11/09/2021

Diego Hurtado de Mendoza: siete excelentes sonetos, una canción en redondillas y un fragmento de "Guerra de Granada"; análisis y propuesta didáctica

 

Valle del Silencio, León (VII-2021) © SVM

DIEGO HURTADO DE MENDOZA - Selección de poemas y un texto en prosa analizados con propuesta didáctica

 

1.      BIOGRAFÍA

 

a)      Trayectoria vital

Diego Hurtado de Mendoza y Pacheco (Granada, 1503 o 1504 - Madrid, 1575)​ es un excelente poeta del Renacimiento español. Procedía de una familia noble, poderosa e influyente en la vida política española. Su padre Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, era capitán general del reino de Granada cuando Diego nació, en la Alhambra. Su madre, Francisca Pacheco, era hija del marqués de Villena. Estaba emparentado lejanamente con el Marqués de Santillana, el autor de las “Serranillas”. Recibió una sólida educación; estudió en Granada bajo el cuidado de maestros humanistas de prestigio, como Hernán Núñez; se sospecha que realizó estudios superiores  en la Universidad de Salamanca.

Su carrera diplomática fue brillante y sólida, aunque con sobresaltos y un final ambiguo. En 1537-1538 ejerció como adjunto del embajador de España en Inglaterra, en la corte de Enrique VIII, rey de Inglaterra; no le gustó ese país. Luego fue nombrado embajador en Venecia (1539 - 1547); desde ahí defendía los intereses de la Monarquía española en el Concilio de Trento; vivió trece años en Italia. Es probable que coincidiera y conociera a Garcilaso de la Vega tanto en la conquista de La Goleta (Túnez, 1535), como en la de Provenza (1536).

Parece que Marina de Aragón pudo ser la “Marfisa” de sus poemas amorosos, pero no es definitivo. Cuando murió esta mujer, dama de la reina Isabel, le dedicó una sentida elegía. Fue embajador en Roma (1547); controlaba la gobernación de Siena, donde tuvo que calmar una rebelión con las armas porque se empeñó en construir un castillo defensivo en contra de la opinión de los sieneses. Tuvo un fuerte choque con un esbirro papal y Siena se perdió como ciudad imperial; tras una entrevista con Carlos V, fue cesado de sus cargos. Volvió a España en 1553.

De regreso a España, fue proveedor de la Armada de Laredo, en 1554; se preparaba el viaje a Londres de Felipe II para casarse con María Tudor; nunca se realizó este matrimonio.  En 1554 recibió el hábito de la Orden de Alcántara, lo que reforzaba su nobleza y poder. Tres años después se halla en Bruselas.

De vuelta a la corte, en Madrid, durante la agonía del príncipe Don Carlos (1568), tuvo una disputa violenta con Diego de Leiva. Se le impuso un destierro a Medina del Campo por orden de Felipe II; meses después se le desplazó a Granada, donde su sobrino, el marqués de Mondéjar, le puso al frente del ejército que tuvo que combatir la sublevación de los moriscos. Conoció muy bien todo lo relativo al levantamiento morisco (1568-1570), como se demuestra en su magnífica Guerra de Granada. Se vio envuelto en un largo y penoso proceso judicial sobre sus excesivos gastos como embajador en Italia; se saldó con la entrega de su riquísima biblioteca y colección artística a Felipe II; se conserva en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En Granada estuvo hasta 1574, año en que se le permitió la vuelta a Madrid, donde murió en 1575.

Dejó un amplio y jugoso epistolario, en parte debido a sus tareas diplomáticas. Reconoció la protección del secretario del emperador, don Francisco de los Cobos; se llevaba bien con su familia, con la que trabajaba por intereses comunes, aunque se sentía postergado y poco ayudado; a su hermano el mayor, Bernardino de Mendoza, le declara más afecto y una filiación más sólida. En sus cartas se aprecia su preocupación por el dinero, en comparación con sus hermanos y con otros individuos de su categoría social. Padeció dolencias y enfermedades varias que lo mortificaron bastante, etc.

 

b)     Obra literaria

Hurtado de Mendoza era una persona culta e ilustrada. Dominaba el latín, griego, italiano y árabe. En la línea de Garcilaso de la Vega, manejaba la espada y la pluma con la misma soltura. Son caballeros renacentistas cultos, comunicativos y, en su caso, divertido, como prueba su poesía cómica, chocarrera y satírica.

Era aficionado a las reuniones de literatos afines; así lo hizo en España y en Italia. Ahí conoció a Gutierre de Cetina, Barahona de Soto, Hernando de Acuña, etc. Apenas publicó en vida, pero su poesía circulaba manuscrita ampliamente.  Con carácter póstumo se publicaron las Obras del insigne cavallero Don Diego de Mendoza (Madrid, Juan de la Cuesta, 1610; una antología de los poemas más serios de Mendoza) y la Guerra de Granada, editada por Luis Tribaldos de Toledo (Lisboa, Giraldo de la Viña, 1627). Su primer editor, fray Juan Díaz Hidalgo, omitió su poesía erótica y satírica de su selección, aunque era conocida y celebrada. J. I. Díez Fernández publicó su poesía completa (Barcelona, Planeta, 1989), aunque existen otras ediciones estimables.

Junto a Garcilaso de la Vega y Juan Boscán, Hurtado de Mendoza introdujo los nuevos temas, metros y estrofas de la lírica italiana en la poesía española. Pero no por eso dejó de cultivar el verso octosílabo, en el que mostró una gran maestría. Tocó distintos géneros y subgéneros, introduciéndolos en castellano: fábula mitológica, epigramas en sonetos y coplas; abordó formas clásicas como la égloga, la epístola y la elegía. Lope de Vega elogió sus redondillas; Cervantes lo admiraba abiertamente, por eso lo introdujo como personaje pastoril en La Galatea. En vida y durante el Barroco Hurtado de Mendoza fue leído y reconocido; más adelante cayó en cierto olvido, para recuperar una posición destacada en los tiempos modernos.

Se le ha atribuido, con razones no del todo convincentes, la autoría del Lazarillo de Tormes.

Se puede consultar su perfil completo, bien trazado y explicado por J. I. Díez Fernández en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia: https://dbe.rah.es/biografias/12391/diego-hurtado-de-mendoza

 

2. ANÁLISIS DE ALGUNOS POEMAS Y UN FRAGMENTO DE LA GUERRA DE GRANADA

 

Soneto 1

 

Tu gracia, tu valor, tu hermosura

muestra de todo el cielo, retirada,

como cosa que está sobre natura,

ni pudiera ser vista ni pintada.

 

Pero yo, que en el alma tu figura

tengo, en humana forma abreviada,

tal hice retratarte de pintura

que el amor te dejó en ella estampada.

