Nigrán, Pontevedra (VIII-2020) © SVM |
G. A. BÉCQUER: “EL MONTE DE LAS ÁNIMAS”
En la noche de difuntos me
despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno
me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté
dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo
que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me
decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar
en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo
cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío
de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
-Atad los perros; haced la
señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la
ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de
las Ánimas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara
yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado
de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en
los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en
la capilla del monte.
-¡En esa capilla ruinosa!
¡Bah! ¿Quieres asustarme?
-No, hermosa prima; tú
ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a
él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y
mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en
alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en
sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso,
que precedían la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino,
Alonso narró en estos términos la prometida historia:
-Ese monte que hoy llaman
de las ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen
del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria
a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad
por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de
Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la
nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y
estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde
reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus
placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a
pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban
a sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y
nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su
empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron
de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron
sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla
espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso
exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad
del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado,
y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se
enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que
cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla,
y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren
como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos
braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al
otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies
de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por
eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
Los servidores acababan de
levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de
Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y
caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento
azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían
ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los
ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba
el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato
un profundo silencio.
Las dueñas referían, a
propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y
los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias
de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
-Hermosa prima -exclamó al
fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a
separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus
costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no
te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano
señorío.
Beatriz hizo un gesto de
fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa
contracción de sus delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la
corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De
un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos,
quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a
dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta
tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué
hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el
de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó
al altar... ¿Lo quieres?
-No sé en el tuyo -contestó
la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo
en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que
aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que
Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de
serenarse dijo con tristeza:
-Lo sé prima; pero hoy se
celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y
presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió
ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una
palabra.
Los dos jóvenes volvieron a
quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que
hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los
vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos,
el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
-Y antes de que concluya el
día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes,
sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una
mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento
diabólico.
-¿Por qué no? -exclamó ésta
llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las
pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una
infantil expresión de sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda
azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me
dijiste que era la divisa de tu alma?
-Sí.
-Pues... ¡se ha perdido! Se
ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde?
-preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible
expresión de temor y esperanza.
-No sé.... en el monte
acaso.
-¡En el Monte de las Ánimas
-murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las
Ánimas!
Luego prosiguió con voz
entrecortada y sorda:
-Tú lo sabes, porque lo
habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los
cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis
ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos
de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan
tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus
guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y
a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en
ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una
fiesta; y, sin embargo, esta noche.... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo
miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero,
las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de
entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede
helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o
arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que
arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba,
una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo
concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del
hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
-¡Oh! Eso de ningún modo.
¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura,
noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase,
la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda
su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano
por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su
corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún
inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós Beatriz, adiós...
Hasta pronto.
-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo
ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle,
el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó
el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante
expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a
aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
Había pasado una hora, dos,
tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su
oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera
haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo!
-exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho,
después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la
iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la
lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un
sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el
reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana,
lentas, sordas; tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de
ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y
doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo; y
poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón
latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían
crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las
otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban
sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento
largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el
silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos
ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que
van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan,
respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que
anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no
obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil,
temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento.
Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar:
nada, silencio.
Veía, con esa
fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían
en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada,
oscuridad, las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo
a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo
tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una
armadura, al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó
dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a
incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las
colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas
lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi
imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como
madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que
estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose
en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios
del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono;
los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas
de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las
ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la
noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin
despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros
rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan
hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y
ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío
cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus
mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda
azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
Dicen que después de
acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin
poder salir del Monte de las ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo
contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a
los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados
en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito
horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera
a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y
sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba
de Alonso.
