expresa la admiración hacia esa mujer, calificada como “esclava”; acaso connote la actitud sumisa y obediente de esa mujer.

Los últimos versos expresan antítesis violentas, oxímoros que derivan en paradojas. El círculo (metáfora de lo completo y lo acabado) que forma ella es “negro” y “dorado” (v. 17)  a la vez. Ella está levantada, y de esta procede a una “creación” (v. 18) extraña, pues “sucumben sus flores, y llena es de tristeza” (v. 19). La belleza, simbolizada en las flores, muere. Y todo lo llena la tristeza. Esta enigmática mujer se erige en el centro de la noche; atrae hacia sí todo y lo devuelve transformado en algo positivo. Sin embargo, el cierre es pesimista porque lo bello desaparece y la tristeza se apodera de ella. ¿Qué proceso tan extraño es este, generado por una extraña fémina que atrae la vida, pero todo acaba en muerte y amargura.

La medida variable de los versos, tanto de arte mayor como menor, y la ausencia de una rima estable nos permiten afirmar que es un poema en verso libre. 

 

 

 

Poema 3

 

Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,   1

lento juego de luces, campana solitaria,

crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,

caracola terrestre, en ti la tierra canta!

En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye             5

como tú lo desees y hacia donde tú quieras.

Márcame mi camino en tu arco de esperanza

y soltaré en delirio mi bandada de flechas.

En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla

y tu silencio acosa mis horas perseguidas,                10 

y eres tú con tus brazos de piedra transparente

donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.

Ah tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla

en el atardecer resonante y muriendo!                     15

Así en horas profundas sobre los campos he visto

doblarse las espigas en la boca del viento.

 

 

Exégesis

Este poema se asemeja mucho al primero. Se trata de una descripción exaltatoria y exultatoria de la mujer amada, por un lado; por el otro, recrea el encuentro amoroso con ella. Metaforiza a ambas con elementos naturales: “pinos”, “olas”, “crepúsculo”, “caracola”, etc., solo en los cuatro primeros versos. A partir del quinto verso, se expresa la entrega amorosa. El yo lírico revive la figura de la mujer, atribuyéndole el dominio sobre la situación: “como tú lo desees y hacia donde tú quieras” (v. 6), afirma, sin posibilidad de defensa. Se señala el momento del día de ese encuentro, el “atardecer” (v. 15), y se añade un rasgo de la amada pocas veces presente, la “voz” (v. 14).

Se cierra el poema con una metáfora natural que crea una poderosa imagen. Las espigas de un campo se doblan ante “la boca del viento” (v.17), es decir, se crea una armonía natural de equilibrio y apacibilidad. El yo lírico, dueño del relato, emplea bastantes verbos en primera persona (“estoy viendo”, v. 9), o en tercera, refiriéndose a sí mismo a través de metáforas y metonimias (“mi alma en ellos huye”, v. 5). Es una prueba del intenso subjetivismo del poema.

La estructura métrica y de la rima es exactamente igual al del primer poema. Son versos alejandrinos; riman los pares en asonante, de cuatro en cuatro, de modo que forman casi un romance heroico.

 

 

 

Poema 4

 

Es la mañana llena de tempestad                             1

en el corazón del verano.

Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,

el viento las sacude con sus viajeras manos.

Innumerable corazón del viento                               5

latiendo sobre nuestro silencio enamorado.

Zumbando entre los árboles, orquestal y divino,

como una lengua llena de guerras y de cantos.

Viento que lleva en rápido robo la hojarasca

y desvía las flechas latientes de los pájaros.            10

Viento que la derriba en ola sin espuma

y sustancia sin peso, y fuegos inclinado.

Se rompe y se sumerge su volumen de besos

combatido en la puerta del viento del verano.

 

 

Exégesis

Este poema es original y distinto, respecto de los anteriores. La descripción de un marco natural, una mañana ventosa, ocupa casi todo el contenido (hasta el verso 10, inclusive). Se alude a la mujer a través de un pronombre (“la derriba”, v. 11). Los cuatro versos finales explican el efecto de lo que parece un encuentro amoroso entre el yo lírico y la mujer. Entre metáforas naturales (“ola sin espuma”, “fuegos”, y, por supuesto, “viento del verano”) más o menos alusivas a ambos, se expresa un momento como de acompasamiento del clima con el de los dos amantes. La palabra “viento” se repite cinco veces, lo que delata su importancia en el significado del poema. En realidad, funciona como una metáfora de la dicha amorosa, de la furia de amor, de la exaltación emocional.

Desde el punto de vista de la rima y la medida de los versos, observamos que predomina el arte mayor (verso alejandrino, pero los versos 2 y 5 son más cortos). La rima asonante en á-o, en los versos pares se mantiene a lo largo de todo el poema. El conjunto, como en otros poemas, forma algo parecido a un romance heroico. El poema alcanza un ritmo agitado y sostenido, en la primera parte; en la segunda, se imprime cierta calma tensa.

 

 

 

Poema 5

 

Para que tú me oigas                                                1

mis palabras

se adelgazan a veces

como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio                                               5

para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.

Más que mías son tuyas.

Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.                10

Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.

Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,

y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.      15

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte

para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.

Huracanes de sueños aún a veces las tumban

Escuchas otras voces en mi voz dolorida.                  20

Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.

Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.

Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.

Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.                            25

Voy haciendo de todas un collar infinito

para tus blancas manos, suaves como las uvas.

 

 

Exégesis

Este poema es uno de los más hermosos de este poemario. Se concentra en las palabras que el yo lírico le dirige a la amada. Es una metáfora (o, mejor, metonimia) de la comunicación plena y dichosa de ambos interlocutores. Quiere ser oído, pues fía en las palabras las posibilidades de atraerla y que lo ame. Esas palabras se adaptan al estado de ánimo de ambos. Por eso poseen una plasticidad enorme; se pueden hacer ligeras “como las huellas de las gaviotas en las playas” (v. 4); este hermoso símil expresa la versatilidad de las palabras, adaptativas a una situación variable. Las metáforas dirigidas a la mujer, todas elogiosas y positivas (“collar, cascabel ebrio”, v. 5) muestran el estado de arrobamiento del yo lírico hacia ella.

El yo lírico toma distancia y mira sus palabras como si fueran de la amada. Expresan algo del “viejo dolor” (v. 9), metáfora del miedo de perderla, o de alguna frustración pasada, presente o futura que planea sobre él. Las palabras se personifican y llegan a ella, pero no dulcifican la situación, pues el yo lírico se refiere a “este juego sangriento” (v. 11); considera a la mujer “culpable” de esta situación; se trata de una metáfora de la tensión amorosa, por alguna razón elevada y desazonante.

El hecho de que se le escapen las palabras no lo consuela. Cosa que sí hace la presencia de la dama: “Todo lo llenas tú, todo lo llenas” (v.13). La repetición del sintagma, casi como una epanadiplosis, resalta la importancia y el dominio de la dama de la situación, lo que no parece gustar al yo lírico. Este echa la vista atrás y anota que, antes de ella, solo había “soledad” (v. 14) y “tristeza” (v. 15). Adopta una actitud asertiva, e incluso apremiante, realizando tautologías y derivaciones con los verbos “decir” (referido a él) y “oír” (referido a ella) (vv. 16-17). Todavía no encuentra alivio, pues la “angustia” (v. 18) lo ronda y pasa a su lado, llevada por el viento; este mismo también lleva las palabras y se siente huérfano y vulnerable.

Llegan “huracanes de sueños que a veces las tumban” (v. 19). Existen, pues, fuerzas superiores que hacen perder eficacia a sus palabras dirigidas a ella. El verso 20 nos da la explicación a sus temores: la dama también escucha a otras personas que, seguramente, la aman desde antiguo (la repetición del adjetivo “viejas” en el v. 21 parece indicar esto); y ella no las desatiende; esto lo lleva a él a un estado deplorable de miseria.

De ahí que apostrofe a la mujer: “Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme” (v. 22) Son tres imperativos en un solo verso. La apremia para no dejarlo solo en la angustia. En el verso siguiente, formando concatenación, se repite el imperativo “Sígueme”; es el único modo de escapar a la “ola de angustia” (v. 23), es decir, el miedo, que lo atenaza. El verso 25 es una repetición casi literal del verso 13 (en aquel el verbo era “llenar”; ahora es “ocupar”; son sinónimos, después de todo).