 

No por ambición vana o por memoria

tuya, o ya por manifestar mis males;

mas por verte más veces que te veo.

 

Y por solo gozar de tanta gloria,

señora, con los ojos corporales,

como con los del alma y del deseo.

 

Exégesis

Este soneto, de honda raigambre petrarquista, aborda el tema del retrato de la dama como consuelo para el amante no correspondido. El yo poético se dirige a la dama, imprimiendo así un tono dialógico a todo el poema, explicándole por qué lo ha hecho. En la primera estrofa exalta la “gracia, valor y hermosura” de la dama, que excede todo lo conocido del cielo abajo. En la segunda estrofa el yo poético declara que la lleva retratada en el alma, de forma indeleble; pero mandó hacer un retrato de ella, para recordarla más vivamente. Y simplemente, por el gusto de verla, declara en el primer terceto; no ambiciona o desea desahogar su frustración, solo aspira a verla. La última estrofa explica la razón última de tenerla en un retrato: disfrutar de la gloria de contemplarla en el retrato, como ya lo hace con el recuerdo (“el alma”) y la pasión (“el deseo”).

El tono dialógico del poema es muy relevante para entender su contenido. El yo poético se dirige a la amada directamente; a veces, solo cuenta, pero, en el fondo, reivindica su constancia amorosa. El vocativo “señora” (v. 13) expresa su deseo de comunicarse con ella, pero a la vez la interpela, para que ella atienda sus ansias amorosas.

En definitiva, estamos ante una declaración de amor apasionado, por parte del yo poético, del que ignoramos su correspondencia. La fidelidad del yo poético se basa en la firmeza y la intensidad de su pasión, que no menguan ante ninguna dificultad. El retrato de ella que él lleva sirve como alimento espiritual a su amor. El conjunto destila melancolía, lamento, cierto temor a no lograr sus objetivos amorosos, etc. El soneto está formado por dos serventesios --elección poco habitual, pues los cuartetos es lo común-- y dos tercetos (ABAB, ABAB, CDE, CDE). En cada estrofa existe una oración; esto dota de una fuerte coherencia interna al poema, pues se desarrollan razonamientos y pensamientos completos en cada una de las estrofas. El conjunto presenta una idea completa sostenida con tanta lógica como sentimiento.

En la primera estrofa observamos una hipérbole laudatoria dirigida a la dama; su belleza no cabe en el universo, afirma el yo poético. En el conjunto del poema, el retrato funciona como un símbolo de la constancia de la pasión amorosa, a duras penas gobernable, que une al yo poético con su adorada dama.

 

Soneto 2

 

Días cansados, duras noches tristes,

crudos momentos en mi mal gastados,

el tiempo que pensé veros mudados

en años de pesar os me volvistes.

 

En mí faltó la orden de los hados;

en vos también faltó, pues tales fuistes,

que podréis en el tiempo que vivistes

contar largas edades de cuidados.

 

Largas son de sufrir cuanto a su dueño

y cortas si me hubiese de quejar,

mas en mí este remedio no ha lugar,

 

que la razón me huye como sueño

y no hay punto, señora, tan pequeño,

que no se os haga un año al escuchar.

 

Exégesis

 

Este soneto es amargamente reflexivo. Combina a la perfección la perspectiva temporal y la antítesis de las reacciones del yo poético frente a las de la dama desdeñosa. El sujeto lírico constata en la primera estrofa su fatiga esperando que los malos tiempos --amorosos, se entiende-- pasaran pronto, para dejar paso a otros más benignos, pero todo fue en vano. “Días”, “noches”, “tiempo” y “años” son las unidades temporales que marcan los hitos del penoso discurrir de la vida del yo poético.

En la segunda estrofa, advierte que no tuvo suerte en su destino, “los hados”. Sin embargo, también ella es responsable de sus amarguras. Veía cómo el sujeto lírico sufría día tras día, pero no hizo nada por solucionarlo. En el primer terceto establece un vivo oxímoron entre la largura de las horas dolientes para el amante y la brevedad con que podía resumirlas, al contárselo a ella. Pero ni siquiera esta solución es dable para él porque “la razón me huye como sueño”, es decir, ha perdido la lucidez; pero es que además ella no está dispuesta a escucharlo, pues se le haría eterno.

La expresión formal del poema es delicada y connotativa. El quiasmo del primer verso (“Días cansados, duras noches tristes”), junto con la doble adjetivación sobre “noches”, imprime una extraordinaria viveza de significado en torno al amor malogrado. Las elipsis adensan la significación; de este modo, “días”, “noches” y “momentos” (vv. 1-2) indican el paso del tiempo y la frustración que ha traído, porque todo ha sido “años de pesar”.

La derivación creada con “faltar”, en la segunda estrofa, declara la ausencia de correspondencia de la amada hacia el yo poético. La vida ha sido una sucesión de “largas edades” de penurias y amarguras. Puede apreciarse que la sustantivación se balancea entre el tiempo y las desgracias.

En los tercetos se introduce un oxímoron impactante: “largas” frente a “cortas”; las primeras se corresponden a las amarguras; las segundas, a los remedios, como hablarlo, pero ni siquiera se pudo realizar. El yo poético está al borde de la pérdida de la razón (“la razón me huye como sueño”, v. 12). Desiste de plantear a su “señora” su situación porque a esta, un punto, un momento, se le transforma como en un año de escucha.

La construcción semántica del soneto es magnífica. Existen dos líneas semánticas: yo poético, sufrimiento inacabable y años de amargura es la primera; la segunda está formada por la dama, su desdén y la brevedad con que ha despachado al amante. En el desarrollo juega con esos conceptos creando antítesis y paradojas muy expresivas, como la que ocupa los dos últimos versos: “y no hay punto, señora, tan pequeño, / que no se os haga un año al escuchar”.

De nuevo el tono dialógico es esencial en la significación del poema. El yo poético habla, o intenta hablar, con su dama, que lo aparta de su lado sin contemplaciones. Es, pues, un diálogo malogrado, aunque eficaz para nosotros, pues nos llega la voz lastimera del sujeto lírico con toda su intensidad de amargura desesperada.

 

Soneto 3

 

Como el triste que a muerte es condenado

gran tiempo ha y lo sabe y se consuela,

que el uso de vivir siempre en penado

le trae a que no sienta ni se duela,

 

si le hacen creer que es perdonado

y morir cuando menos se recela,

la congoja y dolor siente doblado,

y más el sobresalto lo desvela;

 

ansí yo, que en miserias hice callo,

si alguna breve gloria me fue dada,

presto me vi sin ella y olvidado.

 

Amor lo dio y Amor pudo quitallo,

la vida congojosa toda es nada,

y ríese la muerte del cuidado.

