26/10/2020

Fray Benito Jerónimo Feijoo: "Teatro crítico universal" (vol. I, discurso 6.º: "Régimen para conservar la salud"); análisis y propuesta didáctica

Cudillero, Asturias, (X-2020) © SVM

 

Discurso sexto. Régimen para conservar la salud

I. Los Médicos saben poco de la curación de los enfermos; pero nada saben, ni aun pueden saber en particular del régimen de los sanos, por lo menos en cuanto a comida, y bebida. Esta proposición, que a Médicos, y no Médicos parecerá escandalosa, se prueba con evidencia de la variedad de los temperamentos, a quienes precisamente se conmensura la variedad de los manjares, tanto en la cantidad, cuanto en la calidad. El alimento, que para uno es provechoso, para otro es nocivo. La cantidad, que para uno es larga, para otro es corta. Esta proporción de la cantidad, y calidad del alimento con el temperamento de cada individuo, sólo se puede saber por experiencia. La experiencia cada uno la tiene en sí mismo; ni al Médico le puede constar, sino por la relación que se le hace. ¿Pues qué, he menester yo acudir al Médico a que me diga qué, y cuánto he de comer, y beber, si él no puede saber lo que me conviene sin que yo primero le participe qué es lo que me incomoda, qué es lo que me asienta bien en el estómago, qué es lo que digiero bien? Etc.

Tiberio se reía de los que en llegando a la edad de treinta años, consultaban los Médicos; porque decía, que en esa edad cada uno podía saber por experiencia cómo debía regirse. De hecho parece que a él le fue bien con esta máxima, pues sin embargo de ser muy destemplado, así en el lecho, como en la mesa, vivió setenta y ocho años (...).

Ningún manjar se puede decir absolutamente que es nocivo (…).

Es muy grande la [diversidad] que hay entre los individuos de la especie humana. En las Observaciones de Schenchio se refiere de un hombre, que comiendo una onza de escamonea, no se purgaba poco, ni mucho; y en otros Autores Médicos se lee de algunos, que se purgaban sólo con el olor de las rosas. ¿No es esta discrepancia notable de temperamentos?

Es verdad que en lo común no hay tanta disimilitud entre los temperamentos de los hombres; pero siempre hay alguna, y bastante. Así como no se halla una cara perfectamente parecida a otra, tampoco un temperamento a otro. En cuantos accidentes están expuestos a nuestros sentidos, observamos alguna desemejanza en todos los hombres. ¿Qué cosa más simple que el sonido de la voz? Con todo, no hay hombre que en el metal de la voz se parezca perfectamente a otro. (...).

II. No sólo la variedad de los temperamentos de los hombres imposibilita saber qué alimento es proporcionado a cada uno; mas también la variedad que hay en los manjares dentro de la misma especie. Todo vino de uvas, pongo por ejemplo, es de una especie. Con todo, un vino es dulce, otro acedo, otro acerbo (...). 

 Añádese a esto (y es también de mucha consideración), que un mismo alimento, sin distinción, o desemejanza alguna, puede ser, respecto del mismo individuo, provechoso en un tiempo, nocivo en otro, ya por la diferente estación del año, ya por la diferente temperie del ambiente, ya por la diversa región que habita, ya por la diversidad de edad (...).

Si se hace la reflexión debida sobre este lugar de Hipócrates, y sobre lo que llevamos dicho, se hallará ser harto dudosa, por no decir falsa, aquella máxima tan establecida, de que para la conservación de la salud conviene usar siempre de una especie de alimento. El gran Bacon [153] está por la opinión contraria diciendo que se deben variar, así los medicamentos, como los alimentos: Tam medicamenti, quam alimenti mutatio conducit: neque perseverandum in frequentato utriusque usu (Hist. natur. centur. 1. num. 69.). La razón persuade lo mismo: porque si el cuerpo no está siempre del mismo modo, no convendrá alimentarle siempre del mismo modo (...). 

III. Aun cuando un alimento mismo pudiese ser conveniente a todos los hombres, y en todos tiempos, no podríamos averiguar por las instrucciones que dan los Médicos, en orden a dieta, cuál será éste; porque están encontrados en los preceptos. Dase comúnmente la preferencia a las carnes sobre los peces, yerbas, y frutos de las  plantas. Con todo no faltan graves Autores, que no contentándose conque sea la carne enemigo de la alma, la declaran también enemigo del cuerpo. Plutarco, en el libro de Sanitate tuenda, dice que la comida de carnes engendra grandes crudezas, y deja en el cuerpo malignas reliquias, por lo cual sería mejor hacerse a no comer carne alguna (...).