Parece que ha tenido éxito con sus palabras, a juzgar por los dos últimos versos. Crea con sus palabras un cordel inacabable con el que la va atando a ella, pues sus “blancas manos, suaves como las uvas” (v. 27) parece que lo obedecen. Este último verso es repetición casi exacta del verso 13. Esta parte del cuerpo es metonimia de la amada, elogiada y admirada por su belleza natural. El poema es bastante circular, pues se cierra con un verso bastante inicial.

Es un poema en verso libre, pues la medida de los versos es variada (aunque predominan los de arte mayor) y no hay una rima fija. Sin embargo, es muy perceptible una asonancia en los versos pares, cada cuatro versos, en general jugando con la vocal a. Crea una suave y melodiosa musicalidad. Todo ello hacen de este poema uno de los más logrados de este libro.

 

 

Poema 6

 

Te recuerdo como eras en el último otoño.                     1

Eras la boina gris y el corazón en calma.

En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo

Y las hojas caían en el agua de tu alma.

Apegada a mis brazos como una enredadera.                   5

las hojas recogían tu voz lenta y en calma.

Hoguera de estupor en que mi sed ardía.

Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.

Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:

boina gris, voz de pájaro y corazón de casa                     10

hacia donde emigraban mis profundos anhelos

y caían mis besos alegres como brasas.

Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.

Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!

Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.                      15

Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

 

 

 

Exégesis

Este poema es una evocación, un recuerdo de la mujer amada, de ahí los verbos en tiempo pasado, aunque en el verso 14 hay un giro al presente, analizando, precisamente, el propio recuerdo: “Tu recuerdo es de luz”. Las connotaciones son positivas y aluden a la felicidad del yo lírico, tanto en la vivencia amorosa pasada, como en el momento de recordar. Este presenta un retrato de esa dama, con elementos prosopográficos y etopéyicos. Esto ocurrió “en el último otoño” (v.1). Sabemos, pues, que la acción se adscribe en un otoño y en la hora del “crepúsculo” (v. 3). El final del verano y de la luz del día evocan también el final del amor. Se da como una realidad ya acabada, sin continuidad. Vestía con “boina gris” (v.2) es un detalle que nos sugiere la juventud y desenfado de la joven.

El yo lírico combina un elemento físico con otro emocional; corazón con calma, ojos con crepúsculos, hojas con alma, hojas otra vez “con voz lenta y en calma” (v. 6). En estos primeros seis versos del poema los efectos sinestésicos son constantes, tanto en la percepción física y emocional, como en la combinación de sensaciones, como en el ejemplo anterior. “Apegada a mis brazos como una enredadera” (v. 5) es la metáfora del amor firme y constante de la mujer por el yo lírico. La intensidad de esa relación se manifiesta en el verso 7, con las esperables metáforas del amor como una “hoguera” y “ardía”; vemos que es un amor correspondido.

Justamente en el verso 8 el yo lírico insinúa que todo ya es recuerdo, que se acabó, como el otoño y la luz del crepúsculo que enmarcó su relación. Tres metáforas recuerdan que ella era joven y alegre (“boina gris”, v. 10); las otras dos evocan la voz “de pájaro” y el corazón “de casa” de la mujer. Es alegre y generosa, lo que aumenta su atracción. De nuevo el yo lírico recuerda su pasión, a través de la metonimia de “mis besos alegres como brasas” (v. 12). El símil se atiene a la imaginería clásica del amor como llama incendiaria. Adopta una perspectiva más abierta y enmarca su relación en el “cielo” y el “campo” (v. 13); evocan amplitud, futuro y optimismo. El verso 14 es una exclamación retórica donde se presenta a ella con tres metáforas naturales muy bellas: luz, humo y estanque. Se trata, pues, de la encarnación de la felicidad. Se cierra el poema con el marco natural que lo había abierto: otoño y crepúsculo; estos dos elementos se identifican con el alma de ella, donde las “hojas secas” giraban, es decir, daban vida a un amor maravilloso. El poema es, pues, una evocación amorosa feliz, antes y ahora. Todo es dichoso y agradable; de vivir, en su momento, y de recordar, ahora.

Los versos alejandrinos con rima á-a asonante en los pares, quedando libres los impares crean un efecto musical muy hermoso. Se identifica casi con un romance heroico (en este, los versos son endecasílabos). La cadencia suave, el discurrir rítmico y tranquilo contribuyen a la creación de una atmósfera de serenidad alegre y dicha evocada. Este es un poema de composición lograda.

 

 

Poema 7

 

Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes               1

a tus ojos oceánicos.

Allí se estira y arde en la más alta hoguera

mi soledad que da vueltas los brazos como un

náufrago.                                                                  5

Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes

que olean como el mar a la orilla de un faro.

Solo guardas tinieblas, hembra distante y mía,

de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.

Inclinado en las tardes echo mis tristes redes             10

a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.

Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas

que centellean como mi alma cuando te amo.

Galopa la noche en su yegua sombría

desparramando espigas azules sobre el campo.           15

 

 

Exégesis

Este poema se emparenta con el primero y el quinto. Afirma un amor perturbado por el miedo del sujeto lírico a perderlo. La amada muestra cierta fatiga, hastío, o acaso atracción por otras personas. Los dos primeros versos se repiten, con ligeras modificaciones, en los versos 10 y 11. El yo lírico se presenta metaforizado en un pescador que echa sus redes al océano; lo que trata de capturar es el amor de ella. La situación es ambigua y difusa. Hasta el verso 7, el resultado es negativo, pues así lo declara la “soledad” del yo lírico, que se siente “como un náufrago” (vv. 4 y 5). La mujer no responde a su llamada, pues sus ojos están “ausentes” (v. 6). En el verso 7 el yo lírico la nombra como “hembra distante y mía”. Desea poseerla, pero ella, como un mar, solo deja ver “la costa del espanto” (v. 9); eso es lo que ve él ante las “tinieblas” de ella. En efecto, el yo lírico siente pánico por quedarse sin ella.

Como ya afirmamos, los verso 10-11 son casi una repetición de los dos primeros. Vuelve a echar sus redes, cuan pescador tenaz, el yo lírico; pero ahora ella es un “mar que sacude tus ojos oceánicos”; en ella existe agitación, tormenta e inmensidad inescrutable. Los cuatro últimos versos son ambiguos: ¿se han unido los amantes? ¿O solo es una proyección de los deseos de él? El yo lírico declara su amor, en un contexto nocturno bastante inquietante, pues esta es como una “yegua sombría” que avanza “desparramando espigas azules sobre el campo” (v. 15). Esta metáfora final parece aludir a cierto tipo de generosidad o desprendimiento de la noche en su contacto con el campo, que parece recibir el acto benéfico de la noche (así lo declara “espigas azules”, metáfora de frutos y cosechas).

Estamos ante un poema en verso libre. El verso más breve, el quinto, posee tres sílabas; el más largo es el 12, con dieciocho sílabas. Se establece una rima asonante en los versos pares en á-o (con una pequeña excepción el verso 2). La rima es, pues, romanceada. Se establece un ritmo más agitado y turbulento que, por ejemplo, en el poema anterior, lo cual va en consonancia con el contenido, oscuro y, hasta cierto punto, angustioso.

 

 

Poema 8

 

Abeja blanca zumbas --ebria de miel en mi alma      1

y te tuerces en lentas espirales de humo.

Soy el desesperado, la palabra sin ecos,

el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.

Última amarra, cruje en ti mi ansiedad última.         5

En mi tierra desierta eres tú la última rosa.

Ah silenciosa!

Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche.

Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.

Tienes ojos profundos donde la noche alea.             10

Frescos brazos de flor y regazo de rosa.

Se parecen tus senos a los caracoles blancos.

Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.

Ah silenciosa!

He aquí la soledad de donde estás ausente.               15

Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.

El agua anda descalza por las calles mojadas.

De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.

Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.

Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.                20

Ah silenciosa !