 

Exégesis

 

Este original soneto sorprende por su estructura semántica. Los dos primeros cuartetos plantean el término de una comparación; el primer terceto explica el término comparado; en el último terceto explica el origen de su penosa situación existencial: el Amor (personificado, con mayúscula) se porta caprichosamente dando y quitando su pasión; la vida resulta ridícula y la muerte se ríe de todo junto.

El contenido es triste, casi siniestro. El yo poético se compara con el condenado a muerte que vive con el alma en un puño; su sentencia se dilata y llega a creer que no se ejecutará, pero un día cualquiera se hace realidad; entonces, el sentenciado es víctima de la angustia.

El campo semántico de “congoja y dolor”, por utilizar los vocablos del poeta, es el predominante, lo que aporta un tono angustioso y desesperado. Las dos primeras estrofas forman una unidad sintáctica, compactando el término de la comparación con vivacidad. En el primer terceto desvela que habla de él mismo; ha sufrido muchas miserias, acaso entre algún espejismo de “gloria”.

La repetición de “Amor” en el primer verso del último terceto, estableciendo una antítesis muy expresiva (“Amor lo dio y Amor pudo quitallo”) sobre la volubilidad de ese dios caprichoso. Siguen las antítesis con “todo” y “nada”, y “ríese” y “cuidado”. El mensaje final, algo subliminal, es que la vida roza el absurdo y todo acaba en destrucción y muerte.

Estamos ante un soneto (las dos primeras estrofas son serventesios, no cuartetos) de impecable construcción y original contenido. El tono es autobiográfico (“ansí yo”, v. 9)), lúgubre y amargo, derivando hacia una reflexión existencial de hondo calado. Lo que parece una exposición trillada sobre las cuitas amorosas de raíz petrarquista deriva en una reflexión amarga sobre el sentido de la vida y los padecimientos de la existencia. Sin duda, este es uno de los más bellos sonetos de contenido existencial del Renacimiento español.

 

Soneto 4

 

Vuelve el cielo, y el tiempo huye y calla,

y callando despierta tu tardanza;

crece el deseo y mengua la esperanza

tanto más cuanto más lejos te halla.

 

Mi alma es hecha campo de batalla,

combaten el recelo y confianza;

asegura la fe toda mudanza,

aunque sospechas andan por trocalla.

 

Yo sufro y callo y dígote: "Señora,

¿cuándo será aquel día que estaré

libre de esta contienda en tu presencia?"

 

Respóndeme tu saña matadora:

"Juzga lo que ha de ser por lo que fue,

que menos son tus males en ausencia."

 

Exégesis

He aquí otro hermoso soneto de contenido amoroso y tono negativo. El yo poético se presenta, metafóricamente, como un campo de batalla donde combaten el “recelo” contra la “confianza” de ser correspondido en sus sentimientos.

En el primer cuarteto plantea el marco conceptual y físico de desarrollo de la acción poética. La amada no ha llegado a una cita con el yo poético; esta tardanza lo desasosiega, pues teme ser abandonado.

El segundo cuarteto presenta una imagen muy poderosa y expresiva, a través de la metáfora del alma convertida en “campo de batalla” (v. 6). Las dudas angustiosas lo atenazan y no sabe a qué atenerse. La contraposición entre “fe” en ella y “mudanza” de ella en cuanto a sus sentimientos lo torturan malamente.

En el primer terceto se presenta el yo poético directamente: “Yo sufro y callo y dígote” (v. 9). Habla de él, de sus angustias bien presentes. Y se dirige a ella, la amada, suplicándole algo de compasión hacia él, pues la “contienda” en la que vive lo consume.

El segundo terceto cierra toda esperanza, pues la dama, cabreada, le contesta de un modo tajante: tu futuro no será mejor que tu pasado; mi ausencia no será peor que mi presencia. La respuesta, dura y cruel, aunque brillantemente expuesta, aniquila toda esperanza de correspondencia amorosa.

El tono dialógico del soneto le imprime dramaticidad, sobre todo al aparecer el estilo directo del diálogo en los dos tercetos. La respuesta, dura y áspera, de la dama cierran una historia de desamor que ha ocupado muchos años de la vida del yo poético. Conviene llamar la atención sobre una metáfora bélica, central para el recto entendimiento: “Mi alma está hecha campo de batalla” (v. 5). La lucha interior y el sufrimiento emocional entre el miedo y la esperanza, los celos y la ilusión invaden al yo poético.

Estamos ante un hermoso poema de contenido amargo y negativo. El yo poético es amante fiel que se ve sometido a las veleidades y crueldad de la dama. Su amor resiste, pero ha alcanzado un punto sin retorno con la dura respuesta de la dama, caprichosa y un punto malvada. 

 

Soneto 5

 

Como el hombre que huelga de soñar,                    

y nace su holganza de locura,                     

me viene a mí con este imaginar;                

que no hay en mi dolencia mejor cura.                     

 

   Puso amor en mi mano mi ventura,           

mas puso lo peor, pues el penar                  

me hace por razón desvariar,                      

como el que viendo, vive en noche oscura.              

 

   Veo venir el mal, no sé huir;                     

escojo lo peor cuando es llegado,   

cualquier tiempo me estorba la jornada.                  

 

   ¿Qué puedo yo esperar del porvenir,                    

si el pasado es mejor, por ser pasado?                   

Que en mi sangre es mejor lo que no es nada.

 

Exégesis

 

He aquí otro soneto introspectivo de reflexión amorosa y existencial. El yo poético revisa su trayectoria vital y concluye que todo ha ido mal; para el futuro no prevé nada bueno, pues no hay un solo resquicio esperanzador. En el primer serventesio confiesa que se pasa el día en imaginaciones, producto de la insania. También admite que está enfermo, pues arrastra una “dolencia” sin cura. Todo el cuarteto es un símil con el soñador trastornado. La imagen es, pues, negativa.

El segundo serventesio declara el origen de sus males: se ha enamorado, pero no es correspondido. Ese le provoca un “penar” inacabable. Cierra el serventesio con un símil muy hermoso que contiene un oxímoron, casi paradoja, de gran expresividad: “como el que viendo, vive en noche oscura” (v. 8). Declara muy bien su desesperación existencial por las insatisfacciones amorosas.

La carga de subjetividad aumenta en el primer terceto muy significativamente a través de los dos verbos que abren los dos primeros versos, conjugados en primera persona; el “sé” del primer verso, en la parte final, refuerza la idea del desvelamiento de su intimidad ante el lector. Lo que el yo poético declara es que, aun sabiendo que va en su contra, toma las decisiones amorosas equivocadas, pues la dama, de la que no sabemos nada, no le corresponde. Desarrolla en este terceto tres metáforas que aluden a un viaje (“jornada”), con cierto aire bélico. Personifica el “mal”, que se le acerca, pero no logra evadirse; y toda decisión va en su contra, como si una fatalidad lo castigase. El “tiempo”, también en forma prosopográfica o personificada, trabaja en su contra. Su desesperación es completa.

