Nigrán, Pontevedra (VIII-2020) © SVM |
- ANÁLISIS
Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran
Canaria, 1843 – Madrid, 1920) constituye un auténtico regalo imperecedero para
las letras españolas. Y no sólo por su estupenda literatura, sino por su
compromiso con ideales y valores de progreso, liberalismo, justicia social,
atención a las clases abandonadas de la sociedad, etc. en un momento de
turbulencias políticas. Y lo hubo de pagar muy caro, por ejemplo, sufriendo
boicot desde España como candidato más que probable para recibir el Premio
Nobel.
Dentro de su descomunal proyecto de
novelar con sentido y sensibilidad la historia de España del siglo XIX, en
cinco series de diez capítulos cada una (escribió y publicó 46;
desgraciadamente, no le alcanzó la vida para completarlos todos, aunque dejó
borradores y bocetos de los inconclusos), Trafalgar
(1873) es el primero de la primera serie. Estamos ante el título
fundacional de una sustanciosa colección; es importante porque será el modelo
narrativo y estilístico para todos los demás.
La historia nos la cuenta el anciano
Gabriel de Araceli. Mezcla autobiografía --ficticia, al modo de los
protagonistas de la novela picaresca— e historia verdadera de la España
decimonónica. Gabriel había nacido, deducimos que en 1791, en Cádiz, en el
barrio de la Viña; se cría en un entorno de pobreza, vulgaridad y violencia por
doquier. Huérfano de padre, lo sostiene como puede su madre, lavandera de
oficio; un hermano de esta, marinero, convive con ellos, pero los maltrata de
palabra y gestos a ella, golpeándolo, a él. Al menos puede jugar y regocijarse
como niño con otros de su condición en el puerto gaditano –donde agasaja y
sirve a los visitantes extranjeros-- y en la Caleta. No es exactamente una
academia de las buenas costumbres, como él afirma.
Tras la muerte de su madre, Gabriel huye
de la violencia de su tío; primero va a San Fernando y después a Puerto Real,
ambas poblaciones no tal lejanas de Cádiz. En Medinasidonia (así se escribe en
el original), huyendo precipitadamente de una leva en las tabernas, conoce a
los señores que lo protegen y lo adoptan de sirviente para su casa Vejer de la
Frontera. El padre de familia es don Alonso Gutiérrez de Cisniega; es capitán
de navío jubilado. Su mujer, doña Francisca, resolutiva y explícita de
carácter, pronto le enseña modales. La hija de su edad, doña Rosita, completa
la familia.
El choque militar entre Inglaterra y
Rusia, por un lado, contra Francia y España, por el otro, en 1805, se percibe
como irremediable. Ante el avance de la armada inglesa y la francesa, todos dan
por inevitable la batalla naval en aguas gaditanas. Principiando octubre, don Alonso decide
embarcarse, con su amigo el viejo marinero Marcial, el Medio-hombre (le faltaba
un brazo y una pierna como resultado de su participación en combates marítimos
en la armada española, bajo las órdenes de don Alonso), en uno de los navíos
que van a participar en la batalla contra los ingleses, para "cobrar a los
ingleses cierta cuenta atrasada". Doña Francisca se opone, pero su marido
es terco y sale adelante con sus planes para vivir de primera mano la batalla,
como testigos, no como soldados, se entiende. Dedica un capítulo (el V) a la
presentación de Rosita, la hija de don Alonso.
El niño, entre tareas y juegos, crece y se enamora de ella. Pronto
comprende que la diferencia de clase y las convenciones sociales hacen
imposible esa relación. Ella se ha comprometido con un oficial de artillería,
Rafael Malespina, que también está enrolado
Gabriel, apenas adolescente, entre la
inconsciencia, el orgullo de servir a su amo y a su patria y sus ganas de
aventura, se enrola muy contento, deseoso de participar en una batalla naval,
porque él también era "un hombre de valor". Su ilusión aumenta
cuando, el 18 de octubre de 1805, se ve por fin dentro del barco más grande que
poseía la armada española en ese momento: el descomunal Santísima Trinidad, "aquel alcázar de madera", 140
"bocas de fuego", descrito con todo detalle y admiración (cap. IX).
