Ourense (II-2021) © SVM |
Pablo Neruda (1904-1973):
Veinte
poemas de amor y una canción desesperada (1924)
Introducción
Veinte
poemas de amor y una canción desesperada es uno de los poemarios en lengua
española más influyente del siglo XX. Consagró a Neruda como un poeta original,
dueño de un lenguaje poético renovado, distinto y tremendamente expresivo.
Cuando Neruda publicó este libro apenas contaba con veinte años; era muy joven
y comenzaba con él una etapa de iniciación y aprendizaje del arte poético.
Como no podía ser de otra manera, el poeta
chileno bebió de la tradición poética española y occidental más acorde con su
talento y modo de entender la poesía. En este primer poemario, la influencia de
la tradición romántica es muy intensa. Tanto por el tema, como por el enfoque y
las formas elegidas. En esencia, cada uno de los veinte poemas y la canción
final cuentan una historia de amor, a veces complaciente, a veces desafortunada.
El subjetivismo es predominante y apabullante. Lo que en su día se celebró, hoy
resulta algo excesivo.
Un yo lírico habla de él, desde cualquier
punto de vista, y sus cuitas amorosas. Ella, la mujer, la persona amada, es la
acompañante; en muchos poemas, es la posesión. El yo lírico se mira, se
analiza, se contempla; de vez en cuando, también realiza eso mismo con ella;
justamente esos poemas de mirada más compartida y abierta son los más felices
de realización. Los excesivamente ensimismados en su narcisismo resultan menos
interesantes y, leyendo el conjunto, repetitivos y algo cansinos.
La herencia de la poesía romántica es
abrumadora. La influencia de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro es
persistente y feliz. Por ejemplo, se percibe muy bien en la integración de la
naturaleza como parte del mundo sensitivo interior del yo lírico. Neruda va un
paso más allá y elabora imágenes muy bellas y sorprendentes sobre la
identificación y correspondencia del mundo natural con el interior del sujeto
poético.
Aquí ofrecemos un análisis esencial y
clarificador de cada poema; invita a una exploración más profunda, sobre todo
desde el punto de vista estilístico; evidentemente, no puede ser completo por
razones de espacio y oportunidad. Al final se presenta una propuesta didáctica
para que el profesor pueda aplicarlo en su docencia, si lo estima conveniente, mutatis mutandis.
En tres años se celebrará el centenario de
la publicación de Veinte poemas de amor y
una canción desesperada. Podemos prever aproximaciones distintas, e incluso
contradictorias entre sí; casi seguro, todas tendrán una parte de verdad. Como
siempre ocurre en el campo literario, será mejor quedarnos con el texto,
entendido en su contexto. Si introducimos (y confundimos) la ideología (sobre
todo, la política) y la vida del autor para la interpretación y disfrute del
texto, el desenfoque y, seguramente, la apreciación errónea es la consecuencia
indeseable, pero inevitable.
Poema
1
Cuerpo
de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
1
te
pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi
cuerpo de labriego salvaje te socava
y
hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui
solo como un túnel. De mí huían los pájaros 5
y
en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para
sobrevivirme te forjé como un arma,
como
una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero
cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo
de piel, de musgo, de leche ávida y firme. 10
Ah
los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah
las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo
de mujer mía, persistirá en tu gracia.
Mi
sed, mi ansia sin limite, mi camino indeciso!
Oscuros
cauces donde la sed eterna sigue, 15
y
la fatiga sigue, y el dolor infinito.
Exégesis
En este primer poema el yo lírico recrea
con un tono exaltado y, al mismo tiempo, reflexivo, el cuerpo de la mujer que
ama y su encuentro con ella. Evoca algunos elementos del mismo (muslos, vasos
del pecho, rosas del pubis), al mismo tiempo que expresa sus reacciones de amor
eufórico hacia ella. El primer sintagma focaliza el contenido y aclara el
meollo poético: “Cuerpo de mujer”. El poema refiere también cierto recorrido
emocional que realiza el yo lírico en su encuentro con la mujer. El color
blanco, repetido en quiasmo en el verso 1, es metáfora de la belleza de ella y
de la felicidad de él. Refiere un viaje solitario, por “un túnel” (v. 5). El
momento es inquietante porque los pájaros huyen y el ambiente es nocturno.
Siente la situación como una circunstancia bélica; ella es como un “arma”, una
“piedra en mi honda” (v. 8). El yo lírico describe su propio cuerpo como de
“labriego salvaje” (v.3); enfatiza así en el carácter arrebatado de su pasión.
En el verso 9 comienza con una conjunción
adversativa, “pero”, que anuncia un cambio de tono en el discurso. El yo lírico
anuncia la “hora de la venganza”; en realidad, anuncia la unión amorosa con la
amada, a quien anuncia, en un tono dialógico, “te amo”. Esta oración es el eje
semántico del poema. El contenido previo y
posterior se explica alrededor de esta declaración, asertiva y definitiva.
Los versos siguientes presentan una exaltación de la belleza corporal de esa
mujer, comparándola constantemente con elementos naturales que evocan frescura,
espontaneidad y naturalidad. En el verso 14 realiza una declaración de amor
angustioso. No aparecen verbos, solo sintagmas que señalan como una obcecación
por ella (“sed”, “ansia” y “camino” así lo indican). El cierre del poema, en
los dos últimos versos, expresan cierto temor y angustia del yo lírico porque
se quiebre su relación amorosa. Apunta como causas el carácter turbulento de la
relación (“oscuros cauces”), el cansancio (“fatiga”), cierto remordimiento
(“dolor”) y, al fin, un elevado sufrimiento (“dolor”) del que no se explican
las causas. Nótese el contraste entre el blanco del cuerpo de la mujer y lo
negro y oscuro de la pasión que lo socava. Crea un vivo contraste que nos hace
pensar en un amor inseguro, acaso atormentado; fuerte, pero frágil.
Los tres símiles de los versos 7-8 nos
evocan un entorno bélico y agresivo.
“Para sobrevivirme te forjé como un arma, / como una flecha en mi arco,
como una piedra en mi honda”. La anáfora que establece el “como” insiste en la
idea de que la aproximación del yo lírico a la mujer amada es poco amistosa;
aparecen ingredientes agresivos. Asimismo, llama la atención el silencio
sepulcral de la mujer.
La expresión “cuerpo de mujer” se repite
anafóricamente en los versos 1, 10 y 13. En el último caso, se añade el
determinativo “mía”; cierto sentido de la posesión emerge aquí. Otro recurso
importante es la enumeración; el verso
10 presenta un ejemplo elocuente: “Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y
firme”. También nos sirve este verso para insistir en las metáforas, muchas
veces sinestésicas, que aluden a una realidad natural. Desde el punto de vista
métrico y de rima, podemos observar que los versos son de catorce sílabas
(tetradecasílabos o alejandrinos). En cuanto a la rima, observamos que, cada
cuatro versos se aprecia una rima asonante en los versos pares (2 y 4; 6 y 8;
10 y 12, etc.). La estructura métrica más próxima es la del romance heroico,
pero modificada, porque el poema no forma una tirada o serie de versos. El
efecto musical que crea es inmediato y potente. Una melodía fluida y, a la vez,
sonora y, por momentos, turbulenta, recorre el poema.
El conjunto del poema expresa una pasión
amorosa turbulenta, agitada y un tanto desgobernada. El erotismo subjetivista
es intenso, pues es el yo lírico quien percibe, vive y expresa sentimientos y
vivencias; en su momento se leyó con devoción; hoy resulta excesivo . Parece
que, por momentos, la pasión es demasiado exaltada, pues un tono de angustia y
miedo se deja entrever en las apreciaciones del yo lírico.
Poema
2
En
su llama mortal la luz te envuelve. 1
Absorta,
pálida doliente, así situada
contra
las viejas hélices del crepúsculo
que
en torno a ti da vueltas.
Muda,
mi amiga,
5
sola
en lo solitario de esta hora de muertes
y
llena de las vidas del fuego,
pura
heredera del día destruido.
Del
sol cae un racimo en tu vestido oscuro.
10
De
la noche las grandes raíces
crecen
de súbito desde tu alma,
y a
lo exterior regresan las cosas en ti ocultas.
De
modo que un pueblo pálido y azul
de
ti recién nacido se alimenta. 15
Oh
grandiosa y fecunda y magnética esclava
círculo
que en negro y dorado sucede:
erguida,
trata y logra una creación tan viva
que
sucumben sus flores, y llena es de tristeza.
Exégesis
Este poema transmite la contemplación, por
parte del yo lírico, de una mujer en el anochecer. Es un momento lúgubre y
oscuro; es una “hora de muertes” (v. 6). Pero la noche no es estática, pues
fuerzas telúricas surgen y se mueven, buscando a la mujer, que el yo lírico
considera “mi amiga”. Por eso afirma: “De la noche las grandes raíces / crecen
de súbito desde tu alma, / y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas”
(vv. 11-13). Notamos que lo que se mueve hacia la mujer, luego sale de ella,
hacia el exterior, pero revivificado.
Sin embargo, los efectos son
contradictorios. De ella se alimenta todo “un pueblo pálido y azul” (v. 14). En
ese momento, el yo lírico se deshace en alabanzas sobre esa mujer pródiga, que
ha transformado positivamente el mundo; lo hace a través de paradojas: “Oh
grandiosa y fecunda y magnética esclava” (v. 16). El polisíndeton, que une tres
adjetivos de significación estimativa, expresa la admiración hacia esa mujer,
calificada como “esclava”; acaso connote la actitud sumisa y obediente de esa
mujer.
Los últimos versos expresan antítesis
violentas, oxímoros que derivan en paradojas. El círculo (metáfora de lo
completo y lo acabado) que forma ella es “negro” y “dorado” (v. 17) a la vez. Ella está levantada, y de esta
procede a una “creación” (v. 18) extraña, pues “sucumben sus flores, y llena es
de tristeza” (v. 19). La belleza, simbolizada en las flores, muere. Y todo lo
llena la tristeza. Esta enigmática mujer se erige en el centro de la noche;
atrae hacia sí todo y lo devuelve transformado en algo positivo. Sin embargo,
el cierre es pesimista porque lo bello desaparece y la tristeza se apodera de
ella. ¿Qué proceso tan extraño es este, generado por una extraña fémina que
atrae la vida, pero todo acaba en muerte y amargura.