El último terceto presenta una construcción y significación perfecta. Los dos primeros versos son una interrogación retórica muy hermosa. Relaciona futuro y pasado para explicar su angustia presente. Le sobran razones para ser pesimista porque todo lo que ha podido ir mal en su vida, ha ido. Crea una antítesis muy expresiva con “porvenir” y “pasado” (repetido el vocablo para enfatizar su importancia). El último verso es demoledor. Utiliza la metonimia de “sangre” para hablar de él, expresando así su sustancia vital más intensa. Y lo que nos declara es que lo mejor es desaparecer, alcanzar la “nada”, que es lo único bueno de su persona, pues ya no le hace sufrir. El tono de angustia existencial es tremendo y apabullante. El yo poético concluye que su vida es una auténtica desgracia, sin motivo alguno para defenderla. Por momentos, anuncia la poesía barroca existencial y la romántica becqueriana de tono sombrío.

Este bellísimo soneto es un auténtico diamante de construcción y de significación. El tono creciente de lo negativo, hasta acabar en “nada” es de una eficacia poética elevadísima. La construcción es equilibrada; los juegos conceptuales del yo poético con la locura, el sueño, el pasado y el presente, bajo la sombra de un amor adverso dotan de una extraordinaria belleza a este original soneto.

 

 

 Soneto 6

 

Gasto en males la vida y amor crece,

en males crece amor y allí se cría;

esfuerza el alma y a hacer se ofrece

de sus penas costumbre y compañía.

 

No me espanto de vida que padece

tan brava servidumbre y que porfía,

mas espántome cómo no enloquece

con el bien que ve en otros cada día.

 

En dura ley, en conocido engaño,

huelga el triste, señora, de vivir,

¡y tú que le persigas la paciencia!

 

¡Oh cruda tema! ¡Oh áspera sentencia,

que por fuerza me muestren a sufrir

los placeres ajenos y mi daño!

 

Exégesis

 

Este soneto, como casi todos los precedentes, es sombrío y amargo. Su tema es la falta de correspondencia amorosa, pues la dama, la “señora”, a la que se interpela, no hace gran caso del yo poético, que bebe los vientos por ella. En el primer serventesio, el tono reflexivo e intimista predomina abiertamente. Establece muy bien los dos campos semánticos en los que se mueve el yo poético: “males” y “amor”; la acción que los mueve es la de “crecer”. Establece un doble quiasmo entre los dos últimos términos, de modo que queda claro cómo el enamoramiento se incrementa, pero no la correspondencia. Con todo, no pierde la esperanza y las “penas” que padece le sirven de “costumbre y compañía”. Su amargura es ya un modo de vivir que acepta rutinaria y estoicamente.

El segundo serventesio da un paso más en su autoanálisis amoroso: admite que no se admira de sus padecimientos y su “brava servidumbre”, metáfora de la esclavitud amorosa. Sin embargo, sí se sorprende de no haberse vuelto loco al ver la felicidad de los demás, tocados por “el bien”, es decir, la correspondencia amorosa. Es un modo de maldecir su suerte, por haberse enamorado de la persona equivocada. Habla de él algo indirectamente, a través del concepto de “vida” y “alma” (esta metonimia, en el primer serventesio).

El primer terceto es consecutivo. Aún no desea hablar de sí mismo, por eso coloca como sujeto “el triste”, la persona desgraciada que vive en el engaño consciente para poder sobrevivir. Y, sin embargo, la dama todavía lo increpa y desespera, cosa que el yo poético ve intolerable, lo que expresa a través de una hermosa interrogación retórica. Existe una metáfora sinestésica muy intensa en este terceto: “dura ley”; alude al desamor o desprecio por parte de la amada, la “señora”, a la que invoca, para suplicarle algo de compasión.

El último terceto es de naturaleza conclusiva. Lo forman dos exclamaciones retóricas sintácticamente opuestas; la primera la forman tres palabras, sin que exista una oración en su interior, la segunda ocupa dos versos y medio, con una oración en su interior. En la primera lamenta la violencia del asunto sobre el que reflexiona (“Oh cruda tema!”). En la segunda, se presenta el yo poético como un reo sentenciado por un juez a la pena capital; aquí es la amada con su desprecio la que condena a contemplar a aquel a contemplar la felicidad de los otros (“placeres ajenos”) y, de paso, sufrir su propia amargura (“mi daño”).

El poema está equilibrado y muy bien construido conceptualmente. Existe un balanceo entre el yo poético y su desgracia, por un lado, y la felicidad ajena, que para él es más sufrimiento. El agente de esta situación es la “señora”, la mujer amada por el yo poético, que se ensaña duramente contra este, no solo no correspondiéndolo, sino azuzando sus angustias. El poema resulta hermoso y sorprendente, aunque muy sombrío en su contenido, como no podía ser menos en el ámbito petrarquista en el que se inscribe.

 

Soneto 7

 

Ora en la dulce ciencia embebecido,           

ora en el uso de la ardiente espada,            

ora con la mano y el sentido           

puesto en seguir la caza levantada;             

 

Ora el pesado cuerpo esté dormido,

ora el ánima atenta y desvelada,                 

siempre en el corazón tendré esculpido                  

tu hermosura y tu ser entretallada.               

 

Entre gentes extrañas, do se encierra                      

el sol fuera del mundo y se desvía,

duraré y permaneceré de esta arte,             

 

en el mar, en el cielo, y en la tierra               

contemplaré la gloria de aquel día               

que mi vista figura en toda parte.

 

Exégesis

 

Este bellísimo soneto es de tono optimista y alegre. Se trata de la proclamación del amor como la razón de vivir y de la felicidad. La existencia queda justificada por la contemplación de la dama amada, de quien el yo poético se enamoró fulminantemente con una sola visión. Este proclama la perdurabilidad de su amor, que no desfallecerá bajo ninguna adversidad. De hecho, plantea nueve situaciones distintas de la vida del hombre; en todas ellas, él la seguirá amando.

En el primer cuarteto, dominado por los paralelismos y las elipsis, el yo poético plantea tres situaciones vitales: estudiando (“en la dulce ciencia embebecido”), luchando (“en el uso de la ardiente espada”), o cazando (“seguir la caza levantada”). La primera presenta una actividad intelectual; la segunda, activa y peligrosa; la tercera, lúdica. En todas ellas algo pasará --no sabemos si positivo, o negativo-- que todavía no se enuncia, pues el sentido está suspendido; las oraciones no están concluidas.

