01/11/2020

Gustavo Adolfo Bécquer: "El monte de las ánimas"; análisis y propuesta didáctica

 

Nigrán, Pontevedra (VIII-2020) © SVM


G. A. BÉCQUER: “EL MONTE DE LAS ÁNIMAS”

En la noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.

Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.

Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.

Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

I

-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.

-¡Tan pronto!

-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.

Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

-Ese monte que hoy llaman de las ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.

Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.

Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.

Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.

La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

II

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.

-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.

Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.

-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?

-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:

-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.

Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:

-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:

-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?

-Sí.

-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.

-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

-No sé.... en el monte acaso.

-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!

Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:

-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche.... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:

-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!

Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:

-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.

-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.

Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III

Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.

-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.

Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.

Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas; tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.

-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.

Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.

Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.

-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?

Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.

El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!

IV

Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

 

  1. ANÁLISIS
  1. Resumen

El narrador afirma que escuchó una historia, la que él se dispone a narrar, en el mismo lugar y en la misma noche de difuntos (31 de octubre) en que ocurrieron los hechos relatados. Estos se enmarcan en un tiempo medieval. Alonso está enamorado de su prima Beatriz, que está de visita, pues vive en Francia. En una excursión al Monte de la Ánimas, en los montes cercanos a la ciudad de Soria, Alonso le cuenta a su prima la siniestra leyenda que arrastra el lugar: los cruzados se enfrentaron a muerte con la nobleza soriana por la posesión y usufructo del bosque. El choque fue sangriento y murieron muchos de ambos bandos. El rey de Castilla ordenó enterrarlos a todos juntos en la capilla de ese monte. Los lugareños afirman que en la noche de difuntos se oyen gritos horribles, los animales huyen espantados y, al día siguiente, aún se pueden ver en la nieve las huellas descalzas de los contendientes. Alonso, heredero de los condes de Alcudiel, le desvela su pasión a su prima Beatriz, heredera de los condes de Borges. Está dispuesto a hacer lo que sea para demostrar su valor. Ella, algo malévola, tal vez irresponsable y frívola, le pide a su primo que le busque la banda azul que ha perdido en su paseo por ese mal afamado lugar. Él no lo duda y, en plena noche, toma su caballo y se lanza a tan siniestro lugar. Beatriz durmió muy mal, tuvo pesadillas y creía oír gritos y lamentos horribles. Al día siguiente le informan que habían hallado el cuerpo de Alonso devorado por los lobos. Ella muere también de horror, acaso de remordimiento. El narrador cuenta que le han dicho que un cazador que pasó la noche en el Monte de las Ánimas relató, antes de morir, que en la noche de difuntos, en el momento de la oración, todos los fantasmas de los muertos salen de su tumba y persiguen a una mujer despavorida que da vueltas en torno a la tumba de Alonso.

  1. Tema

El tema principal se puede enunciar así: el valor descontrolado y la frivolidad desmedida acarrean consecuencias trágicas.

Existen otros temas secundarios, que enumeramos: el odio sangriento que no cesa ni con la muerte, la posibilidad de que los fantasmas retornen al mundo de los vivos a cumplir sus venganzas, el amor apasionado finaliza en tragedia si carece de control, etc.

  1. Apartados temáticos

Bécquer quiso ser muy didáctico en la composición de este cuento, de modo que separa cada sección de contenido en partes diferenciadas y numeradas con números romanos. Por eso encontramos:

-Una primera parte introductoria donde el narrador justifica y explica cómo conoció la historia y por qué desea contarla (no está numerada en el texto, pues funciona como prólogo).

-La segunda parte (bloque I de la leyenda) se centra en el relato que Alonso le hace a su prima Beatriz sobre el origen de la siniestra fama del Monte de las Ánimas.

-La tercera parte (bloque II del texto) explica cómo Alonso le pide a su prima una prenda de recuerdo y ella lo incita a que busque la banda azul perdida en el Monte de las Ánimas. Él acepta el reto y emprende su búsqueda en plena noche.

