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RUBÉN
DARÍO: “CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA” (DE CANTOS
DE VIDA Y ESPERANZA, 1905)
Canción de otoño en primavera
(1) Juventud, divino
tesoro, 1
¡ya te vas para
no volver!
Cuando quiero
llorar, no lloro...
y a veces lloro
sin querer...
(2) Plural ha
sido la celeste 5
historia de mi
corazón.
Era una dulce
niña, en este
mundo de duelo
y de aflicción.
(3) Miraba como
el alba pura;
sonreía como
una flor. 10
Era su cabellera
obscura
hecha de noche
y de dolor.
(4) Yo era
tímido como un niño.
Ella,
naturalmente, fue,
para mi amor
hecho de armiño, 15
Herodías y
Salomé...
(5) Juventud,
divino tesoro,
¡ya te vas para
no volver!
Cuando quiero
llorar, no lloro...
y a veces lloro
sin querer... 20
(6) Y más
consoladora y más
halagadora y
expresiva,
la otra fue más
sensitiva
cual no pensé
encontrar jamás.
(7) Pues a su
continua ternura 25
una pasión
violenta unía.
En un peplo de
gasa pura
una bacante se
envolvía...
(8) En sus
brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló
como a un bebé... 30
Y te mató,
triste y pequeño,
falto de luz,
falto de fe...
(9) Juventud,
divino tesoro,
¡te fuiste para
no volver!
Cuando quiero
llorar, no lloro... 35
y a veces lloro
sin querer...
(10) Otra juzgó
que era mi boca
el estuche de
su pasión;
y que me
roería, loca,
con sus dientes
el corazón. 40
(11) Poniendo
en un amor de exceso
la mira de su
voluntad,
mientras eran
abrazo y beso
síntesis de la
eternidad;
(12) y de
nuestra carne ligera 45
imaginar
siempre un Edén,
sin pensar que
la Primavera
y la carne
acaban también...
(13) Juventud,
divino tesoro,
¡ya te vas para
no volver! 50
Cuando quiero
llorar, no lloro...
y a veces lloro
sin querer.
(14) ¡Y las
demás! En tantos climas,
en tantas
tierras siempre son,
si no pretextos
de mis rimas 55
fantasmas de mi
corazón.
(15) En vano
busqué a la princesa
que estaba
triste de esperar.
La vida es
dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay
princesa que cantar! 60
(16) Mas a
pesar del tiempo terco,
mi sed de amor
no tiene fin;
con el cabello
gris, me acerco
a los rosales
del jardín...
(17) Juventud,
divino tesoro, 65
¡ya te vas para
no volver!
Cuando quiero
llorar, no lloro...
y a veces lloro
sin querer...
(18) ¡Mas es mía el Alba de
oro!
Rubén Darío: Cantos de vida y esperanza (1905)
- ANÁLISIS
- Resumen
El poema “Canción de otoño
en primavera” procede del libro Cantos de
vida y esperanza (1905). Es el tercer y último gran título de los poemarios
de Rubén Darío. Se trata de una poesía reflexiva, pausada e introspectiva.
Estas características se manifiestan claramente en el poema que vamos a
analizar.
La primera estrofa, que funcionará de estribillo (se repetirá tres veces más a lo largo del poema, cerrándolo), lamenta la pérdida de la juventud, lo que provoca al yo poético sentimientos contradictorios de pena, amargura y tristeza algo descontrolada. La segunda estrofa enuncia que hablara sobre su vida sentimental, que ha sido variada. Primero se enamoró de una mujer dulce y bondadosa, pero dada la timidez del enunciador, la muchacha lo traicionó cruelmente. La segunda mujer de la que se enamoró poseía un carácter pasional y posesivo, hasta el punto que el poeta la abandona porque se sentía ahogado. La tercera mujer de la que se enamoró mostró una gran pasión, pero sin fondo sentimental, de modo que todo terminó pronto. A continuación extiende una mirada contemplativa sobre el resto de mujeres que ha amado, que ahora percibe como fantasmas, recuerdo inestable y motivo poético. Buscó una princesa, idealizada, bella y perfecta, pero nunca apareció. Esto le hace concluir que la vida muestras aristas punzantes y dolorosas. Ya con años encima, reconoce que sigue buscando un amor que lo ilusione. Se cierra el poema como había comenzado, lamentando la pérdida de la juventud y los sentimientos de tristeza contradictoria que le producen.
