20/02/2021

Lope de Vega: doce sonetos de amor y uno humorístico ("Cayó la torre", "Canta Amarilis", "Daba sustento a un pajarillo", "Canta pájaro amante", "Desde que viene la rosada aurora", "Quiero escribir", "Yo pagaré con lágrimas la risa", "Yo me muero de amor", "Dice el mes en que se enamoró", "Cuando me paro a contemplar mi estado", "Con nuevos lazos", "Dedicatoria de la lira" y "Cortando la pluma, hablan los dos"); análisis y propuesta didáctica

 

Ourense (II-2021) © SVM

Lope de Vega - Sonetos 


Introducción

Lope de Vega Carpio (Madrid, 1562 — 1635​) es uno de los poetas y dramaturgos más importantes del Barroco, el segundo Siglo de Oro español, y de la Literatura española. La cantidad y calidad de sus obras lo convierten en uno de los autores señeros de la literatura universal.

El llamado “Fénix de los ingenios” y “Monstruo de Naturaleza” (según lo adjetivó laudatoriamente Miguel de Cervantes, nada sospechoso de actuar por amistad) revolucionó el teatro español. Creó una fórmula nueva, compendiada en su Arte nuevo de hacer comedias (por descontado, escrito en verso). Llenaba los teatros con sus comedias y tragedias con temas interesantes y atractivos, fueran relativos a la historia de España, a leyendas populares, a asuntos de actualidad, a la fórmula de “capa y espada”, etc. Introdujo el teatro en verso, estructuración en tres actos, ruptura de las tres unidades, varias líneas argumentales, amplio abanico de personajes, contrapunto cómico en los momentos dramáticos y aprovechamiento argumental y dramático de la tradición lírica española.

Su producción narrativa y poética no son menores en absoluto. Era un hombre dotado de un genio y un talento, simplemente, inauditos; él le llamaba tener “natural”, es decir, talento innato. Escribió novelas bajo el formato de los subgéneros de moda en su siglo (novela bizantina, épica, pastoril, etc.). Fue también uno de los grandes líricos de la lengua castellana, pues había asimilado toda la tradición clásica, renacentista y petrarquista con asombrosa profundidad y originalidad. 

El conjunto de las obras literarias compuestas por Lope de Vega raya lo increíble: se le atribuyen unos 3000 sonetos, tres novelas, cuatro novelas cortas, nueve epopeyas, tres poemas didácticos y varios centenares de comedias (1800 según Juan Pérez de Montalbán, su amigo y primer biógrafo). Amigo de Francisco de Quevedo y de Juan Ruiz de Alarcón, enemistado con Luis de Góngora y en larga y soterrada rivalidad con Cervantes, su vida fue tan extrema como su obra; baste decir que raptó amantes, fue cura una temporada y actuaba de secretario de algunos nobles (duque de Sessa), facilitándoles sus correrías amorosas. También fue desterrado de la corte y del reino por líos de faldas. Y todo lo contaba puntual y detalladamente en sus obras.

A continuación explicamos trece sonetos, todos, excepto el último, de temática amorosa. En general, Lope se atiene a la tradición petrarquista, pero le imprime una enorme frescura y originalidad, a base de detalles expresivos, paradojas chocantes, etc. La estructura del soneto se atiene a una exposición en los cuartetos y a una conclusión, o pensamiento consecutivo en los tercetos. Lope logra dotar a sus sonetos de una extraña convicción contextual: el lector puede muy bien compartir el contenido, pues deja de ser una fórmula convencional para convertirse en una experiencia, a veces anecdótica, pero siempre, personal, de un pensamiento o sentimiento verosímil, ingenioso o divertido. Siempre, deslumbrante en los aspectos estilísticos y compositivos. 

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1) Cayó la torre


Cayó la torre que en el viento hacían

mis altos pensamientos castigados,

que yacen por el suelo derribados

cuando con sus extremos competían.


Atrevidos al sol llegar querían,

y morir en sus rayos abrasados,

de cuya luz contentos y engañados,

como la ciega mariposa ardían.


¡Oh, siempre aborrecido desengaño,

amado al procurarte, odioso al verte,

que en lugar de sanar abres la herida!


¡Pluguiera a Dios duraras, dulce engaño,

que si ha de dar un desengaño muerte,

mejor es un engaño que da vida!