-La cuarta parte (bloque III de la leyenda) se concentra en relatar la noche horrible, entre pesadillas y temores, de Beatriz, mientras aguarda a su primo.

-La cuarta y última parte (bloque IV de la división original) retoma otra vez la voz del narrador, que se remite a que unos lugareños le contaron que un extraviado en el lugar contó la imagen siniestra final.

Como vemos, estamos ante una división temática lógica y coherente. El lector percibe los cambios temáticos, incluso los de la voz narrativa, en cada uno de los apartados; es un modo de ordenar y facilitar la lectura.

  1. Personajes

Los protagonistas son Alonso y Beatriz, primos y unidos por una difusa relación sentimental que el narrador no aclara del todo, para aumentar la intriga. De Alonso sabemos que es un joven noble, intrépido, enérgico, muy enamorado de su prima y orgulloso de su estirpe y honra. Justamente este último rasgo será el determinante y lo llevará a una horrible muerte.

Beatriz, también noble, vive en Francia. Se la supone bella, lo que provoca el profundo enamoramiento de su primo. De modales refinados y poseedora de encantos personales, por su origen y educación, nos muestra, sin embargo, ser un tanto manipuladora y frívola. Empuja a su primo a salir en plena noche de difuntos a buscar la banda azul que había extraviado en el Monte de las Ánimas. Pagará las consecuencias, esa misma noche y en la eternidad.

El tercer personaje relevante es el propio narrador, que se nos deja ver al principio, en su insomnio. Recurre a la escritura para combatirlo, de ahí la historia que nosotros leemos. Criados y familiares de ambos rellenan las escenas colectivas, sin apenas significación.

  1. Narrador

Este punto es muy interesante porque nos permite apreciar el alto grado de elaboración narrativa. Primero tenemos a un narrador general, que dice que cuenta lo que le transmitieron los lugareños. Este mismo narrador reaparece en el último apartado, donde afirma que cuenta lo que contó un cazador --que pasó allí una noche y luego murió-- a sus conocidos.

Bécquer compone con la estructura de relato marco, también conocido como técnica de mise en abyme: un relato dentro de otro relato, a modo de muñecas rusas o cajas chinas. Es una técnica perfecta para potenciar la trama, diversificar el contenido y rebajar la importancia del narrador. Muestra una gran pericia en su manejo, señal inequívoca de su aprendizaje en el maestro de la narrativa moderna: Miguel de Cervantes.

  1. Lugar y tiempo de la acción narrada

En cuanto al lugar, se insiste en él en varias ocasiones: el Monte de las Ánimas, accidente geográfico realmente existente a las afueras de Soria, camino del Moncayo. Es un lugar bastante abrupto y de aspecto inquietante. De hecho, el narrador, trasunto de Bécquer, afirma en el prólogo que “yo la oí en el mismo lugar en que acaeció”, es decir, visitó el paraje y estuvo atento a los relatos orales populares que daban cuenta de esta leyenda. Crea de este modo un lazo de complicidad con el lector y le lanza un guiño, como queriendo ser algo de narrador testigo.

El tiempo de la escritura lo podemos acotar hacia 1860 (vieron la luz en distintas publicaciones madrileñas entre 1858 y 1864). Bécquer había llegado a tierras sorianas tras su matrimonio con Casta Esteban, cuya procedencia era Noviercas, un pueblo soriano próximo al Moncayo y a la frontera con Aragón.