- ANÁLISIS
- Resumen
El narrador afirma que escuchó una historia, la que él se dispone a narrar, en el mismo lugar y en la misma noche de difuntos (31 de octubre) en que ocurrieron los hechos relatados. Estos se enmarcan en un tiempo medieval. Alonso está enamorado de su prima Beatriz, que está de visita, pues vive en Francia. En una excursión al Monte de la Ánimas, en los montes cercanos a la ciudad de Soria, Alonso le cuenta a su prima la siniestra leyenda que arrastra el lugar: los cruzados se enfrentaron a muerte con la nobleza soriana por la posesión y usufructo del bosque. El choque fue sangriento y murieron muchos de ambos bandos. El rey de Castilla ordenó enterrarlos a todos juntos en la capilla de ese monte. Los lugareños afirman que en la noche de difuntos se oyen gritos horribles, los animales huyen espantados y, al día siguiente, aún se pueden ver en la nieve las huellas descalzas de los contendientes. Alonso, heredero de los condes de Alcudiel, le desvela su pasión a su prima Beatriz, heredera de los condes de Borges. Está dispuesto a hacer lo que sea para demostrar su valor. Ella, algo malévola, tal vez irresponsable y frívola, le pide a su primo que le busque la banda azul que ha perdido en su paseo por ese mal afamado lugar. Él no lo duda y, en plena noche, toma su caballo y se lanza a tan siniestro lugar. Beatriz durmió muy mal, tuvo pesadillas y creía oír gritos y lamentos horribles. Al día siguiente le informan que habían hallado el cuerpo de Alonso devorado por los lobos. Ella muere también de horror, acaso de remordimiento. El narrador cuenta que le han dicho que un cazador que pasó la noche en el Monte de las Ánimas relató, antes de morir, que en la noche de difuntos, en el momento de la oración, todos los fantasmas de los muertos salen de su tumba y persiguen a una mujer despavorida que da vueltas en torno a la tumba de Alonso.
- Tema
El tema principal se puede
enunciar así: el valor descontrolado y la frivolidad desmedida acarrean
consecuencias trágicas.
Existen otros temas secundarios, que enumeramos: el odio sangriento que no cesa ni con la muerte, la posibilidad de que los fantasmas retornen al mundo de los vivos a cumplir sus venganzas, el amor apasionado finaliza en tragedia si carece de control, etc.
- Apartados temáticos
Bécquer quiso ser muy
didáctico en la composición de este cuento, de modo que separa cada sección de
contenido en partes diferenciadas y numeradas con números romanos. Por eso
encontramos:
-Una primera parte
introductoria donde el narrador justifica y explica cómo conoció la historia y
por qué desea contarla (no está numerada en el texto, pues funciona como
prólogo).
-La segunda parte (bloque I
de la leyenda) se centra en el relato que Alonso le hace a su prima Beatriz
sobre el origen de la siniestra fama del Monte de las Ánimas.
-La tercera parte (bloque
II del texto) explica cómo Alonso le pide a su prima una prenda de recuerdo y
ella lo incita a que busque la banda azul perdida en el Monte de las Ánimas. Él
acepta el reto y emprende su búsqueda en plena noche.
-La cuarta parte (bloque
III de la leyenda) se concentra en relatar la noche horrible, entre pesadillas
y temores, de Beatriz, mientras aguarda a su primo.
-La cuarta y última parte
(bloque IV de la división original) retoma otra vez la voz del narrador, que se
remite a que unos lugareños le contaron que un extraviado en el lugar contó la
imagen siniestra final.
Como vemos, estamos ante una división temática lógica y coherente. El lector percibe los cambios temáticos, incluso los de la voz narrativa, en cada uno de los apartados; es un modo de ordenar y facilitar la lectura.
- Personajes
Los protagonistas son
Alonso y Beatriz, primos y unidos por una difusa relación sentimental que el
narrador no aclara del todo, para aumentar la intriga. De Alonso sabemos que es
un joven noble, intrépido, enérgico, muy enamorado de su prima y orgulloso de
su estirpe y honra. Justamente este último rasgo será el determinante y lo
llevará a una horrible muerte.
Beatriz, también noble,
vive en Francia. Se la supone bella, lo que provoca el profundo enamoramiento
de su primo. De modales refinados y poseedora de encantos personales, por su
origen y educación, nos muestra, sin embargo, ser un tanto manipuladora y
frívola. Empuja a su primo a salir en plena noche de difuntos a buscar la banda
azul que había extraviado en el Monte de las Ánimas. Pagará las consecuencias,
esa misma noche y en la eternidad.
El tercer personaje relevante es el propio narrador, que se nos deja ver al principio, en su insomnio. Recurre a la escritura para combatirlo, de ahí la historia que nosotros leemos. Criados y familiares de ambos rellenan las escenas colectivas, sin apenas significación.
- Narrador
Este punto es muy
interesante porque nos permite apreciar el alto grado de elaboración narrativa.
Primero tenemos a un narrador general, que dice que cuenta lo que le
transmitieron los lugareños. Este mismo narrador reaparece en el último
apartado, donde afirma que cuenta lo que contó un cazador --que pasó allí una
noche y luego murió-- a sus conocidos.
Bécquer compone con la estructura de relato marco, también conocido como técnica de mise en abyme: un relato dentro de otro relato, a modo de muñecas rusas o cajas chinas. Es una técnica perfecta para potenciar la trama, diversificar el contenido y rebajar la importancia del narrador. Muestra una gran pericia en su manejo, señal inequívoca de su aprendizaje en el maestro de la narrativa moderna: Miguel de Cervantes.
