22/01/2021

Emilia Pardo Bazán: "La madre naturaleza"; análisis y propuesta didáctica

Baíña, Baiona, Pontevedra (VIII-2020) © SVM


 Pardo Bazán - “La madre naturaleza” (1887)


  1. ANÁLISIS

  1. Resumen

Tomo I

I

Dos muchachos jóvenes, chico y chica, corretean por el campo, en verano. De pronto, estalla una tormenta. Se refugian bajo un castaño, pero al fin, se mojan. Salen corriendo, tapados con la falda remangada de ella. Se meten en una cueva artificial de una cantera de pizarra abandonada. Él ha venido de vacaciones de verano tras acabar el curso en el instituto de Orense. Ella vive en el pueblo. Son íntimos desde niños, pero ese verano sienten algo distinto entre ellos. Pasa la tormenta y aparece un gran arco iris, el Arco de la Vieja, por encima del Pico Modelo y hasta el río Avieiro. La madre naturaleza los acoge amorosamente.

II

Deja de llover y salen. Ven a lo lejos al señor Antón, algebrista o atador (curandero, componedor de huesos) de Boán. Se juntan con él y lo acompañan a curar un lobanillo de una vaca de María la Sabia. Esta tiene un bocio muy grande, que le cubre parte de su cara. Una mujer joven y dos rapazuelos completan la escena. Agarran la vaca con fuerza y le corta el lobanillo con una navaja de afeitar. Movida por el dolor, se libera y sale corriendo, pero Pedro, el chico, Perucho, la agarra y la devuelve a su sitio. Acaba la cirugía y la cura con pez hirviente. La vaca queda tranquila. Manuela, la chica, admira el atractivo físico de Pedro.

III

Antón cura un ternero, pero no puede con un buey porque carece de la pólvora para hacer su cura. Bebe, invitado, mucho, y queda bastante tocado. Es un curandero que anda por la aldea la mar de contento. Cura animales y personas. Lleva un libro consigo. Ha leído algunos tomos del Padre Feijoo y otros libros sueltos. Expone a los chicos su filosofía mientras caminan de vuelta. Es un panteísta tirando a nihilista; todos acabamos en nada, transformados en tierra y abono para otros seres. Los chicos van cogidos del dedo meñique.

IV

Pedro le confiesa su amor a Manuela, algo más que fraternal. Esta le corresponde. Es de noche y vuelven a los pazos. Ella siente una confusa emoción de dicha y alborozo, pues controla la situación sentimental.

V

En un coche de caballos, la diligencia de viajeros, coinciden el Trampeta, el abad de Loiro y un señor de mediana edad, con guantes, educado y culto, pues lee un libro en idioma extranjero. Trampeta le cuenta la historia de Nucha, su muerte; también la muerte de Primitivo; el pucherazo en las elecciones. Sabel se casa con Ángel, el gaitero de Naya. Viven en casa del marqués. Se encariña con el niño y le da estudios. No mira para la hija, Manuela. El viajero muestra interés intermitente. Trampeta, que es charlatán, le cuenta todo. El abad duerme; está viejo y obeso.

VI

Antes de entrar en Cebre, la caravana o diligencia vuelca en un una recurva de un puente que salva un arroyo. Juncal, que lee un periódico anticlerical, tumbado en un prado, lo ve. Acude al accidente. No hay muertos. Sacan con dificultad al abad. El viajero de guantes se identifica, es Gabriel Pardo de la Lage, hermano de Nucha. 

VII

Come Gabriel en casa de Juncal. Este está casado con Catalina, Catuxa, antes panadera. Es una moza joven, fresca y bonita. Espontánea en la conversación. Atiende bien a su marido y pasa horas en el molino que compraron donde los panaderos muelen su trigo. Gabriel tiene un codo lesionado y queda a dormir en casa del médico, tan anticlerical y radical en política como antes. Se dirige a Ulloa y al pazo. Es hombre discreto y regresa tras mucho tiempo fuera.

VIII

Tras la cena con Juncal, Gabriel sale a tomar el fresco, a solas, a un corral trasero. La noche es oscura. Recuerda y valora toda su vida. Su hermana mayor, Rita, le da una tunda por liberar un canario que come el gato; la hermana pequeña lo cura y lo protege. Estudia artillería en Segovia; sale de teniente, ya es comandante. Se enamora de una viuda y de una casada, y lo rechazan ambas ocasiones; lee mucha filosofía, geología y explosivos, pero se desencanta; se hace retraído y algo huraño. Participa en las guerras carlistas y acaba desencantado. Viaja por el extranjero, comisionado para aprender, y a la vuelta comprende la miseria española. Cuando muere su padre, vuelve a su casa de Santiago de Compostela. Encuentra una carta y una sortija de su hermana Marcelina, Nucha, muerta, pidiendo que él se encargue de la niña. Esto le hace reaccionar. Es un hombre ya metido en la treintena.

IX

Juncal siente una gran afición por Gabriel. Desayunan juntos. Este le confiesa que desea casarse con su sobrina, y cuanto antes. Juncal se asombra, pero lo entiende.

X

Juncal pone al día a Gabriel. Sabel se casa con el Gallo, el gaitero de Naya. Viven con don Pedro, que está gordo. El chico va al instituto de Orense y lo piensa enviar a la universidad. La chica viste pobremente y es montañesa de aire y educación. Gabriel lo ve mejor para su propósito de boda.

XI

Juncal y Gabriel ven a Antón, el algebrista, curar a las bestias de la diligencia y al muchacho que montaba el primer caballo. Se dirigen a los Pazos. Juncal no entra y da la vuelta un poco antes. Le cae muy bien Gabriel, que lo reputa como hombre fino, claro y firme. No cree que sea conservador.

XII

Gabriel se presenta a don Pedro, que está en la era, pues es otoño y se maja el centeno, amontonado en medas. Queda sorprendido de la llegada de su cuñado, pero lo acoge cordialmente, calculando qué querrá. Vienen en un carro lleno de mies Perucho y Manuela. Algo no le gusta a Gabriel, pero no sabe qué. 

XIII

Le presenta a Manolita; lo saluda y desaparece tras una meda o morena, torre de manojos de cereal. Los chicos suben y juegan con los manojos, mientras los colocan. Gabriel sigue sus juegos, mientras don Pedro le habla sin parar y le pregunta por su vida. Se vuelve a casa a cenar, aunque quisiera participar en el juego.

XIV

Cenan cumplidamente. Sabel ha perdido su belleza natural; como todas las aldeanas, ahora está fondona y como desfigurada. El marido, Ángel el Gallo se conserva muy bien. Es presumido y ostentoso. Compra ropa en Orense y no trabaja en el campo. Lee y escribe, aunque con muchos tropiezos. Sus habitaciones de la planta baja están limpias y nuevas. Las de don Pedro, en la primera planta, están viejas y destartaladas. En la loza se ve el escudo de armas de los Pardo de la Lage. Se preguntan a qué habrá venido el cuñado de don Pedro. Tienen dos hijas de unos siete años. Manuela y Perucho no cenan con ellos porque se quedan en la era con los campesinos.