La medida variable de los versos, tanto de
arte mayor como menor, y la ausencia de una rima estable nos permiten afirmar
que es un poema en verso libre.
Poema
3
Ah
vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
1
lento
juego de luces, campana solitaria,
crepúsculo
cayendo en tus ojos, muñeca,
caracola
terrestre, en ti la tierra canta!
En
ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye 5
como
tú lo desees y hacia donde tú quieras.
Márcame
mi camino en tu arco de esperanza
y
soltaré en delirio mi bandada de flechas.
En
torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla
y
tu silencio acosa mis horas perseguidas, 10
y
eres tú con tus brazos de piedra transparente
donde
mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.
Ah
tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla
en
el atardecer resonante y muriendo! 15
Así
en horas profundas sobre los campos he visto
doblarse
las espigas en la boca del viento.
Exégesis
Este poema se asemeja mucho al primero. Se
trata de una descripción exaltatoria y exultatoria de la mujer amada, por un
lado; por el otro, recrea el encuentro amoroso con ella. Metaforiza a ambas con
elementos naturales: “pinos”, “olas”, “crepúsculo”, “caracola”, etc., solo en
los cuatro primeros versos. A partir del quinto verso, se expresa la entrega
amorosa. El yo lírico revive la figura de la mujer, atribuyéndole el dominio
sobre la situación: “como tú lo desees y hacia donde tú quieras” (v. 6),
afirma, sin posibilidad de defensa. Se señala el momento del día de ese
encuentro, el “atardecer” (v. 15), y se añade un rasgo de la amada pocas veces
presente, la “voz” (v. 14).
Se cierra el poema con una metáfora
natural que crea una poderosa imagen. Las espigas de un campo se doblan ante
“la boca del viento” (v.17), es decir, se crea una armonía natural de
equilibrio y apacibilidad. El yo lírico, dueño del relato, emplea bastantes
verbos en primera persona (“estoy viendo”, v. 9), o en tercera, refiriéndose a
sí mismo a través de metáforas y metonimias (“mi alma en ellos huye”, v. 5). Es
una prueba del intenso subjetivismo del poema.
La estructura métrica y de la rima es
exactamente igual al del primer poema. Son versos alejandrinos; riman los pares
en asonante, de cuatro en cuatro, de modo que forman casi un romance heroico.
Poema
4
Es
la mañana llena de tempestad 1
en
el corazón del verano.
Como
pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,
el
viento las sacude con sus viajeras manos.
Innumerable
corazón del viento
5
latiendo
sobre nuestro silencio enamorado.
Zumbando
entre los árboles, orquestal y divino,
como
una lengua llena de guerras y de cantos.
Viento
que lleva en rápido robo la hojarasca
y
desvía las flechas latientes de los pájaros. 10
Viento
que la derriba en ola sin espuma
y
sustancia sin peso, y fuegos inclinado.
Se
rompe y se sumerge su volumen de besos
combatido
en la puerta del viento del verano.
Exégesis
Este poema es original y distinto,
respecto de los anteriores. La descripción de un marco natural, una mañana
ventosa, ocupa casi todo el contenido (hasta el verso 10, inclusive). Se alude
a la mujer a través de un pronombre (“la derriba”, v. 11). Los cuatro versos
finales explican el efecto de lo que parece un encuentro amoroso entre el yo
lírico y la mujer. Entre metáforas naturales (“ola sin espuma”, “fuegos”, y,
por supuesto, “viento del verano”) más o menos alusivas a ambos, se expresa un
momento como de acompasamiento del clima con el de los dos amantes. La palabra
“viento” se repite cinco veces, lo que delata su importancia en el significado
del poema. En realidad, funciona como una metáfora de la dicha amorosa, de la
furia de amor, de la exaltación emocional.
Desde el punto de vista de la rima y la
medida de los versos, observamos que predomina el arte mayor (verso
alejandrino, pero los versos 2 y 5 son más cortos). La rima asonante en á-o, en los versos pares se mantiene a
lo largo de todo el poema. El conjunto, como en otros poemas, forma algo
parecido a un romance heroico. El poema alcanza un ritmo agitado y sostenido,
en la primera parte; en la segunda, se imprime cierta calma tensa.
Poema
5
Para
que tú me oigas
1
mis
palabras
se
adelgazan a veces
como
las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar,
cascabel ebrio
5
para
tus manos suaves como las uvas.
Y
las miro lejanas mis palabras.
Más
que mías son tuyas.
Van
trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas
trepan así por las paredes húmedas. 10
Eres
tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas
están huyendo de mi guarida oscura.
Todo
lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes
que tú poblaron la soledad que ocupas,
y
están acostumbradas más que tú a mi tristeza. 15
Ahora
quiero que digan lo que quiero decirte
para
que tú las oigas como quiero que me oigas.
El
viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes
de sueños aún a veces las tumban
Escuchas
otras voces en mi voz dolorida.
20
Llanto
de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame,
compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme,
compañera, en esa ola de angustia.
Pero
se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo
lo ocupas tú, todo lo ocupas. 25
Voy
haciendo de todas un collar infinito
para
tus blancas manos, suaves como las uvas.
Exégesis
Este poema es uno de los más hermosos de
este poemario. Se concentra en las palabras que el yo lírico le dirige a la
amada. Es una metáfora (o, mejor, metonimia) de la comunicación plena y dichosa
de ambos interlocutores. Quiere ser oído, pues fía en las palabras las
posibilidades de atraerla y que lo ame. Esas palabras se adaptan al estado de
ánimo de ambos. Por eso poseen una plasticidad enorme; se pueden hacer ligeras
“como las huellas de las gaviotas en las playas” (v. 4); este hermoso símil
expresa la versatilidad de las palabras, adaptativas a una situación variable.
Las metáforas dirigidas a la mujer, todas elogiosas y positivas (“collar,
cascabel ebrio”, v. 5) muestran el estado de arrobamiento del yo lírico hacia
ella.
El yo lírico toma distancia y mira sus
palabras como si fueran de la amada. Expresan algo del “viejo dolor” (v. 9),
metáfora del miedo de perderla, o de alguna frustración pasada, presente o
futura que planea sobre él. Las palabras se personifican y llegan a ella, pero
no dulcifican la situación, pues el yo lírico se refiere a “este juego
sangriento” (v. 11); considera a la mujer “culpable” de esta situación; se
trata de una metáfora de la tensión amorosa, por alguna razón elevada y
desazonante.
El hecho de que se le escapen las palabras
no lo consuela. Cosa que sí hace la presencia de la dama: “Todo lo llenas tú,
todo lo llenas” (v.13). La repetición del sintagma, casi como una
epanadiplosis, resalta la importancia y el dominio de la dama de la situación,
lo que no parece gustar al yo lírico. Este echa la vista atrás y anota que,
antes de ella, solo había “soledad” (v. 14) y “tristeza” (v. 15). Adopta una
actitud asertiva, e incluso apremiante, realizando tautologías y derivaciones
con los verbos “decir” (referido a él) y “oír” (referido a ella) (vv. 16-17).
Todavía no encuentra alivio, pues la “angustia” (v. 18) lo ronda y pasa a su lado,
llevada por el viento; este mismo también lleva las palabras y se siente
huérfano y vulnerable.
Llegan “huracanes de sueños que a veces
las tumban” (v. 19). Existen, pues, fuerzas superiores que hacen perder
eficacia a sus palabras dirigidas a ella. El verso 20 nos da la explicación a
sus temores: la dama también escucha a otras personas que, seguramente, la aman
desde antiguo (la repetición del adjetivo “viejas” en el v. 21 parece indicar
esto); y ella no las desatiende; esto lo lleva a él a un estado deplorable de
miseria.
De ahí que apostrofe a la mujer: “Ámame,
compañera. No me abandones. Sígueme” (v. 22) Son tres imperativos en un solo
verso. La apremia para no dejarlo solo en la angustia. En el verso siguiente,
formando concatenación, se repite el imperativo “Sígueme”; es el único modo de
escapar a la “ola de angustia” (v. 23), es decir, el miedo, que lo atenaza. El
verso 25 es una repetición casi literal del verso 13 (en aquel el verbo era
“llenar”; ahora es “ocupar”; son sinónimos, después de todo).
Parece que ha tenido éxito con sus
palabras, a juzgar por los dos últimos versos. Crea con sus palabras un cordel
inacabable con el que la va atando a ella, pues sus “blancas manos, suaves como
las uvas” (v. 27) parece que lo obedecen. Este último verso es repetición casi
exacta del verso 13. Esta parte del cuerpo es metonimia de la amada, elogiada y
admirada por su belleza natural. El poema es bastante circular, pues se cierra
con un verso bastante inicial.
Es un poema en verso libre, pues la medida
de los versos es variada (aunque predominan los de arte mayor) y no hay una
rima fija. Sin embargo, es muy perceptible una asonancia en los versos pares,
cada cuatro versos, en general jugando con la vocal a. Crea una suave y melodiosa musicalidad. Todo ello hacen de este
poema uno de los más logrados de este libro.
Poema
6
Te
recuerdo como eras en el último otoño. 1
Eras
la boina gris y el corazón en calma.
En
tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo
Y
las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada
a mis brazos como una enredadera. 5
las
hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera
de estupor en que mi sed ardía.
Dulce
jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento
viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina
gris, voz de pájaro y corazón de casa 10
hacia
donde emigraban mis profundos anhelos
y
caían mis besos alegres como brasas.
Cielo
desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu
recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más
allá de tus ojos ardían los crepúsculos. 15
Hojas
secas de otoño giraban en tu alma.