Exégesis

El poema es reflexivo y de tono ambiguamente desengañado. El yo poético reconoce que sus “altos pensamientos” (seguramente, se refiere a sus ansias amorosas) han caído desmoronados; de hecho, estaban construidos “en el viento”, pero el yo poético no lo sabía en el momento de su construcción; como no había basamento, es lógico que todo se desmorone. Esos pensamientos estaban “castigados”, es decir, desdeñados por la dama, como el viento castiga a una torre construida en un lugar abierto.

Sus ideas o deseos eran tan extremosos que, al chocar con la realidad, se vinieron abajo. En el segundo cuarteto insinúa que es un asunto de amor (“rayos abrasados”, “ciega mariposa” son metáforas amorosas muy del gusto de la poética barroca de tradición renacentista, es decir, petrarquista). Quería alcanzar la máxima altura, hasta llegar al sol, para allí morir “abrasado”. El yo poético sabe que su anhelo es destructivo, o mejor, autodestructivo, porque acabará con su propia vida. 

En el primer terceto se dirige al desengaño, imprecándolo; admite que es aborrecido y aborrecible; mas, al mismo tiempo, “amado”, pues si existe es porque antes se creó el deseo amoroso, y eso lo hacía feliz. Ahora se le hace “odioso” porque, al sentirlo, le hace sufrir por un amor frustrado, no correspondido. 

El segundo terceto es, simplemente, maravilloso; presenta una factura literaria soberbia. Desea que el engaño en que vivía el poeta, construyendo su torre de una vivencia amorosa, siguiera vivo. De cualquier modo, como el desengaño va a venir y provocar la muerte del ideal amoroso, pues se puede vivir en el engaño; este “da vida” porque alimenta la esperanza de verse correspondido, en tanto que aquel da “muerte”. 

El argumento desplegado en los dos últimos versos es impecable: la verdad es amarga y mortal; la ilusión es dulce y vivificadora, aunque sea falsa por carecer de fundamento; entonces, vivamos en el “engaño”; al menos, alimenta las ganas de vivir y perseverar. El juego de palabras, con sus antítesis cruzadas y su paronomasia crea un efecto expresivo admirable. El yo poético comprende que el edificio de sus pensamientos sublimes de amor se derrumban por falta de correspondencia. No queda nada, excepto el desengaño, que trae la amargura y la infelicidad. En tal tesitura, es mejor seguir viviendo en la ilusión infundada, es decir, el engaño de que acaso sus altos anhelos amorosos acaso alcancen, algún día, por puro azar, correspondencia. El soneto se cierra con un enunciado exclamativo, lo que forma un epifonema de una contundencia rotunda. 


2) Canta Amarilis


Canta Amarilis, y su voz levanta

mi alma desde el orbe de la luna

a las inteligencias, que ninguna

la suya imita con dulzura tanta.


De su número luego me trasplanta

a la unidad, que por sí misma es una,

y cual si fuera de su coro alguna,

alaba su grandeza cuando canta.


Apártame del mundo tal distancia,

que el pensamiento en su Hacedor termina,

mano, destreza, voz y consonancia.


Y es argumento que su voz divina

algo tiene de angélica sustancia,

pues a contemplación tan alta inclina.


Exégesis

Este soneto explica una experiencia sensitiva: escuchar un dulce canto de boca de Amarilis. El yo lírico describe los inmediatos efectos que surten en él: su alma se eleva a las esferas superiores. Pero no queda ahí; en el segundo cuarteto el transporte emocional pasa a ser espiritual; pasa a un nivel superior, a la “unidad”, la esencia de la vida y del universo, es decir, Dios. El canto de Amarilis “alaba su grandeza”. 

En el primer terceto explica la consecuencia del canto: el yo lírico que abandona toda sensación terrena para concentrarse en en el “Hacedor”. Hacia él lo conduce la contemplación de la “mano, destreza, voz y consonancia” de Amarilis. Vemos que son dos elementos materiales (mano y voz) y dos más abstractos (destreza y consonancia”; juntos, crean una armonía superior de orden espiritual.

El último terceto es conclusivo. Es lógico, asevera el yo lírico, que escuchar el canto con la “voz divina” de la dama incite a la contemplación divina porque aquella está hecha de “angélica sustancia”. El sujeto lírico parte de un sentimiento amoroso humano y terrenal. 