La armada española estaba supeditada a la francesa, mandada por Villeneuve,
hombre poco docto y menos experimentado en asuntos de guerra marítima. Cuarenta
buques hispano-franceses contra treinta y tres ingleses se avistan desde Cádiz
y el encuentro es inevitable. Galdós, muy exacto en su documentación, ofrece un
listado completo de todos los barcos en liza junto con su posición y categoría.
Camino del embarque en Cádiz, comen en
casa de su consuegro Malespina, hombre fabulador y fantasioso que se las da de
inventor. Por fin, el 21 de octubre, a mediodía comienza la batalla. En el
horizonte aparecen treinta y tres barcos ingleses, que se acercan a la escuadra
hispano-francesa implacablemente. Gabriel se horroriza cuando descubre que a
pesar de todo el ímpetu español los ingleses vencen irremediablemente. Él
ejercie de enfermero y transporta muchos heridos a la bodega. El Bucentauro, comandado por Villeneuve, se
rinde y ya no hay más que hacer. El narrador relata con todo lujo de detalles y
realismo sangriento la terrible batalla (cap. XI). Muchos barcos son apresados
y entre ellos el Santísima Trinidad,
que ha quedado tan maltrecho que tendrá que ser abandonado, a toda prisa (cap.
XII) y suben al Santa Ana, bajo las
órdenes del teniente general Álava. También muere el tío maltratador de
Gabriel, soldado de la armada española, lo que provoca en él sentimientos
encontrados. Por contra, encuentran
levemente herido Rafael Malespina, el futuro marido de Rosita. El capítulo XIII
narra las acciones del comandante Churruca, a las órdenes del San Juan; resulta un elogio muy sentido
de Galdós a uno de los más grandes marineros de España, junto con Gravina,
también presente en el combate.
Los marineros del buque Santa Ana, capturados por los ingleses,
se rebelan por sorpresa, consiguen rescatar el barco y huir hacia Cádiz. En el
altercado, Marcial y Malespina salen heridos, pero vivos. Para que los heridos
lleguen pronto a Cádiz, cambian de barco. Gabriel acompaña a Marcial y
Malespina al Rayo, alejándose por
primera vez de su amo.
El temporal hace que el Rayo encalle cerca de la costa. Las
apuradas circunstancias hacen que Marcial y Gabriel queden atrás en el barco,
parece que la muerte es segura. Milagrosamente Gabriel despierta en la playa.
Pudieron salvarlo en el último momento, pero Marcial ya estaba muerto. Antes de
morir, en brazos de Gabriel, hace una llana y honda declaración de fe cristiana
y muere con sosiego (cap. XV). Tras una breve convalecencia, Gabriel vuelve con
sus amos. Pero decide abandonar la familia, no sin pesar, cuando es enviado
para servir en la nueva casa de Rosita y Malespina, ya contraído su matrimonio.
Había madurado y no podía vivir bajo esa humillación, ni la de doña Flora,
furtivamente enamorado de él. El fin de la novela y promete más aventuras:
Mi propósito era inquebrantable. Sin perder tiempo salí de Medinasidonia, decidido a no servir ni en aquella casa ni en la de Vejer. Después de reflexionar un poco, determiné ir a Cádiz para desde allí trasladarme a Madrid. Así lo hice, venciendo los halagos de Doña Flora, que trató de atarme con una cadena formada de las marchitas rosas de su amor; y desde aquel día, ¡cuántas cosas me han pasado dignas de ser referidas! Mi destino, que ya me había llevado a Trafalgar, llevóme después a otros escenarios gloriosos o menguados, pero todos dignos de memoria. ¿Queréis saber mi vida entera? Pues aguardad un poco, y os diré algo más en otro libro.
Conviene destacar el rigor histórico de
Galdós en la construcción narrativa. Movido de un espíritu cívico que nunca
esconde, analiza el desastre estratégico de la escuadra franco-española,
critica sin miramientos a Godoy y su indignidad servil ante los franceses,
lamenta la cobardía de Villeneuve y, en fin, admira la disciplina, estrategia y
patriotismo de los ingleses, comenzando por Nelson. Galdós novela para que el
lector disfrute, reflexione y aprenda de la historia. De los errores pasados,
se puede construir una España mejor, parece que es el mensaje que late en el
fondo de sus páginas.