Mas esto no quita la probabilidad que le dan a esta sentencia sus Autores: y juntos éstos con los demás que alegamos, dejan bastantemente dudoso qué género de alimento sea mejor por lo común (...).

Estamos tan lejos de tener alguna doctrina recibida de todos en esta materia, que aquellos mismos alimentos, que comúnmente están reputados por los más insalubres, no faltan Autores graves que los canonicen por los más saludables (...).

El mayor error que en esta parte padecen los Médicos, y más común, es el de prescribir a los que los consultan aquellos alimentos de que los mismos Médicos gustan, o con que se hallan bien; como si el temperamento del Médico fuese regla de todos los demás (...). 

¿Qué partido hemos de tomar en tanta oposición de opiniones? No seguir ninguna, y atenerse cada uno a su propia experiencia. Esta regla es segura, y no hay otra. Observar con cuidado qué es lo que abraza bien el estómago: qué es lo que digiere sin embarazo, en que también se ha de atender a que no sea muy precipitada la digestión; porque ésta sólo en aquellos alimentos, que por su simbolización con el chilo son fácilmente reducibles, puede dejar de fundar sospecha de corrupción. Obsérvese que no induzcan alguna alteración molesta en el cuerpo hacia cualquiera de las cualidades sensibles.

IV. Fuera del conocimiento que la experiencia da por los efectos, el gusto, y el olfato son por lo común fieles exploradores de la conveniencia, o desconveniencia de los alimentos: Noxii enim cibi, innoxiique exploratores sunt odoratus, et gustus, dice Francisco Bayle en su Curso Filosófico. Muy rara vez engañaron estos dos porteros del domicilio de la alma en el informe que hacen, de si es amigo, o enemigo el huésped que llama a la puerta (...). 

No obstante, no aprobaré esta regla, dada con tanta generalidad, sin algunas excepciones. Lo primero, si el apetito nace de causa morbosa, podrá digerirse fácilmente el manjar, y con todo ser nocivo: porque por el mismo caso que el fermento, que le solicita, es preternatural, el alimento, que es connatural a él, ha de ser precisamente preternatural al cuerpo. Lo segundo, deben tenerse siempre por sospechosos, hasta tanto que la experiencia los justifique bastantemente, todos los alimentos de gusto muy alto, como los muy picantes, los muy agrios, los muy austeros, los muy dulces, etc. Asimismo, los que exceden mucho en las dos cualidades elementales de frío, y calor (...).

Modificada la regla en esta forma, juzgo se puede, y debe seguir la ley del apetito en la elección de comida, y bebida. Ya porque es cierto, que la naturaleza puso en armonía, en cuanto a la temperie, el paladar, y el estómago; y así, es conforme a éste, lo que a aquél es grato. Ya porque Dios nos dio los sentidos como atalayas, para descubrir los objetos que pueden conducir, o dañar a nuestra conservación: y el sentido del gusto sólo puede servir a este efecto, discerniendo el alimento provechoso del nocivo. Ya porque la experiencia muestra que jamás el estómago abraza con cariño lo que el paladar recibe con tedio (...).

 En todo caso, ni en el estado de salud, ni en el de enfermedad se forcejee jamás por introducir en el estómago lo que el paladar mira con positivo tedio. En esto delinquen mucho algunos Médicos, y casi todos los asistentes, especialmente si son mujeres, cuyo genio piadoso las hace porfiadas en esta materia, juzgando le hacen un gran bien al doliente metiéndole dentro del cuerpo un huésped desabrido (...).

V. En cuanto a mudar, o no mudar de comida, y bebida, no apruebo uno, ni otro extremo, que entrambos tienen sus defensores. La regla de Celso, que es acostumbrarse a comer de todo lo que el pueblo comúnmente come: Nullum cibi genus fugere, quo populus utatur ( Lib. 1. cap. 1.), me parece muy buena para todos aquellos que no tienen ya muy radicado el hábito opuesto. Es una parte substancial de la buena educación (...).

No tiene mucho inconveniente, y acaso ninguno, en temperamentos de alguna resistencia, el usar una, u otra vez de comida, o bebida de calidades sobresalientes, o gusto alto, como luego, o poco después se corrija este extremo con el opuesto: pongo por caso, comer, o beber cosas muy calientes, como en el pasto inmediato se use de cosas frescas, o al contrario. La misma naturaleza pedirá hacerlo así con la voz del apetito: como sucede en el que se calienta alguna vez demasiado con el vino de parte de noche, que apetece agua fría por la mañana: y el que fuera de su costumbre se llena de frutas, u ensaladas crudas, no pasan muchas horas, que apetece vino generoso, y cosas calientes.