- Tema
El tema del poema se puede enunciar así: recorrido vital del yo poético sobre sus experiencias amorosas bajo el signo contradictorio del fracaso y del deseo simultáneos. Enunciado de otro modo: mirada retrospectiva y reflexiva sobre el amargo itinerario amoroso del yo poético que, sin embargo, no renuncia a encontrar su amor verdadero.
- Apartados temáticos
El poema presenta cuatro
apartados temáticos o secciones de contenido. En cada una de ellas se modula o
matiza el asunto principal. De este modo, tenemos:
-El primer apartado
(estrofas 1-5, vv. 1-20) presenta el tema y cuenta la primera aventura
sentimental del yo poético. Se enamoró, da a entender que al modo infantil, de
una muchacha de cabello oscuro que lo traicionó inopinadamente. Se cierra esta
parte con la estrofa que funciona de estribillo: expresa el lamento por la
juventud perdida y su extravío emocional.
-El segundo apartado abarca
las estrofas 6-9 (vv. 21-36); desvela su segunda historia amorosa, con una
muchacha dulce y apasionada, pero demasiado absorbente, de modo que se sentía
aprisionado, de ahí que la abandone. El estribillo correspondiente cierra esta
sección.
-El tercer apartado
(estrofas 10-13, vv. 37-52), resume un escarceo con una chica superficial solo
interesada en aspectos externos, por lo que pronto llegó el hastío y el fin.
Como antes, la estrofa del estribillo se repite.
-El cuarto apartado
(estrofas 14-17, vv. 53-68) posee un tono recopilatorio; con la expresión “las
demás” se refiere al resto de sus aventuras amorosas fracasadas; a pesar de que
a veces solo fueron fantasías, al menos le han servido de inspiración poética.
Se confiesa solo y amargado, como perdido. La estrofa del estribillo se repite.
-El quinto y último apartado, coincidente con la estrofa 18, es el más breve, pues está compuesto por un solo verso. En forma de epifonema, el yo poético expresa su esperanza en un futuro luminoso.
- Aspectos métricos, de rima y estrofa
La estructura métrica del
poema es original y, al mismo tiempo, extraña, lo que está en consonancia con
la renovación formal que Darío aportó a la poesía en español. El poema está
compuesto de 69 versos eneasílabos agrupados en estrofas de cuatro versos cada
una. La rima se repite del siguiente modo: ABAB, con la particularidad que en
los versos pares la última palabra es aguda (de modo que sus sílabas se
contabilizan como 8 + 1). La estrofa empleada es el serventesio, pero no en
endecasílabos, como era lo tradicional, sino en versos de nueve sílabas. Aquí,
el poeta nicaragüense innova felizmente.
Como siempre en la poesía
de Rubén Darío, los aspectos musicales del poema son muy importantes. El ritmo
melodioso, creado a base de una cuidada y meditada distribución acentual nos
permite comprobar cómo el poeta ha utilizado los pies grecolatinos, adaptados
al castellano, haciendo equivaler las sílabas largas o breves en tónicas y
átonas. Usa de modo variado los pies binarios (yámbico o yambo --sílaba átona
más sílaba tónica--; y trocaico o troqueo --sílaba tónica más sílaba átona--) y
los ternarios (dactílico o dáctilo --sílaba tónica seguida de dos átonas--;
anfibráquico o anfíbraco --sílaba tónica entre dos átonas--; y anapéstico o
anapesto –dos sílabas átonas más una tónica--).
El resultado, como se puede comprobar en una lectura en voz alta, es, sencillamente, maravilloso: una cadencia melodiosa y suave se extiende por todo el poema y convierte la lectura en una melodía, en una canción eufónica, expresiva, dulce y matizada, como ya hemos afirmado de otros poemas de Rubén Darío aquí analizados, como “Salutación del optimista”.