Los personajes están trazados con mano
maestra. Resultan verosímiles, consistentes, auténticos en su sentido del honor
(don Alonso y Medio-hombre son un ejemplo acabado), su bobaliconería, su miedo
y su ingenuidad (Gabriel). Representan ampliamente la sociedad española de la
época, con realismo y sin acritud.
Hombres, mujeres, niños y ancianos circulan por estas páginas con
verdad: pasan hambre unos, se dedican a la pillería otros, son hombres
íntegros, patriotas y abnegados otros más. A todos trata Galdós con una bondad
cervantina que aún hoy resulta asombrosamente admirable.
Como siempre en Galdós, son personajes que
mantienen una línea de comportamiento aun en contra de ellos mismos. Por su
modo de hablar, de actuar y de reaccionar comprendemos muy bien sus intenciones
y su categoría moral. Gabriel, por supuesto, es el protagonista (aunque en el
relato central es más testigo que otra cosa), el testigo y el joven que forja
su carácter. Por momentos, recuerda a los protagonistas de la novela picaresca
–el mismo Gabriel lo hace al principio de su narración--, pero pronto se ven
superados por la generosidad de su espíritu y la firmeza y rectitud de
carácter. En este sentido, podemos hablar de una novela de aprendizaje, de
construcción de la personalidad: el niño desharrapado de las playas gaditanas
pasa a joven íntegro, sereno y enérgico que comprende la dureza de la vida,
junto con la necesidad de dotarla de un propósito noble.
Estamos ante novela del mar, de la guerra
naval, con toda su crudeza y grandeza. Estamos, seguramente, ante uno de los
mejores relatos bélicos de la literatura española. Fuera de las visiones
retrospectivas del narrador, el lugar y el tiempo está comprimido: Cádiz,
Trafalgar y el mar que los baña es el escenario en que se desarrolla la acción.
Esta novela posee una enorme carga
reflexiva en torno a la historia de España y al patriotismo como fuerza
espiritual (por cierto, también concedida a los ingleses sin ningún reparo).
Tampoco se deja de lado la tremenda pobreza de gran parte de la población, que contrasta
con la alegría de la vida y las ganas de vivir de todos ellos.
- PROPUESTA
DIDÁCTICA
2.1.
Comprensión lectora
1) ¿Dónde y cuándo nace Gabriel de
Araceli? ¿A qué grupo social pertenece?
2) ¿Por qué se va de su Cádiz natal? Cita
las ciudades donde vive.
3) ¿Por qué don Alonso Medio-hombre desean
participar en la batalla de Trafalgar?
4) Realiza un retrato de José María
Malespina y resume sus fabulaciones.
5) Cuando Gabriel llega de nuevo a La
Caleta, en Cádiz, ¿qué hace? ¿Por qué?
6) Resume esquemáticamente la posición de
los barcos para la batalla de Trafalgar.
7) ¿Cómo lograron salvar su vida don
Alonso y sus amigos en la batalla?
8) ¿Cuál fue el desenlace de la batalla?
¿Qué se hacía con los muertos?
9) ¿De qué se entera Gabriel respecto del
destino de su tío el maltratador?
10) ¿Por qué Gabriel decide abandonar a la familia de don Alonso? ¿Está justificado?
2.2. Interpretación y pensamiento analítico
1) ¿Qué sentimientos albergaba Gabriel
hacia doña Rosita? ¿Qué consecuencias tendrá?
2) ¿Se produce un crecimiento espiritual y
emocional de Gabriel a lo largo de la novela? Razona tu respuesta.
3) ¿Por qué España peleó en Gibraltar
aliada con Francia?
4) ¿Cómo apreciamos en la novela el
sentido del honor de muchas personas? Ejemplifica.
5) Explica el carácter del general
Churruca y por qué don Alonso lo admira tanto.
6) Finalmente, el Santísima Trinidad se hunde: explica los sentimientos de Gabriel al comprobar este triste hecho (final del capítulo XII).