XV

Conversación de don Pedro con Gabriel. Aquel le concede la mano de Manuela a cambio del dinero de la herencia de Nucha. Tío y sobrina dan un paseo por el soto, el castañar y los alrededores. Ella se muestra hosca y poco amigable. Viste algo mejor que el día anterior porque se lo ha mandado su padre.

XVI

Paseo de mañana de tío y sobrina, entre los castaños. Él le confiesa su amor, medio fraternal, medio platónico. Ella capta que algo raro pasa. Comienza de mal humor, pero se va componiendo. Gabriel le cuenta cosas de las guerras carlistas; ella, cómo vuela una mariquita de Dios y cómo muda una culebra. Él siente que va por el buen camino para enamorarla.

XVII

Visitan a la señora Andrea, la molinera. Un perro mastín atado vigila la casa. Vive en una casa pobre al lado del molino. La acompañan sus nietos, un niño de dos años y una niña de cuatro; el año que viene ya andará con la vaca y una cuerda. Lo invita a un trozo de pan de borona. El molino y la represa es un lugar fresco y apacible; contrasta con el día caluroso. La señora Andrea habla en “dialecto” (gallego) y castellano, mezclándolo. Le pide a Manuela que le ruegue a su padre para que le arregle las puertas, carcomidas y rotas. Gabriel piensa que progresa en su enamoramiento de su sobrina Manuela.

XVIII

Sobrina y tío visitan a Julián, el cura de Ulloa. Está delgado, como transfigurado, casi fantasmal. Come poco y vive en un estado espiritual. Cuando muere su madre, gasta el dinero heredado en pequeños préstamos, donativos y arreglos de la iglesia. Dos amas, ya mayores (pasan de sesenta, por exigencia de Julián) le roban y desgobiernan la casa. Hasta que entra Goros de amo de casa. Cultiva la tierra, cocina, cuida algunos animales, lava, cose. Es un hombre hacendoso, aunque habla mal de los curas y da pábulo a todos los chismes sobre ellos. Se complementan perfectamente. La visita es algo incómoda porque no tienen qué hablar. Al anochecer, se despiden y vuelven al pazo, donde están con la maja del centeno. En un aparte, Manuela le promete a Pedro que al día siguiente estará solo con él.

Tomo II

XIX

Salen de casa Manuela y Pedro a las seis de la mañana. Andan hasta la casa de la Sabia, solicitando leche para desayunar; dice que no tiene. Pedro ordeña una vaca y ambos beben sus cuencos. La vieja les echa maldiciones. Siguen caminando. Manuela está cansada, pero no para. Bordean al río Avieiro, muy hermoso. Se acercan a Naya, pero no visitan al abad. Siguen adelante, aunque ya es la hora de comer.

XX

Atraviesan el río y se acercan a una encina hueca. Él saca un panal de miel; los campesinos han llevado las abejas. Pedro le confiesa que la quiere; ella le corresponde y le promete que se casará con ella, aunque él le advierte que su tío la quiere, cosa que Manuela duda.

XXI

Suben a los Castros, en dos colinas, alejados del mundo. Allí ya no hay cultivos. El camino es casi invisible, solo un sendero de zorro. Comen moras y otros frutos. Se echan un rato a descansar y se besan apasionadamente. Están felices. Él, aún sin barba, le saca a ella cuatro o cinco años.

XXII

Gabriel, tras el día feliz con Manuela, se acuesta. Está insomne, a lo que ayudan mil ruidos, mil olores y mil tactos para él desconocidos. Mata un cínife en su cara. Lee la traducción de Fray Luis de León del Cantar de los cantares; le encanta el libro; admira su estilo elegante y cómo explica lo que supone el beso para los amantes. Al fin, contra el amanecer, se duerme.

XXIII

Gabriel se levanta algo tarde. Todos están en la maja del trigo, con los palos, los “mallos”. Don Pedro lo intenta, pero no tiene fuerzas y lo deja al poco. Es costumbre que el señor sea el primero y dé ejemplo a los majadores. Llama a Perucho, para que tome el majo y dé el ejemplo; es un modo implícito de reconocer que es un Ulloa y el descendiente de la casa. Lo busca Ángel, el Gallo, su supuesto padre, pero no aparece. Ha ido por los campos con la Manola, la señorita.

XXIV

Comen solos Gabriel y don Pedro. Este justifica que su hija ande por ahí; se endurece, no como las chicas de la ciudad (“pueblo”, le llaman los aldeanos), débiles y apocadas, que mueren al primer parto. Gabriel se irrita y le advierte al marqués que no consentirá que se repita esa desaparición de su futura esposa. Mucha tensión entre ambos.

XXV

Gabriel se refugia en la sombra de un castaño. Hace mucho calor. Todavía oye los gritos de su cuñado sobre sus últimas palabras. Reflexionando sobre la lectura que hizo de noche del “Cantar de los cantares”, comentado por Fray Luis de León, comprende que los chicos son hermanos y que habrán podido caer en la atracción mutua, porque entre la hermana y la amante no hay tanta diferencia, como se puede deducir de algún pasaje del “Cantar”. Se dispone a salir a buscarlos, a Perucho y a Manuela, aunque no sabe a dónde dirigirse.

XXVI

Anda Gabriel por los caminos, sin saber dónde está, pues no conoce el terreno. Atardece, ve una iglesia; piensa que es Naya, pero es Ulloa. Cae la noche, se acerca al cementerio. Negrura, soledad, armonía en el ambiente. Queda mirando el pobre mausoleo que adivina de su hermana Nucha. Oye algo, luego ve una sombra. Julían es quien sale de rezar del mausoleo; sospecha que sabe más de lo que a él le dice. Vuelve a casa, oye o intuye que alguien se acerca. Se esconde y ve pasar, agarrados por el talle, a Perucho y a Manuela. Arde de celos y de irritación pensando en lo que han podido hacer y resuelto a tomar medidas drásticas.

XXVII

Llega Gabriel de vuelta a los Pazos. Se encuentra con los hombres, en el huerto, que ahora hacen senado o asamblea don el Gallo en las veladas. Se junta con Goros, el criado de Julián, el sacristán de la misma iglesia, el peón caminero, Antón el componedor, con su panteísmo y su afición al aguardiente, y un campesino de mediano pasar, el tío Pepe de Naya, hablan de política y filosofía, sin entender nada. Se ríen del pastor porque se creen cultos. Le dicen que Perucho está en la era. Se retiran a la casa, a la sala de estar que  el Gallo ha adornado con la última moda de Orense, a hablar. Gabriel insulta gravemente al muchacho. Se pegan. Al fin, se separan y hablan. Perucho expone su amor y cuidado por Manuela desde que era muy niña. Él la ha cuidado siempre, e incluso le enseña las primeras letras. La quiere, lo quiere y dará su vida por ella. Se retiran a hablar al dormitorio de Gabriel, que ha cambiado de opinión.