En el segundo serventesio presenta dos nuevas situaciones vitales: “dormido” o en vigilia; en cualquiera de ambas, el yo poético desvela que “siempre” se acordará de la dama amada, a la que cita por dos metonimia: “hermosura” y “ser”; la primera es de naturaleza sensitiva; la segunda, es espiritual y, casi, metafísica. Ella estará “esculpida” en el “corazón” del yo poético; esta bella metáfora expresa la firmeza y durabilidad de su amor.

El primer terceto presenta una nueva situación, exótica y difusa. El yo poético sostiene que también la recordará y amará aunque se halle entre personas desconocidas de lugares recónditos, en la otra punta del mundo (“do se encierra / el sol fuera del mundo y se desvía”); aquí parece que operan mentalmente los descubrimientos y exploraciones de los marineros y soldados españoles, en plena formación del Imperio español.

El último terceto adopta un criterio geográfico: “en el mar, en el cielo, y en la tierra”, bajo cualquiera de estos elementos, el yo poético mantendrá su amor. Este se expresa como “gloria”, es decir, dicha suprema; fue provocada por la visión de ella, que es como si la viera en cualquier lado (“en toda parte”), o al menos así se lo imagina él.

Estamos, pues, ante un soneto de exaltación amorosa, de carácter positivo y optimista. Es tal el poder de ese sentimiento que el yo poético se ve inundado por él. Cada momento, en cada actividad, ella está presente, pues es como una diosa que todo lo abarca, para dicha el yo poético. El tono positivo inunda cada verso; los paralelismos y las elipsis, junto con la suspensión del sentido, contribuyen al afianzamiento de un mensaje de la permanencia del amor en la vida del amante más allá de cualquier contexto físico.

 

 

Canción en redondilla

 

Pues que tanta priesa os dais

y yo tan poco me quejo,

pesares, libres os dejo;

quiero ver si me acabáis.

 

En tan peligroso trago,

aunque yo no lo procure,

¿no habrá un bien que me asegure

de este daño que me hago?

 

No, que no quieren valerme

mis cuidados como hermanos,

sino darme de las manos

cuando pueden ofenderme.

 

Siempre ofenderme desean,

y yo con ellos me junto

cada y cuando que barrunto

cosas que contra mí sean.

 

Remedio yo no lo pido,

consejo no lo recibo,

que a mí mismo, porque vivo,

me tengo ya aborrecido.

Exégesis

 

En esta hermosa canción, sinónimo de poema, en este caso, compuesta en redondillas (8a,8b,8a,8b), el yo poético se dirige a sus males o angustias (“pesares”), deja de controlarlos y los deja libres; acaso acaben con su vida. En la segunda redondilla admite que es un paso delicado (“peligroso trago”); se pregunta si algo o alguien puede ayudarle para salvarse. La respuesta se ofrece en la tercera estrofa: “No” es la palabra que la abre. Las preocupaciones y angustias (“cuidados”) no se alían con el yo poético, “como hermanos”, sino que pelean contra él para acabar de destruirlo.

Analiza esos “cuidados”, en la siguiente redondilla, y anota que siempre desean destruirlo. Sin embargo, la cadena de desdichas no acaba ahí, pues el mismo yo poético se une a ellos cuando intuye que se puede lastimar a sí mismo. Es un modo indirecto de confesar su desesperación, casi enajenada. La última redondilla presenta un carácter conclusivo y desesperado. Como revolviéndose contra su fatal destino, afirma, orgulloso, que renuncia a toda solución (“Remedio yo no lo pido”), lo cual se contradice con las afirmaciones previas, pues sí lo había solicitado. No recibo advertencias benéficas (“consejo no lo recibo”) porque, entre otras cosas, por el mero hecho de vivir, ya se detesta a sí mismo.

El paralelismo formado por los dos primeros versos de esta última estrofa es muy eficaz para enfatizar su cabezonería y mala suerte. Toda la redondilla forma una sola oración, lo que compacta aún más su significación y su mensaje desolado. El tono sombrío del poema recoge un estado de ánimo de tristeza insuperable. El yo poético omite la causa inicial de sus “cuidados”, de ahí que el poema posea una significación abierta y un cierto alcance existencial, más que, por ejemplo, amoroso.

Su musicalidad es altísima. Los versos fluyen con un ritmo suave y una cadencia agradable, creando una atmósfera envolvente y cierta complicidad entre el lector y el yo poético. La transparencia de esta canción es tal que, con una lectura, se percibe la esencia melancólica y sombría de su mensaje. Estamos, entonces, ante un bello poema de impecable factura.

 

Guerra de Granada

 

Había ya cumplido la gente de las ciudades y señores el tiempo que eran obligados a servir por el llamamiento, y las aguas hartado la tierra para sembrar: faltaba el provecho de la guerra, por la diligencia que los moros ponían en las guardas por todo, en alzar, y esconder la ropa, mujeres, y niños, en esparcirse pocos a pocos en las montañas, y gran parte dellos pasar a Berbería, donde con cualquier aparejo tenían la traviesa corta y más segura, no podían ser seguidos con ejército formado, y el que había se iba poco a poco deshaciendo.

Pareció consejo de necesidad enviar la gente a sus casas, y el Duque volver a Ronda, guarnecer los lugares de donde con mayor facilidad los enemigos pudiesen ser perseguidos y echados de la tierra, y andar tras dellos en cuadrillas, sin dejarlos reformar en alguna parte; mas detuvo la gente de su estado ya diestros y ejercitados, que servían a su costa, sin sueldo, ni raciones, dejó gente en Hojen, Istán, Monda, Tollox, Guaro, Cartagima, Jubrique, y en Ronda cabeza de toda la sierra. Había ya el Rey avisado al Duque como se determinaba a un tiempo sacar los moros de Granada a poblar Castilla, y que estuviese apercibido para cuando le llegase la orden de don Juan de Austria.

Cuando esto pasaba, llegaron las cartas de don Juan en que decía cómo la salida de los moros de todo el reino sería el postrero día de otubre; encomendábale el secreto hasta el día que el bando se publicase, apercibíale para la ejecución en tierra de Ronda; enviábale la patente en blanco para que el Duque hinchiese la persona que le pareciese más a propósito.

Echando el bando, mandó recoger en el castillo de Ronda los moros de paces con su ropa, hijos, y mujeres, y en la patente hinchó el nombre de Flores de Benavides, corregidor de Gibraltar, ordenándole con seiscientos hombres de guarda llevar cuasi mil y doscientas personas que serían los reducidos, hasta dejallos en Íllora, para que juntos fuesen a Castilla con otros de la vega de Granada. Era ya entrado el mes de noviembre, con el frío y las aguas en mayor cuantidad. Los enemigos, creyendo que por ir los ríos mayores y las avenidas en las montañas dificultar más los pasos, ellos podían extenderse por la tierra, y nuestra gente ocupada en labrar la suya, se juntaban con dificultad; en todas partes y a todas horas desasosegaban la tierra de Ronda y Marbella, cautivando labradores, llevando ganados, y salteando caminos hasta cuasi las puertas de Ronda: acogíanse en las vertientes de Ríoverde, a quien los antiguos llamaban Barbésola, del nombre de la ciudad que agora llamamos Marbella, y de allí en las cumbres y contorno de Sierra Blanquilla.