 

 

Exégesis

En cada poema, como hemos visto hasta aquí, existe una imagen central que vertebra todo el texto. En este texto es la mujer vista como una abeja que liba, silenciosa, y lleva vida, alegría y belleza. Se repite dos veces, como es común en estos poemas, esta metáfora nuclear. Aquí la novedad es que también se repite la de la mariposa en vuelo. Ambas representan a la mujer. El marco natural es hermoso, casi roza el locus amoenus. El retrato de la amada se entrevera entre elementos de la naturaleza. Aquella habita en el alma del yo lírico (v. 1). En los versos 3-4 confiesa que se siente “desesperado” porque lo perdió todo. Siente el peligro de que ella desaparezca de su vida, lo que produce angustia. De ahí que la nombre como “ansiedad última” (v. 5) y “última rosa” (v. 6) El quiasmo insiste en la idea de situación límite en la que se halla el yo lírico.

Aparece aquí por primera vez la exclamación “Ah silenciosa!” (v. 7; luego se repite en el v. 14 y en el 21; como se ve, cada siete versos se reitera, con precisión matemática). El yo lírico exalta la belleza de ella, asimilándola a elementos hermosos y beneficiosos de la naturaleza: estatua, flor, rosa, caracoles y mariposa (vv. 8-12). En estos mismos versos destacan las percepciones cromáticas (oscuro de la noche, blancos, etc.). La contempla “desnuda” (v. 9). El sujeto lírico se confiesa fascinado por su delicadeza y belleza.

A partir del verso 15 el yo lírico se sitúa en un presente donde ella ya no está. Ahora, en otro plano temporal, en presente, “llueve” (v. 16) y ella ya no está. Ahora el viento, el agua, las calles, un árbol con sus hojas, etc., son los elementos que el yo lírico desea destacar. Y se cierra el poema con la evocación de la mujer como una abeja que va y viene (“ausente, aún zumbas en mi alma”, v. 19). La estructura es circular y el contenido se cierra en sí mismo: la evocación es tan poderosa como la vivencia. El silencio de la amada emerge como una cualidad superior porque en su interior se guarda la belleza, el amor y la pasión compartida.

Estamos ante un poema métricamente original y muy logrado. Los versos son alejandrinos, pero cada siete versos se repite un estribillo, “Ah silenciosa!”, verso pentasílabo, ordenando el contenido y rompiendo la posible monotonía. Existe una rima, algo variable. Los cuatro primeros versos están romanceados en ú-o. Desde el verso 6, la rima en ó-a, romanceada (pero en los versos impares) es la que predomina.

Este poema es muy fértil en metáforas del mundo natural, referidas a las cualidades de la mujer: frescura, hondura, misterio, energía, etc. Asimismo, existe un delicado equilibro entre la vivencia y el recuerdo, formando una realidad poética vívida y atemporal. Paradójico, pero real en el plano poético.

 

 

Poema 9

 

Ebrio de trementina y largos besos,                        1

estival, el velero de las rosas dirijo,

torcido hacia la muerte del delgado día,

cimentado en el sólido frenesí marino.

Pálido y amarrado a mi agua devorante                   5

cruzo en el agrio olor del clima descubierto.

aún vestido de gris y sonidos amargos,

y una cimera triste de abandonada espuma.

Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única,

lunar, solar, ardiente y frío, repentino,                  10

dormido en la garganta de las afortunadas

islas blancas y dulces como caderas frescas.

Tiembla en la noche húmeda mi vestido de besos

locamente cargado de eléctricas gestiones,

de modo heroico dividido en sueños                       15

y embriagadoras rosas practicándose en mí.

Aguas arriba, en medio de las olas externas,

tu paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos

como un pez infinitamente pegado a mi alma

rápido y lento en la energía subceleste.               20

 

 

Exégesis

Este poema gira en torno al yo lírico y su viaje hacia el encuentro con la amada. La metáfora central nos lo presenta como un marinero que dirige su barco por mares misteriosos, sorprendentes y exuberantes, hacia el encuentro con ella, de la que se nombra solo “tu paralelo cuerpo” (v. 18). Podemos deducir de aquí el erotismo esencial del conjunto; esta idea se refuerza con los “largos besos” (v.1) que el yo lírico atesora, como “ebrio”. Es el piloto de ese “velero de las rosas” (v. 2) que se dirige hacia “la muerte del delgado día” (v. 3), parece que metáfora de la entrega amorosa. Agua, mar, brisa, “frenesí marino” (v. 4), espuma, etc. son los elementos que tejen ese viaje acuático. El verso 9 se abre con un verbo de movimiento, “voy”; indica el acercamiento del yo lírico hacia la amada; su estado de ánimo es de apasionamiento algo enardecido y descontrolado (“duro de pasiones”, v. 9), casi enajenado, como muestran los oxímoros de los versos siguientes (“lunar, solar, ardiente y frío”, v. 10). Toda su mente está ocupada por el “vestido de besos” (v. 13) que intercambia con la amada. Las emociones son positivas y eufóricas: “afortunadas / islas blancas y dulces como caderas frescas” (vv. 11-12); señalan un estado de entrega apasionada. Las “embriagadoras rosas” (v. 16) ratifican esta impresión. Nótese también las frecuentes sinestesias, próximas a la paradoja, para expresar esa euforia amorosa del yo lírico.

En algún lugar más elevado y alejado (aguas arriba”, v. 17), los dos cuerpos se comunican en un marco de apariencia cósmica y telúrica al mismo tiempo (“energía subceleste”, v. 20). Y ahí se interrumpe el poema. No hay recuerdo, ni acciones posteriores. El poema, por tanto, expresa un viaje marítimo de naturaleza amorosa, centrado en las pulsiones del poeta. El subjetivismo es extremo, muy próximo al romanticismo.

El poema está construido con versos alejandrinos. Apenas se percibe cierta rima asonantada en los pares (en í-o en los cuatro primeros versos, por ejemplo). Estamos ante un poema de alejandrinos en versos blancos. El efecto rítmico es evidente, imprimiendo un ritmo turbulento, por momentos desbordado.

 

Poema 10

 

Hemos perdido aún este crepúsculo.                         1

Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas

mientras la noche azul caía sobre el mundo.

He visto desde mi ventana

la fiesta del poniente en los cerros lejanos.              5

A veces como una moneda

se encendía un pedazo de sol entre mis manos.

Yo te recordaba con el alma apretada

de esa tristeza que tú me conoces.

Entonces, dónde estabas?                                        10

Entre qué genes?

Diciendo qué palabras?

Por qué se me vendrá todo el amor de golpe

cuando me siento triste, y te siento lejana?

Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo,  15

y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.

Siempre, siempre te alejas en las tardes

hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.

 

 

Exégesis

Este es un poema más introspectivo y reflexivo que los anteriores. El yo lírico se sitúa en un marco crepuscular (como la gran mayoría de los poemas), pero dentro de una casa, “desde mi ventana” (v. 4). Es el primer poema de este libro de ambientación interior, doméstica. El crepúsculo es metáfora del encuentro entre los amantes. Justamente, la contemplación, por parte del yo lírico, del crepúsculo le recuerda a la mujer amada. “Yo te recordaba…” (v. 8) marca el tono melancólico y evocador del conjunto del poema. En su soledad actual, ella ocupa su mente.

La supone lejana, viviendo otra vida con otras personas, como se pregunta en cuatro interrogaciones retóricas, con sus correspondientes efectos paralelísticos y enfáticos. En los cuatro versos finales se fija en dos elementos que sufren anomalías: un libro caído y “mi capa” (v. 16), tirada a sus pies. Son símbolos del alejamiento de ella; se dirige hacia crepúsculo que “corre borrando estatuas” (v.18), metáfora del olvido por parte de ella. Una vez más, el yo lírico se siente en el centro del poema y de la pasión, solo que esta vez no es acompañada: “me siento triste, y te siento lejana” (v. 14). Aquí radica, nos parece, el núcleo semántico del poema: el yo lírico está abatido porque ella no lo acompaña; si es un alejamiento físico o emocional, o los dos, no queda claro. Una vez más también, el crepúsculo es la metáfora del momento perfecto del día, del encuentro amoroso de los amantes; solo que esta vez, es solo un recuerdo; y ella camina hacia otros atardeceres.