Exégesis
Este poema es una evocación, un recuerdo
de la mujer amada, de ahí los verbos en tiempo pasado, aunque en el verso 14
hay un giro al presente, analizando, precisamente, el propio recuerdo: “Tu
recuerdo es de luz”. Las connotaciones son positivas y aluden a la felicidad
del yo lírico, tanto en la vivencia amorosa pasada, como en el momento de
recordar. Este presenta un retrato de esa dama, con elementos prosopográficos y
etopéyicos. Esto ocurrió “en el último otoño” (v.1). Sabemos, pues, que la
acción se adscribe en un otoño y en la hora del “crepúsculo” (v. 3). El final
del verano y de la luz del día evocan también el final del amor. Se da como una
realidad ya acabada, sin continuidad. Vestía con “boina gris” (v.2) es un
detalle que nos sugiere la juventud y desenfado de la joven.
El yo lírico combina un elemento físico
con otro emocional; corazón con calma, ojos con crepúsculos, hojas con alma,
hojas otra vez “con voz lenta y en calma” (v. 6). En estos primeros seis versos
del poema los efectos sinestésicos son constantes, tanto en la percepción
física y emocional, como en la combinación de sensaciones, como en el ejemplo
anterior. “Apegada a mis brazos como una enredadera” (v. 5) es la metáfora del
amor firme y constante de la mujer por el yo lírico. La intensidad de esa
relación se manifiesta en el verso 7, con las esperables metáforas del amor
como una “hoguera” y “ardía”; vemos que es un amor correspondido.
Justamente en el verso 8 el yo lírico
insinúa que todo ya es recuerdo, que se acabó, como el otoño y la luz del
crepúsculo que enmarcó su relación. Tres metáforas recuerdan que ella era joven
y alegre (“boina gris”, v. 10); las otras dos evocan la voz “de pájaro” y el
corazón “de casa” de la mujer. Es alegre y generosa, lo que aumenta su
atracción. De nuevo el yo lírico recuerda su pasión, a través de la metonimia
de “mis besos alegres como brasas” (v. 12). El símil se atiene a la imaginería
clásica del amor como llama incendiaria. Adopta una perspectiva más abierta y
enmarca su relación en el “cielo” y el “campo” (v. 13); evocan amplitud, futuro
y optimismo. El verso 14 es una exclamación retórica donde se presenta a ella
con tres metáforas naturales muy bellas: luz, humo y estanque. Se trata, pues,
de la encarnación de la felicidad. Se cierra el poema con el marco natural que
lo había abierto: otoño y crepúsculo; estos dos elementos se identifican con el
alma de ella, donde las “hojas secas” giraban, es decir, daban vida a un amor
maravilloso. El poema es, pues, una evocación amorosa feliz, antes y ahora.
Todo es dichoso y agradable; de vivir, en su momento, y de recordar, ahora.
Los versos alejandrinos con rima á-a asonante en los pares, quedando
libres los impares crean un efecto musical muy hermoso. Se identifica casi con
un romance heroico (en este, los versos son endecasílabos). La cadencia suave,
el discurrir rítmico y tranquilo contribuyen a la creación de una atmósfera de
serenidad alegre y dicha evocada. Este es un poema de composición lograda.
Poema
7
Inclinado
en las tardes tiro mis tristes redes
1
a
tus ojos oceánicos.
Allí
se estira y arde en la más alta hoguera
mi
soledad que da vueltas los brazos como un
náufrago.
5
Hago
rojas señales sobre tus ojos ausentes
que
olean como el mar a la orilla de un faro.
Solo
guardas tinieblas, hembra distante y mía,
de
tu mirada emerge a veces la costa del espanto.
Inclinado
en las tardes echo mis tristes redes
10
a
ese mar que sacude tus ojos oceánicos.
Los
pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
que
centellean como mi alma cuando te amo.
Galopa
la noche en su yegua sombría
desparramando
espigas azules sobre el campo.
15
Exégesis
Este poema se emparenta con el primero y
el quinto. Afirma un amor perturbado por el miedo del sujeto lírico a perderlo.
La amada muestra cierta fatiga, hastío, o acaso atracción por otras personas.
Los dos primeros versos se repiten, con ligeras modificaciones, en los versos
10 y 11. El yo lírico se presenta metaforizado en un pescador que echa sus
redes al océano; lo que trata de capturar es el amor de ella. La situación es
ambigua y difusa. Hasta el verso 7, el resultado es negativo, pues así lo
declara la “soledad” del yo lírico, que se siente “como un náufrago” (vv. 4 y
5). La mujer no responde a su llamada, pues sus ojos están “ausentes” (v. 6).
En el verso 7 el yo lírico la nombra como “hembra distante y mía”. Desea
poseerla, pero ella, como un mar, solo deja ver “la costa del espanto” (v. 9);
eso es lo que ve él ante las “tinieblas” de ella. En efecto, el yo lírico
siente pánico por quedarse sin ella.
Como ya afirmamos, los verso 10-11 son
casi una repetición de los dos primeros. Vuelve a echar sus redes, cuan
pescador tenaz, el yo lírico; pero ahora ella es un “mar que sacude tus ojos
oceánicos”; en ella existe agitación, tormenta e inmensidad inescrutable. Los
cuatro últimos versos son ambiguos: ¿se han unido los amantes? ¿O solo es una
proyección de los deseos de él? El yo lírico declara su amor, en un contexto
nocturno bastante inquietante, pues esta es como una “yegua sombría” que avanza
“desparramando espigas azules sobre el campo” (v. 15). Esta metáfora final
parece aludir a cierto tipo de generosidad o desprendimiento de la noche en su
contacto con el campo, que parece recibir el acto benéfico de la noche (así lo
declara “espigas azules”, metáfora de frutos y cosechas).
Estamos ante un poema en verso libre. El
verso más breve, el quinto, posee tres sílabas; el más largo es el 12, con
dieciocho sílabas. Se establece una rima asonante en los versos pares en á-o (con una pequeña excepción el verso
2). La rima es, pues, romanceada. Se establece un ritmo más agitado y
turbulento que, por ejemplo, en el poema anterior, lo cual va en consonancia
con el contenido, oscuro y, hasta cierto punto, angustioso.
Poema
8
Abeja
blanca zumbas --ebria de miel en mi alma
1
y
te tuerces en lentas espirales de humo.
Soy
el desesperado, la palabra sin ecos,
el
que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.
Última
amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
5
En
mi tierra desierta eres tú la última rosa.
Ah
silenciosa!
Cierra
tus ojos profundos. Allí aletea la noche.
Ah
desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.
Tienes
ojos profundos donde la noche alea.
10
Frescos
brazos de flor y regazo de rosa.
Se
parecen tus senos a los caracoles blancos.
Ha
venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.
Ah
silenciosa!
He
aquí la soledad de donde estás ausente. 15
Llueve.
El viento del mar caza errantes gaviotas.
El
agua anda descalza por las calles mojadas.
De
aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.
Abeja
blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.
Revives
en el tiempo, delgada y silenciosa. 20
Ah
silenciosa !
Exégesis
En cada poema, como hemos visto hasta
aquí, existe una imagen central que vertebra todo el texto. En este texto es la
mujer vista como una abeja que liba, silenciosa, y lleva vida, alegría y
belleza. Se repite dos veces, como es común en estos poemas, esta metáfora
nuclear. Aquí la novedad es que también se repite la de la mariposa en vuelo.
Ambas representan a la mujer. El marco natural es hermoso, casi roza el locus amoenus. El retrato de la amada se
entrevera entre elementos de la naturaleza. Aquella habita en el alma del yo
lírico (v. 1). En los versos 3-4 confiesa que se siente “desesperado” porque lo
perdió todo. Siente el peligro de que ella desaparezca de su vida, lo que
produce angustia. De ahí que la nombre como “ansiedad última” (v. 5) y “última
rosa” (v. 6) El quiasmo insiste en la idea de situación límite en la que se
halla el yo lírico.
Aparece aquí por primera vez la
exclamación “Ah silenciosa!” (v. 7; luego se repite en el v. 14 y en el 21;
como se ve, cada siete versos se reitera, con precisión matemática). El yo
lírico exalta la belleza de ella, asimilándola a elementos hermosos y
beneficiosos de la naturaleza: estatua, flor, rosa, caracoles y mariposa (vv.
8-12). En estos mismos versos destacan las percepciones cromáticas (oscuro de
la noche, blancos, etc.). La contempla “desnuda” (v. 9). El sujeto lírico se
confiesa fascinado por su delicadeza y belleza.
A partir del verso 15 el yo lírico se
sitúa en un presente donde ella ya no está. Ahora, en otro plano temporal, en
presente, “llueve” (v. 16) y ella ya no está. Ahora el viento, el agua, las
calles, un árbol con sus hojas, etc., son los elementos que el yo lírico desea
destacar. Y se cierra el poema con la evocación de la mujer como una abeja que
va y viene (“ausente, aún zumbas en mi alma”, v. 19). La estructura es circular
y el contenido se cierra en sí mismo: la evocación es tan poderosa como la
vivencia. El silencio de la amada emerge como una cualidad superior porque en
su interior se guarda la belleza, el amor y la pasión compartida.
Estamos ante un poema métricamente
original y muy logrado. Los versos son alejandrinos, pero cada siete versos se
repite un estribillo, “Ah silenciosa!”, verso pentasílabo, ordenando el
contenido y rompiendo la posible monotonía. Existe una rima, algo variable. Los
cuatro primeros versos están romanceados en ú-o.
Desde el verso 6, la rima en ó-a,
romanceada (pero en los versos impares) es la que predomina.
Este poema es muy fértil en metáforas del
mundo natural, referidas a las cualidades de la mujer: frescura, hondura,
misterio, energía, etc. Asimismo, existe un delicado equilibro entre la
vivencia y el recuerdo, formando una realidad poética vívida y atemporal.
Paradójico, pero real en el plano poético.
Poema
9
Ebrio
de trementina y largos besos,
1
estival,
el velero de las rosas dirijo,
torcido
hacia la muerte del delgado día,
cimentado
en el sólido frenesí marino.
Pálido
y amarrado a mi agua devorante
5
cruzo
en el agrio olor del clima descubierto.
aún
vestido de gris y sonidos amargos,
y
una cimera triste de abandonada espuma.