El Duque por el menudear de los avisos, y por excusar los daños, que aunque no fuesen señalados eran continuos, por castigar los enemigos que habían en Ríoverde y en la sierra del Alborno muerto nuestra gente; porque de la Alpujarra por una parte, y por otra con la vecindad de Berbería no se criase en aquella montaña nido; determinó rematar la empresa, combatir los enemigos, y desarraigallos o acaballos del todo.

Salió de Ronda con mil y quinientos arcabuceros de la guardia della, y gente de señores, y mil de sus vasallos, y con la caballería que pudo juntar improvisamente; mas antes que llegase, entendió por avisos de espías y algunos que se pasaron de los enemigos, que el número poco más o menos era de tres mil; los dos mil dellos arcabuceros gobernados por el Melqui, hombre entre ellos diligente, animoso, y ofendido, ido y venido a Tetuán; que tenían atajados los pasos con grandes piedras, árboles atravesados; que estaban resolutos de morir defendiendo la sierra.

Ordenó a Pedro de Mendoza que con seiscientos arcabuceros caminase derecho a la boca de río Verde, por el pie de la sierra; y a Lope Zapata con otros seiscientos a Gaimón, a la parte de las viñas de Monda: iban estos dos capitanes el uno del otro media legua, y entre ambos iba el Duque con el resto de la infantería y caballería. Ordenó a Pedro Bermúdez y a Carlos de Villegas, que estaba a la guarda de Istán y Hojen, con dos compañías y cincuenta caballos, que se saliesen a un mismo tiempo, y con doscientos arcabuceros tomasen lo alto de la sierra y las espaldas de los enemigos; que Arévalo de Suazo partiese de Málaga, y con mil y doscientos soldados, y cincuenta caballos acudiese a la parte de Monda.

Todos a un tiempo partieron a la noche para hallarse a la mañana con los enemigos; mas ellos, avisados por un golpe de arcabuz que habían oído entre la gente de Setenil, mudáronse del lugar, mejorándose a la parte de Pedro de Mendoza que era el postrero, por tener la salida más abierta: comenzó a subir el Duque, y Pedro de Mendoza, que estaba más cerca, a pelear con igualdad, y ellos a mejorarse.

El Duque, aunque algo apartado, oyendo los golpes de arcabuz, y visto que se peleaba por aquella parte de Pedro de Mendoza, se mejoró; y por la ladera descubriendo la escaramuza, con la caballería y con lo que pudo de arcabucería, acometió los enemigos, llevando cerca de sí a su hijo, mozo cuasi de trece años, don Luis Ponce de León, cosa usada en otra edad en aquella casa de los Ponces de León, criarse los muchachos peleando con los moros, y tener a sus padres por maestros: porfiaron algún tanto los enemigos; mas no pudiendo resistir, tomaron lo de la sierra, y de allí se repartieron a unas y otras partes. Murieron más de cien hombres y entre ellos el Melqui, su capitán; y si Pedro Bermúdez y Villegas salieran a la hora que se les ordenó, hiciérase mayor efecto.

Habido este buen suceso, repartió el Duque la gente que pudo por cuadrillas para seguir el alcance; captivaron a las mujeres, y niños y ropa que les había quedado; mataron en este seguimiento ochenta. Quedaron los moros tan escarmentados ni por engaño ni por fuerza los pudieron hallar juntos en parte de la montaña, y buscaron también la sierra que llaman de Daidín, y el mismo Duque repartió el campo en cuadrillas, pero tampoco se hallaron personas juntas; con esto, él se tornó a Ronda, y aquella guerra quedó acabada, la tierra libre de los enemigos, parte muertos y parte esparcidos o idos a Berbería.

 He querido tratar tan particularmente desta guerra de Ronda; lo uno porque fue varia en su manera, y hecha con gran sufrimiento del Capitán General, y con gente concejil, sin la que los señores enviaron, y la mayor parte del mismo duque de Arcos; y aunque en ella no hubo grandes reencuentros, ni pueblos tomados por fuerza, no se trató con menos cuidado y determinación que las de otras partes deste reino; ni hubo menos desórdenes que corregir cuando el Duque tomó a su cargo; guerra comenzada y suspendida falta de gente, de dineros, de vitualla, tornada a restaurar sin lo uno y sin lo otro; pero sola ella acabada del todo, y fuera de pretensiones, emulaciones o envidias.

Lo otro por haberse en tiempos antiguos recogido en aquellas partes las fuerzas del mundo, y competido César y los hijos de Pompeyo, cabezas dél, sobre cual quedaría con el señorío de todo, hasta que la fortuna determinó por César, dos leguas de donde está agora Ronda, y tres de la que llamamos Monda, en la gran batalla cerca de Monda la vieja, donde hoy día, como tengo dicho, se ven impresas señales de despojos, de armas, y caballos; y ven los moradores encontrarse por el aire escuadrones; óyense voces como de personas que acometen: estantiguas llama el vulgo español a semejantes apariencias o fantasmas, que el vaho de la tierra cuando el sol sale o se pone forma en el aire bajo, como se ven en el alto las nubes formadas en varias figuras y semejanzas

 Estaba don Juan en Granada con el Duque, Comendador mayor, acudiendo a lo que se ofrecía; y por dar remate a cosas, y fin de los enemigos que quedaban, ordenó que el Comendador mayor con la gente que se pudo juntar, parte de la propia ciudad y parte de los que se habían venido de su campo y del campo del Duque, que por todos serían siete mil personas, llevasen delante, y ante todas las cosas bastimento y munición que bastase para dos meses, y que esto se guardase en Órgiba; y con esta prevención partió el campo la vuelta de la Alpujarra. Llegados a Lanjarón, por mandado del general se dio un rebato falso, porque la gente no estuviese descuidada; otro día llegaron a Órgiba, y en ella reposó el campo tres días, tomando la orden que se había de tener para hallar los enemigos, porque andaban esparcidos por la tierra.

El cuarto día salió la gente hechas dos mangas de a mil hombres cada una, con orden que la una de la otra fuese desviada cuatro leguas, guiando la una a la mano derecha y la otra a la siniestra, y el resto del campo por medio: desta suerte corrieron la tierra hasta llegar a Pitres de Ferreira, y dejando allí presidio de quinientos hombres, pasaron adelante hasta Pórtugos, y allí dejaron cien hombres y en Cadiar trescientos con el capitán Berrío. Aquí tuvo nuevas el Comendador mayor que los moros se habían retirado al Cehel, costa de la mar, por ser tierra áspera y de muchos jarales: mandó a don Miguel de Moncada que con mil y doscientos hombres corriese aquella tierra; halló parte dellos, y matando siete moros, captivó doscientas personas entre moras y muchachos, y ropa y despojos: perdió sólo un soldado que engañado de una mora le hizo entender que en una choza tenía mucha riqueza, y al entrar en ella le dio con una almarada por debajo del brazo, y lo mató.