VI. Hemos tratado hasta ahora del régimen en cuanto a la calidad. Tratemos ahora de la cantidad. En esta materia hallo introducido un error comunísimo; y es, que apenas se puede pecar por defecto. Doctos, e indoctos casi están de acuerdo, en que tanto mejor para la salud, cuanto más dentro de los términos de lo posible se estrechare la cantidad de comida, y bebida: de modo que muchos apenas entienden por esta voz dieta otra cosa, que comer, y beber lo menos que se pueda (...).

Hipócrates, bien lejos de aprobar por útil la dieta muy estrecha, la reprueba por nociva. En el Libro de Veteri Medicina dice, que no menos daña en esta parte el defecto, que el exceso (...).

Que sea nocivo el defecto, como el exceso en la cantidad del alimento, lo convence la razón que el mismo Hipócrates da en otra parte: Ni la saciedad (dice), ni la hambre, ni otra cualquiera cosa, que exceda el modo de la naturaleza, puede ser bueno ( Sect. 2. Aphorism. 4). Es claro que todo lo violento es enemigo de la naturaleza: y es claro asimismo que la hambre es violenta, como también la sed (...). 

VII. ¿Pero qué? ¿Decimos por eso que se haya de comer, y beber cuanto dictare el apetito? No por cierto. La regla de Galeno, que es levantarse siempre de la tabla con algo de apetencia, es muy ajustada a la razón (...).

Celso está más indulgente, porque prescribe exceder algunas veces de lo justo; y no sólo eso, mas también comer siempre cuanto pueda cocer el estómago. La regla de comer cuanto pueda cocerse es sospechosa. Las fuerzas de la facultad, si se apuran, se debilitan. El estómago, que cada día hace cuanto puede, cada día podrá menos (...). Si fuéramos tan felices que se hubiese continuado hasta nosotros el estado de la inocencia; sería, así para la calidad, como para la cantidad de la refección, regla sin excepción el apetito, porque entonces nunca saldría del imperio de la razón. Las cosas ahora están de otro modo; y así es menester que señale algunas limitaciones la prudencia.

El consejo de exceder una, u otra vez me parece razonable, por no ligar el cuerpo a un método indefectible, como en los pastos siguientes se cercene lo que se había excedido: y en todo caso no se proceda a nueva refección sin tener el estómago enteramente aliviado, y excitado bastantemente el apetito. Cuando se espera algún ejercicio inmoderado, o se teme que falte después a la hora regular el alimento preciso, como acaece algunas veces [164] en los caminos, puede prevenirse el estómago con refección más copiosa de la acostumbrada. Téngase siempre cuenta del ejercicio, o trabajo corporal, el cual cuanto sea mayor, pedirá más alimento, por lo mucho que disipa (...).

En cuanto a la división de los manjares entre comida, y cena, hay división también entre los Médicos. Unos pretenden que sea más larga la comida, que la cena: otros al contrario. Unos, y otros alegan sus razones. La primera opinión está más válida en el uso común. Lo que tengo por más seguro es, que cada uno observe cómo le va mejor, y siga ese método. En fin, recomendamos siempre como capital, y principalísima, así para la calidad, como para la cantidad de comida, y bebida, la regla de la experiencia, la cual nunca se ha de perder de vista.

VIII. Lo que hemos dicho en cuanto a comida, y bebida, se debe entender de todas las demás cosas, que componen el régimen de vida, sueño, ejercicio, habitación, etc. En todo es error obedecer el dictamen del Médico contra la experiencia propia. El ejercicio debe ser moderado, pero esta moderación ha de ser respectiva a las fuerzas, y al alimento. Cuando se exceda en la comida, a proporción se ha de exceder en el ejercicio (...). 