Voy,
duro de pasiones, montado en mi ola única,
lunar,
solar, ardiente y frío, repentino, 10
dormido
en la garganta de las afortunadas
islas
blancas y dulces como caderas frescas.
Tiembla
en la noche húmeda mi vestido de besos
locamente
cargado de eléctricas gestiones,
de
modo heroico dividido en sueños 15
y
embriagadoras rosas practicándose en mí.
Aguas
arriba, en medio de las olas externas,
tu
paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos
como
un pez infinitamente pegado a mi alma
rápido
y lento en la energía subceleste.
20
Exégesis
Este poema gira en torno al yo lírico y su
viaje hacia el encuentro con la amada. La metáfora central nos lo presenta como
un marinero que dirige su barco por mares misteriosos, sorprendentes y
exuberantes, hacia el encuentro con ella, de la que se nombra solo “tu paralelo
cuerpo” (v. 18). Podemos deducir de aquí el erotismo esencial del conjunto;
esta idea se refuerza con los “largos besos” (v.1) que el yo lírico atesora,
como “ebrio”. Es el piloto de ese “velero de las rosas” (v. 2) que se dirige
hacia “la muerte del delgado día” (v. 3), parece que metáfora de la entrega
amorosa. Agua, mar, brisa, “frenesí marino” (v. 4), espuma, etc. son los
elementos que tejen ese viaje acuático. El verso 9 se abre con un verbo de
movimiento, “voy”; indica el acercamiento del yo lírico hacia la amada; su
estado de ánimo es de apasionamiento algo enardecido y descontrolado (“duro de
pasiones”, v. 9), casi enajenado, como muestran los oxímoros de los versos
siguientes (“lunar, solar, ardiente y frío”, v. 10). Toda su mente está ocupada
por el “vestido de besos” (v. 13) que intercambia con la amada. Las emociones
son positivas y eufóricas: “afortunadas / islas blancas y dulces como caderas
frescas” (vv. 11-12); señalan un estado de entrega apasionada. Las
“embriagadoras rosas” (v. 16) ratifican esta impresión. Nótese también las
frecuentes sinestesias, próximas a la paradoja, para expresar esa euforia
amorosa del yo lírico.
En algún lugar más elevado y alejado
(aguas arriba”, v. 17), los dos cuerpos se comunican en un marco de apariencia
cósmica y telúrica al mismo tiempo (“energía subceleste”, v. 20). Y ahí se
interrumpe el poema. No hay recuerdo, ni acciones posteriores. El poema, por
tanto, expresa un viaje marítimo de naturaleza amorosa, centrado en las
pulsiones del poeta. El subjetivismo es extremo, muy próximo al romanticismo.
El poema está construido con versos
alejandrinos. Apenas se percibe cierta rima asonantada en los pares (en í-o en los cuatro primeros versos, por
ejemplo). Estamos ante un poema de alejandrinos en versos blancos. El efecto
rítmico es evidente, imprimiendo un ritmo turbulento, por momentos desbordado.
Poema
10
Hemos
perdido aún este crepúsculo. 1
Nadie
nos vio esta tarde con las manos unidas
mientras
la noche azul caía sobre el mundo.
He
visto desde mi ventana
la
fiesta del poniente en los cerros lejanos. 5
A
veces como una moneda
se
encendía un pedazo de sol entre mis manos.
Yo
te recordaba con el alma apretada
de
esa tristeza que tú me conoces.
Entonces,
dónde estabas? 10
Entre
qué genes?
Diciendo
qué palabras?
Por
qué se me vendrá todo el amor de golpe
cuando
me siento triste, y te siento lejana?
Cayó
el libro que siempre se toma en el crepúsculo,
15
y
como un perro herido rodó a mis pies mi capa.
Siempre,
siempre te alejas en las tardes
hacia
donde el crepúsculo corre borrando estatuas.
Exégesis
Este es un poema más introspectivo y
reflexivo que los anteriores. El yo lírico se sitúa en un marco crepuscular
(como la gran mayoría de los poemas), pero dentro de una casa, “desde mi
ventana” (v. 4). Es el primer poema de este libro de ambientación interior,
doméstica. El crepúsculo es metáfora del encuentro entre los amantes.
Justamente, la contemplación, por parte del yo lírico, del crepúsculo le
recuerda a la mujer amada. “Yo te recordaba…” (v. 8) marca el tono melancólico
y evocador del conjunto del poema. En su soledad actual, ella ocupa su mente.
La supone lejana, viviendo otra vida con
otras personas, como se pregunta en cuatro interrogaciones retóricas, con sus
correspondientes efectos paralelísticos y enfáticos. En los cuatro versos
finales se fija en dos elementos que sufren anomalías: un libro caído y “mi
capa” (v. 16), tirada a sus pies. Son símbolos del alejamiento de ella; se
dirige hacia crepúsculo que “corre borrando estatuas” (v.18), metáfora del
olvido por parte de ella. Una vez más, el yo lírico se siente en el centro del
poema y de la pasión, solo que esta vez no es acompañada: “me siento triste, y
te siento lejana” (v. 14). Aquí radica, nos parece, el núcleo semántico del
poema: el yo lírico está abatido porque ella no lo acompaña; si es un
alejamiento físico o emocional, o los dos, no queda claro. Una vez más también,
el crepúsculo es la metáfora del momento perfecto del día, del encuentro
amoroso de los amantes; solo que esta vez, es solo un recuerdo; y ella camina
hacia otros atardeceres.
El conjunto es un poema en verso libre,
pues la medida de los versos es bastante variable. En cuanto, a la rima, sin
embargo, se aprecia un terceto inicial; después, sigue una rima asonante en á-a en los versos pares, quedando los
impares libres. Es casi un romance heroico, como la gran mayoría de los poemas
de este libro.
Poema
11
Casi
fuera del cielo ancla entre dos montañas 1
la
mitad de la luna.
Girante,
errante noche, la cavadora de ojos.
A
ver cuántas estrellas trizadas en la charca.
Hace
una cruz de luto entre mis cejas, huye. 5
Fragua
de metales azules, noches de las calladas luchas,
mi
corazón da vueltas como un volante loco.
Niña
venida de tan lejos, traída de tan lejos,
a
veces fulgurece su mirada debajo del cielo.
Quejumbre,
tempestad, remolino de furia, 10
cruza
encima de mi corazón, sin detenerte.
Viento
de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz soñolienta.
Desarraiga
los grandes árboles al otro lado de ella.
Pero
tú, clara niña, pregunta de humo, espiga.
Era
la que iba formando el viento con hojas iluminadas. 15
Detrás
de las montañas nocturnas, blanco lirio de incendio,
allá
nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.
Ansiedad
que partiste mi pecho a cuchillazos,
es
hora de seguir otro camino, donde ella no sonría.
Tempestad
que enterró las campanas, turbio revuelo de tormentas 20
para
qué tocarla ahora, para qué entristecerla.
Ay
seguir el camino que se aleja de todo,
donde
no está atajando la angustia, la muerte, el invierno,
con
sus ojos abiertos entre el rocío.
Exégesis
Este es uno de los poemas más sombríos,
lúgubres y tristes del poemario. Primero se presenta un marco espacial y
temporal: una noche con una luna anclada entre dos montañas. La montaña es
letal, pues se presenta como “cavadora de ojos” (v. 3); a quien la mira, lo
fulmina. Las estrellas también caen abatidas en una “charca” (v. 4), lugar más
bien desapacible. Esta noche siniestra también visita al yo lírico; también
queda marcado por el dolor y la angustia, a través de “una cruz de luto” (v.
5). El color azul aplicado a metales connota frío y muerte. De pronto, el yo
lírico evoca a la “niña venida de tan lejos” (v. 8); la ama tanto que su
corazón parece enloquecer.
Se desatan fuerzas oscuras que lo
atraviesan (“quejumbre, tempestad, remolino de furia”, v 10). Aunque no son
capaces de detener a la niña, acaso en su entrega amorosa. Sigue como una
jaculatoria lúgubre de acciones violentas, dispuestas en enumeración (“acarrea,
destroza, dispersa”, v. 12) negativa. Mienta a la “clara niña”, pero no sabemos
si realiza las acciones, las padece, o el yo lírico le pide que las haga, pues
los verbos pueden entenderse como primera o tercera persona, o imperativo. El
yo lírico, en medio de estas turbulencias destructoras, se ancla en ella, que
la ve resplandeciente: “clara niña, pregunta de humo, espiga” (v. 14).
La propia naturaleza le hace resplandecer
“con hojas iluminadas” (v. 15); podemos deducir que se impone al caos lúgubre
previo. Parece que se verifica cierto encuentro amoroso, como sugiere “blanco
lirio de incendio” (v. 16), que a él lo dejan mudo. Y, como en otros poemas,
esto genera “ansiedad” en el yo lírico, que parece temer ser abandonado por la
amada. Por eso decide alejarse, para no sufrir más: “ es hora de seguir otro
camino, donde ella no sonría” (v. 19). Se siente en una tempestad arrasadora,
que teme incluso tocar, pues sería inútil y, acaso contraproducente (“para qué
entristecerse”, v. 21). Lamenta con una exclamación atenuada (“Ay seguir el
camino que se aleja de todo”, v. 22) que ha de emprender un camino en soledad y
rodeado de muerte y frío. Ella sigue por allí “con sus ojos abiertos entre el
rocío” (v. 24), no sabemos si como esperanza de salvación entre tanta muerte y
angustia, o como cruel mano ejecutora de su desgracia.
Estamos ante un poema trágico y lúgubre en
un tono muy hiperbólico. El yo lírico se siente como un sonámbulo en un paisaje
agónico y tétrico. La confusión emocional de este llega a tal nivel, que no
podemos discernir si la “niña” es la salvadora o la aniquiladora del yo lírico.
Que, justamente, entró en ese estado emocional por amarla excesivamente.
En cuanto a los aspectos métricos, estamos
ante un poema en verso libre. Los versos son de arte mayor; no se percibe una
rima continua, aunque sí ciertas asonancias de vez en cuando.
