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Ribera del Bernesga, León (XI-2020) © SVM |
- ANÁLISIS
Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran
Canaria, 1843 – Madrid, 1920) es uno de los grandes escritores realistas de la
literatura española de la segunda mitad del siglo XIX. Junto con Clarín, llevó
la literatura española a altas cotas de calidad y perfección. Aquí vamos a
analizar Misericordia (1897) una de
sus novelas del período espiritual, dentro de las "novelas españolas
contemporáneas"; esta etapa creativa, de madurez y elevadas miras, se
puede enmarcar más o menos en la última década del siglo XIX y las dos primeras
del siglo XX.
La novela gira en torno a una ciudad,
Madrid, y a un personaje, Benigna, Benina
o la Nina. Doña Paca, viuda de vida
acomodada, ha caído en una lacerante pobreza por ser manirrota y casquivana. Su
criada o sirvienta, Benigna, hace equilibrios para dar de comer a su señora
vanidosa y sus dos hijos, Obdulia y Antoñito.
El paso de los días muestra la cruda realidad: Benigna mendiga (en dura
pugna con otros pedigüeños profesionales) en la puerta de la iglesia de San
Sebastián, en la plaza del Ángel, en la capital de España; allí recoge algunas
monedas, con las que compra alimentos para doña Francisca. A esta le cuenta la
historia de un sacerdote, don Romualdo, para quien trabaja, y la gratifica
generosamente. Benigna conoce a un mendicante singular, el ciego Almudena, de
origen africano, acaso judío, o musulmán, o sefardí; la cuestión queda borrosa.
El ciego dejó su país persiguiendo el sueño de una mujer perfecta que le había
revelado un dios de las profundidades; vive de la mendicidad y lleva una vida
muy miserable; se enamora perdidamente de Benigna, de modo que siente celos y
hasta llega a golpear a la buena sirvienta con su bastón para recriminarle su
mala conducta. Don Paco, un señorito andaluz sumido en la pobreza también es alimentado
por doña Benigna, que a duras penas puede alimentar a tantas bocas. Don Carlos,
burgués propietario de casas, escatima la ayuda a doña Francisca y se contenta
con recomendarle mejor administración, para lo que le regala una libreta de
apuntes.
Benigna comprueba la maldad humana cuando
compartía una comida campestre con Almudena; otros harapientos violentos los
apedrean y les roban sus escasos víveres. La policía municipal los detiene y
los deposita en el asilo de la beneficiencia. A todo esto, aparece un cura,
llamado don Romualdo, portador de una gran noticia: trae una herencia de
Andalucía para doña Francisca, su familia y Paquito Ponte. La situación cambia
para bien y para todos, menos para Benigna y el ciego Almudena. Juliana, la
mujer de Antonio, el hijo de doña Francisca, toma las riendas de la nueva casa,
tras mudarse, y prescinde de Benigna.
Doña Paca, incapaz de reaccionar, deja
hacer y no opone resistencia a la expulsión por Juliana de la vieja sirvienta.
Ha de ser Frasquito Ponte quien rescate a Benigna del asilo, junto con el ciego
Almudena. El viejo señorito, con el juicio algo trastocado, afea a su prima su
comportamiento mezquino e injusto. Poco después muere por la caída de un
caballo. Algún tiempo después, Juliana, con mala conciencia y bastantes
remordimientos, se obsesiona con que sus hijos morirán por una terrible
enfermedad, lo que le obliga a visitar a Benigna para buscar consuelo. La vieja
sirvienta, tratada como una santa, que ahora vive con Almudena, la consuela, la
perdona y le asegura que sus hijos tendrán buena salud. De este modo se cierra
la novela: la bondad vence al egoísmo, con un nuevo acto de grandeza espiritual
basado en la generosidad y el perdón.
Esta novela ofrece un recorrido por los
bajos fondos del Madrid más miserable y sórdido. El mismo Galdós dejó
constancia de su documentación exhaustiva sobre estos lugares, personajes y
modos de vida sumidos en la pobreza extrema y la ignorancia más supina.
La portada reza así: "Misericordia por B. Pérez Galdós. Con un
prefacio del Autor escrito especialmente para esta edición. Thomas Nelson and
Sons Editores. 189, rue Saint-Jacques, París y en Edimburgo, Londres,
Mánchester, Leeds, Dublínn Melbourne, Nueva-York , [1913]".