Luego pasa a una esfera intelectual y, finalmente, desemboca en un ámbito espiritual, celestial. La mujer amada transporta al yo lírico hacia Dios porque algo hay en ella de angelical, divina. Observamos en este poema, de pura raíz petrarquista, el endiosamiento de la amada. La metonimia de la voz sirve como imagen de la naturaleza divina de Amarilis; sin saberlo, ella purifica y hace mejor el espíritu del yo lírico. El amor, pues, es una manera de ser mejores personas y de participar, siquiera un poco, de la naturaleza divina.


3) Daba sustento a un pajarillo


Daba sustento a un pajarillo un día

Lucinda, y por los hierros del portillo

fuésele de la jaula el pajarillo

al libre viento en que vivir solía.


Con un suspiro a la ocasión tardía

tendió la mano, y no pudiendo asillo,

dijo (y de las mejillas amarillo

volvió el clavel que entre su nieve ardía):


¿Adónde vas por despreciar el nido,

al peligro de ligas y de balas,

y el dueño huyes que tu pico adora?».


Oyóla el pajarillo enternecido,

y a la antigua prisión volvió las alas,

que tanto puede una mujer que llora.


Exégesis

Este bellísimo poema arranca de una anécdota cotidiana. Lucinda tiene un “pajarillo” en una jaula; huye en un descuido “al libre viento en que vivir solía”, es decir, había nacido libre, pero lo capturaron y perdió su libertad. Lucinda trata de recuperarlo con su mano, pero es tarde. La mujer se torna lívida (la piel de sus mejillas y sus labios pierden el color rojo y se vuelve amarilla, ya más próximo al color blanco níveo de sus dientes); tal es el disgusto que recibe.

El primer terceto recoge en estilo directo las palabras que Lucinda le dirige al pajarillo. Le suplica que vuelva, pues fuera hay peligros, como caer en cuativerio (la liga), o recibir la muerte de un balazo; ella, sin embargo, lo “adora”. El pajarillo vuelve a la jaula, pero no exactamente por las palabras, sino por las lágrimas que ella derrama. El soneto posee una lectura alegórica inmediata: el yo lírico, enjaulado en el amor de ella, anhela la libertad. 

Cuando la logra, sin embargo, inopinadamente, vuelve a la cárcel del amor, persuadido por los sentimientos (“lágrimas”) de ella, que son el mejor argumento para convencer al yo lírico amante. El conjunto del poema posee una armonía, un ritmo y un tono perfectos. Además, reserva el elemento fundamental, las lágrimas, para el último verso, sorprendiendo al lector muy gratamente, que ha de convenir con el yo lírico en que, en efecto, así funciona el corazón del hombre.


4) Canta pájaro amante


Canta pájaro amante en la enramada

selva a su amor, que por el verde suelo

no ha visto al cazador que con desvelo

le está escuchando, la ballesta armada.


Tírale, yerra. Vuela, y la turbada

voz en el pico transformada en yelo,

vuelve, y de ramo en ramo acorta el vuelo

por no alejarse de la prenda amada.


Desta suerte el amor canta en el nido;

mas luego que los celos que recela

le tiran flechas de temor de olvido,


huye, teme, sospecha, inquiere, cela,

y hasta que ve que el cazador es ido,

de pensamiento en pensamiento vuela.


Exégesis

He aquí un soneto donde el yo lírico expresa los efectos de los celos en el amante. De nuevo utiliza la alegoría de los pájaros cantores, pues las metáforas creadas poseen una plasticidad extraordinaria. El soneto recrea todas las fases del sentimiento amoroso: exaltación, miedo a la traición y calma al comprobar que fue una falsa alarma. En el primer cuarteto nos presenta a un “pájaro amante” cantando sus amores a “su amor” (la amada) en una enramada. Pero no oye al cazador (el rival amoroso) que se acerca con la ballesta preparada para disparar (dispuesto a herir con su amor a su amada y, de camino, acabar con él). 