Poema
12
Para
mi corazón basta tu pecho, 1
para
tu libertad bastan mis alas.
Desde
mi boca llegará hasta el cielo
lo
que estaba dormido sobre tu alma.
Es
en ti la ilusión de cada día.
5
Llegas
como el rocío a las corolas.
Socavas
el horizonte con tu ausencia.
Eternamente
en fuga como la ola.
He
dicho que cantabas en el viento
como
los pinos y como los mástiles. 10
Como
ellos eres alta y taciturna.
Y
entristeces de pronto como un viaje.
Acogedora
como un viejo camino.
Te
pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo
desperté y a veces emigran y huyen 15
pájaros
que dormían en tu alma.
Exégesis
Este poema es optimista y exultatorio. El
yo lírico desea transmitir su dicha por el amor correspondido. Establece una
suerte de diálogo con la amada (pero no lo es, puesto que ella no responde, y
ni siquiera sabemos si lo escucha). Manifiesta la complementariedad que existe
entre ellos, ya que, juntos, son mejores y más felices. Los dos versos
iniciales, que forman un riguroso paralelismo, expresan amor (a través de la
metáfora de “corazón”) y “libertad”, nombrada así, directamente. El yo lírico
vuela y exclama su dicha a los cuatro vientos, pues en ella la encuentra cada
día, incluso sin que ella fuera consciente (“lo que estaba dormido sobre tu
alma”, v. 4). Ella es la “ilusión de cada día” (v. 5), afirma, en un tono cuasi
religioso.Ella vivifica al yo lírico, que lo revive “como el rocío a las
corolas” (v. 6); el símil deja claro que ella le aporta belleza y vida.
Sin embargo, como en casi todos los poemas
previos, aparece la “ausencia”, la “fuga” (vv.
7 y 8). Es tan hermosa, reconoce, y tan misteriosa, que canta “como los
pinos y como los mástiles” (v. 10); este símil aproxima a la mujer a las
realidades físicas más hermosas y potentes. En el verso 11 reafirma la
definición de la amada con aspectos inquietantes; es “alta y taciturna” (v.
11). De nuevo gira en su discurso y admite que es “acogedora” (v. 13), es
decir, le corresponde en su amor. Los símiles referidos al mundo natural
refuerzan la idea de una mujer natural, espontánea e independiente, lo que
desasosiega al yo lírico. A veces observa cómo “huyen / pájaros que dormían en
tu alma” (vv. 15-16), le dice a ella. Hay algo en su interior que el yo lírico
no puede poseer, lo que le resulta inquietante. Parece que desea expresar
exultación y miedo al mismo tiempo, como si presagiara que todo acabará mal.
Los paralelismos, las enumeraciones y
bimembraciones dotan al poema de un ritmo cadencioso, sereno, como reflexivo.
En cuanto a los aspectos métricos, los versos son endecasílabos, lo que imprime
contención verbal (es uno de los hallazgos del poema). La asonancia en á-a se mantiene en los versos pares en
casi todo el poema; incluso los ocho primeros versos forman serventesios
(ABAB). Estamos ante un poema equilibrado, armonioso y proporcionado en cuanto
a la expresión del amor y de los temores, del peso del yo lírico y de la mujer,
nombrada siempre en segunda persona; ello imprime un tono dialógico agradable.
Poema 13
He
ido marcando con cruces de fuego 1
el
atlas blanco de tu cuerpo.
Mi
boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En
ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.
Historias
que contarte a la orilla del crepúsculo, 5
muñeca
triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un
cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El
tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.
Yo
que viví en un puerto desde donde te amaba.
La
soledad cruzada de sueño y de silencio. 10
Acorralado
entre el mar y la tristeza.
Callado,
delirante, entre dos gondoleros inmóviles.
Entre
los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo
con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así
como las redes no retienen el agua. 15
Muñeca
mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin
embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo
canta, algo sube hasta mi ávida boca.
oh
poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar,
arder, huir, como un campanario en las manos de un loco. 20
Triste
ternura mía, qué te haces de repente?
Cuando
he llegado al vértice más atrevido y frío
mi
corazón se cierra como una flor nocturna.
Exégesis
El yo lírico habla nada más comenzar el
poema y recuerda sus acciones amorosas para asegurar el amor de ella, a quien
nombra dos veces como “muñeca” (vv. 6 y 16); hoy, esta expresión, para cierto
tipo de lectores ceñidos a una lectura sociológica, puede resultar incómoda.
Para el sujeto lírico parece que es una metáfora de la delicadeza y hermosura
de la mujer amada. El movimiento emocional es el ya conocido: expresión
desaforada del amor y del encuentro amoroso, para dar paso a los miedos y
temores del abandono, por no poder comprenderla, acaso por ser excesivamente
profunda para el yo lírico.
Los cuatro primeros versos aclaran que el
yo lírico ha tratado de inculcar en ella las marcas de su amor, silencioso como
“una araña” (v. 3) que teje sus hilos con paciencia, pero con mucho temor y sed
de amor. El marco temporal es el ya conocido: el crepúsculo; pero ahora el yo
lírico le cuenta “historias” (v. 5); ahora trata de enamorar a su “muñeca
triste y dulce” (v. 6) (nótese la expresiva sinestesia) a través de las
palabras. El contexto natural ayuda a la vivencia feliz del amor: “un cisne, un
árbol” (v. 7); un vegetal y un animal son los testigos de su amor. Y, otra vez,
como en otros poemas, el otoño, el tiempo de la cosecha, del fruto maduro.
Hasta ahora, todo es felicidad.
Sin embargo, en el verso 8, el yo lírico
cambia de tono y de plano temporal. Ahora ya no vive así, como expresan los
verbos en pasado (“Yo que viví en un puerto desde donde te amaba”, v. 9). Y
comienzan inmediatamente los miedos, la “soledad”, el “silencio” (v. 10). Un
cierto estatismo mortuorio lo domina todo, como si el mundo se hubiera parado.
El absurdo y la desesperación de un esfuerzo inútil por retenerla lo expresa
muy bien el símil: “Así como las redes no retienen el agua” (v. 15). De nuevo
se dirige a la mujer (“Muñeca mía”, v. 16), recordando que le pertenece, pero
que, paradójicamente, se le escapa como las “gotas” al resbalar (v. 16).
El verso 17 marca un nuevo rumbo. El yo
lírico reconoce que aún queda un canto, una melodia de sus palabras, lo que lo
alegra, según expresa con la exclamación atenuada del verso 19: “oh poder
celebrate con todas las palabras de alegría”. Se lanza hacia la felicidad con
tres verbos de raigambre amatoria en la poesía clásica: “Cantar, arder, huir”
(v. 20), en forma de infinitivo; expresar como el carácter expansivo de su
ánimo. El símil siguiente de un loco en un campanario muestra la locura de
amor, claro está.
El yo lírico se mira hacia dentro y le
pregunta a su “triste ternura” sobre qué hace, pues parece enajenada. Pero el
final es abrupto y sorprendentemente negativo: al llegar la hora del
compromiso, su corazón se retrae, se acobarda “se cierra como una flor
nocturna” (v. 23).
Desde el punto de vista métrico, podemos
observar un claro predominio de los versos de arte mayor, pero de medida
desigual. No se aprecia una rima estable; estamos, pues, ante un poema en verso
libre.
Poema
14
Juegas
todos los días con la luz del universo. 1
Sutil
visitadora, llegas en la flor y en el agua.
Eres
más que esta blanca cabecita que aprieto
como
un racimo entre mis manos cada día.
A
nadie te pareces desde que yo te amo. 5
Déjame
tenderte entre guirnaldas amarillas.
Quién
escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur?
Ah
déjame recordarte como eras entonces cuando aún no existías.
De
pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
El
cielo es una red cuajada de peces sombríos. 10
Aquí
vienen a dar todos los vientos, todos.
Se
desviste la lluvia.
Pasan
huyendo los pájaros.
El
viento. El viento.
Yo
solo puedo luchar contra la fuerza de los hombres. 15
El
temporal arremolina hojas oscuras
y
suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.
Tú
estás aquí. Ah tú no huyes
Tú
me responderás hasta el último grito.
Ovíllate
a mi lado como si tuvieras miedo. 20
Sin
embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.
Ahora,
ahora también, pequeña, me traes madreselvas,
y
tienes hasta los senos perfumados.
Mientras
el viento triste galopa matando mariposas
yo
te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela. 25
Cuanto
te habrá dolido acostumbrarte a mí,
a
mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
Hemos
visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
y
sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.
Mis
palabras llovieron sobre ti acariciándote. 30
Amé
desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta
te creo dueña del universo.
Te
traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas
oscuras, y cestas silvestres de besos.
Quiero
hacer contigo
35
lo
que la primavera hace con los cerezos.
Exégesis
El yo lírico, en este poema, dialoga, pero
sin respuestas, con la mujer, a quien llama “muñeca”. El movimiento dialéctico
del poema va de una declaración desaforada de la alegría del amor compartido, a
un período de dudas y acometidas de elementos externos que hacen peligrar el
amor de ambos; y, finalmente, se restablece un equilibrio amatorio entre ambos.
Y todo, ello, cubierto de un suave erotismo más o menos flexible al principio y
al final.
Ella es la luz y el color blanco,
metáforas (y símbolos) de su belleza. Lo presenta como juguetona y
despreocupada (“Juegas todos los días...”, comienza el poema). La identifica
con la flor, el agua y el racimo, metáforas de la frescura hermosa y
apetecible. En el verso 5 introduce un sesgo en su razonamiento: al estar
juntos, el yo lírico la ha transformado, haciéndola distinta y singular; se
reivindica, pues, en su influencia positiva hacia ella.
Hiperboliza sobre su amor hacia ella,
afirmando, a través de una interrogación retórica (v. 7), que la ama desde
antes de que existiera.