XXVIII

Gabriel le anuncia que es hermano de Manola. El chico se desespera, grita, se coge el rostro, se envuelve en la concha; llora, lo lleva la ira. Gabriel le aconseja marchar lejos y olvidarse de ella, sin que Manola se entere nunca de la verdad. El artillero le promete al montañés pagarle los estudios. Le confiesa a este que si su sobrina quiere, se casará con ella. El chico empuja violentamente de la puerta a Gabriel y anuncia que va a preguntar a don Pedro si es su hijo. Quiere la verdad.

XXIX

Retrato del campesino gallego, perseverante, perspicaz, pero sin la resolución suficiente. El Gallo oye tras la puerta del dormitorio de don Pedro la conversación con su hijo Perucho. Reconoce el noble que es su hijo. El chico desespera. Lo maldice. El Gallo no puede oír toda la conversación porque don Pedro habla bajo; lo que el “sultán” oye es lo que nos llega a nosotros; una conversación entrecortada. Sale a trompicones el chico y casi atropella al Gallo.

XXX

Gabriel va en yegua a Cebra para requerir a Juncal que debe ir a los pazos a atender a don Pedro y a Manuela. Vence su promesa de no cruzar más la puerta de la casa y va. Gabriel  le cuenta a Juncal que Sabel, la vaca gorda, le suelta de sopetón a Perucho que es hijo de don Pedro. Manuela se entera y está con convulsiones y epilepsias en cama. Perucho desaparece el día antes y dice que no volverá.

XXXI

Antón, el algebrista, se deja caer por la casa de Julián. Lo recibe Goros, solo, porque el cura está diciendo misa. Hablan de lo que pasa en los pazos. El algebrista insinúa que don Pedro se muere y Manuela está mala. Dicen que el chico marcha de casa. Pide algo de comida, pero no le da. Goros tiene antipatía por Antón porque este es panteísta y vive alejado de la religión cristiana. Se refieren a Gabriel como “el cuatro ojos”.

XXXII

Se acerca Gabriel a la casa del abad de Ulloa, Julián. Está en misa, reza y tarda en llegar. Piensa en los graves acontecimientos ocurridos en los pazos. Goros le enseña una cerda con sus crías. Un hijo del año pasado ahora hace de padre. A Gabriel le impacta. La ley natural es distinta a la moral. Al fin, llega Julián, delgado, apagado y sin brillo en los ojos. 

XXXIII

Conversación íntima y abierta entre Gabriel y Julián. Ambos confiesan parte de culpa en el extravío de Manuela, en su escasa educación. No miran por ella en los momentos díficiles. Gabriel le confiesa que la quiere y que desea casarse con ella, sin reparar en la infamia cometida por la ignorancia. Julián parece reaccionar, pues el artillero le explica que él debe calmar a Manuela y hacerle ver que no es culpable. A Perucho lo envían a Madrid, a trabajar de empleado en una tienda.

XXXIV

Julián mantiene larga entrevista con Manuela. Hablan, mientras esperan, Juncal y Gabriel. Este, muy anticlerical, le cuenta historias grotescas de los arciprestes de Loiro, Boán, Naya y Cebre: comen y beben mucho, son holgazanes e hipócritas, etc. Don Pedro tampoco recupera la salud porque no se hace a vivir sin su Perucho.

XXV

Don Julián acaba su conferencia con Manuela. Anuncia a Gabriel que Manuela quiere hacerse monja porque sus remordimientos por su falta son muy grandes. Gabriel se opone, le pide ayuda para que influya sobre Manuela para que cambie de opinión y se case con él. Julián se opone, piensa que es buena idea que se haga monja. Se despide, pero Gabriel va a hablar con su sobrina, bastante agitado.

XXVI

Manuela rechaza el matrimonio con su tío, también seguir en el pazo, cuidado por este. Le hace prometer a Gabriel que irá a Madrid a buscar a Perucho y lo cuidará. Cuando ella se recupere y salga hacia el convento, él volverá al pazo. Va con la yegua camino de Cebre, acompañado de Juncal. Se para y mira el valle. Piensa que la naturaleza, en vez de ser madre, es madrastra 


  1. Temas de la novela

Como ya vimos en Los pazos de Ulloa, los temas más importantes de esta novela son:

  • Retrato vivo y crítico, además de pormenorizado, de la vida en un pazo gallego en la segunda mitad del siglo XIX, donde la tensión o lucha entre el hombre y sus instintos frente a la sociedad y las creencias es muy alta y acaba en tragedia. 

  • Mirada crítica de los abusos económicos sobre los humildes por parte de los ricos en la Galicia rural. Abogados, secretarios de ayuntamientos, curas, nobles, o los restos de una nobleza rural, caciques, gobernadores, etc. ejercen con impunidad y desvergüenza un poder social, político y económico que se manifiesta en el control social y económico de la masa ignara. El campesino calla y aguanta como amor puede.

  • Exposición satírica y feroz, aunque también comprensiva, de la degradación moral del hidalgo o noble gallego y del excesivo poder de la Iglesia. Los intentos de moderar y equilibrar los distintos intereses sociales acaban, casi siempre, en fracaso. Esto enlaza con la crítica feroz a la clase dirigente de la sociedad española, y gallega en particular, por su caciquismo, su avaricia y su falta de compromiso con el desarrollo social y cultural. Don Pedro, el marqués, es el ejemplo perfecto.

  • Encontronazo entre el instinto natural y las normas sociales (la relación entre Manuela y Perucho), entre distintas generaciones (Gabriel y Perucho) e ideologías (Juncal, el médico, muy anticlerical, frente a los abades y arciprestes de la comarca).

  • Reflexión amarga y pesimista sobre las posibilidades de desarrollo de una sociedad sin educación, sin progreso material y con hirientes diferencias sociales entre los favorecidos (antigua nobleza, miembros de la Iglesia, etc.) y la inmensa mayoría (campesinos sin tierras), sometida a duras condiciones de vida. 

 

  1. Apartados temáticos 

La novela presenta una disposición clásica; se atiene a una lógica temporal de avance cronológico sucesivo. Por eso, encontramos:

Una introducción (capítulos I-III) en la que conocemos a los personajes principales, sus vidas, sus contextos. Gabriel, el hermano de Nucha, y Maximo Juncal acaparan la atención narrativa.

Un desarrollo o nudo (capítulos IV-XXXV) permite avanzar la acción hacia objetivos insospechados y peligrosos para los personajes. Se crea un conflicto amoroso y moral de alta tensión entre varios de ellos, mostrando lo inevitable de un desenlace violento.

La resolución o final (capítulo XXXVI) es muy breve. Perucho abandona Ulloa, amargado y trastornado. Manuela, algo recuperada, rechaza a su tío como marido y le impone a este que cuidará y hará que regrese Perucho al lugar. Ella se va al convento. El final es triste y melancólico, teñido por la amargura. 

