Peña Trevinca (VIII-2006) © Gilles Brévart |
ANTONIO
COLINAS: “Laderas de Peña Trevinca”
Laderas de la
Peña Trevinca
Vamos hacia el techo de las montañas, 1
a las praderas del cielo
vuelven las vacas más hambrientas que al alba,
helados sus hocicos, helados van los mocos
del zagal, mas se siente 5
un dios viendo abajo la noche
donde humean los techos de pizarra, las cuadras
aún aquí lame el sol gramíneas arrasadas,
raíces negras, urces, zarzas indomables,
son de cadmio las piedras, la soledad espanta, 10
sienten temor los burros subiendo más arriba
(qué horrorosa la idea de volver derrotados)
lame, sol, lame láminas de cielo tu miel,
pues no puedes ya entrar por los valles,
robar la niebla al lago muerto, 15
suspender el paseo de la loba
(hombres duermen abajo
sobre la hoz y el heno, tenebrosa
noche de los cubiles, ¿comerían
los cerdos a aquel niño? no sé si la mujer 20
herviría la leche, rebosaban
los jarros de manteca,
la ermita aparecía roída por los rayos)
aquí el olor a estrella, olor a nube, a flores
(flores así no brotan en cien años) 25
subimos, acaricia el mar de lomas,
estos prados, su verdeoscuro turbulento,
la pana remendada de los montes,
¿qué nos dicen los cascos, los relinchos?
sin paz, sin sueño, pero sin dolores, 30
luchamos con la altura,
nuestro hambre es celeste,
se nos quedan los ojos allá arriba,
en esa línea de las cresterías
tallada a diamante… 35
De Sepulcro en Tarquinia (1975)
1.
ANÁLISIS
1)
Resumen
Antonio Colinas Lobato (La Bañeza, León,
1946) es uno de los más sugestivos y originales poetas de la generación de los
“Novísimos”. Su singular voz poética combina percepción natural, reflexión
trascendente y recuerdo intimista, tamizados por un sentimiento de nostalgia y
de construcción de su mundo interior, sin olvidar su compromiso con la realidad
circundante.
El poema “Laderas de Peña Trevinca”
resulta original, a nuestro entender, por tres razones: cuenta la historia de
un viaje, físico y emocional, por un lado; por otro lado, es una contemplación
bajo una perspectiva espiritual, social --casi diríamos que antropológica-- y
física; la tercera nota original descansa en que la mirada es colectiva o
grupal; el “nosotros” prima sobre los individuos. La primera palabra del poema,
“Vamos” indica el movimiento de ascensión que nunca abandonará el poema. Un
grupo de personas, incluido el sujeto lírico, suben hacia una montaña; luego
sabremos que lo hacen con burros. Por el título sabemos cuál es: Peña Trevinca,
con sus 2127 m de altitud, hace de límite provincial entre Ourense, Zamora y
León.
La altura y la vegetación natural
impresionan vivamente, de ahí que el lugar al que ascienden se denomine como
“praderas del cielo” (v. 2). No es un lugar acogedor: las vacas están famélicas
y los pastores que las cuidan, ateridos de frío. Extendiendo la mirada hacia el
valle se aprecia una aldea oscura (los techos son de pizarra y el humo sale por
sus chimeneas). Arriba, desde donde el yo poético observa, todavía quedan unos
rayos de sol, aunque el paisaje no es muy amable. La vegetación está
constituida por gramíneas, urces y zarzas; estos últimos son arbustos humildes
y resistentes en una naturaleza dura. El color de las piedras también es
extraño: como el cadmio, blanco metálico, casi gris.
En el verso 10 aparece el primer impacto
emocional: “la soledad espanta”; en esas laderas no hay nada. El sol
definitivamente se ha ido y la niebla cubre algunos valles, uno de ellos con un
lago. El viaje es como un reto y una aventura, pues el temor a la derrota
planea en el ambiente. Es el momento de los lobos patrullando su terreno.
Abajo, en la aldea, los hombres duermen en sus humildes moradas, sin camas,
yaciendo entre montones de hierba. Al yo poético se le viene a la memoria un
niño que vio o conoció horas antes. Algo inquietante, no aclarado, ocurre con
él, pues se pregunta si los cerdos lo habrán devorado (¿estaba solo y
abandonado?, ¿padecía alguna minusvalía?, no lo sabemos). El yo poético se deja
ver con un verbo en primera persona (“no sé”, v. 20). Duda si una mujer hirvió
la leche, acaso la que ellos han tomado, aunque su mente asocia el momento a la
visión de una ermita en ruinas, una nota más de desolación.