En el verso 9 anuncia la llegada de
fuerzas oscuras y estructuras, metaforizadas en el viento que “aúlla y golpea
mi ventana cerrada”. No especifica cómo son esos peligros; acaso solo existen
en su interior; es decir, los crea él a causa de sus recelos amatorios. La
lluvia es torrencial y “todos” los vientos(v. 11), palabra repetida en
epanadiplosis, lo abaten. Hasta el verso 17 continúa la explicación de su lucha
contra las fuerzas contrarias, de origen incierto, pues el yo lírico afirma que
él solo puede “luchar contra la fuerza de los hombres” (v. 15); se siente
desbordado, pero no derrotado.
De los versos 18 a 20 expresa la calma
provocada por la sola presencia de la mujer. Ella lo fortalece; él, al mismo
tiempo, la protege “como si tuvieras miedo” (v. 20). Es la reacción protectora,
y acaso algo posesiva, que ya hemos visto en otros muchos poemas. Aunque admite
que parte de sus temores proceden de la mirada de ella, pues por sus ojos pasó
una “sombra extraña” (v. 21), reconoce que ella le aporta felicidad y dicha,
como expresa de los versos 22 al 25. La identifica con una madreselva, con
perfumes; él reacciona amándola, admite que “mi alegría muerde tu boca de
ciruela” (v. 25), metáfora suficientemente explícita de su erotismo. Por
supuesto, el crepúsculo es el marco de este amor.
Dedica dos versos (26 y 27) para ponderar
el esfuerzo que ella ha realizado para admitir la personalidad, turbulenta,
“salvaje” y temerosa del yo lírico. Parece que admite una parte de la
responsabilidad en las turbulencias de los vientos desestabilizadores. A partir
del verso 28 reafirma su voluntad de amor compartido, a través de metáforas clásicas
(“arder”, v. 28, y “palabras” como caricias, v. 30, por ejemplo). Echa su vista
atrás y reconoce que la ha amado desde hace mucho, pues ella es bella como un
“nácar soleado” (v. 31). Admira su control, pues la cree “dueña del universo”
(v. 32). Como recompensa final, el yo lírico le promete entregarle flores
“alegres” (v. 33), metáfora de dicha y amor, reforzada por la presencia de la
planta ornamental llamada “copihue”, de vivos colores y otros elementos
vegetales, metáforas de la frescura y espontaneidad bella y fructífera.
Anuncia, para cerrar el poema, que le dará vida y belleza, pues hará con ella
“lo que la primavera hace con los cerezos” (v. 36), es decir, ayudarla a
florecer. El poema se cierra, pues, de modo optimista, alegre y enérgico: la acción
se impone a la contemplación, la dicha a las amenazas; no todos los poemas de
este libro, como hemos visto, se cierran
así.
Con treinta y seis versos, es uno de los
poemas más largos de esta colección. Predominan los versos de arte mayor. No
existe una rima regular, pero sí asonancias (en í-a y en é-o, por
ejemplo). En conjunto, este es un poema en verso libre.
Poema
15
Me
gustas cuando callas porque estás como ausente,
y
me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece
que los ojos se te hubieran volado
y
parece que un beso te cerrara la boca.
Como
todas las cosas están llenas de mi alma
emerges
de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa
de sueño, te pareces a mi alma,
y
te pareces a la palabra melancolía;
Me
gustas cuando callas y estás como distante.
Y
estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y
me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame
que me calle con el silencio tuyo.
Déjame
que te hable también con tu silencio
claro
como una lámpara, simple como un anillo.
Eres
como la noche, callada y constelada.
Tu
silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me
gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante
y dolorosa como si hubieras muerto.
Una
palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y
estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Exégesis
Este poema, bello y popular, seguramente
el más conocido del poemario, ha sido comentado de modo más exhaustivo en una
entrada de este blog. Se puede consultar en
https://leeryescribirblog.wordpress.com/2017/09/29/me-gusta-cuando-callas-porque-estas-como-ausente-pablo-neruda-comentario-y-propuesta-didactica/
Poema
16
(Paráfrasis
a R. Tagore)
En
mi cielo al crepúsculo eres como una nube 1
y
tu color y forma son como yo los quiero.
Eres
mía, eres mía, mujer de labios dulces
y
viven en tu vida mis infinitos sueños.
La
lámpara de mi alma te sonrosa los pies, 5
el
agrio vino mío es más dulce en tus labios:
oh
segadora de mi canción de atardecer,
Cómo
te sienten mía mis sueños solitarios!
Eres
mía, eres mía, voy gritando en la brisa
de
la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda. 10
Cazadora
del fondo de mis ojos, tu robo
estanca
como el agua tu mirada nocturna.
En
la red de mi música estás presa, amor mío,
y
mis redes de música son anchas como el cielo.
Mi
alma nace a la orilla de tus ojos de luto. 15
En
tus ojos de luto comienza el país del sueño.
Exégesis
El poema declara el amor dichoso que se
apodera del yo lírico respecto de una mujer con la que dialoga a medias (ella
no responde). También reafirma su posesión (dos veces, con la repetición de la
oración “Eres mía”, vv. 3 y 9), lo que lo calma y reconforta. El tono es
exultatorio y eufórico, con un componente apostrófico intenso; se dirige a ella
en repetidas ocasiones, para llamar su atención o, simplemente, para que
aprecie cuánto amor siente por ella. El marco natural es el esperable: un cielo
con “crepúsculo”; es un momento de exaltación amorosa y de proclamación de que
“eres mía” (v. 3). La repetición insiste en este sentido de la posesión.
“Labios dulces” (v. 4) es una metonimia sinestésica que señala tanto la belleza
de ella, como el deseo del yo lírico. Lo cual se confirma en sucesivas
metáforas con elementos abstractos (“sueños”, v. 4), pero también concretos
(“lámpara”, “pies”, “vino”, “segadora”, vv. 5-7). Culminan estas enumeraciones
metafóricas en la exclamación retórica del verso 8: “Cómo te sienten mía mis
sueños solitarios!”; podemos observar la insistencia en la posesión y en el
efecto de ensoñación que su amor provoca en su persona, incluso cuando está
solo. Ella lo hace mejor persona, pues convierte lo agrio en dulce (v. 5), lo
que le agradece.
En el verso 9 comienza una segunda parte,
la cual se abre con la proclamación de la posesión, que, hiperbólicamente, la
grita en un entorno natural. Inmediatamente abre una reflexión sobre esa
“mujer” (v. 3), a la que considera “cazadora” o ladrona de sí mismo, lo que le
complace. Dos metáforas en torno a la “red” (vv. 13 y 14) y a la “música”
expresan cómo él la ha capturado a ella. Se trata, pues, de una cacería
recíproca y complaciente. Ello provoca como un renacimiento del yo lírico hacia
una realidad solo entrevista en “el país del sueño” (v. 16). Ahí la felicidad
del amor dichoso y no amenazado es ya infinita.
Este poema es optimista y positivo. Su
perspectiva es bastante original, de raíz clásica: el amor ennoblece al yo
lírico, lo hace mejor persona. Se trata, pues, de un proceso de ida (el amor
hacia ella) y vuelta (ella lo corresponde y él adquiere cualidades positivas).
Notemos la influencia del escritor indio Rabindranath Tagore, importante para
entender el poema. Los versos alejandrinos forman serventesios en rima
asonante. Imprime una suave y dulce musicalidad y dota de una gran homogeneidad
el sentido y el tono del poema.
Poema
17
Pensando,
enredando sombras en la profunda soledad. 1
Tú
también estás lejos, ah más lejos que nadie.
Pensando,
soltando pájaros, desvaneciendo imágenes, enterrando lámparas.
Campanario
de brumas, qué lejos, allá arriba!
Ahogando
lamentos, moliendo esperanzas sombrías, molinero taciturno, 5
se
te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad.
Tu
presencia es ajena, extraña a mí como una cosa.
Pienso,
camino largamente, mi vida antes de ti.
Mi
vida antes de nadie, mi áspera vida.
El
grito frente al mar, entre las piedras,
10
corriendo
libre, loco, en el vaho del mar.
La
furia triste, el grito, la soledad del mar.
Desbocado,
violento, estirado hacia el cielo.
Tú,
mujer, qué eras allí, qué raya, qué varilla
de
ese abanico inmenso? Estabas lejos como ahora. 15
Incendio
en el bosque! Arde en cruces azules.
Arde,
arde, llamea, chispea en árboles de luz.
Se derrumba,
crepita. Incendio. Incendio.
Y
mi alma baila herida de virutas de fuego.
Quién
llama? Qué silencio poblado de ecos?
20
Hora
de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad.
Hora
mía entre todas!
Bocina
en que el viento pasa cantando.
Tanta
pasión de llanto anudada a mi cuerpo.
Sacudida
de todas las raíces,
25
asalto
de todas las olas!
Rodaba,
alegre, triste, interminable, mi alma.
Pensando,
enterrando lámparas en la profunda soledad.
Quién
eres tú, quién eres?
Exégesis
Ahora estamos ante un poema reflexivo, de
balance final, en un momento de soledad del yo lírico. Este hace un recuento de
su amor por una “mujer” que ahora está “lejos”. También se dirige a ella,
confesando que la ama, pero ella no responde a su llamada, o lo hace de modo
equívoco. Los versos 1 y 3 comienzan anafóricamente con “pensando”; ahí se
aclara el tono introspectivo del poema. Todos los verbos, hasta el verso 6,
aparecen en gerundio: es el momento del pensamiento conclusivo; y lo que el yo
lírico encuentra dentro de él son experiencias negativas, metaforizadas a
través de “campanario de brumas” (v. 4), “molinero taciturno” (v. 5), etc.
En el verso 6 el yo lírico siente que la
ciudad se abalanza sobre él. Acaso la mujer esté a su lado, pero afirma que “Tu
presencia es ajena, extraña a mí como una cosa” (v. 7). Hay algo en esa
relación amorosa que la destruye en sí misma. El yo lírico bucea en su pasado,
en “mi vida antes de ti” (v. 8); ahí encuentra soledad, furia y grito (vv.
9-12), tres vocablos que transmiten una rabia interna por la frustración de su
vida; se siente “desbocado” y “violento” (v. 13), dos adjetivos que lo
animalizan hasta lo salvaje.