El conjunto es un poema en verso libre, pues la medida de los versos es bastante variable. En cuanto, a la rima, sin embargo, se aprecia un terceto inicial; después, sigue una rima asonante en á-a en los versos pares, quedando los impares libres. Es casi un romance heroico, como la gran mayoría de los poemas de este libro.

 

 

Poema 11

 

Casi fuera del cielo ancla entre dos montañas                                  1

la mitad de la luna.

Girante, errante noche, la cavadora de ojos.

A ver cuántas estrellas trizadas en la charca.

Hace una cruz de luto entre mis cejas, huye.                                     5

Fragua de metales azules, noches de las calladas luchas,

mi corazón da vueltas como un volante loco.

Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos,

a veces fulgurece su mirada debajo del cielo.

Quejumbre, tempestad, remolino de furia,                                        10

cruza encima de mi corazón, sin detenerte.

Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz soñolienta.

Desarraiga los grandes árboles al otro lado de ella.

Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga.

Era la que iba formando el viento con hojas iluminadas.                     15

Detrás de las montañas nocturnas, blanco lirio de incendio,

allá nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.

Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos,

es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría.

Tempestad que enterró las campanas, turbio revuelo de tormentas     20

para qué tocarla ahora, para qué entristecerla.

Ay seguir el camino que se aleja de todo,

donde no está atajando la angustia, la muerte, el invierno,

con sus ojos abiertos entre el rocío.

 

 

Exégesis

Este es uno de los poemas más sombríos, lúgubres y tristes del poemario. Primero se presenta un marco espacial y temporal: una noche con una luna anclada entre dos montañas. La montaña es letal, pues se presenta como “cavadora de ojos” (v. 3); a quien la mira, lo fulmina. Las estrellas también caen abatidas en una “charca” (v. 4), lugar más bien desapacible. Esta noche siniestra también visita al yo lírico; también queda marcado por el dolor y la angustia, a través de “una cruz de luto” (v. 5). El color azul aplicado a metales connota frío y muerte. De pronto, el yo lírico evoca a la “niña venida de tan lejos” (v. 8); la ama tanto que su corazón parece enloquecer.

Se desatan fuerzas oscuras que lo atraviesan (“quejumbre, tempestad, remolino de furia”, v 10). Aunque no son capaces de detener a la niña, acaso en su entrega amorosa. Sigue como una jaculatoria lúgubre de acciones violentas, dispuestas en enumeración (“acarrea, destroza, dispersa”, v. 12) negativa. Mienta a la “clara niña”, pero no sabemos si realiza las acciones, las padece, o el yo lírico le pide que las haga, pues los verbos pueden entenderse como primera o tercera persona, o imperativo. El yo lírico, en medio de estas turbulencias destructoras, se ancla en ella, que la ve resplandeciente: “clara niña, pregunta de humo, espiga” (v. 14).

La propia naturaleza le hace resplandecer “con hojas iluminadas” (v. 15); podemos deducir que se impone al caos lúgubre previo. Parece que se verifica cierto encuentro amoroso, como sugiere “blanco lirio de incendio” (v. 16), que a él lo dejan mudo. Y, como en otros poemas, esto genera “ansiedad” en el yo lírico, que parece temer ser abandonado por la amada. Por eso decide alejarse, para no sufrir más: “ es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría” (v. 19). Se siente en una tempestad arrasadora, que teme incluso tocar, pues sería inútil y, acaso contraproducente (“para qué entristecerse”, v. 21). Lamenta con una exclamación atenuada (“Ay seguir el camino que se aleja de todo”, v. 22) que ha de emprender un camino en soledad y rodeado de muerte y frío. Ella sigue por allí “con sus ojos abiertos entre el rocío” (v. 24), no sabemos si como esperanza de salvación entre tanta muerte y angustia, o como cruel mano ejecutora de su desgracia.

Estamos ante un poema trágico y lúgubre en un tono muy hiperbólico. El yo lírico se siente como un sonámbulo en un paisaje agónico y tétrico. La confusión emocional de este llega a tal nivel, que no podemos discernir si la “niña” es la salvadora o la aniquiladora del yo lírico. Que, justamente, entró en ese estado emocional por amarla excesivamente.

En cuanto a los aspectos métricos, estamos ante un poema en verso libre. Los versos son de arte mayor; no se percibe una rima continua, aunque sí ciertas asonancias de vez en cuando.

 

 

 

Poema 12

 

Para mi corazón basta tu pecho,              1

para tu libertad bastan mis alas.

Desde mi boca llegará hasta el cielo

lo que estaba dormido sobre tu alma.

Es en ti la ilusión de cada día.                  5

Llegas como el rocío a las corolas.

Socavas el horizonte con tu ausencia.

Eternamente en fuga como la ola.

He dicho que cantabas en el viento

como los pinos y como los mástiles.         10

Como ellos eres alta y taciturna.

Y entristeces de pronto como un viaje.

Acogedora como un viejo camino.

Te pueblan ecos y voces nostálgicas.

Yo desperté y a veces emigran y huyen     15

pájaros que dormían en tu alma.

 

 

Exégesis

Este poema es optimista y exultatorio. El yo lírico desea transmitir su dicha por el amor correspondido. Establece una suerte de diálogo con la amada (pero no lo es, puesto que ella no responde, y ni siquiera sabemos si lo escucha). Manifiesta la complementariedad que existe entre ellos, ya que, juntos, son mejores y más felices. Los dos versos iniciales, que forman un riguroso paralelismo, expresan amor (a través de la metáfora de “corazón”) y “libertad”, nombrada así, directamente. El yo lírico vuela y exclama su dicha a los cuatro vientos, pues en ella la encuentra cada día, incluso sin que ella fuera consciente (“lo que estaba dormido sobre tu alma”, v. 4). Ella es la “ilusión de cada día” (v. 5), afirma, en un tono cuasi religioso.Ella vivifica al yo lírico, que lo revive “como el rocío a las corolas” (v. 6); el símil deja claro que ella le aporta belleza y vida.

Sin embargo, como en casi todos los poemas previos, aparece la “ausencia”, la “fuga” (vv.  7 y 8). Es tan hermosa, reconoce, y tan misteriosa, que canta “como los pinos y como los mástiles” (v. 10); este símil aproxima a la mujer a las realidades físicas más hermosas y potentes. En el verso 11 reafirma la definición de la amada con aspectos inquietantes; es “alta y taciturna” (v. 11). De nuevo gira en su discurso y admite que es “acogedora” (v. 13), es decir, le corresponde en su amor. Los símiles referidos al mundo natural refuerzan la idea de una mujer natural, espontánea e independiente, lo que desasosiega al yo lírico. A veces observa cómo “huyen / pájaros que dormían en tu alma” (vv. 15-16), le dice a ella. Hay algo en su interior que el yo lírico no puede poseer, lo que le resulta inquietante. Parece que desea expresar exultación y miedo al mismo tiempo, como si presagiara que todo acabará mal.

Los paralelismos, las enumeraciones y bimembraciones dotan al poema de un ritmo cadencioso, sereno, como reflexivo. En cuanto a los aspectos métricos, los versos son endecasílabos, lo que imprime contención verbal (es uno de los hallazgos del poema). La asonancia en á-a se mantiene en los versos pares en casi todo el poema; incluso los ocho primeros versos forman serventesios (ABAB). Estamos ante un poema equilibrado, armonioso y proporcionado en cuanto a la expresión del amor y de los temores, del peso del yo lírico y de la mujer, nombrada siempre en segunda persona; ello imprime un tono dialógico agradable.

 

 

Poema 13

 

He ido marcando con cruces de fuego                                              1

el atlas blanco de tu cuerpo.

Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.

En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.

Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,                              5

muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.

Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.

El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.

Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.

La soledad cruzada de sueño y de silencio.                                      10

Acorralado entre el mar y la tristeza.

Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.

Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.

Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.

Así como las redes no retienen el agua.                                           15

Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.

Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.

Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.

oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría.

Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.    20

Triste ternura mía, qué te haces de repente?

Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío

mi corazón se cierra como una flor nocturna.