En el segundo cuarteto se presentan cinco acciones; posee un movimiento y rapidez fuertes; de hecho, los dos primeros versos están unidos en asíndeton, para imprimir sensación de más celeridad. El cazador dispara y yerra el blanco. El pájaro huye, aturdido, aunque no deja de cantar para que su amada lo sienta cerca, pues no es un cobarde que huye a las primeras de cambio. Lo que no impide que tenga miedo, pues su canto se transforma en hielo en su pico, tal es el temor que lo invade.

En el primer terceto las cosas vuelven a su orden porque la amada le responde con su canto, desde el nido, emitiendo mensajes amorosos, aunque los celos lo ponen en guardia, pues le hacen sospechar lo peor (“flechas del amor de olvido”). Lo sigue queriendo a él, al menos aparentemente; eso lo calma un tanto. En el último terceto, de magistral composición, expresa cinco acciones del pájaro que ve amenazado su amor. Son reacciones movidas por el pánico (“huye”), por los malos augurios (“teme”, “sospecha”), por sus indagaciones para saber la verdad (“inquiere”) y por sus temores de traición (“cela”). 

Solo cuando comprueba que el cazador, el rival amoroso, ha marchado encuentra calma. Aun así, su desasosiego hace que se le amontonen pensamientos contrarios y más bien negativos sobre la solidez del amor de ella. Este bellísimo poema es de una transparente significación y de un ritmo logradísimo. Es tranquilo en el primer cuarteto, acelerado después, más o menos calmoso al final, respondiendo a los estados de ánimo del “pájaro amante”, metáfora del yo lírico.


5) Desde que viene la rosada Aurora


Desde que viene la rosada Aurora

hasta que el viejo Atlante esconde el día,

lloran mis ojos con igual porfía

su claro sol que otras montañas dora;


y desde que del caos adonde mora

sale la noche perezosa y fría,

hasta que a Venus otra vez envía,

vuelvo a llorar vuestro rigor, señora.


Así que ni la noche me socorre,

ni el día me sosiega y entretiene,

ni hallo medio en extremos tan extraños.


Mi vida va volando, el tiempo corre,

y mientras mi esperanza con vos viene,

callando pasan los ligeros años.


Exégesis

He aquí otro poema en que el yo lírico sufre los rigores de un amor no correspondido y sus dolorosas consecuencias. En el primer cuarteto afirma que se pasa el día llorando por su “claro sol”, es decir, la amada que lo desdeña. La duración del día la expresa a través de dos alusiones mitológicas, la Aurora, que trae la luz, hasta que se esconde en el atardecer, al final de la bóveda celeste sujetada por Atlante.

El segundo cuarteto declara que el yo lírico también llora toda la noche, sin descanso. Y añade el motivo de su desgracia: el “rigor” (desdeño amoroso) de la mujer amada, la “señora”, a la que se apostrofa en la última palabra del segundo cuarteto. Ahora comprendemos que el desafecto de ella es la causa de la desgracia del yo lírico. La conclusión de este lamentado estado lo expresa con cuatro acciones que ocurren en él o a su alrededor. La noche no lo auxilia, pues no duerme pensando en ella. El día reaviva sus sentimientos y nada lo tranquiliza ni entretiene. Entre estos dos “extremos” (día y noche, pero también el amor y el desamor) oscila su vida.

El segundo terceto, conclusivo y de alcance general, es sentencioso. Expresa movimiento, físico y metáforico, pero bien real: la vida vuela, el tiempo corre; estas dos personificaciones indican la angustia existencial del yo lírico. Hay algo que viene, la esperanza que se acerca cuando la ve a ella. Pero no se engaña: los años pasan, silenciosos, y el amor no fructifica. Este vaivén de acciones contrarias no son sino expresión de su fracaso amoroso, que es lo único que permanece, de día y de noche.


6) Quiero escribir


Quiero escribir, y el llanto no me deja,

pruebo a llorar, y no descanso tanto,

vuelvo a tomar la pluma, y vuelve el llanto,

todo me impide el bien, todo me aqueja.


Si el llanto dura, el alma se me queja,

si el escribir, mis ojos, y si en tanto

por muerte o por consuelo me levanto,

de entrambos la esperanza se me aleja.


Ve blanco al fin, papel, y a quien penetra

el centro deste pecho que enciende

le di (si en tanto bien pudieres verte),


que haga de mis lágrimas la letra,

pues ya que no lo siente, bien entiende,

que cuanto escribo y lloro, todo es muerte.