Sin embargo, en el verso 14 aparece ella,
a la que apostrofa ásperamente: “Tú, mujer, qué eras allí…” (vv. 14 y ss.).
Insinúa que lo traiciona porque estaba a su lado físicamente, pero no
emocionalmente, parece insinuar. De los versos 16 a 19 todo se vuelve una
inmensa hoguera. La palabra “incendio” (v. 18) se repite seguida una de otra,
como pasa con “arde”, seguida de “llamea” (v. 17). El alma del yo lírico se
consume en ese fuego, que no sabemos si es de amor, o de indignación por
sentirse solo, acaso abandonado; el sentido es ambiguo.
El yo lírico oye una llamada, seguida de
silencio. Se pregunta quién estará allí, en ese momento tan difícil. Pero no
encuentra nada, porque es la hora de la “soledad” (v. 21), la cual, de
cualquier modo, lo alegran y lo calman. La repetición de la palabra “hora”
imprime un sentido de actualidad e inmediatez que lo suavizan o tranquilizan,
lo que enuncia exclamativamente (“Hora mía entre todas!”, v. 21).
La última parte del poema expresa un
arrebato, seguramente amoroso, al contemplarla a ella, o acaso solo recordarla.
La naturaleza lo acompaña en esa exaltación, pues el “viento” es una “bocina”
(v. 23), las raíces se conmueven y hay un “asalto de todas las olas!” (v. 25).
Este verso y el previo, en riguroso paralelismo, muestran la desazón interna, o
la conmoción amorosa, pues el contexto es ambiguo. Lo cual se ve reforzado por
la antítesis de los dos adjetivos aplicados a su alma: “alegre, triste” (v.
27). No sabe muy bien cómo está; y aquí vuelven los verbos en gerundio y la
repetición de “Pensando” (v. 28). El yo lírico se sume de nuevo en sus
pensamientos solitarios. Y al fin, reconoce que no sabe quién es ella, pues no
logra comprenderla, o asir su esencia. La repetición paralelística del verso
final es dramática y esclarecedora: “Quién eres tú, quién eres?” (v. 29). En
realidad, no conoce a esa mujer.
El yo lírico transmite una experiencia
frustrante y angustiosa. Aunque posee un tono reflexivo, también pasa por un
momento de apasionamiento, tal vez solo recordado, es decir, recreado
mentalmente. La mujer amada, a la que llama y le pregunta por su auténtica
esencia, no responde. Solo le queda su silencio frustrante. El poema posee un
ritmo atormentado y violento A ello contribuye la mezcla de versos de arte
mayor y menor y la carencia de una rima reconocible, pues estamos ante una
composición en verso libre.
Poema
18
Aquí
te amo.
1
En
los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece
la luna sobre las aguas errantes.
Andan
días iguales persiguiéndose.
Se
desciñe la niebla en danzantes figuras. 5
Una
gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A
veces una vela. Altas, altas estrellas.
O
la cruz negra de un barco.
Solo.
A
veces amanezco, y hasta mi alma esta húmeda.
10
Suena,
resuena el mar lejano.
Este
es un puerto.
Aquí
te amo.
Aquí
te amo y en vano te oculta el horizonte.
Te
estoy amando aún entre estas frías cosas. 15
A
veces van mis besos en esos barcos graves,
que
corren por el mar hacia donde no llegan.
Ya
me veo olvidado como estas viejas anclas.
son
más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
Se
fatiga mi vida inútilmente hambrienta. 20
Amo
lo que no tengo. Estás tú tan distante.
Mi
hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero
la noche llega y comienza a cantarme.
La
luna hace girar su rodaje de sueño.
Me
miran con tus ojos las estrellas más grandes. 25
Y
como yo te amo, los pinos en el viento,
quieren
cantar tu nombre con sus hojas de alambre.
Exégesis
Una vez más, el yo lírico recrea su amor
en un ambiente nocturno y marítimo, rodeado todo en un marco natural exuberante
y fuerte. El primer verso, que luego se repetirá, coloca la acción en un lugar
y un tiempo (a través del verbo, en presente): “Aquí te amo”. Y, por
descontado, declara directamente sus sentimientos amorosos a una mujer, a la
que interpela directamente. Del verso 2 al verso 8 pinta con palabras el
paisaje donde se halla. El hecho de que cada verso acabe en punto y seguido
sirve para destacar cada pincelada, en la que destaca un elemento natural:
pinos y viento (v. 3), luna y aguas (v. 4), días (v. 4), niebla (v. 5), gaviota
y ocaso (v. 6), vela y estrellas (v. 7) y cruz y barco (v. 8). Parece que acaba
de pintar un cuadro de un lugar hermoso y enigmático, a partes iguales.
El verso 9 está formado por una sola
palabra, marcando su importancia: “Solo”, frente al mar, buscándose a sí mismo
y a ella. Introduce una primera presencia en el verso 12, señalando que está en
un “puerto”. El verso 13 repite el primero, advirtiendo así de la importancia
de su amor a ella, a quien se dirige. Y vuelve a repetir esa estructura
sintáctica en la primera mitad del verso 14, y en el verso 15, a través de una
perífrasis verbal que alarga la acción (“Te estoy amando”). Todos los verbos en
presente advierten de la vigencia de las emociones del yo lírico, que las
siente en el momento de su comunicación, aunque en una especie de
atemporalidad.
A partir del verso 15 el poema adquiere un
tono sombrío; el yo lírico no se ve correspondido; sus besos no llegan a la
mujer (vv. 16-17); se siente olvidado “como esas viejas anclas” (v. 18) que ya
a nadie importan. Al llegar la tarde, la soledad se agudiza. Admite que ella
está lejos y él hastiado, sin rumbo.
El verso 23 introduce otro rumbo nuevo en
el poema. Al llegar la noche (momento del amor y la confidencia, como hemos
visto en los otros poemas), todo adquiere un tinte positivo y alegre. La luna y
las estrellas son sus confidentes, junto con los pinos. Todos colaboran para
que su amor hacia ella flote en el ambiente.
Estamos ante un poema muy logrado porque
rehúye la exultación subjetiva para colocarse en una situación de serenidad
reflexiva e intimista. Declara su amor a la mujer, que en este poema no aparece
para nada, y se conforma con que la naturaleza, su aliada, ratifique su amor,
que flota por el cielo y la tierra; invisible, pero verdadero. El poema está
compuesto en verso libre, pues alternan versos de arte menor y mayor, de
distinta medida. Sin embargo, predominan los alejandrinos y, en la segunda
parte del poema, la rima asonante en é-a
en versos alternos es casi regular; imprime una musicalidad suave y cadenciosa.
El hecho de que, fuera de dos excepciones, cada verso forme una oración
independiente contribuye a un sentido más reflexivo y pausado, sin arrebatos
emocionales.
Poema
19
Niña
morena y ágil, el sol que hace las frutas,
1
el
que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo
tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y
tu boca que tiene la sonrisa del agua.
Un
sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras 5
de
la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú
juegas con el sol como con un estero
y
él te deja en los ojos dos oscuros remansos.
Niña
morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo
de ti me aleja, como del mediodía.
10
Eres
la delirante juventud de la abeja,
la
embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Mi
corazón sombrío te busca, sin embargo,
y
amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa
morena dulce y definitiva,
15
como
el trigal y el sol, la amapola y el agua.
Exégesis
Este poema, bello y popular, es
seguramente también uno de los más conocidos del poemario; ha sido comentado de
modo exhaustivo en una entrada de este blog. Se puede consultar en
Poema
20
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche. 1
Escribir,
por ejemplo: "La noche esta estrellada,
y
tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El
viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche. 5
Yo
la quise, y a veces ella también me quiso.
En
las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La
besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella
me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo
no haber amado sus grandes ojos fijos. 10
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar
que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír
la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y
el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué
importa que mi amor no pudiera guardarla. 15
La
noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso
es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi
alma no se contenta con haberla perdido.
Como
para acercarla mi mirada la busca.
Mi
corazón la busca, y ella no está conmigo. 20
La
misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros,
los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya
no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi
voz buscaba el viento para tocar su oído.
De
otro. Será de otro. Como antes de mis besos. 25
Su
voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya
no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es
tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque
en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi
alma no se contenta con haberla perdido. 30
Aunque
éste sea el último dolor que ella me causa,
y
éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Exégesis
Este poema es atractivo porque tiene un
enorme equilibrio y armonía entre el fondo y la forma, el contenido y la
expresión. Por otro lado, el yo lírico evita toda manifestación es exultatoria
de sentimientos amorosos, para concentrarse en la expresión melancólica y
comprensiva de los vaivenes y contradicciones del sentimiento amoroso.
El yo lírico se presenta como poeta; su
estado emocional es doliente y triste. Inmediatamente se concentra en el marco
natural que lo rodea, pues está solo. Viento, noche y cielo (v. 4) conforman el
contexto físico del yo lírico. El verso 5 repite el primero, de modo que nos da
el tono del resto del poema: la tristeza que lo abate es infinita, y solo es
expresable a través de los versos.
El verso 6 constituye el eje temático del
poema: declara su amor por ella y el de ella, más inconstante, al menos a ojos
del yo lírico, por él. A partir de aquí comienza una evocación de ese amor,
unido por la noche; los abrazos los
besos se repetían “En las noches como esta”, donde sus ojos lo expresaban todo
(v. 7). Y de nuevo el verso 11 repite el primero y el quinto; casi es un
estribillo, como un ritornello que vuelve de vez en cuando.
A partir de aquí comienzan las paradojas,
antítesis y oxímoros de toda suerte que vienen a admitir, por parte del yo
lírico, la realidad: se quisieron, o no, alternativamente; se amaron, o no, por
ciclos inexplicables; y se olvidaron, o no, según el rodar la vida; la vida los
ha cambiado (“nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, v. 22). Al yo
lírico le duele, por momentos haberla perdido. Por eso afirma que “Mi corazón
la busca, y ella no está conmigo” (v. 20). Algo une la reflexión del yo lírico
con los días de amor: la noche y las estrellas, los árboles, la voz, etc.