El prefacio de Galdós, para esa edición
(pp. 5-9) es muy sustancioso, por lo que lo transcribimos entero:
PREFACIO
DEL AUTOR escrito especialmente para esta edición.
ESCRIBÍ
Misericordia en la primavera de 1897,
cuando terminó el litigio arbitral en que los Tribunales me reconocieron la
propiedad integra de todas mis obras. Anteriores á Misericordia son mis Novelas
Contemporáneas, desde Doña Perfecta
hasta Nazarín, y las dos primeras
series de Episodios Nacionales;
posteriores, las novelas El Abuelo,
Casandra y El Caballero Encantado,
más la tercera, cuarta y quinta serie de Episodios,
ésta no terminada todavía. En Misericordia
me propuse descender á las capas ínfimas de la sociedad matritense,
describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la
mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre,
en algunos casos picaresca ó criminal y merecedora de corrección. Para esto
hube de emplear largos meses en observaciones y estudios directos del natural,
visitando las guaridas de gente mísera ó maleante que se alberga en los
populosos barrios del Sur de Madrid.
Acompañado
de policías escudriñé las Casas de dormir
de las calles de Mediodía Grande y del Bastero, y para penetrar en las
repugnantes viviendas donde celebran sus ritos nauseabundos los más rebajados
prosélitos de Baco y Venus, tuve que disfrazarme de médico de la Higiene
Municipal. No me bastaba esto para observar los espectáculos más tristes de la
degradación humana, y solicitando la amistad de algunos administradores de las
casas que aquí llamarnos de corredor,
donde hacinadas viven las familias del proletariado ínfimo, pude ver de cerca
la pobreza honrada y los más desolados episodios del dolor y la abnegación en
las capitales populosas. Años antes de este estudio había yo visitado en
Londres los barrios de Whitechapel, Minories, y otros del remoto Este,
próximos al Támesis. Entre aquella miseria y la del bajo Madrid, no sé cuál me
parece peor. La de aquí es indudablemente más alegre por el espléndido sol que
la ilumina.
El
moro Almudena, Mordejai, que parte
tan principal tiene en la acción de Misericordia,
fué arrancado del natural por una feliz coincidencia. Un amigo, que como yo
acostumbraba á flanear de calle en calle observando escenas y tipos, díjome que
en el Oratorio del Caballero de Gracia pedía limosna un ciego andrajoso, que
por su facha y lenguaje parecía de estirpe agarena. Acudí á verle y quedé
maravillado de la salvaje rudeza de aquel infeliz, que en español aljamiado
interrumpido á cada instante por juramentos terroríficos, me prometió contarme
su romántica historia á cambio de un modesto socorro. Le llevé conmigo por las
calles céntricas de Madrid, con escala en varias tabernas donde le invité á
confortar su desmayado cuerpo con libaciones contrarias á las leyes de su raza.
De este modo adquirí ese tipo interesantísimo, que los lectores de Misericordia
han encontrado tan real. Toda la verdad del pintoresco Mordejai es obra de él mismo, pues poca parte tuve yo en la
descripción de esta figura. El afán de estudiarla intensamente me llevó al
barrio de las Injurias, polvoriento y desolado. En sus miserables casuchas,
cercanas á la Fábrica del Gas, se alberga la pobretería más lastimosa. Desde
allí, me lancé á las Cambroneras,
lugar de relativa amenidad á orillas del río Manzanares, donde tiene su asiento
la población gitanesca, compuesta de personas y borricos en divertida sociedad,
no exenta de peligros para el visitante. Las
Cambroneras, la Estación de las Pulgas,
la Puente segoviana, la opuesta orilla del Manzanares hasta la casa llamada de
Goya, donde el famoso pintor tuvo su taller, completaron mi estudio del bajo
Madrid, inmenso filón de elementos pintorescos y de riqueza de lenguaje.
El
tipo de señá Benina, la criada
filantrópica, del más puro carácter evangélico, procede de la documentación
laboriosa que reuní para componer los cuatro tomos de Fortunata y Jacinta. De la misma procedencia son Doña Paca y su hija, tipos de la burguesía
tronada, y el elegante menesteroso Frasquito
Ponte, que acaba sus días comiendo una triste ración de caracoles en el
figón de Boto — calle del Ave María.