En el sueño apenas cabe error por exceso. Entregada la naturaleza al descanso, por sí sola prescribe el tiempo, o la cantidad proporcionada al temperamento de cada uno. Contra el sueño meridiano están declarados muchos Médicos, considerándole gran fomentador de catarros, y fluxiones; pero yo he visto muchísimos hallarse muy bien durmiendo una hora, o más, poco después de la comida. Esta es la práctica común de los Religiosos; y no por eso son más incomodados que los Seglares. Varias veces que he viajado por el Estío, siempre he madrugado mucho, con el motivo de huir de los calores; conque me era preciso alargar hasta dos, y tres horas el sueño meridiano, para suplir la falta del nocturno, y no por eso sentí daño alguno. Opondránme acaso muchos la experiencia que tienen, de que cuando duermen demasiado la siesta, sienten después la cabeza muy gravada. Respondo, que en el juicio que se hace de esta experiencia (asimismo como en el de otras muchas) se comete el error de tomar por causa lo que es efecto, y por efecto lo que es causa. No nace entonces la pesadez de la cabeza del sueño prolijo: antes el sueño prolijo nace de la pesadez de la cabeza. La mucha carga de vapores influye un sueño tenaz; y después del sueño continúa la pesadez, de que la cabeza se va desembarazando poco a poco, mediante la fluxión. Ser esto así se prueba, lo primero, porque cuando se duerme mucho la siesta, para suplir el defecto de sueño de la noche antecedente, no se siente después esa pesadez: y si el sueño por razón de la hora ocasionara esa incomodidad, también en este caso se padeciera. Lo [166] segundo, porque siempre que hay gran inclinación a dormir largamente la siesta, aunque no se condescienda con ella, se padece del mismo modo pesadez de cabeza todo el resto del día, como yo mil veces he experimentado: luego no es el sueño quien causa la pesadez; antes la pesadez es la que causa el sueño.

IX. El ambiente que respiramos, o País en que vivimos, tiene gran influjo en la conservación, o detrimento de la salud. También en esta parte se debe el conocimiento a la experiencia; porque las reglas físicas, que ordinariamente se dan, son muy falibles. Casi todos condenan por insalubres los Países húmedos; pero se engañan. Todo el Principado de Asturias es muy húmedo. Con todo, no sólo en las montañas de él, mas también en los valles, vive más la gente que en Castilla (...).

De aquí se colige que ni la sequedad del País, ni la aparente pureza del ambiente, puede darnos total seguridad de ser bueno el clima. El temple de Madrid es muy aplaudido en toda España, por razón de la pureza del ambiente, calificada con la pronta disipación de todos los malos olores, aun de los propios cadáveres: pues los de los perros, y gatos, dejados en las calles, se desecan, sin molestar a nadie con el hedor. Sin embargo, Francisco Bayle en su Curso Filosófico (Tom. 1. fol. mihi, 502) infiere de esa misma experiencia que el temple de Madrid es malo, atribuyendo el efecto a los muchos sales volátiles, acres, o alcalinos, de que está impregnado aquel ambiente, y de donde dice que nacen las muchas enfermedades que hay en la Corte: Unde originem ducunt morbi, qui saepe Madriti grassantur a nimia sanguinis tenuitate, et solutione, quam infert aer salibus turgidus. Añade, que la práctica de dejar los cadáveres de los animales domésticos insepultos por los barrios, y campos vecinos, aunque algunos Físicos de por acá juzgan ser útil para templar con la crasicie de sus vapores la nimia tenuidad del aire, en realidad es muy nociva; porque con las expiraciones de los cadáveres se aumentan al ambiente los sales acres. Como quiera que se filosofe (que esto de filosofar lo hace cada uno como quiere), el hecho es, que en Madrid no vive tanto la gente, como en algunos Países de aire más grueso, y nebuloso. Es cierto que la población de Madrid es poco menos numerosa que la de todo el Principado de Asturias. Con todo aseguro que se hallarán en Asturias más que duplicado número de octogenarios, nonagenarios, y centenarios, que en Madrid.

Estoy ya en la persuasión de que no percibirse en Madrid el mal olor de los cadáveres, no pende ni del principio que vulgarmente se imagina, ni del que discurre Francisco Bayle. La prueba clara es, porque si pendiese de alguno de aquellos principios, como ambos son comunes, no sólo al recinto de la población, mas a todo el territorio vecino; no sólo en Madrid, mas ni en todo el territorio vecino se percibiría ese mal olor, lo que es falso, como he experimentado algunas veces. A cincuenta, o sesenta pasos del Pueblo apesta del mismo modo un perro muerto, que en otro cualquier País. La causa verdadera, a lo que entiendo, de este fenómeno, es la gran hediondez de los excrementos vertidos en las calles, la cual sufoca, entrapa, o embebe los hálitos que exhalan los cadáveres.

Es fijo, pues, que la aparente pureza del ambiente no prueba la sanidad del clima. Y digo la pureza aparente, que consiste en la carencia de vapores, o exhalaciones sensibles; porque puede el aire ser impuro por la mezcla de otros corpúsculos insensibles, sin embargo de descubrirse el Cielo serenísimo por medio de la diafanidad de ese elemento. En las constituciones epidémicas, que dependen sin duda de la infección del aire, se ve esto muchas veces (...).