De pronto, vuelve a su presente y describe
los olores de la montaña, agradables y proporcionados por extrañas flores y la
altitud. La visión es la de un paisaje de “lomas”, con prados de aspecto
inquietante, como sufridos y atormentados por su situación. Sigue la ascensión
del grupo. Los sonidos acaparan ahora su atención; lo único que se oye son los
cascos de los équidos y sus relinchos, que no acierta a interpretar, tal vez
debido al cansancio y al hambre; se hallan en un estado de suspensión entre el
dolor y la tranquilidad. El grupo descubre, tras mucho esfuerzo, de pronto, las
cumbres de la últimas montañas, entre ellas, Peña Trevinca (junto con Peña
Negra y Peña Survia, no tan distantes unas de otras). Es de noche, pero las
cumbres un brillo inquietante y misterioso en sus desniveles apenas
entrevistos, parece que admirados y temidos al mismo tiempo. El final queda
abierto y en suspensión.
2)
Tema
El tema de este poema lo podemos enunciar
así: crónica de un viaje arduo, difícil y misterioso tanto en su vertiente
física como en la emocional, inconcluso e inquietante en su desarrollo. También
se desarrollan temas secundarios interesantes: exposición de la pobreza de vida
de las aldeas próximas a Peña Trevinca; y, finalmente, la atmósfera de miedo y
peligro con que se vive en esas inhóspitas y apartadas tierras.
3)
Apartados temáticos
El poema presenta tres apartados temáticos
bien visibles temática y gramaticalmente considerado. De este modo, tenemos:
-Primer apartado (vv. 1-16): se presenta
el marco natural donde se desarrolla la acción, realizada por un grupo humilde
de personas que, acompañado de animales de carga, enfilan el camino a la cumbre
de Peña Trevinca. Hace frío y las personas viven en la pobreza y la humildad.
Estamos en un tiempo presente.
-Segundo apartado (vv. 17-23): se trata de
una interpolación --de hecho, aparece entre paréntesis--, que es casi una
evocación o recreación imaginaria de lo que la gente estará haciendo en ese
momento en la aldea, en que cae la noche y finalizan las faenas agrícolas y
ganaderas del día.
-Tercer apartado (vv. 24-35): el yo
poético vuelve a su presente inmediato; continúa la ascensión a las cumbres, en
un ambiente de cansancio, oscuridad, hambre y cierta desolación. Cuando parece
que la fatiga los vencerá, los caminantes descubren las bellas cumbres solemnes
y graves, como si estuvieran esperando a los visitantes.
4)
Aspectos métricos y de rima
Este poema está compuesto por treinta y
cinco versos agrupados en una única estrofa. No se aprecia una rima regular,
aunque algunas asonancias, como á-a
en los primeros ocho versos, ó-a en
la zona intermedia del poema y, finalmente, í-a
en la sección final. De vez en cuando se localizan pareados precisamente con
las asonancias señaladas. La medida de los versos es variada, pero no
aleatoria. Oscila desde el heptasílabo (v. 5) al tetradecasílabo o alejandrino
(v. 3), la medida más repetida, aunque hay otros tipos de versos. Se observa
una cierta regularidad en la disposición de los versos largos, agrupados en
bloques de cuatro o cinco versos, separados por uno o dos heptasílabos (o
similares). En la parte final del poema el verso en arte menor predomina,
imprimiendo cierta ligereza, como anunciando el final. En consecuencia, estamos
ante un poema compuesto en verso libre.
5)
Comentario estilístico
El objeto poético de este poema está muy
bien definido en el título, “Laderas de Peña Trevinca”. La montaña y sus
alrededores es el foco del poema. Un yo poético sumido en un grupo de personas
inicia un ascenso en un ambiente vespertino y, finalmente, nocturno. La
considerable altura de esos parajes se manifiesta en las metáforas “techo de
las montañas” (v. 1) y “praderas del cielo” (v. 2); esta última también nos
informa que allí arriba ya no hay habitantes ni aldeas. Un símil hiperbólico
advierte de la pobreza del lugar, pues las vacas tienen ahora más hambre que
cuando comenzó el día. Hace mucho frío en ese lugar, como se evidencia en la
repetición retórica de “helados” y su consiguiente paralelismo; afecta por
igual a los animales que a la persona que los cuida.