  1. Personajes

Estamos ante una novela en la que Gabriel Pardo de la Lage es el protagonista. Se enamora de su sobrina, por la que siente afecto y, a la vez, el deber de protección. Es un comandante de artillería, así que su posición social es elevada. Goza de educación y un pasar económico razonable. El enamoramiento platónico, en un principio, de su sobrina, es un instinto que lo supera y lo lleva hacia caminos más bien amargos. Es un hombre de cerca de cuarenta años, con poco pelo, aunque de aspecto juvenil. Ha acumulado mucha experiencia profesional y personal, incluidos dos fracasos amorosos que dejaron su huella. Su enamoramiento, algo insensato (como él mismo reconoce), se ve ratificado cuando conoce a su sobrina. Cierto ánimo de venganza, mezclado con la pasión y la mala conciencia, lo incitan a actuar aparentemente con calma; interiormente, con gran zozobra y no tanta justicia.

Máximo Juncal, el médico de Cebre, protagoniza bastantes episodios. Su situación profesional le permite ostentar una posición de dominio. Establece una profunda amistad con Gabriel, a quien admira entusiásticamente. Es un gran anticlerical y ha encontrado la felicidad casándose con una panadera, “Catuxa”. 

Manuela es la hija de Nucha (Marcelina) y don Pedro; la imaginamos de catorce o quince años. Apenas ha recibido educación porque su padre es muy irresponsable y caprichoso. Corretea por los campos, disfruta de la naturaleza, pero no adquiere una educación constructiva. Se ve inmersa en un terrible dilema sentimental (a quién amar, a su tío, o a Perucho), y moral (al fin, conoce que Perucho es su hermanastro). Es feliz en su mundo rural y apartado a pesar de no haber sido cuidada por nadie, excepto por Perucho. Su entrega amorosa final es la consecuencia lógica de su vida feliz, aunque sumida en cierto abandono intelectual y familiar.

Perucho está al mismo nivel emocional y protagónico de Manuela. Podemos pensar que tiene dieciséis o diecisiete años. Su padre lo prefiere a su hija, a pesar de que él no es hijo legítimo y, oficialmente, es hijo del Gallo.  Es un joven noble y fuerte; ama a Manuela y a la tierra casi a la par, pero el destino le reserva un quiebro insalvable. Cuando comprende su situación, se aleja y se va a Madrid. La desgracia lo persigue, aunque el auténtico responsable es su padre, el marqués don Pedro.

Julián, el abad de Ulloa, tuvo mucho protagonismo en la primera novela, pero no tanto en esa. Desengañado de la vida y de los hombres, lleva una vida discreta, humilde y se diría que torturada. Al final de la novela interviene con más ímpetu. Sabemos, por la primera parte, que es un hombre débil de carácter, apocado, afeminado, dubitativo y pacífico, casi cobarde. Trata de amoldarse a la situación de brutalidad e inmoralidad donde vive, pero con poco éxito. Se refugia en una bondad teórica, en algunas lectoras teológicas y en un escapismo que a veces irrita hasta a él mismo. Ahora ejerce de párroco discreto y sencillo, con una vida muy frugal, en la aldea de Ulloa.

Don Pedro, el noble, no interviene mucho en esta segunda parte. Sí de modo pasivo, pues es el responsable de que Manuela no reciba educación. Su obsesión por tener un heredero masculino para su “marquesado” hacen que anteponga a Perucho ante todos los demás. Admite que su antigua amante, Sabel, viva en su casa con su marido, Ángel el Gallo. Él está solo, gordo, obeso y como desentendido de la vida. Tiene una gran responsabilidad en el desenlace trágico de la novela, por omisión. Incluso parece conformarse con que los chicos se amen, aun a sabiendas de que son hermanos, pero le da igual.

Dos personajes secundarios adquieren un protagonismo efímero, pero muy interesante. Se trata de Antón, el algebrista (componedor, curandero de animales y personas) y Goros, el amo de la casa del cura. Ambos representan estupendamente dos oficios típicos de la época. Están trazados con mano maestra y su verosimilitud es total. Enriquecen poderosamente el fondo social del cuadro y aportan una gran amenidad y variedad. En la misma línea está Ángel, el Gallo, el padre de dos hijas que ha tenido con Sabel. Es un hombre fatuo y con pretensiones ridículas de nuevo rico. Asume su dudosa paternidad de Perucho con tal de llevar una vida acomodada. María la Sabia completa el cuadro; de aspecto repulsivo por un bocio desproporcionado, es una mujer que echa las cartas y coquetea con manejos casi brujeriles. Como todos los pobres, sobrevive como Dios le da a entender, engañando a todos los que puede.

Los curas (arcipreste, abad, etc.) y los políticos ya no ocupan un lugar importante. Aparece el arcipreste de Loiro, con su obesidad desproporcionada, y Julián, al que ya hemos caracterizado. Trampetán también hace acto de presencia en un capítulo. Triunfador de su enfrentamiento con los conservadores, dirigidos por Barbacana, se siente contento con su influencia. 

 

  1. Lugar y tiempo narrativos

La acción se sitúa en un lugar muy preciso, los Pazos de Ulloa, propiedad noble, un marquesado, en el rural de la provincia de Orense, no muy lejos de la frontera con Portugal. Posee un pazo con otras construcciones auxiliares y muchas tierras de cultivo y caza por toda la comarca. Es un lugar bastante aislado, con malos caminos, montuoso, fragoso y aislado de la vida civil más urbana. Y sin embargo, posee una belleza natural, un encanto secreto que fascina a todo aquel que pasa por allí. Incluso el narrador se ve intensamente atraído por él. En el fondo, late el amor de Pardo Bazán por Galicia, intenso y profundo.

Cebre es la villa más próxima a los pazos de Ulloa, a la que se tarda dos o tres horas en llegar a lomo de bestias de herradura (mula, yegua o burra son los más comunes); ahí discurren varios  capítulos del principio del desarrollo. En esta segunda parte, la novela es más exterior y abierta. La naturaleza, los paisajes, los campos de labradío, las praderas de pastos, la ribera del río Aveiro, etc., adquieren una gran importancia. En realidad, funciona como un protagonista, y no menor. La belleza intrínseca de la naturaleza gallega se describe con enorme precisión, emoción y exactitud. Es uno de los más sólidos logros de este magnífico texto.

El tiempo de la escritura se remonta a 1887 (año de su publicación) y anteriores. Estamos en la segunda mitad del siglo XIX. Como sabemos que la primera parte se desarrolla hacia 1870, y en esta la acción dura sobre once años, que es el tiempo transcurrido entre la llegada de Julián como capellán en el pazo, los diez años en la aldea remota y la vuelta a Ulloa como párroco de la aldea, podemos deducir que los hechos ocurren, aproximadamente,  quince años después del marco temporal de la primera parte. Estamos, pues, hacia 1886. La acción dura diez días, como Gabriel dice al final, recordando su estancia en los pazos durante ese tiempo. Existen, sin embargo, bastantes analepsis que recrean la vida en las décadas previas, desde mediados del siglo XIX. En concreto, Gabriel recuerda su infancia en su casa de Santiago de Compostela, sus estudios en la Escuela de Artillería de Segovia y sus campañas contra los carlistas.