De aquí se infiere, que sólo la experiencia puede manifestar qué País es saludable, y cuál enfermizo. Y es de advertir, que en los climas sucede lo mismo que en los manjares; esto es, que ninguno hay que para todos los individuos sea bueno: ni apenas hay alguno tan malo, que sea malo para todos. De los sitios, o habitaciones dentro del mismo País, o cuartos de la misma casa, digo lo mismo; aunque no por eso niego, que por lo común los sitios donde hay aguas estancadas, o donde están embebidas en la tierra humedades permanentes, son muy nocivos (...).

 La niebla es cierto que no en todos los Países grava las cabezas. Y adonde hace este daño, estoy persuadido a que no le hace la misma substancia, o cuerpo sensible de la niebla, sino algunos corpúsculos sutilísimos malignos, que se le mezclan. La razón para mí es clara: porque cerradas puertas, y ventanas bien ajustadas, de modo que no entre humedad sensible de la niebla en el aposento, se padece el mismo daño, y en el mismo grado, que estando fuera de techo; lo que muchas veces he experimentado (...).

X. Concluiremos este capítulo con algunas advertencias, que miran a borrar ciertas erradas observaciones populares, en materia de régimen, tan introducidas, que justamente podremos llamarlas errores comunes.

Algunos toman por regla de su régimen a este, o a aquel individuo, que portándose de tal, o tal modo, vivió mucho tiempo con salud constante. Es error (...). 

La práctica de colocar la alcoba donde se duerme en la parte más retirada del edificio, a fin de defenderla de las injurias del ambiente externo, es errada, si no se toma la precaución de modo que pueda ventilarse a menudo. El ambiente estancado es nocivo, como la agua estancada (...).

El cubrir prontamente la ropa del lecho, luego que se sale de él por la mañana, se tiene por aseo; siendo en realidad porquería, y porquería dañosa. Antes se deben exponer luego las sábanas al ambiente, para que expiren los hálitos del cuerpo, que embebieron toda la noche, antes que enfriándose se condensen, impidiéndose de ese modo la evaporación.

Todo el mundo está ya persuadido a lo mucho que importa la limpieza en la ropa, especialmente en la que está inmediata al cuerpo, habiéndose ya desterrado la bárbara práctica, ordenada comúnmente por los vulgares Médicos, de mantener los enfermos con la misma camisa en todo el discurso de la dolencia (...). 

Algunos siguen la máxima de usar en todas las estaciones del año la misma cantidad de ropa, así en el lecho, como en el vestido. No debe ser así, sino quitar, o añadir a proporción del frío, y calor. La cantidad de ropa que en el Invierno es menester para abrigo, en el Estío sobra para ahogo (...). 

Dejar la ventana del aposento abierta en las noches ardientes del Estío, se tiene por arriesgado. Yo lo ejecuté muchas veces, y ví algunos otros que lo ejecutaban cuando el calor era muy excesivo, sin experimentar jamás algún daño. 

La elección de agua para beber es uno de los puntos considerables en materia de régimen. Las señas comunes, y probables de la buena, son carecer de todo sabor, ser cristalina, ligera, calentarse, o enfriarse prontamente, cocerse presto en ella las legumbres. Pero la de nacer la fuente al Oriente la he visto falsificada mil veces. 

Muchos Autores, tanto antiguos, como modernos, prefieren a todas las demás la agua llovediza, calificándola por mejor que la de fuentes, y ríos. Considerando que la agua llovediza se forma de los vapores que se elevan de las aguas terrestres, y que lo que se eleva en vapores, es lo más sutil, y tenue del cuerpo que los exhala; dedujeron, que la agua llovediza es la más pura, tenue, y sutil de todas. Pero la falacia de este discurso está descubierta por la experiencia. 

Puede ser que el dictamen de que la agua de lluvia es mejor que la de fuentes, y ríos, venga de la observación hecha en otras naciones, donde el agua de las fuentes sea de inferior calidad a la de las fuentes de España. Muéveme a esta sospecha haber leído en el Diccionario de Trevoux, V. Eau, la siguiente cláusula: La agua de España es excelente: ella no se corrompe jamás.}

La experiencia de pesar las aguas, para conocer la bondad de ellas, es engañosa. Puede la agua, que es más pesada que otra, ser para el estómago más ligera, a razón de la mayor flexibilidad, o mayor disolubilidad de la textura de sus partículas, por la cual se acomoda mejor, y penetra más fácilmente las vías. 