- Análisis estilístico
“Canción de otoño en
primavera” es un poema equilibrado entre lo lírico y lo narrativo; el yo
poético deja ver su interioridad y, al mismo tiempo, cuenta tres historias
amorosas de final desgraciado. También muestra un balance entre el optimismo y
el pesimismo, entre la amargura y la esperanza y, finalmente, entre la alusión
y la elisión de los aspectos sentimentales del yo poético. En primer lugar,
conviene fijarse en el título del poema: estamos ante una canción que expresa
los anhelos del yo poético, en el otoño de su vida, sobre sus ansias de amor,
propio de la primavera. Juega con las dos estaciones para crear una paradoja
esencial que luego recorrerá todo el poema: aunque el sujeto enunciador es
mayor en edad (otoño), sigue suspirando por amores apasionados, propios de la
juventud (primavera).
La estrofa inicial
funcionará como estribillo en el resto del poema, de ahí que se repita cinco
veces. En ella emplea una metáfora con elipsis que expresa parte del contenido
poético: “juventud, divino tesoro” (v. 1). La exclamación retórica que ocupa el
siguiente verso contiene una antítesis que declara muy bien cómo el tiempo pasa
y la edad florida huye también: “¡ya te vas para no volver!” (v. 2). Los dos
últimos versos de ese serventesio expresan una paradoja doble: “Cuando quiero
llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...” (vv. 3-4); expresa con
certeza la confusión de sentimientos y cierto estado de extravío sentimental y
existencial.
Son especialmente
significativas las suspensiones que aparecen en los dos últimos versos. Dejan
el sentido abierto e inacabado, quizá con cierta esperanza de futuro, como
declara la última estrofa del poema. En total, son quince suspensiones las que
aparecen en el texto, señal inequívoca de su importancia. Sin duda, es el
recurso más importante, al menos desde el punto de vista cuantitativo. En estas
suspensiones se contienen las incertidumbres y angustias emocionales y
existenciales del yo poético.
La segunda estrofa comienza
en un tono declarativo: el sujeto enunciador admite que su trayectoria
sentimental ha sido “plural”, metáfora de variada y no ceñida a una situación o
persona. E inmediatamente relata su primer amor; fue con una “dulce niña” (v.
7); obsérvese la metáfora contenida en “dulce”, que pronto entra en antítesis
con una realidad llena “de duelo y de aflicción” (v. 8). Expresa claramente
cómo ante un entorno doloroso, ese amor fue una isla de felicidad.
La tercera estrofa expresa,
en base a tres metonimias, la belleza externa e interna de esa niña: su mirada,
su sonrisa y su cabellera. Las dos primeras se ensalzan a través de dos símiles
impecables, de significación positiva y expansiva: “Miraba como el alba pura; /
sonreía como una flor” (vv. 9-10). Exaltan la belleza prístina de esa joven, de
la que también se destaca su cabellera, aunque ahora con significación más
enigmática y negativa, pues está “hecha de noche y de dolor” (v. 12). La joven
lleva la marca del sufrimiento, aunque ignoramos su origen y sí podemos prever
sus consecuencias.
La cuarta estrofa da
entrada al yo poético de un modo explícito, a través del pronombre “yo” y el verbo conjugado en primera persona,
“era” (v. 13). Expresa muy bien el contraste con “Ella” (v. 14), que se
metaforiza como una Salomé bíblica: decapita al hombre que odia, Juan Bautista,
sin titubear, para lo que utiliza los sentimientos de su esposo. El amor del
enunciador es ingenuo, simple y suave, pues está “hecho de armiño” (v. 15), muy
opuesto al de ella, por cierto. La suspensión que cierra la estrofa da a
entender el final inevitable y amargo para el sujeto enunciador. A
continuación, viene la estrofa del estribillo, que repite el concepto de la
juventud como algo muy valioso, pero que pronto pasa, lo que sume al poeta en
una perplejidad amarga.
La sexta estrofa inicia el
relato de su segundo amor, que parece el caso contrario del primero. El
polisíndeton inicial, con cuatro adjetivos muy explícitos (consoladora,
halagadora, expresiva y sensitiva), tres de ellos precedidos del adverbio
“más”, expresan la personalidad de esa chica, algo impetuosa y temperamental.
En la séptima estrofa
establece una antítesis significativa entre el “peplo de gasa pura” (v. 27),
externo, pues es su vestido, frente a un interior volcánico y apasionado. De
nuevo la suspensión final expresa que la situación no podía acabar bien. La
octava estrofa aclara las consecuencias de ese carácter tan volcánico y
posesivo: “mató” (v. 31) la ilusión del sujeto enunciador; este se dirige a
aquel, como si le hablara, para imprimir más dramatismo a la acción. La
repetición metaforizada que se observa en “falto de luz, falto de fe...” (v.