- Lugar y tiempo de la acción narrada
En cuanto al lugar, se
insiste en él en varias ocasiones: el Monte de las Ánimas, accidente geográfico
realmente existente a las afueras de Soria, camino del Moncayo. Es un lugar
bastante abrupto y de aspecto inquietante. De hecho, el narrador, trasunto de
Bécquer, afirma en el prólogo que “yo la oí en el mismo lugar en que acaeció”,
es decir, visitó el paraje y estuvo atento a los relatos orales populares que
daban cuenta de esta leyenda. Crea de este modo un lazo de complicidad con el
lector y le lanza un guiño, como queriendo ser algo de narrador testigo.
El tiempo de la escritura
lo podemos acotar hacia 1860 (vieron la luz en distintas publicaciones
madrileñas entre 1858 y 1864). Bécquer había llegado a tierras sorianas tras su
matrimonio con Casta Esteban, cuya procedencia era Noviercas, un pueblo soriano
próximo al Moncayo y a la frontera con Aragón.
El tiempo de la acción
narrada ofrece una cuádruple perspectiva porque se narran cuatro acciones
distintas. Veámoslas de más a menos alejadas en el tiempo: el choque entre
cruzados y nobles sorianos pudo ocurrir hacia el siglo XII, aproximadamente. La
segunda perspectiva corresponde a Alonso contándole la historia a su prima y la
noche de la muerte de ambos; tal vez han pasado siglos respecto de la anterior.
La tercera perspectiva se refiere al momento en que el cazador vio a las
fantasmas en la capilla del monte del narrador y se lo cuenta a sus vecinos,
poco antes de morir. La cuarta y última, que corresponde al primer y último
apartado del texto: el narrador, trasunto del autor, cuenta su noche de insomnio
y el momento de la escritura, en la misma noche, el 31 de octubre, pero de
setecientos años después, hacia 1860.
La duración de la acción también se puede contemplar desde cuatro ángulos, de más a menos extensión temporal: setecientos años es la extensión máxima: desde la pelea primigenia hasta el acto de la narración por el narrador, trasunto de Bécquer. El segundo ángulo ocupa: desde la pelea trágica entre cruzados y nobles hasta que el cazador perdido les cuenta a los paisanos del lugar la persecución entre fantasmas. El tercero va desde el enfrentamiento armado hasta la muerte de los dos jóvenes. Tal vez abarque siglos, pero no sabemos el tiempo que pasó: años, tal vez siglos. El cuarto ángulo de contemplación es el que menos dura, y se centra en la guerra mortal por la posesión y disfrute del monte entre cruzados y nobles.
- Análisis estilístico
Bécquer exhibe un dominio
muy amplio y feliz de la lengua castellana. El léxico está sometido a una
depuración constante, bajo el criterio de la propiedad, la claridad y la
expresividad. En sintaxis se aprecia un dominio del periodo corto; las
oraciones cortas predominan sobre las largas.
Se percibe muy bien la
elaboración literaria a través de un uso feliz de los recursos estilísticos, de
los que destacamos algunos ejemplos:
●
”Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca
y al que no sirve tirarle de la rienda”: podemos apreciar una metáfora
muy expresiva y honda sobre la libertad errática de la imaginación desgobernada
en noches de insomnio.
●
”Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche
aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su
temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche
de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día!”: en
este breve ejemplo localizamos el paralelismo, la elipsis, la hipérbole, la
metáfora, la personificación o prosopografía, la exclamación retórica, el
epíteto embellecedor, etc.
El cuento posee un ritmo vivo, muy rápido, gracias a que omite muchas circunstancias de la narración (por ejemplo, se suprime la terrible muerte del joven peleando contra lobos, la de Beatriz, junto con su entierro, etc.).
- Contextualización de la época y del
autor
Gustavo Adolfo Bécquer es
un autor tardo-romántico. En realidad, encarna en su vida y su obra el
paradigma del artista romántico, incluyendo una vida bastante atormentada y la
muerte temprana. En esta leyenda captamos muy bien los rasgos básicos del
Romanticismo:
A) Preferencia por motivos
y asuntos medievales: personajes, acciones y modos de vivir y sentir son los
propios de una Edad Media idealizada y, por momentos, agrandada en la
imaginación de los románticos.
B) Focalización en los
sentimientos y emociones de los personajes, frente a las acciones o pensamiento
político, social, etc.
C) Los personajes, sobre
todo los protagonistas, actúan como héroes, guiados por el honor, la valentía y
la honra.
D) La naturaleza posee un
valor en sí misma porque acompaña al estado de ánimo y a las acciones de los
héroes y heroínas. Se puede apreciar muy bien en este cuento: noche, ruidos,
monte tenebroso, etc. acompañan muy bien a sentimientos de miedo, temor, amor
frustrado, etc.