Otro error comunísimo, que he hallado en cuanto a la agua, y otra cualquiera bebida, es condenar por perniciosa la que habiéndose enfriado con nieve, perdió aquella frialdad intensa. Dicen que está pasada; y no sé lo que [176] quieren significar con esto. Si por pasada entienden corrompida, se engañan; porque la corrupción de cualquiera licor se manifiesta en sus cualidades sensibles; y en ninguna de éstas se inmuta la agua por enfriarse; o si alguna vez se inmuta, es porque la vasija, en que se enfrió, le comunicó algún sabor, u olor extraño: pero lo mismo sucedería estando en ella sin enfriarse.

Omito otras advertencias en orden al régimen: porque para decirlo todo, sería menester hacer libro entero de este asunto. Y repito, que en todas las cosas, de que se compone el régimen, cada uno se gobierne por su experiencia, estando advertido de entenderla bien; porque muchas veces se yerra enormemente en las conclusiones que se deducen de la observación, o tomando por efecto lo que es causa, como demostré arriba, tratando del sueño meridiano; o tomando por causa lo que ni es causa, ni efecto, sino cosa puramente concomitante; y éste es el yerro más común. 

Versión abreviada.

(Benito Jerónimo Feijoo, Teatro crítico universal, tomo primero (1726). Texto tomado de la edición de Madrid 1778 (por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 149-178.)

http://www.filosofia.org/bjf/bjft106.htm


  1. ANÁLISIS


  1. Resumen

El padre Jerónimo Feijoo (Pazo de Casdemiro, Santa María de Melias, Pereiro de Aguiar, Orense, 1676 - Oviedo, 1764) es uno de los más preclaros escritores españoles dieciochescos. Su contribución a la difusión de los principios ilustrados y racionalistas es de primer orden, tanto desde el punto de vista social, como del cultural o literario. 

El texto que vamos a analizar procede del primer volumen de su importantísima obra ensayística Teatro crítico universal (compuesta por 118 discursos; publicados en ocho volúmenes a partir de 1726). El título ya nos da una idea de su contenido instructivo y práctico: “Régimen para conservar la salud”. Se trata de una serie de consejos para que cada persona pueda apartarse de la enfermedad y adoptar hábitos que favorezcan su buena salud. Comienza recordando que los médicos no pueden decirnos todo lo que nos conviene, de modo individual, para estar sano, puesto que carecen de la experiencia y conocimiento directo que cada uno posee de sí mismo. Todos los alimentos pueden ser buenos o malos, dependiendo de cada uno, pues la variedad entre los hombres es muy grande; lo que a uno le sienta bien, a otro le cae mal. El mismo alimento puede ser bueno en una ocasión y malo en la otra; tampoco hay que seguir lo que digan los médicos, pues actúan su propia experiencia, y eso es muy limitado. Lo mejor es atenerse a la experiencia individual, pues nadie se conoce mejor que uno mismo; el gusto y el olfato ya indican si nos gustará y sentará bien un alimento determinado. No hay que empeñarse en obligar al enfermo en comer un determinado alimento en cantidades abundantes, si lo rechaza. En cuanto a la cantidad, la moderación es la mejor regla, pues el exceso acarrea enfermedades. Unos piensan que es mejor hacer la comida principal en la comida, otros en la cena; el autor piensa que no importa. En cuanto al sueño, se aconseja dormir lo necesario, lo que se logra por vía natural. Unos están a favor de la siesta corta, otros de la larga; cada uno se atendrá a la que mejor le siente. El ambiente que respiramos afecta directamente a nuestra salud. El ambiente de Madrid es alabado, poniendo como prueba que los animales muertos por las calles no hieden; eso es falso; huele tan mal siempre que los habitantes ya no perciben olores hediondos. Algunos rechazan los países con nieblas o húmedos, pero no son peores que los secos. Conviene para la salud ventilar el dormitorio donde dormimos, refrescar la ropa de cama y cambiarse con frecuencia. Se puede dormir con la ventana abierta en verano porque refresca. No tenemos por qué poner la misma cantidad de ropa todo el año, pues la temperatura aconseja usar más o menos. En cuanto al agua que bebemos, no hay una que sea claramente mejor; la de lluvia, la de río o la de fuente es igual de buena. El agua que ha sido antes enfriada por nieve es igual de buena que todas las demás.


  1. Temas abordados en el ensayo

Feijoo aborda los siguientes asuntos en este texto:

  • En lo tocante a la salud, cada uno debe atenerse a su propia experiencia, pues la variedad natural es tan grande que lo que a uno le conviene, a otro lo importuna.