 

  1. Figura del narrador

La materia narrativa está contada por un narrador omnisciente, externo, bastante objetivo y en tercera persona. A veces, se deja ver, sobre todo en los juicios sobre el comportamiento de los personajes y del contexto político y social español de la segunda mitad del siglo XIX. En general, focaliza a través de Gabriel, el comandante de artillería y tío de la niña. Renuncia a una visión total, pues ve a través de un personaje, normalmente, Gabriel.

A duras penas el narrador mantiene la objetividad sobre la materia narrativa. Adopta posiciones muy críticas contra los defectos, los vicios y la estolidez general. Si con alguien es comprensivo, es con el pueblo llano, los humildes labriegos que trabajan de firme para mantener el regalado estilo de vida de los poderosos. También Manuela le merece más compasión que la media, pues está sometida a fuertes tensiones emocionales no buscadas. En la primera parte vimos cómo curas, nobles, mayordomo, murmuradores de casino, mujeres de mala vida, tipos torvos con asesinatos a sus espaldas, etc. reciben la mirada satírica y censoria del narrador. Ahora, se suaviza esa contemplación. Muestra una honda y sentida admiración por la naturaleza, el paisaje y el paisanaje gallego.

El conocimiento de la Galicia profunda, rural y aislada, doliente y melancólica, es muy amplio. Se percibe claramente a la autora real, Pardo Bazán, detrás de ese narrador que no duda en ridiculizar los comportamientos individuales y colectivos, sobre todo de los poderosos; ellos son los verdaderos responsables del atraso y la ignorancia generalizada. Utiliza la ironía a menudo, junto con la burla, pero referido a las personas, no a la naturaleza. Sin embargo, la “madre naturaleza” rebosa belleza y armonía, lo que llega al lector con la emoción contenida. Los personajes también se integran en ese equilibrio --no siempre feliz-- de hombres y paisaje. Veamos como ejemplo el final del capítulo XXXI:

 

El sol había salido, y también el cura de Ulloa a celebrar el santo sacrificio de la misa. Goros, medio en cuclillas ante la piedra del hogar, con las manos fuertemente hincadas en las caderas, el cuerpo inclinado hacia delante, los carrillos inflados y la boca haciendo embudo, soplaba el fuego, al cual tenía aplicado un fósforo. Y a decir verdad, no se necesitaba tanto aparato para que ardiesen cuatro ramas bien secas.

Ladró el mastín en el patio, pero con ese tono falsamente irritado que indica que el vigilante conoce muy bien a la persona que llega, y ladra por llenar una fórmula. En efecto, cansado estaba el Fiel de contar en el número de sus conocidos al madrugador visitante. Como que, siendo aquel todavía cachorro, este se había encargado de la cruenta operación de cercenarle la punta del rabo y la extremidad de las orejas.

Venía el atador de Boán con el estómago ayuno de bebida, pues acababa de dejar la camada de paja fresca con que aquella noche le había obsequiado el pedáneo; y si esta narración ha de ser del todo verídica y puntual, conviene advertir que llevaba el propósito de matar el gusanillo en la cocina del cura. Lo cual prueba que el señor Antón no estaba muy al tanto de las costumbres severas y espartanas del incomparable Goros, incapaz de tener, como otros muchos de su clase, el frasquete del aguardiente de caña oculto en algún rincón. Es más: ni siquiera por cortesía ofreció un tente-en-pie, un taco de pan y algo de comida de la víspera, y se contentó  con responder secamente:

--Felices nos los dé Dios --al saludo del algebrista.

La razón de esta sequedad era una razón profunda, seria y digna del temple del alma de Goros. Allá en su conciencia de creyente a macha martillo y de persona bien informada en lo que respecta al dogma, Goros tenía al señor Antón por un endemoniado hereje, acusándole de que, merced al trato con las bestias, no diferenciaba a un cristiano de un animal, ni siquiera de una hortaliza, y para él era lo mismo una ristra de ajos, con perdón, que el alma de una persona humana. En las discusiones del ateneo de los Pazos, Goros tenía siempre pedida la palabra en contra, así que el algebrista se descolgaba con una de sus atrocidades, allí estaba el criado del cura hecho martillo de herejes, confutando las proposiciones panteísticas que el alcohol y el atavismo ponían en los sumidos labios del componedor de Boán.

-¿Vienes a ver a los animales? -preguntole aquella mañana desapaciblemente-. Están   bien lucidos. San Antón por delante. No tienen falta de médico.

-Vengo a me sentar... que el cuerpo del hombre no es de madera, y a las veces cánsase también.

 

 

  1. Notas estilísticas

 

Pardo Bazán es una magnífica escritora realista; nos ha dejado memorables novelas, como esta que ahora comentamos, compuesta bajo el marco estilístico del realismo. Se trata de ofrecer una fotografía interpretativa de la realidad de un modo completo y minucioso. La mirada no es exactamente objetiva y distante, sino teñida de crítica moral y social. Las descripciones son minuciosas y exactas, reflejo de un realismo observador. Las narraciones se atienen a una expresividad que busca la penetración psicológica y la ejemplificación. El dominio de la lengua castellana es altísimo. Se manifiesta muy bien en el empleo de un léxico variado, preciso y adecuado. En este caso concreto, el manejo de galleguismos o de léxico gallego es muy alto; es un índice cabal del conocimiento del gallego, que Pardo Bazán, a través del narrador, denomina “dialecto”.

El manejo de los recursos estilísticos también es muy afortunado. Metáforas, símiles, antítesis, sinestesias, personificaciones, bimembraciones y otros recursos aparecen con frecuencia, aportando belleza, potencia de imágenes y un significado más hondo del texto, mucho más allá de la anécdota narrativa. He aquí un ejemplo extraído del capítulo XXVIII:

 

Como saliesen un poco más aprisa de lo justo, abriendo con ímpetu la puerta, estuvieron a punto de aplastar entre hoja y pared la nariz del Gallo, el cual, sin género de duda, atisbaba. Al impensado portazo, lejos de enfadarse, sonrió con dignidad y afabilidad, murmurando no sé qué fórmulas de cortesía: su gran civilización le obligaba a mostrarse atento con las personas que visitaban su domicilio. Pero Gabriel y Perucho cruzaron por delante de él como sombras chinescas, y no le hicieron maldito el caso. Lo cual, unido a otros singulares incidentes, la ira de Gabriel, su afán por encontrar a Perucho, lo extraño de la entrevista, la encerrona, le puso en alarma y despertó su aguda suspicacia labriega. Rascose primero detrás de la oreja, luego al través de las patillas, y estas operaciones le ayudaron eficazmente a deliberar y a dar desde luego no muy lejos del hito.