Los caminantes sienten una presencia
divina, como contemplando el pueblo que quedó abajo. La paradoja de “viendo
abajo la noche” (v. 6) expresa bien la inescrutabilidad del lugar y su difícil
comprensión. A través de varias perífrasis entremezcladas con metonimias y
personificaciones se indica que el negro es el color dominante (“humean techos
de pizarra”, v. 7) de las cuadras; ni siquiera hay casas, solo establos,
compartidos por hombres y animales domésticos. Sin embargo, arriba, todavía hay
sol, que metaforizado, “lame” (v. 8), una pobre vegetación, según apreciamos en
la enumeración subsiguiente: gramíneas, raíces, urces y zarzas. Estos vegetales
van acompañados de adjetivos de significación negativa y desoladora; estos
adjetivos están metaforizados, expandiendo así su sentido de inquietud
misteriosa; “arrasadas” están las gramíneas; las raíces son “negras” las zarzas
son “indomables” (v. 9), las piedras brillan inquietantemente como si fueran
“de cadmio” (v. 10), elemento químico que es de color blanco metálico.
El resultado de la contemplación y
tránsito por estos parajes provoca “temor” en los burros que acompañan al
grupo. Todos tienen miedo y presienten la derrota, pues acaso tengan que dar la
vuelta inmediatamente. Eso es una idea “horrorosa” (v. 12) pues equivale a una
derrota, de ahí la perseverancia del grupo, que siguen “subiendo más arriba”
(v. 11); en esta tautología se aprecia la dificultad del ascenso por la altitud
y el desnivel. El yo poético dialoga --o monologa-- con el sol; personificado,
éste “lame” (v. 13) la alta superficie, confundida con el cielo. La aliteración
del sonido /l/ (v. 13) insisten en la imagen del sol en sus últimos
lengüetazos, mitad repulsiva, mitad siniestra. El yo poético le advierte al sol
que ya no tiene fuerza para iluminar los valles o el desolado “lago muerto” (v.
15), ni evitar la salida nocturna de animales peligrosos, como la loba, que
quedan abajo; esta personificación metaforizada del lago incrementa la
sensación de desolación y muerte, que lo abarca todo. Lo que el sol no puede
evitar se expresa por una enumeración con infinitivos (“entrar”, “robar” y
“suspender”) de significación negativa.
En el verso 17 comienza una interpolación
que es como una evocación de lo que estarán haciendo los habitantes del valle.
Nombra a los “hombres” (v. 17), que duermen en míseras condiciones, entre los
animales (una bimembración con dos palabras metonímicas lo expresan
maravillosamente “la hoz y el heno”, v. 18); sigue con “aquel niño” (v. 20), en
peligro de ser comido por los cerdos por su desamparo, presumimos; y finaliza
con “la mujer” (v. 20), de la que no sabe si herviría la leche para hacer
manteca. Son tres miembros que representan a una familia, sorprendidos en su
intimidad cotidiana, bastante humilde y casi miserable. Al niño se refiere a
través de una interrogación retórica que enfatiza su terrible existencia. Esta
enumeración de las personas se rompe bruscamente, sin discontinuidad con una
referencia a una ermita “roída por los rayos” (v. 23); es una potente imagen de
la desolación del lugar, pues ni el lugar sagrado se mantiene en pie. Se
establece una analogía subterránea entre los habitantes y su aldea: miseria y
abandono es su vida.
Acabada la interpolación, el yo poético
vuelve al “aquí” de las altas laderas de Peña Trevinca. Ahora transmite
percepciones sensitivas: el olor, que es misterioso, cósmico, también
agradable; lo hace a través de tres metáforas nominalizadas de honda
significación (“a estrella, a nube, a flores”, v. 23). Una hipérbole (“flores así no brotan en cien años”, v. 25)
referida a las flores, que se establece en una concatenación expresiva de
“flores”, hace hincapié en el aroma placentero y extraño. Se repite el verbo
con el que se había abierto el poema, “subimos”; continúa, pues el ascenso de
los caminantes. Existe en esta parte del poema hipérbatos y encabalgamientos
acusados que contribuyen a dotar de expresividad a una naturaleza siniestra y
convulsa. La pobreza de la superficie se percibe bien en la metáfora con que se
alude a ella: “la pana remendada de los montes” (v. 28); es como una tela
basta, gastada y vieja; sin embargo, “acaricia” (v. 26) a las lomas, a los
prados. Que todo es algo siniestro se recoge en la metáfora sinestésica
“verdeoscuro turbulento” (v. 27), referido a los montes del lugar.