— Diferentes figuras vinieron á este tomo de los anteriores, El amigo Manso, Miau, los Torquemadas,
etc., y del mismo modo, del contingente de Misericordia
pasaron otras á los tomos que escribí después: es el sistema que he seguido
siempre de formar un mundo complejo, heterogéneo y variadísimo, para dar idea
de la muchedumbre social en un período determinado de la Historia.
Algo
debo decir de la traducción francesa de Misericordia.
Un caballero parisién de alta posición en los negocios y en la banca, Maurice
Vixio, Consejero del Comité central de los Ferrocarriles del Norte de España,
que había residido en Madrid años anteriores y conocía muy bien nuestro idioma,
me hizo el honor de verter al francés las páginas de esta obra. Afligido de una
irreparable desgracia de familia, Vixio abandonó los negocios, trasladándose á
una casa de campo que poseía en Versalles, y en aquella soledad apacible, sin
otra sociedad que la de Ernesto Renán, que en una casita próxima moraba,
entretenía sus ocios leyendo libros españoles. Entre ellos cayó en sus manos la
novela Misericordia; la leyó, fué muy
de su agrado, y no halló mejor esparcimiento para su soledad que traducirla.
Por cierto que en el curso de su trabajo, muy á menudo me escribía
consultándome las dificultades del léxico que á cada paso encontraba, porque en
esta obra, como verá el que leyere, prodigo sin tasa el lenguaje popular
salpicado de idiotismos, elipsis y solecismos, tan donosos como pintorescos.
Contestábale yo satisfaciendo sus dudas en lo posible, no en todos los casos,
pues yo mismo ignoro el sentir de algunos decires que de continuo inventan y ponen
en circulación las bocas madrileñas.
La
traducción de Misericordia fué
acogida por el gran periódico parisién Le
Temps, que la publicó en su folletín, dándole la difusión propia de un
periódico de circulación mundial. De Le Temps pasó Misericordia á la casa Hachette, que la editó con un prólogo de
Morel Fatio, el más famoso y grande de los hispanófilos de Francia. Con esto
termino el historial de la novela que hoy incluye la Casa Nelson en su
colección de obras españolas.
Madrid,
febrero 1913
De este sustancioso texto podemos concluir
varios asuntos de interés para la comprensión de la novela. El primero es la
atención a las clases bajas, los grupos sociales más pobres y desfavorecidos de
la sociedad española de su tiempo. Galdós desea poner el foco en los ambientes
más sórdidos y canallescos del Madrid de 1900. Y no lo hace con intenciones
espurias, sino para mostrarnos que también ahí existen personas nobles,
íntegras, fuertes y firmes. Que a pesar de las desgracias materiales, mantienen
un ideal de vida digno y ético; esto se puede afirmar de Benigna, pero también
de Mordejai y otros pobres de puerta de iglesia. En contraste, los miembros de
la pequeña burguesía venida a menos, aparecen como flojos, holgazanes, frívolos
y bastante reprobables.
El relato de Galdós suena a verdad, y ello
por una razón muy sencilla: él lo observó y lo transcribió con fidelidad
artística a su novela. Aparte de la ambientación veraz de toda la novela,
comenzando por la iglesia de San Sebastián y terminando por El Abroñigal, en la
capital de España. Es un texto verdadero por su contextualización y porque los
personajes son "tipos" (como diría Galdós) que responden a la vida.
Asimismo, la minuciosidad de las descripciones (de paisajes, urbanos o
semiurbanos, de edificios, de personajes, etc.) contribuyen poderosamente a la
verosimilitud del relato.
Se cita como tópico la documentación del
escritor realista para elaborar su novela. He aquí un ejemplo diáfano en Misericordia. Las pesquisas de Galdós en
las "casas de dormir" y "de corredor", disfrazado de
sanitario, nos da una idea de la seriedad y profundidad del compromiso de
nuestro novelista con su novela. Las alusiones a los excesos repugnantes de
todo tipo, pero también a las familias que dignamente sobrevivían en un
cuartucho de mala muerte nos dejan entrever un inframundo terrible donde no
todos eran bestias desalmadas.
El narrador se expresa en primera y
segunda persona del plural ("Habréis notado en ambos rostros...",
afirma en el primer párrafo de la novela; ahí mismo, algo más adelante:
"Es un rinconcito de Madrid que debemos conservar..."). Es un modo de
hacernos cómplices de su relato y de una percepción compasiva y cervantina de
una realidad sórdida. También, cómo no, sirve para que el narrador adquiera
relevancia narrativa, para bien y para mal: vemos por sus ojos, nos incita a
valorar según su tabla de medir, etc.