Volvió don Miguel con la cabalgada a Cadiar donde quedó el campo; de aquí envió el Comendador mayor mil hombres a Ujíjar de la Alpujarra, para que en ella hiciesen presidio, y dejando en él trescientos soldados fuesen a Dondurón y dejasen allí una compañía de cien hombres con su capitán, y en Ayator otros ciento, y en Berja otros ciento, con orden que todos corriesen la tierra cada día, dejando guarda en los presidios. Mandó a don Lope de Figueroa que con mil y quinientos infantes y algunos caballos corriese el río de Almería y toda aquella sierra, con el Boloduí y tierra de Gueneja, y que juntando consigo la gente que salía de Almería, corriese la tierra de Jerez a Fiñana y río de Almanzora: volvió a Granada, dejando presidio en las Guájaras altas y bajas y en Vélez de Benaudalla, y en todos los presidios bastimento y munición para algunos días.

 Luego que llegó a Granada, proveyó don Juan otros capitanes de cuadrillas, que fueron Juan Carrillo Paniagua, Camacho, Reinaldos, y otros; y hecho esto, don Juan con el Duque y el Comendador mayor se partió a Madrid; y de allí a la armada de la Liga, dejando a don Pedro de Deza, presidente de Granada, con título de Capitán General, y en Almería por general de la infantería a don Francisco de Córdoba, descendiente de aquella cama de leones del conde don Martín. Corrían la tierra a menudo las cuadrillas, metían en Granada moros y moras, y no había semana que no hubiese cabalgada.

Al entrar en la puerta de las Manos, hacían salva subiendo por el Zacatín arriba, hasta llegar a la cancillería; daban noticia al presidente para que viese lo que traían, y entregaban los moros en la cárcel, y de cada uno les daban veinte ducados, como está dicho: atenaceaban, y ahorcaban los capitanes y moros señalados y los demás llevaban a galeras, que sirviesen al remo esclavos del Rey.

Entre estos trujeron un moro natural de Granada llamado Farax. Éste, como supiese la voluntad de Gonzalo el Xeniz, alcaide sobre los alcaides, y de sus sobrinos Alonso y Andrés el Xeniz, y otros muchos, que era de entregarse y reducirse, si se les concediese perdón, llamó a Francisco Barredo, dándole parte de la voluntad y propósito que muchos moros tenían, y aun de matar a su rey si no se quisiese reducir con ellos; para lo cual convenía que procurase verse con Gonzalo el Xeniz, que era uno de los que más lo deseaban.

Sabido esto, Francisco Barredo se fue a las Alpujarras, y en llegando al presidio de Cadiar, sacó de una bóveda del castillo un moro que tenían preso, y le dio una carta para Gonzalo el Xeniz, en que le hacía saber la causa de su venida; que viese la orden que había de tener para verse con él: recibida la carta, respondió que otro día al amanecer se viniese a un cerro media legua de Cadiar, y que adonde viese una cruz en lo alto le aguardase, soltando la escopeta tres veces por contraseña: fue, y hecha la seña llegó el Xeniz, sus sobrinos, y otros moros mostrando mucha alegría de velle: lo que trataron fue que si le traía perdón del Rey para él, y los que se quisiesen reducir, que les entregaría a Abenabó, su rey, muerto o vivo: con esto se despidió, prometiéndoles de hacello y ponello por obra, y avisallos de la voluntad del Rey.

Vino a Granada Francisco Barredo, dio cuenta al Presidente de lo que había pasado con Gonzalo el Xeniz y lo que le había prometido; dio el Presidente aviso al Rey, que visto lo que prometía el Xeniz le concedió perdón a él y a todos los que con él viniesen; vino la cédula real al Presidente, que visto que no había quien con veras lo pudiese hacer, hizo llamar a Barredo, y entregándole la cédula, le pidió con las veras y recato que en tal negocio convenía, lo hiciese.

 Recibida la cédula, se partió, y llegó a Cadiar con el moro que antes había llevado la carta: avisole como tenía lo que pedía, que se viese con él en el sitio y lugar que antes se habían visto. Llegado el Xeniz, y vista la cédula y perdón la besó, y puso sobre su cabeza: lo mismo hicieron los que con él venían; y despidiéndose dél, fueron a poner en ejecución lo concertado. Francisco Barredo se volvió al castillo de Berchul, porque allí le dijo el Xeniz que le aguardase; Gonzalo el Xeniz y los demás acordaron para hacello a su salvo, que sería bien que uno dellos fuese a Abdalá Abenabó, y de su parte le dijese que la noche siguiente se viese con él en las cuevas de Berchul, porque tenía que platicar con él cosas que convenían a todos.

Sabido por Abenabó, vino aquella noche a las cuevas solo con un moro, de quien se fiaba más que de ninguno; y antes que llegase a las cuevas despidió veinte tiradores que de ordinario le acompañaban, todo a fin de que no supiesen adonde tenía la noche. Saludole Gonzalo el Xeniz diciéndole: «Abdalá Abenabó, lo que te quiero decir es que mires estas cuevas, que están llenas de gente desventurada, así de enfermos, como de viudas y huérfanos, y ser las cosas llegadas a tales términos, que si todos no se daban a merced del Rey, serían muertos y destruidos; y haciéndolo, quedarían libres de tan gran miseria».

Cuando Abenabó oyó las palabras del Xeniz, dio un grito que pareció se le había arrancado el alma, y echando fuego por los ojos le dijo: «¡Cómo, Xeniz! ¿para esto me llamabas? ¿Tal traición me tenías guardada en tu pecho? No me hables más, ni te vea yo»; y diciendo esto, se fue para la boca de la cueva: mas un moro que se decía Cubayas, le asió los brazos por detrás, y uno de los sobrinos del Xeniz le dio con el mocho de la escopeta en la cabeza y le aturdió; y el Xeniz le dio con una losa y le acabó de matar: tomaron el cuerpo, y envuelto en unos zarzos de cañas le echaron la cueva abajo, y esa noche le llevaron sobre un macho a Berchul, adonde hallaron a Francisco Barredo y a su hermano Andrés Barredo: allí le abrieron y sacaron las tripas, hinchiendo el cuerpo de paja.