El yo poético trata de interpretar el
sentido de los relinchos y del golpeteo de los cascos de las bestias de carga,
que es lo único que se oye, y que es la segunda percepción sensorial, pero no
acierta a darle un sentido, de ahí la oración interrogativa en que se nombran.
Lo siniestro e inquietante avanza inexorablemente. A continuación, se centra en
la descripción del estado físico y anímico de los caminantes; lo hace a través
de una anáfora y sus correspondientes paralelismos (“sin paz, sin sueño, pero
sin dolores”, v. 30); la elipsis --se ha suprimido el verso y el sujeto--
adensa la significación y aumenta la sensación de tensión. “Luchamos” (v. 31)
metaforiza muy bien el peligro en la ascensión, en pésimas condiciones (se
sienten hambrientos; “nuestro hambre”
parece una errata, pues la palabra es femenina), pues están a punto de
desfallecer.
Sin embargo, los caminantes descubren la
“línea de cresterías” (v. 34), los tres picos de ese lugar, Peña Trevinca, algo
más alta y, a su derecha, mirando hacia occidente, Survia y Negra. El impacto
es tan profunda que los ojos “se nos quedan allá arriba” (v. 33); esto
personificación hiperbólica hace hincapié en la majestuosidad de las tres
cimas. El último verso es una metáfora muy expresiva y hermosa: “tallada a
diamante” (v. 35) se refiere a la verticalidad, la belleza que emiten los picos
y el asombro misterioso que genera su contemplación. El esfuerzo de los
caminantes valió la pena porque el lugar encierra belleza y misterio a partes
iguales.
6)
Contextualización
Como ya afirmamos, Antonio Colinas (La
Bañeza, León, 1946) es uno de los más sugestivos y originales poetas del grupo
de los “Novísimos”, y eso a pesar de no aparecer en la famosa antología de José
María Castellet, Nueve novísimos poetas
españoles (1970); no siempre tienen por qué acertar los antologadores. Los
distintos poemarios de Colinas nos han ofrecido un poeta sereno, grave,
profundo y dueño de un lenguaje y un estilo poéticos personales. La
contemplación, la reflexión y la intertextualidad son notas comunes a todos
ellos. El poema comentado procede de un libro de juventud o primera madurez.
Sin embargo, posee una asombrosa profundidad de sentido y se muestra pleno de
mensajes sociales y exaltación natural. Podemos apreciar muy bien su
adensamiento expresivo, su hondura indagatoria y su pulcritud expresiva. Todo está
comprimido, insinuado y eludido, como si el poeta quisiera dejar al lector una
puerta abierta al mundo poético, lleno de misterios y verdades, muchas de ellas
desagradables.
Algunos
de sus poemarios más importantes son: Sepulcro
en Tarquinia (1975) --del que procede el poema que ahora comentamos--, Noche más allá de la noche (1983), Libro de la mansedumbre y Amor que enciende más amor (1999). Su
producción poética total se halla en Obra
poética completa (Ediciones Siruela, 2016).
Algunas
notas de su poesía son:
-Equilibrio
y contención: en la poesía de Colinas se aprecia una tendencia a la armonía
expresiva, lejos de estridencias o salidas de tono epatantes.
-Intertextualidad
y sincretismo cultural: estamos ante una poesía que recoge, quintaesenciada,
distintas tradiciones poéticas y filosóficas. Colinas asimila estas corrientes
en una experiencia poética personal, honda y enriquecedora.
-Diálogo
del poeta y el mundo, el interior y el exterior, lo subjetivo personal y lo
objetivo colectivo: de modo sereno, pero firme, Colinas abre su mirada al mundo
natural y social.
-Atención
a la realidad natural y antropológica: la naturaleza y el hombre no son ajenos
a la mirada contemplativa del poeta. Se interesa por el respeto y el cuidado de
la naturaleza y lamenta las penosas condiciones de vida de muchas personas.