  • Los médicos se equivocan si prescriben siempre lo mismo a todos los pacientes, pues las circunstancias y complexiones aconsejan cambiar.

  • La experiencia individual, o colectiva, en casos como el ambiente de un lugar, el agua, etc. es la que dicta la conveniencia o no de usos y costumbres. Lo mejor siempre será analizarse a uno mismo y optar por lo más prudente y experimentado.


  1. Apartados temáticos

En este texto hemos abreviado mucho para que la lectura sea más ligera y concentrada. En el original, Feijoo distingue perfectamente secciones, numeradas convenientemente. Divide su ensayo en diez secciones numeradas en romanos, que nosotros, hemos respetado; esas son, justamente, los apartados temáticos de este texto.


  1. Comentario estilístico

Este texto es de naturaleza ensayística, de modo que su adscripción a este subgénero literario explica y, a la vez, exige el uso de ciertas convenciones:

  1. Naturaleza instructiva o persuasiva: el autor escribe para convencer al lector sobre la validez o bondad de las ideas u opiniones expuestas. En este caso, Feijoo alecciona a sus lectores sobre la importancia de los buenos hábitos para gozar de salud y de una vida larga. Toca diez aspectos distintos y variados en los que, en general, aconseja sentido común, atención a la experiencia individual y cierta desconfianza hacia los médicos, pues prescriben de modo generalista y según su propia experiencia individual.

  2. Tono conversacional, de diálogo implícito, entre autor y lector. Aquel se dirige a este para apelar a su experiencia lectora y asumir sus postulados. Feijoo crea una atmósfera de cordialidad entre él, emisor, y el lector, receptor. No se distancia exhibiendo saberes inalcanzables o una abrumadora experiencia, sino que se acerca al lector con un tono coloquializante y conversacional, como si ambos estuvieran presentes en la interlocución.

  3. Naturaleza subjetiva de las opiniones vertidas. El autor no se oculta; vemos a Feijoo en su escrito; está detrás de las opiniones vertidas; el carácter personal e individual del texto no se disimula, antes bien, se explicita de vez en cuando. La primera persona en los verbos, los pronombres personales de primera persona y ciertos adjetivos y adverbios muy marcados lo revelan con frecuencia.

  4. Empleo de argumentos de todo tipo para aumentar la capacidad de convicción de las ideas expuestas: de autoridad (donde Feijoo muestra unos saberes enciclopédicos y actuales para su tiempo), de experiencia, de mayoría, de causa-consecuencia, de analogía, etc. El procedimiento inferencial es constante, variando de las deducciones a las inducciones según la materia tratada.

  5. Equilibrio dinámico entre la subjetividad y la objetividad como método persuasivo. Feijoo alterna entre la exposición objetiva y distante y la subjetiva, personal y cercana; cada una de ellas colabora eficazmente para aumentar la persuasión textual.

  6. Estilo cuidado, elegante y altamente elaborado. La selección léxica es muy acertada; emplea vocablos claros, apropiados y precisos, entendible por cualquier lector de instrucción media; se percibe también su variedad, evitando repeticiones enojosas. Las oraciones son de extensión moderada; como corresponde a este tipo de escrito, las oraciones compuestas, coordinadas y subordinadas, y, dentro de estas, las causales, condicionales, consecutivas y comparativas son bastante frecuentes. La longitud de las cláusulas es la adecuada para asegurar una exposición precisa y una comprensión lectora exacta. Los conectores aseguran una construcción argumentativa exacta y convincente; alternan los textuales y los argumentales con un empleo eficaz y apropiado. El nivel lingüístico es medio, estándar o de la lengua común, con cierta tendencia al culto; el registro, por tanto, es formal.

  7. Disposición textual sometida a un orden claro y una estructura precisa que facilite el entendimiento lector. La estructura general se somete a una ordenación de presentación (primer apartado), desarrollo (del segundo al noveno apartados, ambos inclusive) y conclusión (décimo apartado). Luego vemos que los subtemas o argumentos se separan en párrafos numerados (en el original; en nuestra adaptación hemos suprimido la numeración por mor de la ligereza y la facilidad visual). Feijoo emplea una estructura argumentativa paralela, con tendencia a lo sintetizante, en la exposición textual: comienza y termina afirmando su tesis general, con más carga expresiva en el final, de ahí lo sintético. 