Exégesis

He aquí otro bello soneto de una factura impecable, de una significación bellísima y de una armonía entre fondo y forma casi inconcebible. El yo lírico se enfrenta al papel en blanco, en el que quiere escribir sus cuitas de amor, a causa de una mujer que lo desdeña. Las paradojas, establecidas en bellos paralelismos y anáforas, sobre todo en el primer cuarteto, realzan la significación poderosamente. Toma la pluma y el papel, pero su propio llanto no le dejan continuar. Intenta escribir de nuevo, pero es en vano porque las lágrimas no lo dejan. “Todo me aqueja”, finaliza el primer cuarteto; es un modo de decir que todo lo que haga, le causa dolor; su vida está empantanada.

El segundo cuarteto explica algo más qué ocurre, en los pocos improbables casos de que pueda o escribir algo, o llorar mucho. Si las lágrimas duran, el alma se resiente; si son las palabras, los ojos, de tanto llorar. Todo se agrava aún más cuando deja de hacer una de las dos cosas; en ese momento, la “esperanza” de ser correspondido, se esfuma; eso le causa más dolor. El yo lírico está en una situación emocional desesperada.

En los tercetos expresa la consecuencia de su lamentable estado. Apostrofa al papel y le ordena que vaya “en blanco” hacia la dama desdeñosa, a quien se refiere a través de una hermosa perífrasis con dos metáforas amorosas de corte clásico (“y a quien penetra / el centro de este pecho que enciende”). El papel le dirá, sin necesidad de hablar, que esas lágrimas, ya secas en el papel, son el relato de su dolor desesperado; el cual, por cierto, lo acerca a la muerte inevitablemente. El último verso (“que cuanto escribo y lloro, todo es muerte”) es bellísimo. Recoge las dos acciones del yo lírico, que ha explicado a lo largo de los dos cuartetos; es lo único que puede hacer de su vida, dado su sufrimiento amoroso. Pero “todo”, es decir, acciones, pensamientos y sentimientos, “es muerte”, metáfora algo hiperbólica de que su fin está próximo a causa del fracaso amoroso. El papel personificado, los dos imperativos que le dirige, con el pronombre antepuesto (“Ve blanco al fin” y “le di”) crean un efecto expresivo maravilloso. La imagen generada en la mente lectora es de una originalidad hermosa y apabullante. Pocos poemas expresan tanto, con tanta belleza armónica y emoción contenida.  


7) Yo pagaré con lágrimas la risa


Yo pagaré con lágrimas la risa

que tuve en la verdura de mis años,

pues con tan declarados desengaños

el tiempo, Elisio, de mi error me avisa.


«Hasta la muerte» en la corteza lisa

de un olmo, a quien dio el Tajo eternos baños,

escribí un tiempo, amando los engaños

que mi temor con pies de nieve pisa.


Mas, ¿qué fuera de mí, si me pidiera

esta cédula Dios, y la cobrara,

y el olmo entonces el testigo fuera?


Pero yo con el llanto de mi cara

haré crecer el Tajo de manera

que sólo quede mi vergüenza clara.


Exégesis

El yo lírico, desde la perspectiva de la madurez, analiza su lamentable trayectoria amorosa. Se lo cuenta a su amigo Elisio (interlocutor figurado, ficticio, sin correspondencia en la realidad), para que sea testigo de sus desgracias. Es consciente que ha de pagar con dolor (“lágrimas”) las excesivas alegrías amorosas (“risas”) de su juventud (“verdura de mis años”). El tiempo, personificado, lo avisa de sus propias mentiras, o de la falsedad de los sentimientos de ella (“error”). Se lo declara a Elisio llanamente, pues ahora, en la madurez, el yo lírico comprende muy bien su pasado.

En el segundo cuarteto explica cómo ha llegado a tan calamitosa situación. Siendo joven, escribió en la corteza de un olmo, en la ribera del Tajo, una declaración de amor: “Hasta la muerte”. Lo hizo inducido por los “engaños” de ella. Ahora, años después, lo analiza con cuidado y miedo y trata de transitar por esos sentimientos con aprensión, pues puede volver a las andadas y recibir otra estocada de desdén amoroso (“mi temor con pies de nieve pisa”). Sin embargo, puede que haya sido él quien haya traicionado la promesa de amor; no lo aclara del todo, y lo que cuenta en el primer terceto, más bien nos dirigen hacia este sentido.