Admite, egoístamente, diríamos, que “De otro. Será de otro” (v. 25), al tiempo
que rescata su voz, su “cuerpo claro” (seguramente es el adjetivo más repetido
en este poema) y sus “ojos infinitos”
(v. 26). Todas son metonimias de la belleza y atractivo de la mujer, a la que
ya no se le habla, solo se la invoca. Con todo, el yo lírico no tiene reparo en
confesar algo después que “Ya no la quiero, es cierto” (v. 27). Son las contradicciones
del amor y del agudo egoísmo del amante, aquí más explícito porque, después de
todo, es la voz poética, y nos da su versión, no la de ella.
El verso 29 (“Porque en noches como esta
la tuve entre mis brazos”) casi repite el verso 7; es la imagen de la
comunicación amorosa y cierto sentido de la posesión; de ahí que confiese
cierta infelicidad por “haberla perdido” (v. 30). Y ello a pesar de que eso le
hace sufrir, culpándola a ella; él, poeta, se limita a constatar que son los
últimos versos que le dedica. Desea olvidarla de una vez por todas para dejar
de sufrir.
El poema es bastante melancólico, bajo un
marco de serenidad reflexiva. Lamenta el fin del amor, cosa natural, admite.
Aunque tolera que ella la olvide, lo mismo que hace él, en el penúltimo verso
la culpa de su dolor, lo que rompe cierto equilibrio poético y asoma el
subjetivismo egoísta romántico. El pobre poeta incomprendido y esa imagen del
genio rechazado se deja entrever; el cierre desequilibra, a nuestro juicio, el
equilibrio delicadamente mantenido a lo largo del poema. Los versos
alejandrinos y las asonancias en versos alternos (a veces, en los pares; otras,
en los impares) imprimen una musicalidad cadenciosa suave y agradable. Armoniza
muy bien con el contenido nostálgico por un amor que se ha ido para no volver,
aunque aún duele. El conjunto forma un hermoso poema, fresco y casi siempre
verdadero.
La
Canción Desesperada
Emerge
tu recuerdo de la noche en que estoy. 1
El
río anuda al mar su lamento obstinado.
Abandonado
como los muelles en el alba.
Es
la hora de partir, oh abandonado!
Sobre
mi corazón llueven frías corolas. 5
Oh
sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!
En
ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De
ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo
te lo tragaste, como la lejanía.
Como
el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio ! 10
Era
la alegre hora del asalto y el beso.
La
hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad
de piloto, furia de buzo ciego,
turbia
embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!
En
la infancia de niebla mi alma alada y herida. 15
Descubridor
perdido, todo en ti fue naufragio!
Te
ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te
tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!
Hice
retroceder la muralla de sombra.
anduve
más allá del deseo y del acto. 20
Oh
carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a
ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.
Como
un vaso albergaste la infinita ternura,
y
el infinito olvido te trizó como a un vaso.
Era
la negra, negra soledad de las islas, 25
y
allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
Era
la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era
el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.
Ah
mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en
la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos! 30
Mi
deseo de ti fue el más terrible y corto,
el
más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio
de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún
los racimos arden picoteados de pájaros.
Oh
la boca mordida, oh los besados miembros, 35
oh
los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh
la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en
que nos anudamos y nos desesperamos.
Y
la ternura, leve como el agua y la harina.
Y
la palabra apenas comenzada en los labios. 40
Ese
fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y
en el cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!
Oh
sentina de escombros, en ti todo caía,
qué
dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.
De
tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste 45
de
pie como un marino en la proa de un barco.
Aún
floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh
sentina de escombros, pozo abierto y amargo.
Pálido
buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor
perdido, todo en ti fue naufragio!
50
Es
la hora de partir, la dura y fría hora
que
la noche sujeta a todo horario.
El
cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen
frías estrellas, emigran negros pájaros.
Abandonado
como los muelles en el alba.
55
Sólo
la sombra trémula se retuerce en mis manos.
Ah
más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es
la hora de partir. Oh abandonado.
Exégesis
El último poema de este libro es el más
extenso, con diferencia. Sus cincuenta y ocho versos triplican a los de un
poema normal. El hecho de que lleve un título propio y se separa de los veinte
restantes indica que Neruda quiso imprimirle una importancia superior. Desea
llamar la atención del lector sobre él, pues es el colofón a un poemario de
amor (muchas veces frustrado o malogrado) que, en general, alaba y exalta la
comunicación amorosa. Este poema es amargo y triste, pero no más que otros
muchos de los anteriores.
La construcción es igual que la de los
anteriores: un yo lírico abatido por el fin del amor, pues se siente
“abandonado” (v. 4, pero se repite varias veces a lo largo del poema). Se
dirige a la mujer, o al recuerdo que queda de ella, de modo directo, como si le
hablara, pero sin que ella esté presente. Los elementos naturales que
contextualizan la acción son los mismos: la noche, la luna y las estrellas, los
árboles y el mar, junto con el puerto y el faro. Se repita la exclamación
retórica “Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!” (v. 6) y, con una
variante, en la segunda parte, se repite en el verso 48. No sabemos muy bien a
quién alude esta escatológica metáfora: si a él mismo, a la naturaleza que ha
tolerado su soledad, o a la mujer que lo quiso y lo dejó.
El yo lírico, se siente, como ya
indicamos, “abandonado”; este adjetivo declara muy bien cierta egolatría de
este sujeto que se ve como centro del universo. Del verso 7 al 10 se deslizan
ásperos reproches a la mujer (si es que no está hablando consigo mismo, pues
sería posible). Las repeticiones de estructuras léxicas, sintácticas y
estilísticas son muy frecuentes, en forma de paralelismo y de quiasmo. Un
ejemplo claro lo vemos en el verso 10: “Como el mar, como el tiempo”. Imprimen
una severa vehemencia al contenido del poema. Identifica su experiencia amorosa
con esa mujer como un “naufragio”, en ese mismo verso. El final amargo es
previsible ya desde el principio.
En el verso 11 comienza una evocación de
los momentos de amor con ella. Fuego, embriaguez, claridad, pasión… Son las
metáforas esperables para esta situación. Con todo, la palabra “naufragio” se
repite en el verso 14, 16 y 18; es un modo de expresar que el fracaso estaba ya
sellado desde el principio. Con todo, lamenta su pérdida y expresa el deseo que
todavía lo acongoja; varias metonimias (“carne, carne mía”, v. 21) expresan sin
rodeos su deseo de posesión carnal.
Ahora, la “evoco y hago canto” (v. 22); ha
pasado el tiempo, pero mantiene una furia erótica irreprimible. La llama, casi
la impreca, en varias ocasiones; la llama “mujer” (v. 21, 29, etc.), “mujer de
amor” (v. 26). Lo importante es su condición de mujer, no otras circunstancias.
Su pasión desatada lo empujan a una “cópula loca de esperanza y esfuerzo / en
que nos anudamos y nos desesperamos” (vv. 37-38). He aquí la clave de bóveda
del poema: entre el amor exultante e hiperbólico, pero carnal y erotizado, y el
olvido, o el hastío, solo hay una fina línea; ella, según el yo lírico, la
traspasó sin grandes problemas.
Las oraciones exclamativas que siguen, comenzando por “Oh” (vv. 43 y 48, por ejemplo) declaran bien el estado de ánimo de agitación, y hasta furia, del yo lírico. Del verso 48 al 50 parece darse lástima de sí mismo, por haberse entregado irreflexivamente a ese amor furioso. El verso 51 (“Es la hora de partir”; luego se repite en el v. 58) reconoce que todo terminó y que hay que pasar página; el verbo en presente lo reafirma implícitamente. Ahora los elementos naturales son sombríos, feos, inhóspitos, como la “sombra trémula” (v. 56) que lo acogota. No obstante, el imperativo de marchar a otro lugar se impone. La mirada atrás ya no sirve de nada. Y ha de atravesar “más allá de todo” (v. 57), con la estructura sintáctica repetida enfáticamente; es decir, ha de entrar en lo desconocido. Solo y “abandonado”, última palabra del verso. La derrota amorosa certifica el fin del poema, y aun del poemario. El yo lírico se da lástima de sí mismo, rasgo muy romántico y subjetivo que simboliza muy bien el tono de todo el libro aquí comentado. La estructura métrica es magnífica. Los versos alejandrinos, con rima asonante en los pares, en á-o, imprimen una extraña musicalidad de sobresalto algo refrenado, de reflexión accidentada por la viveza del recuerdo y el apremio del presente. La estructura métrica y de rima sostiene muy bien todo el poema, con firmeza elástica, diríamos. Es un enorme logro de este poema.
SUGERENCIAS PARA COMENTARIO DE TEXTO O EXÉGESIS TEXTUAL
A continuación se propone una plantilla de trabajo para cada uno de los poemas. El docente puede ampliarla, reducirla, conforme a sus circunstancias.
Comprensión lectora
1) Resume el texto recogiendo su
contenido esencial (130 palabras aprox., equivalentes a 10 líneas).
2) Indica los temas tratados en breves
enunciados sintéticos.
3) Señala los apartados temáticos o
secciones de contenido.
4) Analiza la métrica, la rima y señala la estrofa empleada.
Interpretación y pensamiento analítico
5) Analiza cómo los recursos estilísticos
crean significado (doce, aproximadamente).
6) Contextualiza al autor y su obra según
su entorno social, histórico, cultural y personal del autor.
7) Interpreta y discierne la intención
(¿para qué me quiere hablar de estos asuntos) y el sentido (¿por qué y cómo me desea transmitir este
tema?) del poema.
8) Valora personalmente tu apreciación lectora: pondera la actualidad y el atractivo del tema, de la disposición formal, de la originalidad creativa, etc.
Fomento de la creatividad
9) Transforma el texto con un lenguaje y
en un contexto actuales, manteniendo su esencia.
10) Escribe un texto literario inspirado
en el original (pero de manera libre; el texto inicial es un pretexto, no una
norma).
11) Imagina una entrevista del autor con
la clase. ¿Qué le preguntarías?
12) Realiza una exposición, con material
digital, papel, música, imagen, etc., sobre la vida y la obra de Pablo Neruda.
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