32) hace hincapié en la carencia de sentimientos consistentes por parte de
ella. La novena estrofa coincide con el estribillo, del que ya conocemos su
contenido.
En la décima estrofa
comienza la tercera historia negativa del yo poético. Ahora es una muchacha
apasionada y casquivana, solo atenta a los aspectos sensuales, sin pensar en el
futuro. Comienza con una metáfora elocuente, al identificar la boca de él con un
“estuche de su pasión” (v. 38); animaliza a la joven al identificarla, a base
de alusiones, con un ratón que “roería, loca, / con sus dientes el corazón”
(vv. 39-40); el sentido degradante queda claro en las dos estrofas siguientes.
Varias metáforas nos permiten comprender la superficialidad de esta historia:
la chica confundía el futuro, o la “eternidad”, con un simple abrazo o beso
(vv. 43-44); del mismo modo, de la “carne ligera” --nótese la metáfora con
sinestesia, tan elocuente--, la joven imaginó un “Edén” (v. 46). A
continuación, aparecen dos metonimias para expresar la brevedad de los momentos
felices y agradables, identificados con la “Primavera” (v. 47). Este final, de
nuevo fracasado y triste, dan pie a repetir, en la decimotercera estrofa, el estribillo
conocido sobre el final rápido de la juventud.
La decimoquinta estrofa
adquiere una significación generalizante. Comienza con una exclamación
retórica, “¡Y las demás!” (v. 53), como para ponderar la cantidad de amadas,
que pronto se ven reducidas a “pretextos de mis rimas / fantasmas de mi
corazón” (vv. 55-56). Estas dos metáforas declaran muy bien que acaso algunos
de estos amoríos solo fueron imaginaciones o ensoñaciones del sujeto enunciador
y que, en todo caso, han servido como inspiración poética o como motivo de
tormento y pesadillas.
La decimosexta estrofa
adquiere un tono subjetivo y confesional. El sujeto enunciador habla en primera
persona para admitir que nunca encontró “a la princesa” (v. 57) de cuento de
hadas que estuvo buscando inútilmente. Reconoce acto seguido su fracaso con dos
enunciados muy amargos: “La vida es dura. Amarga y pesa” (v. 58) Un adjetivo y
dos verbos comprimen a la perfección el sufrimiento existencial que se escondía
tras las batallitas amorosas del sujeto enunciador. El cierre de esa estrofa
con una exclamación retorica muy contundente declara el fracaso sentimental:
“¡Ya no hay princesa que cantar!” (v. 59). Ahí comprendemos que la soledad y el
aislamiento son los rasgos emocionales de ese sujeto enunciador.
La decimoséptima estrofa
imprime un quiebro en el discurso poético. El sujeto reconoce que, a pesar de
los fracasos y del paso del tiempo (que personifica, adjetivándolo de “terco”
(v. 60), pues pasa a pesar de la voluntad del sujeto), su necesidad de amar sigue
en pie; lo expresa a través de una elocuente metáfora: “mi sed de amor no tiene
fin” (v. 61). Una metonimia, “con el cabello gris” nos indica que el sujeto
enunciador ya es un hombre metido en años; una metáfora nos señala que le
gustaría encontrar un amor, que nombra como “los rosales del jardín” (v. 63).
De nuevo, la suspensión final deja la continuación abierta. La decimoctava
estrofa es el estribillo, que ya conocemos.
La decimonovena y última
estrofa del poema es original y muy rupturista respecto del resto del poema. Se
trata de un solo verso, en el que se contiene un epifonema, a causa del tono
exclamativo, que, a su vez encierra una doble metáfora muy expresiva: el “Alba
de oro”, es decir, la confianza y optimismo respecto del futuro, son del yo poético,
“son míos” (v. 69). No da por cerrada su trayectoria sentimental y aún espera
con ilusión que el tiempo venidero le traiga la felicidad, es decir, la
“princesa que estaba triste de esperar”, que estuvo buscando y nunca encontró.
Como se puede apreciar en esta exposición, no exhaustiva, naturalmente, el poema es muy rico y variado estilísticamente considerado. Rubén Darío ha empleado una muy variada cantidad de procedimientos retóricos para construir un significado lírico de tono subjetivo, intimista y confesional. El acierto en su uso lo declara la armonía compositiva, el equilibrio entre fondo y forma en relación a la significación del poema entero.