5. Contextualización

El padre Jerónimo Feijoo y Montenegro (Pazo de Casdemiro, Santa María de Melias, Pereiro de Aguiar, Orense, 1676 - Oviedo, 1764) es, seguramente, el mejor ensayista español del siglo XVIII. En sus escritos se aúnan y armonizan maravillosamente su vocación literaria y su tendencia instructiva, en el sentido de desear aumentar los conocimientos objetivos y científicos de sus lectores y de contribuir a la construcción de una sociedad más sana, coherente, culta y próspera. Sin duda ninguna, lo logró en muchos de sus aspectos, pues la influencia que ejercieron sus escritos fue enorme a lo largo del siglo XVIII y siguiente, como mínimo.

A la vez que ejercía su cátedra de teología en la universidad de Oviedo, en donde residió desde 1709 hasta el final de sus días, se entregó al cultivo de las letras con una producción abrumadora. Ya hemos citado su Teatro crítico universal (compuesta por 118 extensos y densos discursos; publicados en ocho volúmenes de 1726 a 1740). Su segunda obra en importancia, también de naturaleza ensayística se titula Cartas eruditas y curiosas (estamos ante 163 cartas, publicadas en cinco volúmenes, entre 1742 y 1760). También cultivó el género lírico; sus poesías quedaron inéditas en su tiempo; expresa ideas y emociones con acierto y elegancia. 

Feijoo señala en el prólogo a su Teatro… que pretende desterrar “errores”; esta palabra es clave para entender sus escritos: trata de instruir al público general para que destierre creencias absurdas, supersticiones ridículas y ritos infundados y, muchas veces, aberrantes, en cualquier orden de la vida, sea la cotidiana, sea la espiritual o religiosa. Feijoo tuvo muchos detractores en vida, señal inequívoca de sus aciertos tanto en opiniones como en el ámbito literario.

Su prosa clara, precisa, apropiada y limpia de toda exageración barroca o recargamiento retórico absurdo hacen de él un excelente ejemplo de un empleo preciso y eficaz de la lengua española.


6. Interpretación y valoración

El texto que estamos comentando incide en un asunto importante e intemporal: cómo llevar una vida larga y saludable. Feijoo aborda el asunto desde el sentido común y desde sus amplísimos conocimientos eruditos; conocía muchas fuentes, clásicas y modernas, y las cita con tino y oportunidad.

Su tesis es totalmente plausible y convincente, desde la perspectiva actual, señal inequívoca de sus posiciones racionales, realistas y duraderas. Su capacidad argumentativa es elevada en todo momento; al adoptar posiciones templadas y sensatas se asegura una atemporalidad estimativa muy importante para sus escritos. En todos los ejemplos y argumentos que utiliza, vemos a un hombre de su tiempo con los ojos bien abiertos y el sentido crítico afilado. No acepta de buenas a primeras opiniones que no sean totalmente convincentes. 

Su coloquialismo y acercamiento al lector son notables. Lo leemos hoy sin que haya perdido nada de frescura o validez, fuera, obviamente, donde los avances científicos y técnicos han introducido nuevas maneras de vivir y pensar. Su estilo es ameno y fluido, lo que contribuye a una lectura gustosa.



II. PROPUESTA DIDÁCTICA

(Estas actividades se pueden realizar de modo individual o en grupo, en la clase o en casa, de manera oral o escrita; el uso de los medios TIC pueden favorecer su realización).


  1. Comprensión lectora

  1. Resume el texto con tus propias palabras.

  2. Señala sus temas principales con varias frases comprensivas.

  3. Indica los apartados temáticos.

  4. Señala los rasgos estilísticos más llamativos o repetidos en su ensayo.


2. Interpretación y pensamiento analítico

  1. Feijoo, ¿es objetivo o subjetivo presentando sus argumentos?

  2. ¿Por qué crees que compone su texto? Es decir, ¿qué finalidad persigue?

  3. Explica los tipos de argumentos que utiliza Feijoo.

  4. ¿Cómo logra convencer al lector de la validez de sus opiniones?

  5. Feijoo, ¿qué opinión tiene de los médicos?


3. Fomento de la creatividad

  1. Transforma este texto, manteniendo cierta fidelidad al original, en otro, empleando otro género literario: un cuento, un poema, una pequeña obra de teatro, etc.

  2. Imagina una entrevista de Feijoo con tu clase. ¿Qué preguntas le harías?

  3. Realiza una exposición, valiéndote de texto, imagen y sonido, con medios TIC, si es posible, sobre la vida y la obra de fray Jerónimo Feijoo.

  4. Escribe un ensayo sobre un tema de actualidad, más o menos inspirado en el de Feijoo, en que que expreses de modo persuasivo tu opinión de manera argumentada, amena y elegante.


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