Al entrar Perucho y Gabriel en la habitación de este, se encontraron a oscuras: el montañés rascó un fósforo contra el pantalón, y encendió la bujía; el artillero acudió a echar la llave, prevención contra importunos y curiosos. Para mayor seguridad, acercose a la ventana, bastante desviada de la puerta. Ninguno de los dos pensó en sentarse. Recostado en la pared, con la izquierda metida en el seno, al modo de los oradores cuando reposan, el brazo derecho caído a lo largo del muslo, una pierna extendida y firme y otra cruzada y apoyada en la punta del pie, Perucho aguardaba, animoso y resuelto, como el que no ha de transigir ni renunciar por más que hagan y digan. Con las manos en los bolsillos de la cazadora, la cabeza caída sobre el pecho, y meneándola un poco de arriba abajo, los labios plegados, arrugada la frente, Gabriel Pardo se paseaba indeciso, tres pasitos arriba, tres abajo. Al fin hizo un movimiento de hombros como diciendo -pecho al agua- y, súbitamente, se enderezó, encarose con el montañés y articuló lo que sigue:

-Vamos claros... ¿Usted sabe o no sabe que es hermano de Manuela?

Si asestó la puñalada contando con los efectos de su rapidez, no le salió el cálculo fallido. El montañés abrió los brazos, la boca, los ojos, todas las puertas por donde puede entrar el estupor y el espanto; enarcó las cejas, ensanchó la nariz... fue, por breves momentos, una estatua clásica; el escultor que allí se encontrase lamentaría, de fijo, que estuviese vestido el modelo. Y sin lanzar la exclamación que ya se asomaba a los labios, poco a poco mudó de aspecto, se hizo atrás, bajó los  ojos, y se vio claramente en su fisonomía el paso del tropel de ideas que se agolpan de improviso a un cerebro, la asociación de reminiscencias que, unidas de súbito en luminoso haz, extirpan una ignorancia inveterada; la revelación, en suma, la tremenda revelación, la que el enamorado, el esposo, el creyente, el padre convencido de la virtud de la adorada hija, se resisten, se niegan a recibir, hasta que les cae encima, contundente, brutal y mortífera, como un mazazo en el cráneo.

-¡No! -balbuceó en ronca voz-. No, Jesús, Señor, no, no puede ser... usted... vamos a ver... ¿ha venido aquí para volverme loco? ¿Eh? ¡Pues diviértase... en otra cosa! Yo... no quiero loquear... ¡No se divierta conmigo! Jesús... ¡ay Dios!

Llevose ambas manos a los rizos, y los mesó con repentino frenesí, con uno de esos ademanes primitivos que suele tener la mujer del pueblo a vista del cuerpo muerto de su hijo. Al mismo tiempo quebrantaba un gemido doloroso entre los apretados dientes. Rehaciéndose a poco, se cruzó de brazos y anduvo hacia Gabriel, retándole.

-Mire usted, a mí no me venga usted con trapisondas... usted ha entrado aquí traído por el diablo, para engañarme y engañar a todo el mundo... Eso es mentira, mentira, mentira, aunque lo jure el Espíritu Santo... Malas lenguas, lenguas de escorpión inventaron esa maldad, porque... porque nací sirviendo mi madre en esta casa... Pero no puede ser... ¡Madre mía del Corpiño! No puede ser... ¡No puede ser! ¡Por el alma de quien tiene en el otro mundo, señor de Pardo... no me mate, confiéseme que mintió... para quitarme a Manola...!

Gabriel se acercó al bastardo de Ulloa y logró apoyarle la mano en el hombro; después le miró de hito en hito, poniendo en los ojos y en la expresión de la cara el alma desnuda.

-La mitad de mi vida daría yo -dijo con inmensa nobleza- por tener la seguridad de que en sus venas de usted no corre una gota de la sangre de Moscoso. Créame... ¿No me   —174→   cree? Sí, lo estoy viendo; me cree usted... Pues escuche; si usted fuese hijo del mayordomo de los Pazos... yo, Gabriel Pardo de la Lage, que soy... ¡qué diablos!, ¡un hombre de bien...!, me comprometía a casarlo a usted con mi sobrina. Porque he visto lo que usted la quiere... y porque... porque sería lo mejor para todos. ¿Cree usted esto que le aseguro?

Sin fuerzas para contestar, el montañés hizo con la cabeza una señal de aquiescencia. Gabriel prosiguió:

-No solamente mi cuñado le tiene a usted por hijo suyo, sino que le quiere entrañablemente, todo cuanto él es capaz de querer... más que a Manuela, ¡cien veces más!, y hoy, si se descuida, delante de todos los majadores le llama a usted... lo que usted es. Su propósito es reconocerle, y después de reconocido, dejarle de sus bienes lo más que pueda... Su padrastro de usted lo sabe; su madre... ¡figúrese usted!, y... ¡es inconcebible que no haya llegado a conocimiento de usted jamás!

-Me lo tienen dicho, me lo tienen dicho las mujeres en la feria y los estudiantes en Orense... Pero pensé que era guasa, por reírse de mí, y porque el... padrino... me daba carrera... ¡Estuve ciego, ciego! ¡Ay Dios mío, qué desdicha, qué desdicha tan grande! ¡Lo que me sucede... lo que me sucede! ¡Pobre, infeliz Manola!

 

  1. Contextualización

Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851 - Madrid, 1921) es una de las más significadas escritoras realistas españolas. Tras una fase de aprendizaje, asumió pronto las tesis artísticas del realismo; introdujo y divulgó el debate sobre el naturalismo (defendido en Francia por el novelista Émile Zola). El determinismo biológico y el peso de la herencia y del medio sobre el destino de las personas es uno de los pilares de este movimiento, también propenso a fijarse en los individuos más sórdidos y miserables de la sociedad; no ahorran en sus relatos las acciones más escabrosas y miserables del ser humano. Provocó controversia en toda Europa y muchos detractores lo atacaban. Pardo Bazán propugnaba un naturalismo español, heredero de la novela picaresca y de Cervantes; introducía una visión más humana y compasiva. El relato de las maldades se frena e insinúa más que explicita.

Nuestra escritora asumió y defendió con ardor en público las tesis de la defensa de los derechos de la mujer. Contribuyó eficazmente al reconocimiento de la aportación de las féminas a la sociedad, lo que es un aspecto muy importante. Escribió novelas, cuentos, artículos periodísticos, ensayos, etc. Sus obras completas suponen muchos tomos de buena literatura, seguramente no suficientemente reconocida.

Escribió, entre otros muchos textos importantes, tres novelas de gran calidad: La tribuna (1883), Los pazos de Ulloa (1886-1887) y La madre naturaleza (1887), continuación de la anterior y objeto de nuestro actual análisis. En ellas se manifiestan muy bien sus ideas sobre la novela y la sociedad, innovadoras y críticas, respectivamente. En los ensayos que componen La cuestión palpitante (1883) plantea, analiza y reflexiona sobre el realismo y el naturalismo en literatura y su acomodación en España. Creó gran controversia y le proporcionó fama, además de contribuir a la renovación de las letras españolas. También compuso cuentos de gran calidad y hondura, como “El fondo del alma”, unos de los mejores textos cortos del realismo español.