- Contextualización
Rubén Darío (Metapa, hoy
rebautizada como Ciudad Darío en honor y recuerdo del poeta, Nicaragua, 1867 -
León, Nicaragua, 1916) es el máximo representante del movimiento literario y
artístico conocido como Modernismo; se desarrolló en el mundo hispano entre
1890 y 1920, aproximadamente. En concreto, la publicación de su libro Azul... (1888) en Valparaíso, Chile, se
considera el nacimiento o irrupción de tal corriente en las letras españolas.
Supuso una renovación interesante del lenguaje poético (métrica, léxico, modos
de expresión, etc.) y una aportación importante de temas y símbolos poéticos.
Recordemos que la poesía previa de 1860 y décadas posteriores, fuera de los
tardorrománticos, era de corte realista, ceñida a asuntos cotidianos, digamos
que vulgares, expresada con un lenguaje corriente en formas clásicas que
sonaban muy repetidas; Campoamor, Núñez de Arce, etc.
La propia poesía de Rubén
Darío evolucionó desde un estilo más aparatoso y deslumbrante, a tono con temas
más intrascendentes, a otro más denso y sobrio, en correspondencia con una
poesía de contenido más intimista, existencial, cívico y de tono grave. Muy
influido por la poesía francesa, sobre todo la simbolista encarnada en Paul
Verlaine, poeta que Darío veneraba, el poeta nicaragüense impulsó los aspectos
musicales de la poesía, la importancia de lo sensitivo, el cromatismo, la
creación de imágenes con una correspondencia natural muchas veces oculta, etc.
Estas notas se pueden advertir en su segundo gran libro Prosas profanas y otros poemas (Buenos Aires, 1896)
Rubén Darío rescató del
olvido metros y léxico antiguos que habían sido arrumbados, como el verso
alejandrino y el lenguaje más sofisticado y culto de ámbito poético. La
importancia que concede al ritmo, creando poemas con la distribución acentual
del latín adaptada al castellano (en base al pie yámbico y trocaico), es una
aportación de enorme importancia.
El poema que estamos
analizando, “Canción de otoño en primavera” (en Cantos de vida y esperanza, Madrid, 1905) es una intensa y
bellísima composición del poeta nicaragüense. Posee un tono melancólico,
intimista y confesional que lo hacen especialmente atractivo. Rubén Darío
cuenta su historia sentimental (no sabemos cuánto de real y cuánto de imaginada
hay en ella) desde una perspectiva melancólica y amarga, que le ha traído el
paso del tiempo.
La juventud ya ha quedado lejos, de ahí su tristeza, que se ve acentuada porque le gustaría poseer el vigor para poder reverdecer sus escarceos amorosos. Sin embargo, admite que todo eso ya ha quedado lejos y que el saldo final es más bien negativo. Y con todo, aún ansía un nuevo amor, de perspectiva imposible, que lo redima de su soledad y amargura. Podemos ver que estamos ante un poema denso, intimista y de tintes pesimistas, como ocurre en muchas de las composiciones de nuestro poeta en esa época de su vida.
- Interpretación
“Canción de otoño en
primavera” es un poema hermoso por su intimismo, su armonía, su musicalidad y
su contenido equilibrado, a medio camino entre el juego poético intrascendente
y la confesión honesta de sus aventuras sentimentales por parte del yo poético
y del mismo Rubén Darío.
El carácter reflexivo y
existencial del poema adensa su significación, y le permite transcender la mera
anécdota, que no pasaría del cotilleo sentimental. La narración, bien que
comprimida, de sus historietas de amor se transcienden cuando, en las estrofas
finales, comprendemos que la soledad y la tristeza amarga son sus compañeros.
También adquiere peso significativo el conjunto del poema cuando el sujeto
enunciador admite que la vida es dura, pesa y amarga el cotidiano vivir.
Los verbos en presente de
indicativo expresan los pensamientos más actuales y atemporales del yo poético.
Sin embargo, cuando relata las historias amorosas, recurre a tiempos del
pasado. Este juego verbal aporta variedad, frescura y armonía al poema. En este
se relatan aventuras, es cierto, pero dentro de un marco de reflexión íntima.