 

 

Exégesis

El yo lírico habla nada más comenzar el poema y recuerda sus acciones amorosas para asegurar el amor de ella, a quien nombra dos veces como “muñeca” (vv. 6 y 16); hoy, esta expresión, para cierto tipo de lectores ceñidos a una lectura sociológica, puede resultar incómoda. Para el sujeto lírico parece que es una metáfora de la delicadeza y hermosura de la mujer amada. El movimiento emocional es el ya conocido: expresión desaforada del amor y del encuentro amoroso, para dar paso a los miedos y temores del abandono, por no poder comprenderla, acaso por ser excesivamente profunda para el yo lírico.

Los cuatro primeros versos aclaran que el yo lírico ha tratado de inculcar en ella las marcas de su amor, silencioso como “una araña” (v. 3) que teje sus hilos con paciencia, pero con mucho temor y sed de amor. El marco temporal es el ya conocido: el crepúsculo; pero ahora el yo lírico le cuenta “historias” (v. 5); ahora trata de enamorar a su “muñeca triste y dulce” (v. 6) (nótese la expresiva sinestesia) a través de las palabras. El contexto natural ayuda a la vivencia feliz del amor: “un cisne, un árbol” (v. 7); un vegetal y un animal son los testigos de su amor. Y, otra vez, como en otros poemas, el otoño, el tiempo de la cosecha, del fruto maduro. Hasta ahora, todo es felicidad.

Sin embargo, en el verso 8, el yo lírico cambia de tono y de plano temporal. Ahora ya no vive así, como expresan los verbos en pasado (“Yo que viví en un puerto desde donde te amaba”, v. 9). Y comienzan inmediatamente los miedos, la “soledad”, el “silencio” (v. 10). Un cierto estatismo mortuorio lo domina todo, como si el mundo se hubiera parado. El absurdo y la desesperación de un esfuerzo inútil por retenerla lo expresa muy bien el símil: “Así como las redes no retienen el agua” (v. 15). De nuevo se dirige a la mujer (“Muñeca mía”, v. 16), recordando que le pertenece, pero que, paradójicamente, se le escapa como las “gotas” al resbalar (v. 16).

El verso 17 marca un nuevo rumbo. El yo lírico reconoce que aún queda un canto, una melodia de sus palabras, lo que lo alegra, según expresa con la exclamación atenuada del verso 19: “oh poder celebrate con todas las palabras de alegría”. Se lanza hacia la felicidad con tres verbos de raigambre amatoria en la poesía clásica: “Cantar, arder, huir” (v. 20), en forma de infinitivo; expresar como el carácter expansivo de su ánimo. El símil siguiente de un loco en un campanario muestra la locura de amor, claro está.

El yo lírico se mira hacia dentro y le pregunta a su “triste ternura” sobre qué hace, pues parece enajenada. Pero el final es abrupto y sorprendentemente negativo: al llegar la hora del compromiso, su corazón se retrae, se acobarda “se cierra como una flor nocturna” (v. 23).

Desde el punto de vista métrico, podemos observar un claro predominio de los versos de arte mayor, pero de medida desigual. No se aprecia una rima estable; estamos, pues, ante un poema en verso libre.

 

 

Poema 14

 

Juegas todos los días con la luz del universo.                      1

Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.

Eres más que esta blanca cabecita que aprieto

como un racimo entre mis manos cada día.

A nadie te pareces desde que yo te amo.                            5

Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.

Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur?

Ah déjame recordarte como eras entonces cuando aún no existías.

De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.

El cielo es una red cuajada de peces sombríos.                   10

Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.

Se desviste la lluvia.

Pasan huyendo los pájaros.

El viento. El viento.

Yo solo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.         15

El temporal arremolina hojas oscuras

y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.

Tú estás aquí. Ah tú no huyes

Tú me responderás hasta el último grito.

Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.                          20

Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.

Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,

y tienes hasta los senos perfumados.

Mientras el viento triste galopa matando mariposas

yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.             25

Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí,

a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.

Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos

y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.

Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.                       30

Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.

Hasta te creo dueña del universo.

Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,

avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

Quiero hacer contigo                                                           35

lo que la primavera hace con los cerezos.

 

 

Exégesis

El yo lírico, en este poema, dialoga, pero sin respuestas, con la mujer, a quien llama “muñeca”. El movimiento dialéctico del poema va de una declaración desaforada de la alegría del amor compartido, a un período de dudas y acometidas de elementos externos que hacen peligrar el amor de ambos; y, finalmente, se restablece un equilibrio amatorio entre ambos. Y todo, ello, cubierto de un suave erotismo más o menos flexible al principio y al final.

Ella es la luz y el color blanco, metáforas (y símbolos) de su belleza. Lo presenta como juguetona y despreocupada (“Juegas todos los días...”, comienza el poema). La identifica con la flor, el agua y el racimo, metáforas de la frescura hermosa y apetecible. En el verso 5 introduce un sesgo en su razonamiento: al estar juntos, el yo lírico la ha transformado, haciéndola distinta y singular; se reivindica, pues, en su influencia positiva hacia ella.

Hiperboliza sobre su amor hacia ella, afirmando, a través de una interrogación retórica (v. 7), que la ama desde antes de que existiera.

En el verso 9 anuncia la llegada de fuerzas oscuras y estructuras, metaforizadas en el viento que “aúlla y golpea mi ventana cerrada”. No especifica cómo son esos peligros; acaso solo existen en su interior; es decir, los crea él a causa de sus recelos amatorios. La lluvia es torrencial y “todos” los vientos(v. 11), palabra repetida en epanadiplosis, lo abaten. Hasta el verso 17 continúa la explicación de su lucha contra las fuerzas contrarias, de origen incierto, pues el yo lírico afirma que él solo puede “luchar contra la fuerza de los hombres” (v. 15); se siente desbordado, pero no derrotado.

De los versos 18 a 20 expresa la calma provocada por la sola presencia de la mujer. Ella lo fortalece; él, al mismo tiempo, la protege “como si tuvieras miedo” (v. 20). Es la reacción protectora, y acaso algo posesiva, que ya hemos visto en otros muchos poemas. Aunque admite que parte de sus temores proceden de la mirada de ella, pues por sus ojos pasó una “sombra extraña” (v. 21), reconoce que ella le aporta felicidad y dicha, como expresa de los versos 22 al 25. La identifica con una madreselva, con perfumes; él reacciona amándola, admite que “mi alegría muerde tu boca de ciruela” (v. 25), metáfora suficientemente explícita de su erotismo. Por supuesto, el crepúsculo es el marco de este amor.

Dedica dos versos (26 y 27) para ponderar el esfuerzo que ella ha realizado para admitir la personalidad, turbulenta, “salvaje” y temerosa del yo lírico. Parece que admite una parte de la responsabilidad en las turbulencias de los vientos desestabilizadores. A partir del verso 28 reafirma su voluntad de amor compartido, a través de metáforas clásicas (“arder”, v. 28, y “palabras” como caricias, v. 30, por ejemplo). Echa su vista atrás y reconoce que la ha amado desde hace mucho, pues ella es bella como un “nácar soleado” (v. 31). Admira su control, pues la cree “dueña del universo” (v. 32). Como recompensa final, el yo lírico le promete entregarle flores “alegres” (v. 33), metáfora de dicha y amor, reforzada por la presencia de la planta ornamental llamada “copihue”, de vivos colores y otros elementos vegetales, metáforas de la frescura y espontaneidad bella y fructífera. Anuncia, para cerrar el poema, que le dará vida y belleza, pues hará con ella “lo que la primavera hace con los cerezos” (v. 36), es decir, ayudarla a florecer. El poema se cierra, pues, de modo optimista, alegre y enérgico: la acción se impone a la contemplación, la dicha a las amenazas; no todos los poemas de este libro, como hemos visto,  se cierran así.

Con treinta y seis versos, es uno de los poemas más largos de esta colección. Predominan los versos de arte mayor. No existe una rima regular, pero sí asonancias (en í-a y en é-o, por ejemplo). En conjunto, este es un poema en verso libre.

 

 

Poema 15

 

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma

emerges de las cosas, llena del alma mía.

Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,

y te pareces a la palabra melancolía;

Me gustas cuando callas y estás como distante.

Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:

déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio

claro como una lámpara, simple como un anillo.

Eres como la noche, callada y constelada.

Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

 

 

Exégesis

Este poema, bello y popular, seguramente el más conocido del poemario, ha sido comentado de modo más exhaustivo en una entrada de este blog. Se puede consultar en https://leeryescribirblog.wordpress.com/2017/09/29/me-gusta-cuando-callas-porque-estas-como-ausente-pablo-neruda-comentario-y-propuesta-didactica/

 

 

Poema 16

 

(Paráfrasis a R. Tagore)

 

En mi cielo al crepúsculo eres como una nube         1

y tu color y forma son como yo los quiero.

Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces

y viven en tu vida mis infinitos sueños.

La lámpara de mi alma te sonrosa los pies,             5

el agrio vino mío es más dulce en tus labios:

oh segadora de mi canción de atardecer,

Cómo te sienten mía mis sueños solitarios!

Eres mía, eres mía, voy gritando en la brisa

de la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda.        10

Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo

estanca como el agua tu mirada nocturna.

En la red de mi música estás presa, amor mío,

y mis redes de música son anchas como el cielo.

Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto.            15

En tus ojos de luto comienza el país del sueño.

 

 

Exégesis

El poema declara el amor dichoso que se apodera del yo lírico respecto de una mujer con la que dialoga a medias (ella no responde). También reafirma su posesión (dos veces, con la repetición de la oración “Eres mía”, vv. 3 y 9), lo que lo calma y reconforta. El tono es exultatorio y eufórico, con un componente apostrófico intenso; se dirige a ella en repetidas ocasiones, para llamar su atención o, simplemente, para que aprecie cuánto amor siente por ella. El marco natural es el esperable: un cielo con “crepúsculo”; es un momento de exaltación amorosa y de proclamación de que “eres mía” (v. 3). La repetición insiste en este sentido de la posesión. “Labios dulces” (v. 4) es una metonimia sinestésica que señala tanto la belleza de ella, como el deseo del yo lírico. Lo cual se confirma en sucesivas metáforas con elementos abstractos (“sueños”, v. 4), pero también concretos (“lámpara”, “pies”, “vino”, “segadora”, vv. 5-7). Culminan estas enumeraciones metafóricas en la exclamación retórica del verso 8: “Cómo te sienten mía mis sueños solitarios!”; podemos observar la insistencia en la posesión y en el efecto de ensoñación que su amor provoca en su persona, incluso cuando está solo. Ella lo hace mejor persona, pues convierte lo agrio en dulce (v. 5), lo que le agradece.

En el verso 9 comienza una segunda parte, la cual se abre con la proclamación de la posesión, que, hiperbólicamente, la grita en un entorno natural. Inmediatamente abre una reflexión sobre esa “mujer” (v. 3), a la que considera “cazadora” o ladrona de sí mismo, lo que le complace. Dos metáforas en torno a la “red” (vv. 13 y 14) y a la “música” expresan cómo él la ha capturado a ella. Se trata, pues, de una cacería recíproca y complaciente. Ello provoca como un renacimiento del yo lírico hacia una realidad solo entrevista en “el país del sueño” (v. 16). Ahí la felicidad del amor dichoso y no amenazado es ya infinita.

Este poema es optimista y positivo. Su perspectiva es bastante original, de raíz clásica: el amor ennoblece al yo lírico, lo hace mejor persona. Se trata, pues, de un proceso de ida (el amor hacia ella) y vuelta (ella lo corresponde y él adquiere cualidades positivas). Notemos la influencia del escritor indio Rabindranath Tagore, importante para entender el poema. Los versos alejandrinos forman serventesios en rima asonante. Imprime una suave y dulce musicalidad y dota de una gran homogeneidad el sentido y el tono del poema.

 

 

Poema 17

 

Pensando, enredando sombras en la profunda soledad.                                 1

Tú también estás lejos, ah más lejos que nadie.

Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo imágenes, enterrando lámparas.

Campanario de brumas, qué lejos, allá arriba!

Ahogando lamentos, moliendo esperanzas sombrías, molinero taciturno,       5

se te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad.

Tu presencia es ajena, extraña a mí como una cosa.

Pienso, camino largamente, mi vida antes de ti.

Mi vida antes de nadie, mi áspera vida.

El grito frente al mar, entre las piedras,                                                       10

corriendo libre, loco, en el vaho del mar.

La furia triste, el grito, la soledad del mar.

Desbocado, violento, estirado hacia el cielo.

Tú, mujer, qué eras allí, qué raya, qué varilla

de ese abanico inmenso? Estabas lejos como ahora.                                      15

Incendio en el bosque! Arde en cruces azules.

Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz.

Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio.

Y mi alma baila herida de virutas de fuego.

Quién llama? Qué silencio poblado de ecos?                                                  20

Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad.

Hora mía entre todas!

Bocina en que el viento pasa cantando.

Tanta pasión de llanto anudada a mi cuerpo.

Sacudida de todas las raíces,                                                                        25

asalto de todas las olas!

Rodaba, alegre, triste, interminable, mi alma.

Pensando, enterrando lámparas en la profunda soledad.

Quién eres tú, quién eres?

 

 

Exégesis

Ahora estamos ante un poema reflexivo, de balance final, en un momento de soledad del yo lírico. Este hace un recuento de su amor por una “mujer” que ahora está “lejos”. También se dirige a ella, confesando que la ama, pero ella no responde a su llamada, o lo hace de modo equívoco. Los versos 1 y 3 comienzan anafóricamente con “pensando”; ahí se aclara el tono introspectivo del poema. Todos los verbos, hasta el verso 6, aparecen en gerundio: es el momento del pensamiento conclusivo; y lo que el yo lírico encuentra dentro de él son experiencias negativas, metaforizadas a través de “campanario de brumas” (v. 4), “molinero taciturno” (v. 5), etc.

En el verso 6 el yo lírico siente que la ciudad se abalanza sobre él. Acaso la mujer esté a su lado, pero afirma que “Tu presencia es ajena, extraña a mí como una cosa” (v. 7). Hay algo en esa relación amorosa que la destruye en sí misma. El yo lírico bucea en su pasado, en “mi vida antes de ti” (v. 8); ahí encuentra soledad, furia y grito (vv. 9-12), tres vocablos que transmiten una rabia interna por la frustración de su vida; se siente “desbocado” y “violento” (v. 13), dos adjetivos que lo animalizan hasta lo salvaje.

Sin embargo, en el verso 14 aparece ella, a la que apostrofa ásperamente: “Tú, mujer, qué eras allí…” (vv. 14 y ss.). Insinúa que lo traiciona porque estaba a su lado físicamente, pero no emocionalmente, parece insinuar. De los versos 16 a 19 todo se vuelve una inmensa hoguera. La palabra “incendio” (v. 18) se repite seguida una de otra, como pasa con “arde”, seguida de “llamea” (v. 17). El alma del yo lírico se consume en ese fuego, que no sabemos si es de amor, o de indignación por sentirse solo, acaso abandonado; el sentido es ambiguo.

El yo lírico oye una llamada, seguida de silencio. Se pregunta quién estará allí, en ese momento tan difícil. Pero no encuentra nada, porque es la hora de la “soledad” (v. 21), la cual, de cualquier modo, lo alegran y lo calman. La repetición de la palabra “hora” imprime un sentido de actualidad e inmediatez que lo suavizan o tranquilizan, lo que enuncia exclamativamente (“Hora mía entre todas!”, v. 21).

La última parte del poema expresa un arrebato, seguramente amoroso, al contemplarla a ella, o acaso solo recordarla. La naturaleza lo acompaña en esa exaltación, pues el “viento” es una “bocina” (v. 23), las raíces se conmueven y hay un “asalto de todas las olas!” (v. 25). Este verso y el previo, en riguroso paralelismo, muestran la desazón interna, o la conmoción amorosa, pues el contexto es ambiguo. Lo cual se ve reforzado por la antítesis de los dos adjetivos aplicados a su alma: “alegre, triste” (v. 27). No sabe muy bien cómo está; y aquí vuelven los verbos en gerundio y la repetición de “Pensando” (v. 28). El yo lírico se sume de nuevo en sus pensamientos solitarios. Y al fin, reconoce que no sabe quién es ella, pues no logra comprenderla, o asir su esencia. La repetición paralelística del verso final es dramática y esclarecedora: “Quién eres tú, quién eres?” (v. 29). En realidad, no conoce a esa mujer.