  1. Interpretación y valoración

La madre naturaleza es una magnífica novela que no ha perdido un ápice de su actualidad e interés desde su publicación. El argumento es bastante original y distinto (recuerda bastante a El sí de las niñas, de Fernández del Moratín): Pardo Bazán se centra en un hombre recto, Gabriel Pardo de la Lage, de buena posición y, a su manera, atormentado, pues no atendió a su hermana y sobrina como hubieran necesitado. Alrededor, aparece toda la sociedad rural gallega pintada con trazos negros y algo pesimistas. La novelista presenta un análisis melancólico y doliente, cargado de ironía y sátira, sobre una sociedad medio enferma.

Los aspectos psicológicos son de gran relevancia. La personalidad de Gabriel es el eje temático dominante. Aparenta un hombre maduro, equilibrado y sensato, pero también arrastra sus remordimientos y, en consecuencia, la mala conciencia. El amor por su sobrina lo asalta y a duras penas lo puede gobernar. Representa este personaje una idea de progreso y racionalismo en un país un tanto atávico y violento. Pardo Bazán realiza un dibujo certero y verosímil de este hombre educado y racional, pero con excesivas tormentas internas, producto del amor. 

Manuela, la montañesa y Perucho, el nuevo señorito, también son dibujados con mano maestra, en la medida de su protagonismo. La primera es víctima de un padre embrutecido y sin valores morales, debilitado en su fibra íntima. El segundo es un muchacho fuerte y alegre, enamorado de su hermanastra, sin saberlo. La naturaleza, madre acogedora, se muestra indiferente ante esta atracción; la vida sigue, pero el sufrimiento atormenta a las personas. 

La novela posee un tono reflexivo muy importante, en torno al gobierno de las emociones, a la casualidad y la responsabilidad de cada uno en el modo de afrontarlas. Podemos ver desde la indiferencia irresponsable (don Pedro) hasta la interesada (Ángel el Gallo), pasando por otros matices enriquecedores del conjunto.

Otro vector importante del texto es la pintura y la emoción que surgen del paisaje natural. Aquí Pardo Bazán alcanza una madurez y sabiduría asombrosas. El cuadro es verosímil, detallado, completo y, sobre todo, emocionado. Galicia aparece como una tierra profundamente conmovedora y extrañamente atractiva. En efecto, el lector, guiado por la magistral pluma de doña Emilia, es conducido a un disfrute literario que se entremezcla con las vivas imágenes, bien reales, de una Galicia algo atávica, aislada y, siempre, sentimental e impresionante.

Como en su predecesora, la Iglesia no sale bien parada de este texto. Julián, el abad de Ulloa, perfecto ejemplo de ascesis, desprendimiento y humildad, es un hombre inane y abúlico que huye de los problemas. Si hubiera tenido otra actitud, acaso no se hubiera llegado a los extremos trágicos que se alcanzan. Y sin embargo, en la propia Iglesia está la solución: Manuela se retirará a un convento para pagar su supuesto pecado de incesto.  

Repetimos aquí lo afirmado sobre Los pazos de Ulloa: el conjunto de la novela es una lección de vida, una fotografía verosímil, honda y crítica, de una sociedad deficiente. El análisis de los sentimientos y su desarrollo en un ambiente rural, atávico y algo aislado es magistral.  El estilo ágil, ceñido al detalle verosímil y la narración certera, contribuye también a la consecución de una novela magnífica. Sin duda, debe figurar entre lo mejor del realismo español.

 

2. PROPUESTA DIDÁCTICA

(Las siguientes actividades se pueden realizar de modo individual o en grupo; de manera oral o escrita; en clase o en casa; utilizando medios tradicionales o recursos TIC, según las circunstancias lo aconsejen).


2.1. Comprensión lectora 

1) Resume el contenido de la novela (150 palabras, aproximadamente). 

2) Señala su tema principal y los secundarios. 

3) Delimita los apartados temáticos, atendiendo a las modulaciones de sentido. 

4) Analiza los personajes, tanto ricos como pobres.

5) ¿Qué tono tiene la novela: positivo, optimista, esperanzado, o todo lo contrario? 

6) Señala el lugar y el tiempo en el que transcurre la acción narrativa. 

7) Observa y señala las características del narrador.

8) Localiza y explica una docena de recursos estilísticos y cómo crean significado. 

2.2. Interpretación y pensamiento analítico 

1) ¿Qué tipo de vida lleva Manuela y Perucho? ¿Existe mucho contraste? ¿Por qué? 

2) Analiza los rasgos de la personalidad de Gabriel Pardo de la Lage. ¿Qué significa su sobrina Manuela para él?

3) ¿Cómo aparece el mundo de la amistad en esta novela? ¿Es importante en el conjunto de la misma?

4) ¿Cómo se aprecia en el texto la importancia del amor’ ¿Cómo se relaciona con la honra? 

5) ¿Por qué esta novela es una fotografía verosímil de la España de la segunda mitad del siglo XIX? 

6) ¿Qué significación se encierra en el final de la  novela, con Gabriel alejándose de los Pazos y llamando a la naturaleza “madrastra”?  

2.3. Fomento de la creatividad

1) Elabora un texto literario, en prosa, en verso, o en forma dramática que exprese una situación sentimental complicada y de difícil solución. Acaso alguien intente rebelarse y  acaba en fracaso. Puedes utilizar la narración realista y la descripción pormenorizada, como ha realizado Pardo Bazán.

2) Imagina y transcribe una conversación o plática entre la clase y la novelista Emilia Pardo Bazán a propósito de su poema y de su vida. 

3) Realiza una exposición sobre Emilia Pardo Bazán, su narrativa y su tiempo, para ser presentada ante la clase o la comunidad escolar, con ayuda de medios TIC o pósteres, fotografías, pequeña exposición bibliográfica, etc. 

4) Aporta o crea imágenes de momentos donde se aprecie una emoción especial hacia un paisaje y sus gentes. Puedes colocar a un individuo en una situación de enfrentamiento ante una sociedad cerril y violenta, en los aspectos espirituales, educativos, culturales, políticos, etc., siguiendo el ejemplo de Pardo Bazán.

 

2.4. Comentario de texto específico


Texto extraído del apartado final del capítulo XXXVI, que es el final de la novela.



Entró medio a tientas, porque el cuarto estaba casi a oscuras, a causa de que la jaqueca de la niña no le consentía ver luz. No tardaron sin embargo las pupilas de Gabriel en acostumbrarse a aquella penumbra lo bastante para distinguir, en el fondo del cuarto, la blancura de las sábanas y la cabeza de Manuela sobre el marco de su negrísimo pelo. Al acercarse el comandante, levantose Juncal y se retiró discretamente. La montañesa yacía inmóvil, con los ojos cerrados, y de la cama se alzaba ese olor especial que los enfermeros llaman olor a calentura, y que se nota por más ligera que sea la fiebre.