La disposición del contenido, con el estribillo que se repite cinco veces, y el carácter conclusivo de las tres últimas estrofas largas, junto con la última breve, nos permite visualizar la armonía compositiva y el sólido equilibrio que lo sustenta. El poeta nicaragüense ha empleado una variada y amplia cantidad de procedimientos retóricos para transmitir belleza poética y contenido intimista más bien amargo y triste, a pesar del sesgo final hacia un futuro optimista y abierto.
- Valoración
“Canción de otoño en
primavera” es una hermosa composición equilibrada y sutil. Rubén Darío decide
abrir su corazón, aunque de un modo poético, es decir, para nada es necesaria
la confesión puntual y exacta de su trayectoria amorosa. Esa narrativa sentimental
se ve teñida de melancolía y tristeza por el paso del tiempo y por los fracasos
consecutivos de sus amores (cosa que, en efecto, conocemos de su vida real, con
alguna excepción, como la sólida relación que mantuvo con la española Francisca
Sánchez).
El poema presenta también
un lado exótico, pues las muchachas retratadas son más bien idealizaciones de
caracteres en unos ambientes difusos y lejanos. El poeta ha sabido ajustar las
dosis de realismo subjetivo que, en general, suelen ir en detrimento de la
poesía y de los valores literarios.
El efecto musical del
poema, unido a la audaz innovación de utilizar serventesios en eneasílabos, es
un valor muy positivo y destacado, por su sorpresa y eufonía. Aporta una
belleza fónica, por tanto poética, que envuelve al contenido en su conjunto,
imprimiéndole un aire musical. Unido a la adjetivación sensitiva, auditiva,
cromática y sinestésica, hacen del poema una verdadera joya de la literatura en
español.
- PROPUESTA DIDÁCTICA
(Estas actividades se pueden desarrollar y
realizar de modo oral o escrito, en el aula o en casa, de modo individual o en
grupo. Algunas de ellas, sobre todo las creativas, requieren material o
herramientas complementarias, como las TIC).
2.1. Comprensión lectora
1) Resume el
poema (aproximadamente, 100 palabras).
2) Señala su
tema y sus apartados temáticos. Para ello, contesta a la cuestión ¿de qué se
habla y cómo se expresa?
3) Establece
la métrica, la rima y la forma estrófica utilizada.
4) Explica
con detalle el significado de la estrofa que funciona de estribillo.
5) Localiza una docena de recursos estilísticos y explica su eficacia significativa y estética.
2.2. Interpretación y pensamiento analítico
1) ¿Por qué
la juventud es un “divino tesoro”? ¿Sigue en vigor en el poeta? ¿Qué consecuencias
tiene? Fíjate en los dos últimos versos del mismo, que expresan una paradoja
doble muy significativa.
2) ¿Qué
significan los versos: “En vano busqué la princesa / que estaba triste de
esperar”? Localiza las alusiones a los cuentos populares clásicos e
interprétalo, respecto de su sentido positivo o negativo, pesimista u
optimista, etc.
3) El último
verso encierra el estado de ánimo de cara al futuro: “¡Mas es mía el Alba de
oro!”. Explica e interpreta su sentido y ponlo en relación con el resto del
poema.
4) Indica los rasgos de la poesía de Rubén Darío, principal representante del Modernismo en español, perceptibles en este poema.
2.3. Fomento de la creatividad
1)
Documéntate sobre el poeta Rubén Darío y realiza una exposición en la clase con
ayuda de medios TIC, creando un póster, etc.
2) La vida de
Rubén Darío fue muy tormentosa y accidentada. Escribe un cuento, o un poema, o
una breve obra dramática, que recoja sus hechos principales. Trata de
introducir reflexiones del protagonista según lo descubierto en este poema.
3) Escribe un
relato literario basado en el contenido del poema, con personajes concretos y
ambientación determinada. Puedes reunir jóvenes hispanoamericanos en torno a
una acción, donde manifiestan su opinión sobre el tema del poema, o pasan a la
práctica algún proyecto común.
4) Se puede realizar un recital poético o una declamación de poemas de Rubén Darío, acompañado de imágenes alusivas y música, ante la clase o la comunidad educativa. Ahí se pondrá de manifiesto la enorme hondura expresiva y la gran musicalidad de los poemas de nuestro poeta nicaragüense.
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