El tiempo de la acción narrada ofrece una cuádruple perspectiva porque se narran cuatro acciones distintas. Veámoslas de más a menos alejadas en el tiempo: el choque entre cruzados y nobles sorianos pudo ocurrir hacia el siglo XII, aproximadamente. La segunda perspectiva corresponde a Alonso contándole la historia a su prima y la noche de la muerte de ambos; tal vez han pasado siglos respecto de la anterior. La tercera perspectiva se refiere al momento en que el cazador vio a las fantasmas en la capilla del monte del narrador y se lo cuenta a sus vecinos, poco antes de morir. La cuarta y última, que corresponde al primer y último apartado del texto: el narrador, trasunto del autor, cuenta su noche de insomnio y el momento de la escritura, en la misma noche, el 31 de octubre, pero de setecientos años después, hacia 1860.

La duración de la acción también se puede contemplar desde cuatro ángulos, de más a menos extensión temporal: setecientos años es la extensión máxima: desde la pelea primigenia hasta el acto de la narración por el narrador, trasunto de Bécquer. El segundo ángulo ocupa: desde la pelea trágica entre cruzados y nobles hasta que el cazador perdido les cuenta a los paisanos del lugar la persecución entre fantasmas. El tercero va desde el enfrentamiento armado hasta la muerte de los dos jóvenes. Tal vez abarque siglos, pero no sabemos el tiempo que pasó: años, tal vez siglos. El cuarto ángulo de contemplación es el que menos dura, y se centra en la guerra mortal por la posesión y disfrute del monte entre cruzados y nobles.

  1. Análisis estilístico

Bécquer exhibe un dominio muy amplio y feliz de la lengua castellana. El léxico está sometido a una depuración constante, bajo el criterio de la propiedad, la claridad y la expresividad. En sintaxis se aprecia un dominio del periodo corto; las oraciones cortas predominan sobre las largas.

Se percibe muy bien la elaboración literaria a través de un uso feliz de los recursos estilísticos, de los que destacamos algunos ejemplos:

        ”Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda”: podemos apreciar una metáfora muy expresiva y honda sobre la libertad errática de la imaginación desgobernada en noches de insomnio.

        ”Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día!”: en este breve ejemplo localizamos el paralelismo, la elipsis, la hipérbole, la metáfora, la personificación o prosopografía, la exclamación retórica, el epíteto embellecedor, etc.

El cuento posee un ritmo vivo, muy rápido, gracias a que omite muchas circunstancias de la narración (por ejemplo, se suprime la terrible muerte del joven peleando contra lobos, la de Beatriz, junto con su entierro, etc.).

  1. Contextualización de la época y del autor

Gustavo Adolfo Bécquer es un autor tardo-romántico. En realidad, encarna en su vida y su obra el paradigma del artista romántico, incluyendo una vida bastante atormentada y la muerte temprana. En esta leyenda captamos muy bien los rasgos básicos del Romanticismo:

A) Preferencia por motivos y asuntos medievales: personajes, acciones y modos de vivir y sentir son los propios de una Edad Media idealizada y, por momentos, agrandada en la imaginación de los románticos.

B) Focalización en los sentimientos y emociones de los personajes, frente a las acciones o pensamiento político, social, etc.

C) Los personajes, sobre todo los protagonistas, actúan como héroes, guiados por el honor, la valentía y la honra.

D) La naturaleza posee un valor en sí misma porque acompaña al estado de ánimo y a las acciones de los héroes y heroínas. Se puede apreciar muy bien en este cuento: noche, ruidos, monte tenebroso, etc. acompañan muy bien a sentimientos de miedo, temor, amor frustrado, etc.

E) Los finales trágicos se imponen sobre los felices: la grandeza del protagonista, incomprendido, se estrella contra la chata realidad y eso acarrea su muerte.

F) El misterio, lo desconocido, la difusa línea entre razón y locura, entre lo racional y lo irracional, son elementos constitutivos del relato romántico.

Este relato es un ejemplo maravilloso de cómo Bécquer asume los presupuestos artísticos del Romanticismo y los vuelca con elegancia y acierto en este cuento de tradición popular.