8)
Interpretación y valoración
Este poema “narra” un viaje de un grupo de
personas a la montaña más alta de Galicia, limítrofe entre las provincias de
Ourense, Zamora y León. El lugar, ciertamente, es hermoso, delicado, solemne
por humilde y muy atractivo por su aislamiento. Colinas realizó este viaje (no
sabemos si real o solo imaginario) a mediados de la década de los setenta del
siglo pasado. Era un adulto joven de treinta años cuando compuso el poema y,
sin embargo, muestra una madurez de pensamiento y de expresión realmente
asombrosa. Por cierto, la aldea a la que se alude, ha de ser San Martín de Castañeda
(Zamora), o Casaio (Ourense), desde la que se puede iniciar la excursión a Peña
Trevinca.
Es muy interesante observar cómo el poeta
atiende a la realidad interior, a la social o exterior, a la natural y a la
antropológica. Combina delicada y sutilmente cierto mensaje de denuncia por la
terrible penuria de sus habitantes, condenados al abandono y a la pobreza, con
otro de admiración por la belleza natural del lugar. Aunque no idealiza en
absoluto: la naturaleza, en Peña Trevinca, es áspera, dura e implacable. Hace
mucho frío la mayor parte del año, la vegetación es humilde y más bien escasa y
la vida humana allí casi no existe. El hecho de llegar a la cima de noche,
aumenta la sensación de misterio asombrado, de sobrecogimiento expectante.
Tras una mera anécdota, se envuelve una
mirada emotiva y una reflexión honda. La cuidadosa composición del poema nos
revela un mundo poético rico y sensible. Obsérvese, por ejemplo, que todos los
verbos en presente de indicativo del poema --excepto la interpolación intermedia--
imprimen un carácter de inmediatez atemporal (valga el oxímoron). Se puede
establecer una analogía entre el ascenso físico de los caminantes a Peña
Trevinca, con el ascenso en la comprensión de la vida humana y natural en ese
lugar. Y ello expresado con un lenguaje “tallado a diamante”, tomando el último
verso de este singular y hermoso poema.
2.
PROPUESTA DIDÁCTICA
(Las
siguientes actividades se pueden realizar de modo individual o en grupo; de
manera oral o escrita; en clase o en casa; utilizando medios tradicionales o
recursos TIC, según las circunstancias lo aconsejen).
2.1. Comprensión lectora
1) Resume el poema (100 palabras,
aproximadamente).
2) Señala su tema principal y los
secundarios.
3) Delimita los apartados temáticos,
atendiendo a las modulaciones de sentido.
4) Analiza los aspectos métricos y de
rima; deduce la estrofa empleada.
5) ¿Qué tono tiene el poema: positivo,
optimista, esperanzado, o todo lo contrario?
6) Señala las imágenes más importantes que
jalonan el poema, sobre todo referidas a los elementos de la naturaleza, y cómo
impactan en el poeta.
7) Localiza y explica una docena de
recursos estilísticos y cómo crean significado.
2.2. Interpretación y
pensamiento analítico
1) ¿Qué es Peña Trevinca?
2) El poeta, ¿qué busca en el ascenso? ¿Lo
encuentra?
3) Localiza las percepciones auditivas,
olfativas y visuales. ¿Qué sensación aportan?
4) ¿Cómo se aprecia el modo de vida de los
habitantes del lugar?
5) ¿Qué momento del día aparece en el
poema? ¿Por qué será así?
6) ¿Qué tipos de verbos y tiempos verbales
predominan en el poema? ¿Qué sentido aportan?
2.3. Fomento de la
creatividad
1) Elabora un poema o texto en prosa que
exprese un viaje y la contemplación de su correspondiente paisaje. Puedes imprimir un sentido intimista, como ha
realizado Antonio Colinas.
2) Imagina y transcribe una conversación o
plática entre la clase y el poeta Antonio Colinas a propósito de su poema y de
su vida.
3) Realiza una exposición sobre Antonio
con ayuda de medios TIC o pósteres, fotografías, pequeña exposición
bibliográfica, etc.
4) Aporta o crea imágenes de viajes,
paisajes, lugares o edificios, que sirvan de metáfora de un sentimiento
especialmente relevante para ti, siguiendo el ejemplo de Antonio Colinas.
Colinas, su poesía y su tiempo, para ser presentada ante la clase o la
comunidad escolar.
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