El yo lírico transmite una experiencia frustrante y angustiosa. Aunque posee un tono reflexivo, también pasa por un momento de apasionamiento, tal vez solo recordado, es decir, recreado mentalmente. La mujer amada, a la que llama y le pregunta por su auténtica esencia, no responde. Solo le queda su silencio frustrante. El poema posee un ritmo atormentado y violento A ello contribuye la mezcla de versos de arte mayor y menor y la carencia de una rima reconocible, pues estamos ante una composición en verso libre.

 

 

Poema 18

 

Aquí te amo.                                                             1

En los oscuros pinos se desenreda el viento.

Fosforece la luna sobre las aguas errantes.

Andan días iguales persiguiéndose.

Se desciñe la niebla en danzantes figuras.                  5

Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.

A veces una vela. Altas, altas estrellas.

O la cruz negra de un barco.

Solo.

A veces amanezco, y hasta mi alma esta húmeda.     10

Suena, resuena el mar lejano.

Este es un puerto.

Aquí te amo.

Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.

Te estoy amando aún entre estas frías cosas.             15

A veces van mis besos en esos barcos graves,

que corren por el mar hacia donde no llegan.

Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.

son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.

Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.                 20

Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.

Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.

Pero la noche llega y comienza a cantarme.

La luna hace girar su rodaje de sueño.

Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.        25

Y como yo te amo, los pinos en el viento,

quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.

 

 

Exégesis

Una vez más, el yo lírico recrea su amor en un ambiente nocturno y marítimo, rodeado todo en un marco natural exuberante y fuerte. El primer verso, que luego se repetirá, coloca la acción en un lugar y un tiempo (a través del verbo, en presente): “Aquí te amo”. Y, por descontado, declara directamente sus sentimientos amorosos a una mujer, a la que interpela directamente. Del verso 2 al verso 8 pinta con palabras el paisaje donde se halla. El hecho de que cada verso acabe en punto y seguido sirve para destacar cada pincelada, en la que destaca un elemento natural: pinos y viento (v. 3), luna y aguas (v. 4), días (v. 4), niebla (v. 5), gaviota y ocaso (v. 6), vela y estrellas (v. 7) y cruz y barco (v. 8). Parece que acaba de pintar un cuadro de un lugar hermoso y enigmático, a partes iguales.

El verso 9 está formado por una sola palabra, marcando su importancia: “Solo”, frente al mar, buscándose a sí mismo y a ella. Introduce una primera presencia en el verso 12, señalando que está en un “puerto”. El verso 13 repite el primero, advirtiendo así de la importancia de su amor a ella, a quien se dirige. Y vuelve a repetir esa estructura sintáctica en la primera mitad del verso 14, y en el verso 15, a través de una perífrasis verbal que alarga la acción (“Te estoy amando”). Todos los verbos en presente advierten de la vigencia de las emociones del yo lírico, que las siente en el momento de su comunicación, aunque en una especie de atemporalidad.

A partir del verso 15 el poema adquiere un tono sombrío; el yo lírico no se ve correspondido; sus besos no llegan a la mujer (vv. 16-17); se siente olvidado “como esas viejas anclas” (v. 18) que ya a nadie importan. Al llegar la tarde, la soledad se agudiza. Admite que ella está lejos y él hastiado, sin rumbo.

El verso 23 introduce otro rumbo nuevo en el poema. Al llegar la noche (momento del amor y la confidencia, como hemos visto en los otros poemas), todo adquiere un tinte positivo y alegre. La luna y las estrellas son sus confidentes, junto con los pinos. Todos colaboran para que su amor hacia ella flote en el ambiente.

Estamos ante un poema muy logrado porque rehúye la exultación subjetiva para colocarse en una situación de serenidad reflexiva e intimista. Declara su amor a la mujer, que en este poema no aparece para nada, y se conforma con que la naturaleza, su aliada, ratifique su amor, que flota por el cielo y la tierra; invisible, pero verdadero. El poema está compuesto en verso libre, pues alternan versos de arte menor y mayor, de distinta medida. Sin embargo, predominan los alejandrinos y, en la segunda parte del poema, la rima asonante en é-a en versos alternos es casi regular; imprime una musicalidad suave y cadenciosa. El hecho de que, fuera de dos excepciones, cada verso forme una oración independiente contribuye a un sentido más reflexivo y pausado, sin arrebatos emocionales.

 

 

Poema 19

 

Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,       1

el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,

hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos

y tu boca que tiene la sonrisa del agua.

Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras   5

de la negra melena, cuando estiras los brazos.

Tú juegas con el sol como con un estero

y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.

Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.

Todo de ti me aleja, como del mediodía.              10

Eres la delirante juventud de la abeja,

la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.

Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,

y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.

Mariposa morena dulce y definitiva,                       15

como el trigal y el sol, la amapola y el agua.

 

 

Exégesis

Este poema, bello y popular, es seguramente también uno de los más conocidos del poemario; ha sido comentado de modo exhaustivo en una entrada de este blog. Se puede consultar en

https://leeryescribirblog.wordpress.com/2017/11/30/pablo-neruda-nina-morena-y-agil-poema-19-analisis-y-propuesta-didactica/

 

 

 

Poema 20

 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.            1

Escribir, por ejemplo: "La noche esta estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.            5

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.               10

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.            15

La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.                  20

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.             25

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,

mi alma no se contenta con haberla perdido.                   30

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

 

 

Exégesis

Este poema es atractivo porque tiene un enorme equilibrio y armonía entre el fondo y la forma, el contenido y la expresión. Por otro lado, el yo lírico evita toda manifestación es exultatoria de sentimientos amorosos, para concentrarse en la expresión melancólica y comprensiva de los vaivenes y contradicciones del sentimiento amoroso.

El yo lírico se presenta como poeta; su estado emocional es doliente y triste. Inmediatamente se concentra en el marco natural que lo rodea, pues está solo. Viento, noche y cielo (v. 4) conforman el contexto físico del yo lírico. El verso 5 repite el primero, de modo que nos da el tono del resto del poema: la tristeza que lo abate es infinita, y solo es expresable a través de los versos.

El verso 6 constituye el eje temático del poema: declara su amor por ella y el de ella, más inconstante, al menos a ojos del yo lírico, por él. A partir de aquí comienza una evocación de ese amor, unido por la noche; los abrazos  los besos se repetían “En las noches como esta”, donde sus ojos lo expresaban todo (v. 7). Y de nuevo el verso 11 repite el primero y el quinto; casi es un estribillo, como un ritornello que vuelve de vez en cuando.

A partir de aquí comienzan las paradojas, antítesis y oxímoros de toda suerte que vienen a admitir, por parte del yo lírico, la realidad: se quisieron, o no, alternativamente; se amaron, o no, por ciclos inexplicables; y se olvidaron, o no, según el rodar la vida; la vida los ha cambiado (“nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, v. 22). Al yo lírico le duele, por momentos haberla perdido. Por eso afirma que “Mi corazón la busca, y ella no está conmigo” (v. 20). Algo une la reflexión del yo lírico con los días de amor: la noche y las estrellas, los árboles, la voz, etc. Admite, egoístamente, diríamos, que “De otro. Será de otro” (v. 25), al tiempo que rescata su voz, su “cuerpo claro” (seguramente es el adjetivo más repetido en este poema)  y sus “ojos infinitos” (v. 26). Todas son metonimias de la belleza y atractivo de la mujer, a la que ya no se le habla, solo se la invoca. Con todo, el yo lírico no tiene reparo en confesar algo después que “Ya no la quiero, es cierto” (v. 27). Son las contradicciones del amor y del agudo egoísmo del amante, aquí más explícito porque, después de todo, es la voz poética, y nos da su versión, no la de ella.

El verso 29 (“Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos”) casi repite el verso 7; es la imagen de la comunicación amorosa y cierto sentido de la posesión; de ahí que confiese cierta infelicidad por “haberla perdido” (v. 30). Y ello a pesar de que eso le hace sufrir, culpándola a ella; él, poeta, se limita a constatar que son los últimos versos que le dedica. Desea olvidarla de una vez por todas para dejar de sufrir.