Los personajes son típicamente
galdosianos: para comprenderlos bien, no vale la clasificación de
"redondos" o "planos"; son las dos cosas a la vez. Por
ejemplo, Benigna es todo bondad y compasión y no cambia sustancialmente en su
comportamiento. Doña Paca es frívola y algo estúpida y se mantiene fiel a su
línea. Y no pierden verosimilitud porque están dotados de vida real y
autenticidad artística: en la calle son así; se pueden encontrar a patadas en
cualquier lado de Madrid o de otra ciudad. La intriga se crea cuando, casi
desde los primeros capítulos, el lector se plantea: ¿serán capaces estos
personajes, algo extravagantes y al límite de sus posibilidades, de seguir así
hasta el final? Se crea una paradoja muy interesante sobre estos personajes:
cambian sutilmente, pero para no modificar su conducta. He aquí el meollo de
por qué las novelas de Galdós nos siguen cautivando un siglo después de haber
sido escritas.
Muchas veces se ha insistido en el valor
simbólico de los nombres de personas --antropónimos-- en las novelas de Galdós.
Este caso no es distinto: Benigna recoge toda la actitud ante la vida,
bondadosa y desprendida, de esta admirable mujer que se guía por principios más
evangélicos que de ética común y ramplona. El ciego Almudena, con su exotismo, nos
remite al Madrid más castizo y doliente. Juliana, en el extremo opuesto, parece
que en la dureza fónica del nombre ya nos prepara para recibir su
comportamiento duro y egoísta, etc.
La imitación del lenguaje real, de la
calle, propio de los estratos humildes e incultos, también es otro rasgo
compositivo de la narrativa realista. Como el propio Galdós lo aclara en su
prólogo, no hay por qué insistir más. Dotado de fino oído y armado con su
libreta, nuestro novelista utiliza palabras y expresiones del hampa y de
personajes suburbiales con gran propiedad; él mismo confiesa que a veces ignora
lo que significan. El lenguaje popular en su nivel coloquial y, a veces,
vulgar, ocupa una parte importante de los diálogos porque la novela se ocupa de
esos ambientes y esos personajes. En consecuencia, todo resulta natural y
coherente. En esta misma línea, el uso de ese bello recurso que es el estilo
indirecto libre, adquiere una enorme maestría en Galdós. Aporta matización,
riqueza, complicidad personaje-narrador-lector, etc. Un ejemplo lo aclara muy
bien (párrafo inicial del capítulo IV):
¡María
Santísima, San José bendito, qué comentarios, qué febril curiosidad, qué ansia
de investigar y sorprender los propósitos del buen D. Carlos! En los primeros
momentos, la misma intensidad de la sorpresa privó a todos de la palabra. Por
los rincones del cerebro de cada cual andaba la procesión... dudas, temores,
envidia, curiosidad ardiente. La señá
Benina, queriendo sin duda librarse de un fastidioso hurgoneo, se despidió
afectuosamente, como siempre lo hacía, y se fue. Siguióla, con minutos de
diferencia, el ciego Almudena. Entre los restantes empezaron a saltar, como
chispas, las frasecillas primeras de su sorpresa y confusión: «Ya lo sabremos
mañana... Será por desempeñarla... Tiene más de cuarenta papeletas.
Esta novela posee una carga reflexiva muy
importante. Galdós, cada vez más cervantino, nos proporciona un elemento
estético --la novela— que nos induce, entre la melancolía y una benevolente
mirada, a recapacitar en qué mundo vivimos, qué sociedad estamos creando, cómo
nos tratamos los unos a los otros. Ética y estética se alían en un entramado
artístico bellamente construido e inteligentemente desplegado con un uso
maestro del lenguaje y de las herramientas narrativas. No nos extraña porque
procede de la pluma de Pérez Galdós, un extraordinario y genial narrador,
auténtico regalo para las letras españolas.
- PROPUESTA
DIDÁCTICA
2.1. Comprensión
lectora
1) ¿Dónde, cuándo y por qué mendiga la
señora Benigna?
2) Los hijos de doña Francisca, ¿han
llevado una vida ejemplar? Aporta ejemplos que lo demuestren.
3) ¿Quién es el don Romualdo que se ha
inventado Benigna? ¿Tendrá consecuencias reales?