A la cabecera de la cama estaba vacante la silla que el médico había dejado; pero Gabriel la separó, e hincando una rodilla en tierra, puso la mano derecha sobre el embozo de la sábana.

-Manuela -cuchicheó.

La enferma abrió los ojos, sin responder.

-¿Qué tal te encuentras?

-Muy bien... algo cansada.

-¿Te incomodo?

-No señor... Siéntese, por Dios.

-Quiero estar así. ¿Me das la mano?

Sacó Manuela su mano morena, ardiente, abrasada, y la entregó como se la pedían. Gabriel la tomó y la rozó suavemente con los labios. La niña hizo un movimiento para retirarla. Gabriel silabeó en tono suplicante:

-No, hija mía, déjamela... Oye, Manuela... ¿Te molesta oír hablar?

-Bajito, no.

-¿Y podrás responderme? 

Inclinó la cabeza, diciendo que sí.

-Manuela... ¿Te ha dicho algo de mí el señor cura?

-Ya sé los favores que le merezco -articuló la montañesa.

-Ninguno. Ese es el error. ¡Favor! No disparates. Mira en qué postura estoy. Pues figúrate que en esa misma te lo pedía, ¿entiendes? Como favor para mí, para mí. Vivo muy solo en el mundo; no tengo a nadie, a nadie; y me hacías falta, y me darías la vida. Pero ya no se trata de eso. De otra cosa más pequeñita y más fácil. Anda, monina, no me lo niegues. ¿Verdad que no? Si es facilísimo; si no te cuesta trabajo ninguno. Que no pienses en rejas ni en conventos; ¡mira qué poco, y qué sencillo! Te quedas aquí, al lado de tu padre. Yo también me quedo. Si estás triste, te acompaño; si enferma, te cuido; verás cómo discurrimos maneras de distraerte. Y de aquello que te pedí primero, no se habla nada... Nada. Te lo juro por la memoria de tu pobre mamá: ¿a que así me crees? 

Manuela no abrió los labios. Con el balanceo suave de su cabecita pálida y porfiada, daba el no más redondo del mundo.

-¿No quieres? ¿Que no? ¿Qué te diré, qué te haré para convencerte y traerte a buenas? Terquita de mi alma... ¡pobrecita!, respóndeme con la boca, dime... ¿qué hago, cómo te conquisto? Pídeme tú algo... muy grande... ¡muy atroz! Verás cómo soy mejor que tú, cómo te doy gusto... Te me has vuelto muy mala.

Los lánguidos ojos de la montañesa resplandecieron un instante, entre el oscuro cerco que los rodeaba; alzó un poco la cabeza; apretó la mano de su tío, y dejó salir con afán:

-¿De veras me hará lo que yo le pida?

-Oro molido que fuese, monina... Di, di.

-¿Me da palabra?

-De honor, de caballero, de todo lo que exijas. ¿Qué es ello? Salga.

-Que se vaya por Dios, que se vaya a Madrid corriendo... antes que aquel que está allí solito... ¡y desesperado!, se desespere de vez, y... y... -No pudo proseguir: las lágrimas, de pronto, le nublaron las pupilas y le trabaron la voz en la garganta.

Aquel que ve el interior de los corazones sabe que Gabriel Pardo recibió el golpe como honrado y valiente, presentando el pecho y con animoso espíritu. Allá en el fondo, muy en el fondo de su conciencia, se alzó una voz que gritaba:

-Cura de Ulloa, ni tú ni yo... tú un iluso y yo un necio. Quien nos vence a los dos, es... el rey... ¡No, el tirano del mundo!

-Así se hará, hija mía -dijo en alta voz-. ¿Quieres que me marche hoy mismo?

-Pudiendo ser... ¡Dios se lo pague! Atienda, escuche... -silabeó acercando tanto su boca al oído de Gabriel, que este sentía en la mejilla un aliento enfermizo y volcánico-. Haga usted para que no se desconsuele mucho... y dígale que así que yo esté en el convento, él vuelve aquí, y mi padre queda satisfecho, y todos bien, todos bien.

-Adiós -respondió lacónicamente el artillero, que se levantó del suelo, se inclinó sobre la montañesa y le dio un beso a bulto, hacia la sien.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Quiso ir a pie hasta Cebre, y Juncal, por supuesto, se empeñó en acompañarle. En lo alto de la cuesta, donde se domina a vista de pájaro el valle de los Pazos, se volvió, y estuvo buen trecho con los brazos cruzados, la vista clavada en el tejado de la solariega huronera, en el estanque del huerto que destellaba fuego a los últimos rayos del sol, en los lejanos picos y azuladas crestas que servían de corona al valle. Estas contemplaciones paran, y debiera callarse por sabido, en un suspiro muy hondo. Pardo llenó este requisito, y acordándose de todo lo que había venido a buscar allí diez días antes, pensó, con humorística tristeza:

-Otro caballo muerto.

Aquella tarde, el gran ardor de la canícula daba señales de aplacarse ya, y eran preludio y esperanza de frescura, y acaso de agua las nubes redondas y los finos rabos de gallo que salpicaban caprichosamente el cielo. Una brisa fresca, vivaracha, que columpiaba partículas de humedad, hacía palpitar el follaje. A lo lejos chirriaban los carros cargados de mies, y las ranas y los grillos empezaban a elevar su sinfonía vespertina, saludando a la lluvia y al viento antes de que hiciesen su aparición triunfal y refrigerasen la tostada campiña. Todo era vida, vida indiferente, rítmica y serena.

Gabriel Pardo se volvió hacia los Pazos por última vez, y sepultó la mirada en el valle, con una extraña mezcla de atracción y rencor, mientras pensaba:

-Naturaleza, te llaman madre... Más bien deberían llamarte madrastra.






ACTIVIDADES DEL COMENTARIO DE TEXTO O EXÉGESIS TEXTUAL

 

1) Resume el texto recogiendo su contenido esencial (100 palabras aprox., equivalentes a 10 líneas); 2) Indica los temas tratados en breves enunciados sintéticos; 3) Señala los apartados temáticos o secciones de contenido; 4) Localiza el lugar y tiempo en el que transcurre la acción (no en poesía lírica); 5) Analiza la figura del narrador (no en poesía lírica, donde aparece un sujeto lírico), ni en teatro; 6) Describe los personajes (no en poesía lírica); 7) Analiza la métrica, la rima y señala la estrofa empleada (solo en poesía o teatro en verso); 8) Analiza cómo los recursos estilísticos crean significado (12, mínimo); 9) Contextualiza al autor y su obra según su entorno social, histórico, cultural y personal; 8) Interpreta y discierne la intención y sentido del texto; 9) Valora personalmente tu apreciación lectora; 10) Transforma el texto con un lenguaje y en un contexto actual manteniendo su esencia, o escribe un texto literario inspirado en el original (optativo).


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