E) Los finales trágicos se
imponen sobre los felices: la grandeza del protagonista, incomprendido, se
estrella contra la chata realidad y eso acarrea su muerte.
F) El misterio, lo
desconocido, la difusa línea entre razón y locura, entre lo racional y lo
irracional, son elementos constitutivos del relato romántico.
Este relato es un ejemplo maravilloso de cómo Bécquer asume los presupuestos artísticos del Romanticismo y los vuelca con elegancia y acierto en este cuento de tradición popular.
- Interpretación
Este texto becqueriano nos
cuenta una historia de aventura, amor, misterio y tragedia. Pero al mismo
tiempo, nos desliza una fotografía perfecta del autor en cuanto a sus intereses
e inquietudes: soñador, idealista, embargado por la pasión amorosa, etc. Ajeno
a intereses materiales o crematísticos, el autor se nos presenta como una
persona atenta a las vivencias interiores y a los procesos emocionales y
espirituales.
La factura literaria del
cuento es impecable: terso, con una construcción narrativa perfecta, donde nada
sobra ni falta, con un dominio del lenguaje y de la retórica tan acertado que
la lectura se torna placentera y con gran expansión imaginativa: la recreación
de las acciones y los personajes en la mente del lector es asombrosamente fácil
y fluida.
Ahora bien, Bécquer nos desliza un pensamiento pesimista y cauteloso: el valor irreflexivo puede conducir a la muerte (como le ocurre a Alonso); alguna mujer, por frivolidad más que por malas intenciones, puede actuar de modo fatal para el hombre que la ama (como acontece con Beatriz), etc.
- Valoración
Hemos leído un magnífico
texto romántico lleno de valores artísticos e ideológicos, los cuales nos
permiten entender el Romanticismo en su esplendor. Bécquer es un poeta y
narrador de gran calado: su escritura posee una perfección estética muy
elevada, tal que la fluidez y la “recreación” textual en la mente del lector
fluye con pasmosa naturalidad.
La arquitectura narrativa
es perfecta, original y muy acertada: un narrador, que dice que cuenta una leyenda
que escuchó de boca de los lugareños, que escucharon el desenlace a través de
un cazador perdido, que a su vez Alonso le cuenta una vieja historia a su prima
Beatriz... La difuminación de las fuentes de la narración es un acierto
brillante y original.
Casi 150 años después de su
escritura, este cuento goza de una frescura y una potencia narrativa inauditas.
Hoy, como en 1860, cuando se publicó, se lee con gozo y satisfacción lectora
porque logra lo que alcanza la buena literatura: trasladar al lector de su
mundo cotidiano a otro muy distinto, que conoce y recrea en su imaginación
gracias al manejo maestro del lenguaje y la imaginación. Por eso,
indudablemente, Bécquer es uno de nuestros clásicos.
- PROPUESTA DIDÁCTICA
2.1.
Comprensión lectora
1) Resume el texto.
2) Señala su tema principal
y los secundarios.
3) Delimita los apartados
temáticos.
4) Analiza los personajes
principales.
5) Explica cómo funciona la
figura del narrador.
6) Señala los aspectos de
lugar y tiempo relativos al cuento.
7) Localiza y explica media docena de recursos estilísticos.
2.2.
Interpretación y pensamiento analítico
1) ¿Qué rasgos románticos
se aprecian en el texto?
2) Indica las razones de
Alonso para actuar como lo hace.
3) Realiza lo mismo
respecto de Beatriz.
4) ¿Cómo se aprecia en el
texto la ambigüedad en cuanto a la separación entre lo racional y lo
irracional?
5) El misterio aparece en
el relato: ¿cómo?
6) ¿Cuál crees que es la
causa principal de la muerte de Beatriz? Razona plausiblemente.
7) ¿Quién llevó la cinta azul a su dormitorio? Aporta hipótesis verosímiles.
2.3. Fomento de la creatividad
1) Escribe un cuento de
misterio y terror como el que has leído, en una época que te guste
especialmente, incluida la contemporánea.
2) Cambia el final de la
leyenda de Bécquer en el sentido que consideres más idóneo.
3) Transforma parte del
texto en primera persona, para comprobar cómo cambia la expresión y afecta a la
estética del texto.
4) Aporta imágenes de
paisajes, castillos, palacios, etc. Que pudieran ser buenos escenarios en el
que ocurrieron los hechos de la leyenda becqueriana.
5) Realiza una presentación,
con cartel o con medios TIC, ante la clase o la comunidad educativa sobre
Bécquer y el Romanticismo.
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