En el primer terceto se coloca en la hipótesis que Dios le pida cuentas por su comportamiento juvenil. La frase del olmo es la mejor “cédula” (documento oficial en el que acredita o se notifica algo) en su contra. Si la divinidad la ejecuta y verifica lo escrito en la corteza del olmo, se siente perdido, porque no ha cumplido su palabra. Solo hay una salvación, explica en el último terceto: llorará tanto, por la vergüenza que siente, que hará crecer el caudal del tajo de tal modo que se lleve por delante el olmo. Ya no quedaría testigo ni cédula de su traición amorosa, aunque su bochorno (“vergüenza”) sería público y notorio. No sabemos si por traicionar, o por ser traicionado. Lo importante es la alevosía en la que ha participado, como agente o paciente, ya no importa tanto.


8)) Yo me muero de amor


Yo me muero de amor, que no sabía,

aunque diestro en amar cosas del suelo,

que no pensaba yo que amor del cielo

con tal rigor las almas encendía.


Si llama la moral filosofía

deseo de hermosura a amor, recelo

que con mayores ansias me desvelo

cuanto es más alta la belleza mía.


Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante!

¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros,

qué tiempo que perdí como ignorante!


Mas yo os prometo agora de pagaros

con mil siglos de amor cualquiera instante

que por amarme a mí dejé de amaros.


Exégesis

He aquí otro intenso soneto en el que el yo lírico anuncia el descubrimiento del “amor del cielo”. Todo el poema es una continua antítesis y comparación entre el amor terrenal, rastrero y pobre, frente al celestial, elevado y noble. En el primer cuarteto plantea dos asuntos: el yo lírico “muere de amor”, e inmediatamente aclara que es un amor “del cielo”, frente al amor “del suelo”, que es el que había frecuentado hasta ese momento, y en el que ya era “diestro”. Su alma está encendida del primer amor. En el segundo cuarteto advierte que su amor es de una belleza celeste; acude a la definición canónica del amor como “deseo de belleza”; pronto comprende que la que él ama es mucho más grande e intensa.

En el primer terceto retoma el asunto que había dejado esbozado en el primer cuarteto. Admite llanamente que fue un “necio amante” y un “ignorante”´(formando exclamaciones muy expresivas) por entregarse a un amor envilecido y terrenal; en él gastó muchos años y energía, de lo que ahora se arrepiente. Su nuevo amor es “luz del alma”, metáfora del poder transformador del verdadero amor, que permite vivir en una dimensión espiritual, e incluso religiosa, superior y más plena. 

El último terceto enuncia una promesa. Es tal la felicidad que el yo lírico siente en su interior que promete a la luz del alma, presentada en el terceto previo, que le devolverá “mil siglos de amor” por cada instante de su amor rastrero y egoísta (“por amarme a mí mismo”) que perdió en su vida previa. La hipérbole resulta más intensa al establecerse en base a una doble antítesis (“mil siglos”,frente a “cada instante”; y amor dirigido a la “luz del alma”, externo, que lo eleva celestialmente, frente al egoísmo rastrero y terrenal). Todo ello refuerza el mensaje del yo lírico de que, ahora sí, por fin, ha descubierto el verdadero amor, celeste, divino y purificador. La calculada ambigüedad de expresión no nos permite decidirnos por pensar si el yo lírico alude a un amor religioso (“Yo me muero de amor”, del primer verso, tiene claros ecos de la poesía mística de San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús), o a uno humano tan intenso que lo siente como divino.


9)) Dice el mes en que se enamoró


Érase el mes de más hermosos días,

y por quien más los campos entretienen,

señora, cuando os vi, para que penen

tantas necias de Amor filaterías.


Imposibles esperan mis porfías,

que como los favores se detienen,

vos triunfaréis cruel, pues a ser vienen

las glorias vuestras, y las penas mías.


No salió malo este versillo octavo,

ninguna de las musas se alborote

si antes del fin el sonetazo alabo.


Ya saco la sentencia del cogote,

pero si como pienso no le acabo,

echarele después un estrambote.