Hecho esto, Francisco Barredo requirió a los soldados del presidio y a su capitán que le diese ayuda y favor para llevarle a Granada. Visto el requerimiento, le acompañaron, y en el camino encontraron con doscientos y cincuenta moros de paz, que sabida la muerte de Abenabó, y el nuevo perdón que el Rey daba, llegaron a reducirse. Vinieron a Armilla, lugar de la Vega, y allí le pusieron caballero en un macho de albarda, y una tabla en las espaldas, que sustentaba el cuerpo, que todos le viesen; los moros de paz iban delante, y los soldados y Francisco Barredo detrás. Llegados a Granada, al entrar de la plaza de Bibarrambia, hicieron salva; lo proprio en llegando a la cancillería; allí a vista del Presidente le cortaron la cabeza, y el cuerpo entregaron a los muchachos, que después de habello arrastrado por la ciudad, lo quemaron; la cabeza pusieron encima de la puerta de la ciudad, la que dicen puerta del Rastro, colgada de una escarpia a la parte de dentro, y encima una jaula de palo, y un rétulo en ella que decía:

 

ÉSTA ES LA CABEZA

DEL TRAIDOR DE ABENABÓ.

NADIE LA QUITE,

SO PENA DE MUERTE.

 

Tal fin hizo este moro, a quien ellos tuvieron por rey después de Aben Humeya: los moros que quedaban, unos se dieron de paz y otros se pasaron a Berbería; y a los demás las cuadrillas y la frialdad de la sierra y mal pasar los acabó; y feneció la guerra y levantamiento.

Quedó la tierra despoblada y destruida; vino gente de toda España a poblarla, y dábanles las haciendas de los moriscos con un pequeño tributo que pagan cada año. A Francisco Barredo le hizo el Rey merced de seis mil ducados, y que éstos se los diesen en bienes raíces de los moriscos, y una casa en la calle de la Águila, que era de un mudéjar echado del reino; después pasó en Berbería algunas veces a rescatar captivos, y en un convite le mataron.

 

Exégesis

 

El texto corresponde a las páginas finales de Guerra de Granada (compuesta hacia 1570- 1574; publicada por primera vez en 1624); es el relato verídico e histórico que Diego Hurtado de Mendoza compuso sobre la revuelta morisca de Granada y su sofocamiento por parte de las tropas de Felipe II (1568 - 1570). Hurtado de Mendoza participó en muchas de las acciones guerreras. Enumeramos los rasgos compositivos de este relato:

-       Verismo total: el texto elaborado por Hurtado de Mendoza corresponde con la realidad histórica. Se ajusta a la verdad como principio compositivo esencial, pues es un texto de historia, no de narrativa ficcional. Trata los hechos con una fría objetividad, sin entrar en consideraciones morales; no se inclina por un bando u otro.

-       Concreción narrativa: el autor no se pierde en divagaciones, sino que focaliza bien su relato en los hechos objeto de su tratado. No omite ninguna acción necesaria para el cabal entendimiento de los hechos de guerra.

-       Minuciosidad descriptiva: Hurtado de Mendoza pinta con precisión y detalle paisajes, personas, armamento, etc. Transmite una imagen total de los escenarios y de sus protagonistas, de un bando y otro. Y no se queda en lo físico o externo, sino que, cuando puede, entra en los aspectos psicológicos o morales de los personajes. Los retratos que transmite son firmes y verosímiles.

-       Amenidad expositiva: para evitar el tedio, Hurtado de Mendoza avanza con rapidez y focaliza los asuntos importantes. Salta de un lugar a otro, de un personaje a otro; explica los motivos de las acciones de ambos bandos; y, finalmente, extrae las consecuencias de los choques bélicos para ambos contendientes.

-       Objetividad: el autor mantiene una línea de objetividad asombrosa; trata a los moriscos rebeldes con respeto; explica las causas de su rebelión, mostrándose comprensible ante muchas de ellas. Complementariamente, no es muy condescendiente con ciertos mandos del ejército cristiano que mostraron poca inteligencia estragética, o exceso de vanagloria, o preocupación más por su honra que por los objetivos de la Monarquía.

-       Variedad estilística, con dramatismo dialogado: Hurtado de Mendoza domina en grado sumo la lengua castellana. Eso le permite imprimir una gran variedad estilística; salta de la descripción a la narración con gran acierto y fluidez; introduce algunos diálogos verosímiles, no muy extensos (fuera de alguna arenga) y cuida que el ritmo narrativo sea progresivo y coherente en cuanto a los hechos narrados.

-       Selección léxica: llama la atención la precisión léxica del autor; nombra a los objetos, los lugares, los pertrechos de guerra, los actos administrativos, etc. con una propiedad muy elevada. La lectura enriquece notablemente al lector moderno, informándole con detallismo de los modos de vida (luchar, pensar, etc.), de ambos bandos.

 

 

3. PROPUESTA DIDÁCTICA

(Estas actividades se pueden realizar en clase, o en casa; de forma oral, o escrita; como trabajo individual o en grupo; la ayuda de medios TIC puede ser útil). La plantilla de actividades se puede modificar para adaptar a cada texto, según los propósitos educativos del docente; aunque se habla de poema, por estos los textos mayoritarios, se puede aplicar a la prosa mutatis mutandi.

 

2.1. Comprensión lectora

1) Resume el poema (sobre cien palabras).

2) Expresa sus temas principales y sus apartados temáticos.

3) Estudia la medida de los versos y la rima, indica las estrofas y la composición estrófica empleada por Hurtado de Mendoza.

4) Explica los recursos estilísticos más relevantes que nos permitan comprender el poema. Es interesante dotar de un sentido poético los recursos empleados.

5) Contextualiza su sentido en el pensamiento de la época renacentista.

 

2.2. Interpretación y pensamiento analítico

1) Indica los rasgos propios de la poesía petrarquista visibles en el poema.

2) ¿Qué realidades sensitivas se emplean como expresión de los sentimientos?

3) ¿Cómo sabemos que el yo lírico se dirige a la amada, como si estuviera hablando con ella? Fíjate en las formas verbales y pronominales.

4) El poema, ¿es un reflejo auténtico del alma del poeta, o solo una pose literaria? Aporta razones.

5) ¿Muestra Hurtado de Mendoza arrepentimiento por sus sentimientos?

 

2.3. Fomento de la creatividad

1) Explica o recrea en un texto creativo, en prosa o en verso, el contenido del poema. Se trata de recoger una reflexión sobre el tema del poema

2) Imagina una entrevista de tu clase con Hurtado de Mendoza. ¿Qué preguntas harías?

3) Redacta un diálogo teatral más o menos fiel al contenido del poema. Tendrá como personajes, el yo lírico y la joven. Puedes introducir otros, como el tiempo, o la belleza, etc.

4) Prepara una exposición o presentación ante la clase o la comunidad educativa, con un cartel, o con medios TIC, sobre Hurtado de Mendoza y su tiempo renacentista.

 


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