4) ¿Dónde vive el ciego Almudena? Explica
de dónde procede y qué persigue en la vida.
5) ¿Quién es el único personaje
"burgués" de la novela? ¿Cómo actúa respecto de su familiar doña
Francisca?
6) ¿Es cierto que don Francisco Ponte pasa
hambre? ¿Por qué?
7) ¿Qué ocurre en El Abroñigal?
8) Los pobres, ¿desean ser recogidos en el
asilo de la beneficencia? ¿Por qué? ¿Quiénes acaban ahí?
9) Francisco Ponte tiene un final trágico
y a la vez hermoso: explica por qué.
10) En las escenas finales, ¿qué le pide Juliana a Benigna? ¿Por qué? ¿Qué demuestra este pasaje, al fin?
2.2. Interpretación y pensamiento analítico
1) ¿Cómo apreciamos en la novela el choque
entre la bondad y el egoísmo?
2) ¿Qué papel juega el azar, o la suerte
en la novela? Piénsese en la figura de don Romualdo para contestar
correctamente.
3) Galdós, ¿quiere sólo denunciar el
estado calamitoso de las clases humildes de la sociedad? ¿Por qué?
4) ¿Qué papel juega en la novela los
burgueses? ¿Por qué?
5) ¿Es correcto afirmar que Galdós se inventó lugares, personajes y situaciones para crear la novela? ¿Por qué?
2.3. Comentario de texto específico
Una
mañana [Juliana] salió precipitadamente, con mantón y pañuelo a la cabeza, y se
fue a los barrios del Sur buscando a Benina, con quien tenía que hablar. Y por
Dios que no gastó pocas horas en encontrarla, porque ya no vivía en Santa
Casilda, sino en los quintos infiernos, o sea en la carretera de Toledo, a mano
izquierda del Puente. Allí la encontró después de enfadosas pesquisas, dando
vueltas y rodeos por aquellos extraviados caseríos. Vivía la anciana con el
moro en una casita, que más bien parecía choza, situada en los terrenos que
dominan la carretera por el Sur.
Almudena
iba mejorando de la asquerosa enfermedad de la piel; pero aún se veía su rostro
enmascarado de costras repugnantes: no salía de casa, y la anciana iba todas
las mañanitas a ganarse la vida pidiendo en San Andrés. No sorprendió poco a
Juliana el verla en buenas apariencias de salud, y además alegre, sereno el
espíritu, y bien asentado en el cimiento de la conformidad con su suerte.
«Vengo
a reñir con usted, señá Benina -le dijo sentándose en una piedra, frente a la
casucha, junto a la artesa en que la pobre mujer lavaba, a respetable distancia
del ciego, echadito a la sombra-. Sí, señora, porque usted quedó en ir a
recoger la comida sobrante en nuestra casa, y no ha parecido por allí, ni hemos
vuelto a verle el pelo.
-Pues
le diré, señora Juliana -replicó Nina-. Puede creerme que no ha sido desprecio;
no señora, no ha sido desprecio. Es que no lo he necesitado. Tengo la comida de
otra casa, con lo cual y lo que saco nos basta; y así, bien puede usted dárselo
a otro pobre, y para su conciencia es lo mismo... ¿Qué quiere usted saber? ¿Que
quién me da la comida? Veo que le pica la curiosidad. Pues debo esa bendita
limosna a D. Romualdo Cedrón... le he conocido en San Andrés, donde dice la
Misa... Sí, señora: D. Romualdo, que es un santo, para que lo sepa... Y ya
estoy segura, después de mucho cavilar, que no es el D. Romualdo que yo
inventé, sino otro que se parece a él como se parecen dos gotas de agua.
Inventa unas cosas que luego salen verdad, o las verdades, antes de ser
verdades, un suponer, han sido mentiras muy gordas... Con que ya lo sabe».
Declaró
la ribeteadora que se alegraba mucho de lo que oía referir; y que puesto que
Don Romualdo la favorecía, Doña Paca y ella darían sus sobrantes de comida a
otros menesterosos. Pero algo más tenía que decirle: «Yo estoy en deuda con
usted, Benina, pues dispuse que mi madre política, a quien gobierno con una
hebra de seda, le señalaría a usted dos reales diarios... Como no nos hemos
visto por ninguna parte, no he podido cumplir con usted; pero me pesan, me
pesan en la conciencia los dos reales diarios, y aquí se los traigo en quince
pesetas, que hacen el mes completo, señá
Benina.