Exégesis

Este magnífico soneto oscila entre la declaración doble (de la estación del año en que se enamoró, y del amor frustrado que lo atormenta, pues la dama es muy rigurosa con él), la autoalabanza humorística (es capaz de hacer un soneto) y la metapoesía (reflexiona sobre cómo puede componer su poema de la mejor forma posible). El conjunto es, esencialmente, divertido. Imitando (y aun burlándose, aunque cordialmente) a Góngora, el yo lírico afirma que se enamoró en primavera (elude el término, pero lo alude con la metáfora de “los hermosos días”). Alaba su belleza comparando esos días con las “filaterías” (palabrería vana y engatusadora) de Amor. De camino, puede que envíe un dardo a las “necias de Amor”, es decir, las damas que son amadas y no corresponden.

En el segundo cuarteto el yo lírico opta por explicar claramente su penoso estado emocional. Su señora no corresponde a sus “porfías” porque es “cruel”, lo que le hace sufrir lo indecible; en efecto, ya no le hace “favores”, es decir, algún gesto de correspondencia amorosa que alimente su pasión. Establece una antítesis expresiva (él arrastra las “penas”; ella se lleva las “glorias”); los posesivos “mías” y “vuestras” refuerzan ese oxímoron y declaran al vivo que está, simplemente, hundido en el desaliento amoroso.

De pronto, en el primer terceto, se rompe esta línea argumentativa y este tono solemne, para adoptar otro festivo, irónico y humorístico. El yo lírico relee su poema y queda contento por lo bien que le salió el octavo verso. Ruega a las musas que no se turben por este autoelogio, acaso precipitado, pues queda un terceto para completar el “sonetazo”; este aumentativo, casi despectivo, introduce un tono jocoso; el yo lírico casi se ríe de sí mismo, echando a broma todo el poema.

Y en efecto, se confirma esta impresión en el último terceto.  Se presenta a sí mismo in fieri, en el momento mismo de escribir (“ya saco la sentencia del cogote”), como insistiendo que está poniendo toda la carne en el asador. Claro que la aparición de “cogote” destruye toda solemnidad y coloca el soneto a pie de tierra, como en una conversación a voces entre brabucones en una taberna del hampa, en la noche sevillana, o madrileña, de la época: hay que reír del esfuerzo vano de este poetilla que desea componer un “sonetazo”. La ironía dirigida hacia, o contra, sí mismo es hermosa y divertida. El cierre del poema es increíblemente hermoso. En caso de que no pueda cerrar el soneto como tiene pensado, enuncia el yo lírico, le añadirá unos versos para completar el sentido, con ánimo de gracejo y bizarría, que no otra cosa es el “estrambote”. Amigos lectores, viene a decir el yo lírico, así se construye un soneto, y hago una gran broma sobre el supuesto esfuerzo de composición (nada para él, sin duda). No me lo echéis a mal; nos estamos divirtiendo, que también la literatura sirve para reír y pasar buenos ratos despreocupados. Este soneto, se mire por donde se mire, es maravilloso.


10) Cuando me paro a contemplar mi estado


Cuando me paro a contemplar mi estado,

y a ver los pasos por donde he venido,

me espanto de que un hombre tan perdido

a conocer su error haya llegado.


Cuando miro los años que he pasado,

la divina razón puesta en olvido,

conozco que piedad del cielo ha sido

no haberme en tanto mal precipitado.


Entré por laberinto tan extraño,

fiando al débil hilo de la vida

el tarde conocido desengaño;


mas de tu luz mi escuridad vencida,

el monstro muerto de mi ciego engaño,

vuelve a la patria, la razón perdida.


Exégesis

Este poema es un homenaje a Garcilaso de la Vega. Los dos primeros versos son reproducción fiel de los mismos del soneto I del gran poeta renacentista. El sentido general del soneto de Lope es casi exacto al del de Garcilaso. Toma palabras y se apropia del sentido general. Lope rinde un tributo de admiración a Garcilaso, casi siglo y medio después. En ello podemos notar el magisterio de nuestro primer clásico sobre los poetas del barroco (y de todos los demás, si quieren escribir buena poesía). El poema es reflexivo y pesimista. El yo lírico admite que, cuando reflexiona sobre su catastrofica situación emocional (“hombre perdido”, se califica), se maravilla que haya sido tan lúcido como para entender su “error”, que ya podemos decir que es el de amar a una dama que jamás le ha correspondido.