2.3. Comentario de texto específico
(Capítulo
XV)
Por
último, después de algunas horas de mortal angustia, la quilla del Rayo tocó en
un banco de arena y se paró. El casco todo y los restos de su arboladura
retemblaron un instante: parecía que intentaban vencer el obstáculo interpuesto
en su camino; pero éste fue mayor, y el buque, inclinándose sucesivamente de
uno y otro costado, hundió su popa, y después de un espantoso crujido, quedó
sin movimiento.
Todo
había concluido, y ya no era posible ocuparse más que de salvar la vida,
atravesando el espacio de mar que de la costa nos separaba. Esto pareció casi
imposible de realizar en las embarcaciones que a bordo teníamos; mas había
esperanzas de que nos enviaran auxilio de tierra, pues era evidente que la
tripulación de un buque recién naufragado vivaqueaba en ella, y no podía estar
lejos alguna de las balandras de guerra cuya salida para tales casos debía
haber dispuesto la autoridad naval de Cádiz...
El Rayo hizo nuevos disparos, y esperamos
socorros con la mayor impaciencia, porque, de no venir pronto, pereceríamos
todos con el navío. Este infeliz inválido, cuyo fondo se había abierto al
encallar, amenazaba despedazarse por sus propias convulsiones, y no podía
tardar el momento en que, desquiciada la clavazón de algunas de sus cuadernas,
quedaríamos a merced de las olas, sin más apoyo que el que nos dieran los
desordenados restos del buque.
Los
de tierra no podían darnos auxilio; pero Dios quiso que oyera los cañonazos de
alarma una balandra que se había hecho a la mar desde Chipiona, y se nos acercó
por la proa, manteniéndose a buena distancia. Desde que avistamos su gran vela
mayor vimos segura nuestra salvación, y el comandante del Rayo dio las órdenes para que el trasbordo se verificara sin
atropello en tan peligrosos momentos.
Mi
primera intención, cuando vi que se trataba de trasbordar, fue correr al lado
de las dos personas que allí me interesaban: el señorito Malespina y Marcial,
ambos heridos, aunque el segundo no lo estaba de gravedad. Encontré al oficial
de artillería en bastante mal estado, y decía a los que le rodeaban: «No me
muevan; déjenme morir aquí».
Marcial
había sido llevado sobre cubierta, y yacía en el suelo con tal postración y
abatimiento, que me inspiró verdadero miedo su semblante. Alzó la vista cuando
me acerqué a él, y tomándome la mano, dijo con voz conmovida: «Gabrielillo, no
me abandones.
-¡A
tierra! ¡Todos vamos a tierra!», exclamé yo procurando reanimarle; pero él,
moviendo la cabeza con triste ademán, parecía presagiar alguna desgracia.
Traté
de ayudarle para que se levantara; pero después del primer esfuerzo, su cuerpo
volvió a caer exánime, y al fin dijo: «No puedo». Las vendas de su herida se
habían caído, y en el desorden de aquella apurada situación no encontró quien
se las aplicara de nuevo. Yo le curé como pude, consolándole con palabras de
esperanza; y hasta procuré reír ridiculizando su facha, para ver si de este
modo le reanimaba.
Pero
el pobre viejo no desplegó sus labios; antes bien inclinaba la cabeza con gesto
sombrío, insensible a mis bromas lo mismo que a mis consuelos. Ocupado en esto,
no advertí que había comenzado el embarque en las lanchas. Casi de los primeros
que a ellas bajaron fueron D. José María Malespina y su hijo. Mi primer impulso
fue ir tras ellos siguiendo las órdenes de mi amo; pero la imagen del marinero
herido y abandonado me contuvo.
Malespina
no necesitaba de mí, mientras que Marcial, casi considerado como muerto,
estrechaba con su helada mano la mía, diciéndome: «Gabriel, no me abandones».