El poema es bastante melancólico, bajo un marco de serenidad reflexiva. Lamenta el fin del amor, cosa natural, admite. Aunque tolera que ella la olvide, lo mismo que hace él, en el penúltimo verso la culpa de su dolor, lo que rompe cierto equilibrio poético y asoma el subjetivismo egoísta romántico. El pobre poeta incomprendido y esa imagen del genio rechazado se deja entrever; el cierre desequilibra, a nuestro juicio, el equilibrio delicadamente mantenido a lo largo del poema. Los versos alejandrinos y las asonancias en versos alternos (a veces, en los pares; otras, en los impares) imprimen una musicalidad cadenciosa suave y agradable. Armoniza muy bien con el contenido nostálgico por un amor que se ha ido para no volver, aunque aún duele. El conjunto forma un hermoso poema, fresco y casi siempre verdadero.

 

 

La Canción Desesperada

 

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.                    1

El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba.

Es la hora de partir, oh abandonado!

Sobre mi corazón llueven frías corolas.                               5

Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

En ti se acumularon las guerras y los vuelos.

De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

Todo te lo tragaste, como la lejanía.

Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio !   10

Era la alegre hora del asalto y el beso.

La hora del estupor que ardía como un faro.

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,

turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y herida.                 15

Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.

Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

Hice retroceder la muralla de sombra.

anduve más allá del deseo y del acto.                                 20

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,

a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

Como un vaso albergaste la infinita ternura,

y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Era la negra, negra soledad de las islas,                             25

y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.

Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme

en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!             30

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,

el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,

aún los racimos arden picoteados de pájaros.

Oh la boca mordida, oh los besados miembros,                  35

oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo

en que nos anudamos y nos desesperamos.

Y la ternura, leve como el agua y la harina.

Y la palabra apenas comenzada en los labios.                   40

Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,

y en el cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

Oh sentina de escombros, en ti todo caía,

qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste               45

de pie como un marino en la proa de un barco.

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.

Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

Pálido buzo ciego, desventurado hondero,

descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!             50

Es la hora de partir, la dura y fría hora

que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.

Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba.                    55

Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

Es la hora de partir. Oh abandonado.

 

 

Exégesis

El último poema de este libro es el más extenso, con diferencia. Sus cincuenta y ocho versos triplican a los de un poema normal. El hecho de que lleve un título propio y se separa de los veinte restantes indica que Neruda quiso imprimirle una importancia superior. Desea llamar la atención del lector sobre él, pues es el colofón a un poemario de amor (muchas veces frustrado o malogrado) que, en general, alaba y exalta la comunicación amorosa. Este poema es amargo y triste, pero no más que otros muchos de los anteriores.

La construcción es igual que la de los anteriores: un yo lírico abatido por el fin del amor, pues se siente “abandonado” (v. 4, pero se repite varias veces a lo largo del poema). Se dirige a la mujer, o al recuerdo que queda de ella, de modo directo, como si le hablara, pero sin que ella esté presente. Los elementos naturales que contextualizan la acción son los mismos: la noche, la luna y las estrellas, los árboles y el mar, junto con el puerto y el faro. Se repita la exclamación retórica “Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!” (v. 6) y, con una variante, en la segunda parte, se repite en el verso 48. No sabemos muy bien a quién alude esta escatológica metáfora: si a él mismo, a la naturaleza que ha tolerado su soledad, o a la mujer que lo quiso y lo dejó.

El yo lírico, se siente, como ya indicamos, “abandonado”; este adjetivo declara muy bien cierta egolatría de este sujeto que se ve como centro del universo. Del verso 7 al 10 se deslizan ásperos reproches a la mujer (si es que no está hablando consigo mismo, pues sería posible). Las repeticiones de estructuras léxicas, sintácticas y estilísticas son muy frecuentes, en forma de paralelismo y de quiasmo. Un ejemplo claro lo vemos en el verso 10: “Como el mar, como el tiempo”. Imprimen una severa vehemencia al contenido del poema. Identifica su experiencia amorosa con esa mujer como un “naufragio”, en ese mismo verso. El final amargo es previsible ya desde el principio.

En el verso 11 comienza una evocación de los momentos de amor con ella. Fuego, embriaguez, claridad, pasión… Son las metáforas esperables para esta situación. Con todo, la palabra “naufragio” se repite en el verso 14, 16 y 18; es un modo de expresar que el fracaso estaba ya sellado desde el principio. Con todo, lamenta su pérdida y expresa el deseo que todavía lo acongoja; varias metonimias (“carne, carne mía”, v. 21) expresan sin rodeos su deseo de posesión carnal.

Ahora, la “evoco y hago canto” (v. 22); ha pasado el tiempo, pero mantiene una furia erótica irreprimible. La llama, casi la impreca, en varias ocasiones; la llama “mujer” (v. 21, 29, etc.), “mujer de amor” (v. 26). Lo importante es su condición de mujer, no otras circunstancias. Su pasión desatada lo empujan a una “cópula loca de esperanza y esfuerzo / en que nos anudamos y nos desesperamos” (vv. 37-38). He aquí la clave de bóveda del poema: entre el amor exultante e hiperbólico, pero carnal y erotizado, y el olvido, o el hastío, solo hay una fina línea; ella, según el yo lírico, la traspasó sin grandes problemas.

Las oraciones exclamativas que siguen, comenzando por “Oh” (vv. 43 y 48, por ejemplo) declaran bien el estado de ánimo de agitación, y hasta furia, del yo lírico. Del verso 48 al 50 parece darse lástima de sí mismo, por haberse entregado irreflexivamente a ese amor furioso. El verso 51 (“Es la hora de partir”; luego se repite en el v. 58) reconoce que todo terminó y que hay que pasar página; el verbo en presente lo reafirma implícitamente. Ahora los elementos naturales son sombríos, feos, inhóspitos, como la “sombra trémula” (v. 56) que lo acogota. No obstante, el imperativo de marchar a otro lugar se impone. La mirada atrás ya no sirve de nada. Y ha de atravesar “más allá de todo” (v. 57), con la estructura sintáctica repetida enfáticamente; es decir, ha de entrar en lo desconocido. Solo y “abandonado”, última palabra del verso. La derrota amorosa certifica el fin del poema, y aun del poemario. El yo lírico se da lástima de sí mismo, rasgo muy romántico y subjetivo que simboliza muy bien el tono de todo el libro aquí comentado. La estructura métrica es magnífica. Los versos alejandrinos, con rima asonante en los pares, en á-o, imprimen una extraña musicalidad de sobresalto algo refrenado, de reflexión accidentada por la viveza del recuerdo y el apremio del presente. La estructura métrica y de rima sostiene muy bien todo el poema, con firmeza elástica, diríamos. Es un enorme logro de este poema.

 

SUGERENCIAS PARA COMENTARIO DE TEXTO O EXÉGESIS TEXTUAL

A continuación se propone una plantilla de trabajo para cada uno de los poemas. El docente puede ampliarla, reducirla, conforme a sus circunstancias.

Comprensión lectora

1) Resume el texto recogiendo su contenido esencial (130 palabras aprox., equivalentes a 10 líneas).

2) Indica los temas tratados en breves enunciados sintéticos.

3) Señala los apartados temáticos o secciones de contenido.

4) Analiza la métrica, la rima y señala la estrofa empleada.

Interpretación y pensamiento analítico

5) Analiza cómo los recursos estilísticos crean significado (doce, aproximadamente).

6) Contextualiza al autor y su obra según su entorno social, histórico, cultural y personal del autor.

7) Interpreta y discierne la intención (¿para qué me quiere hablar de estos asuntos) y el sentido  (¿por qué y cómo me desea transmitir este tema?) del poema.

8) Valora personalmente tu apreciación lectora: pondera la actualidad y el atractivo del tema, de la disposición formal, de la originalidad creativa, etc.

Fomento de la creatividad

9) Transforma el texto con un lenguaje y en un contexto actuales, manteniendo su esencia.

10) Escribe un texto literario inspirado en el original (pero de manera libre; el texto inicial es un pretexto, no una norma).

11) Imagina una entrevista del autor con la clase. ¿Qué le preguntarías?

12) Realiza una exposición, con material digital, papel, música, imagen, etc., sobre la vida y la obra de Pablo Neruda.