-Pues
lo tomo, sí señora -dijo Nina gozosa-; que esto no es de despreciar... Vienen a
mí estas pesetillas como caídas del cielo, porque tengo una deuda con la
Pitusa, calle de Mediodía Grande, y lo arreglamos dándole yo lo que fuera
reuniendo, y peseta por duro de rédito. Con esto llego a la mitad y un poquito
más. Pedradas de estas me vengan todos los días, señora Juliana. Sabe que se le
agradece, y quiera Dios dárselo en salud para sí, y para su marido y los
nenes».
Con
palabra nerviosa, afluente y un tanto hiperbólica, aseguró la chulita que no
tenía salud; que padecía de unos males extraños, incomprensibles. Pero los
llevaba con paciencia, sin cuidarse para nada de su propia persona. Lo que la
inquietaba, lo que hacía de su existencia un atroz suplicio, era la idea de que
enfermaran sus niños. No era idea, no era temor: era seguridad de que Paquito y
Antoñito caían malos... se morían sin remedio.
Trató
Benina de quitarle de la cabeza tales ideas; pero la otra no se dio a partido,
y despidiéndose presurosa, tomó la vuelta de Madrid. Grande fue la sorpresa de
la anciana y del moro al verla aparecer a la mañana siguiente muy temprano,
agitada, trémula, echando lumbre por los ojos. El diálogo fue breve, y de mucha
substancia o miga psicológica.
«¿Qué
te pasa, Juliana?» -le preguntó Nina tuteándola por primera vez.
-¿Qué
me ha de pasar? ¡Que los niños se me mueren!
-¡Ay,
Dios mío, qué pena! ¿Están malitos?
-Sí...
digo, no: están buenos. Pero a mí me atormenta la idea de que se mueren... ¡Ay,
Nina de mi alma, no puedo echar esta idea de mí! No hago más que llorar y
llorar... Ya lo ve usted...
-Ya
lo veo, sí. Pero si es una idea, haz por quitártela de la cabeza, mujer.
-A
eso vengo, señá Benina, porque desde
anoche se me ha metido en la cabeza otra idea: que usted, usted sola, me puede
curar.
-¿Cómo?
-Diciéndome
que no debo creer que se mueren los niños... mandándome que no lo crea.
-¿Yo?...
-Si
usted me lo afirma, lo creeré, y me curaré de esta maldita idea... Porque... lo
digo claro: yo he pecado, yo soy mala...
-Pues,
hija, bien fácil es curarte. Yo te digo que tus niños no se mueren, que tus
hijos están sanos y robustos.
-¿Ve
usted?... La alegría que me da es señal de que usted sabe lo que dice... Nina,
Nina, es usted una santa.
-Yo no soy santa. Pero tus niños están buenos y no padecen ningún mal... No llores... y ahora vete a tu casa, y no vuelvas a pecar».
a) Comprensión lectora
1) Resume el texto (100 palabras)
2) Analiza los personajes que intervienen
en el fragmento.
3) ¿Cómo se gana la comida Benigna con
Almudena?
4) Juliana aparenta visitarla por una
razón, pero luego es otra, ¿cuál?
5) ¿Qué enfermedad ha padecido el ciego
Almudena? ¿Cuál es su estado?
6) ¿Qué personajes están felices y cuáles
parecen desgraciados en este texto?
7) Localiza y explica los recursos estilísticos que aparecen en el texto.
b)
Interpretación
1) ¿Dónde y cómo apreciamos la bondad y
religiosidad de Benigna?
2) ¿Se puede afirmar que la fe aparece en
este fragmento? Ejemplifica.
3) ¿Por qué se puede hablar de victoria
moral de Benigna sobre el egoísmo en este fragmento?
4) Explica la situación financiera de Benigna y su reacción al dinero ofrecido por Juliana.
2.4. Fomento de la creatividad
1) Imagínate que vives en una situación
económica y material como Benigna. ¿Cómo afrontarías tu vida?
2) Escribe un ensayo o texto argumentativo
proponiendo medidas para acabar con la pobreza extrema en tu entorno o país.
3) Realiza una presentación en cartel o
por medios informáticos sobre la vida y la obra de Pérez Galdós.
4) Escribe un texto literario inspirándote
en el de Galdós, adaptado a tu realidad concreta, sobre personajes que vivan en
extrema necesidad.
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