  1. Interpretación

Este texto becqueriano nos cuenta una historia de aventura, amor, misterio y tragedia. Pero al mismo tiempo, nos desliza una fotografía perfecta del autor en cuanto a sus intereses e inquietudes: soñador, idealista, embargado por la pasión amorosa, etc. Ajeno a intereses materiales o crematísticos, el autor se nos presenta como una persona atenta a las vivencias interiores y a los procesos emocionales y espirituales.

La factura literaria del cuento es impecable: terso, con una construcción narrativa perfecta, donde nada sobra ni falta, con un dominio del lenguaje y de la retórica tan acertado que la lectura se torna placentera y con gran expansión imaginativa: la recreación de las acciones y los personajes en la mente del lector es asombrosamente fácil y fluida.

Ahora bien, Bécquer nos desliza un pensamiento pesimista y cauteloso: el valor irreflexivo puede conducir a la muerte (como le ocurre a Alonso); alguna mujer, por frivolidad más que por malas intenciones, puede actuar de modo fatal para el hombre que la ama (como acontece con Beatriz), etc.

  1. Valoración

Hemos leído un magnífico texto romántico lleno de valores artísticos e ideológicos, los cuales nos permiten entender el Romanticismo en su esplendor. Bécquer es un poeta y narrador de gran calado: su escritura posee una perfección estética muy elevada, tal que la fluidez y la “recreación” textual en la mente del lector fluye con pasmosa naturalidad.

La arquitectura narrativa es perfecta, original y muy acertada: un narrador, que dice que cuenta una leyenda que escuchó de boca de los lugareños, que escucharon el desenlace a través de un cazador perdido, que a su vez Alonso le cuenta una vieja historia a su prima Beatriz... La difuminación de las fuentes de la narración es un acierto brillante y original.

Casi 150 años después de su escritura, este cuento goza de una frescura y una potencia narrativa inauditas. Hoy, como en 1860, cuando se publicó, se lee con gozo y satisfacción lectora porque logra lo que alcanza la buena literatura: trasladar al lector de su mundo cotidiano a otro muy distinto, que conoce y recrea en su imaginación gracias al manejo maestro del lenguaje y la imaginación. Por eso, indudablemente, Bécquer es uno de nuestros clásicos.

 

  1. PROPUESTA DIDÁCTICA

2.1. Comprensión lectora

1) Resume el texto.

2) Señala su tema principal y los secundarios.

3) Delimita los apartados temáticos.

4) Analiza los personajes principales.

5) Explica cómo funciona la figura del narrador.

6) Señala los aspectos de lugar y tiempo relativos al cuento.

7) Localiza y explica media docena de recursos estilísticos.

2.2. Interpretación y pensamiento analítico

1) ¿Qué rasgos románticos se aprecian en el texto?

2) Indica las razones de Alonso para actuar como lo hace.

3) Realiza lo mismo respecto de Beatriz.

4) ¿Cómo se aprecia en el texto la ambigüedad en cuanto a la separación entre lo racional y lo irracional?

5) El misterio aparece en el relato: ¿cómo?

6) ¿Cuál crees que es la causa principal de la muerte de Beatriz? Razona plausiblemente.

7) ¿Quién llevó la cinta azul a su dormitorio? Aporta hipótesis verosímiles.

2.3. Fomento de la creatividad

1) Escribe un cuento de misterio y terror como el que has leído, en una época que te guste especialmente, incluida la contemporánea.

2) Cambia el final de la leyenda de Bécquer en el sentido que consideres más idóneo.

3) Transforma parte del texto en primera persona, para comprobar cómo cambia la expresión y afecta a la estética del texto.

4) Aporta imágenes de paisajes, castillos, palacios, etc. Que pudieran ser buenos escenarios en el que ocurrieron los hechos de la leyenda becqueriana.

5) Realiza una presentación, con cartel o con medios TIC, ante la clase o la comunidad educativa sobre Bécquer y el Romanticismo.


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