Las lanchas atracaban difícilmente; pero a pesar de esto, una vez trasbordados
los heridos, el embarco fue fácil, porque los marineros se precipitaban en
ellas deslizándose por una cuerda, o arrojándose de un salto. Muchos se echaban
al agua para alcanzarlas a nado. Por mi imaginación cruzó como un problema
terrible la idea de cuál de aquellos dos procedimientos emplearía para
salvarme. No había tiempo que perder, porque el Rayo se desbarataba: casi toda la popa estaba hundida, y los
estallidos de los baos y de las cuadernas medio podridas anunciaban que bien
pronto aquella mole iba a dejar de ser un barco.
Todos
corrían con presteza hacia las lanchas, y la balandra, que se mantenía a cierta
distancia, maniobrando con habilidad para resistir la mar, les recogía. Las
embarcaciones volvían vacías al poco tiempo, pero no tardaban en llenarse de
nuevo. Yo observé el abandono en que estaba Medio-hombre, y me dirigí sofocado
y llorando a algunos marineros, rogándoles que cargaran a Marcial para
salvarle. Pero harto hacían ellos con salvarse a sí propios.
En
un momento de desesperación traté yo mismo de echármele a cuestas; pero mis
escasas fuerzas apenas lograron alzar del suelo sus brazos desmayados. Corrí
por toda la cubierta buscando un alma caritativa, y algunos estuvieron a punto
de ceder a mis ruegos; mas el peligro les distrajo de tan buen pensamiento.
Para comprender esta inhumana crueldad, es preciso haberse encontrado en
trances tan terribles: el sentimiento y la caridad desaparecen ante el instinto
de conservación que domina el ser por completo, asimilándole a veces a una
fiera.
«¡Oh,
esos malvados no quieren salvarte, Marcial! -exclamé con vivo dolor.
-Déjales
-me contestó-. Lo mismo da a bordo que en tierra. Márchate tú; corre,
chiquillo, que te dejan aquí».
No
sé qué idea mortificó más mi mente: si la de quedarme a bordo, donde perecería
sin remedio, o la de salir dejando solo a aquel desgraciado. Por último, más
pudo la voz de la naturaleza que otra fuerza alguna, y di unos cuantos pasos
hacia la borda. Retrocedí para abrazar al pobre viejo, y corrí luego velozmente
hacia el punto en que se embarcaban los últimos marineros. Eran cuatro: cuando
llegué, vi que los cuatro se habían lanzado al mar y se acercaban nadando a la
embarcación, que estaba como a unas diez o doce varas de distancia.
«¿Y yo? -exclamé con angustia, viendo que me dejaban-. ¡Yo voy también, yo también!». Grité con todas mis fuerzas; pero no me oyeron o no quisieron hacerme caso. A pesar de la obscuridad, vi la lancha; les vi subir a ella, aunque esta operación apenas podía apreciarse por la vista. Me dispuse a arrojarme al agua para seguir la misma suerte; pero en el instante mismo en que se determinó en mi voluntad esta resolución, mis ojos dejaron de ver lancha y marineros, y ante mí no había más que la horrenda obscuridad del agua.
a)
Comprensión lectora
1) Resume el texto, indica su tema y
señala los apartados temáticos o secciones de contenido.
2) Analiza física y psicológicamente los
personajes que intervienen.
3) Indica el lugar y el tiempo en que
ocurre la acción.
4) ¿Quién narra la acción?
5) Localiza y explica el uso de media docena de recursos estilísticos.
b)
Interpretación
1) ¿Cuál es el debate moral en que se
encuentra Gabriel?
2) ¿Es un texto dramático? Razona tu
respuesta.
3) ¿Cómo es la reacción de Marcial ante
las dudas del niño acerca de su futuro inmediato? ¿Qué muestra de su carácter?
4) La proximidad de la muerte aumenta la cobardía y el miedo. ¿Cómo se aprecia en este fragmento?
2.4.
Fomento de la creatividad
1) Documéntate sobre la batalla de
Trafalgar y realiza una exposición ante la clase, con medios TIC si es posible.
2) Recrea una batalla y cuéntala en una
narración con verismo y cierta posición ética.
3) Reescribe el final de la novela e
imagina un desenlace más acorde a tus ideas.
4) Tomando el diálogo entre Marcial y
Gabriel, escribe un pequeño texto teatral sobre ese lance. Ten en cuenta que
Marcial, al fin, muere.
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