El segundo cuarteto se abre con la anáfora de “Cuando”, como el de Garcilaso; es un modo de insistir en la recurrencia de la reflexión; no una ni dos veces ha pensado sobre su despeñada situación sentimental, sino muchas. Dejó a un lado la “divina razón” para guiarse solo por sus sentimientos. Tal ha sido su obcecación, que solo un regalo de los cielos, por conmiseración, pues el yo lírico no es mal tipo, ha evitado que cayera en “tanto mal”; este esconde el extravío del amor y sus excesos.

En el primer terceto reconoce que entró en una situación existencial de desnortamiento, pues estaba dentro de un “laberinto”. Para agravar la situación, confió toda su vida al “desengaño”, es decir, la certeza de que la dama lo ha desdeñado siempre. El problema es que ese chasco o desilusión llegó tarde para él, pues ya casi era irrecuperable. Aquí, la tensión poética es máxima. ¿Logrará el sujeto lírico salvarse de su obcecación amorosa, dañina para él mismo hasta los límites de la destrucción total?

En el segundo terceto nos da la respuesta. Afortunadamente, no todo está perdido. Su engaño es presentado como “ciego”, obcecado por el amor; y como un “monstro” (arcaísmo expresivo y jugoso para “monstruo”) que nada entiende. El milagro lo opera, paradójicamente, la luz de ella, que vence la “escuridad” de él; en otras palabras, la belleza sublime de ella, por tanto, es inaccesible para él; pero esto no lo comprende hasta mucho después. Al fin, la razón “vuelve a la patria”, es decir, el yo lírico recupera el juicio y el sentido común tras errar por el laberinto del amor no correspondido. El sintagma o grupo “La razón perdida”, sujeto de las acciones finales, aparece al final del poema, aislado, entre pausas (la coma y el punto final). Este hipérbaton genera una extremada sorpresa lectora. Una vez más, Lope nos entrega un excelso poema, admirablemente elaborado.


11) Con nuevos lazos


Con nuevos lazos, como el mismo Apolo,

hallé en cabello a mi Lucinda un día,

tan hermosa, que al cielo parecía

en la risa del alba, abriendo el polo.


Vino un aire sutil, y desatólo

con blando golpe por la frente mía,

y dije a amor que para qué tejía

mil cuerdas juntas para un arco solo.


Pero él responde: «Fugitivo mío,

que burlaste mis brazos, hoy aguardo

de nuevo echar prisión a tu albedrío».


Yo triste, que por ella muero y ardo,

la red quise romper, ¡qué desvarío!,

pues más me enredo mientras más me guardo.


Exégesis

Este poema es un prodigio compositivo; posee una parte narrativa, otra dialogada y otra más reflexiva e intimista; se suceden en este orden. En el primer cuarteto el yo lírico refiere que un día encuentra a Lucinda, su amada, con nuevos lazos en su cabello; la hace más hermosa que la misma aurora cuando rompe la noche. Con “lazos” se hace un juego de palabras: son las telas que adornan el cabello, pero también las ataduras de amor que lo sujetan a la voluntad de ella.

Ocurre un hecho aparentemente insignificante, pero, al fin, transcendente: se levanta algo de aire, remueve el pelo de Lucinda y toca el rostro del yo lírico. Este detalle reaviva su amor. El yo lírico le pregunta al dios Amor qué sentido tiene juntar “mil cuerdas” (los cabellos de la dama) para un solo arco (el que maneja Cupido, con cuyas flechas hiere de amor a los hombres); no es necesario, pues con una sola flecha, él ya está irremediablemente herido de amor. El amor le contesta que una vez se le escapó de su prisión amorosa, pero hoy no huirá de ninguna manera.

En el último terceto el yo lírico se confiesa: muere y arde (dos metáforas amorosas de raigambre petrarquista) por ella. Con todo, quiso romper esa nueva red, hecha con los cabellos de Lucinda, que tocaron la frente del yo lírico. Ese intento de recuperar su libertad (“albedrío”), evidentemente, es vano. Peor aún, cuanto más forcejea por salir de esa “red” (el amor que siente por ella), más se ata a ella. El paralelismo armonioso y musical, con dos metáforas dentro, del verso final, es de una impecable factura: “pues más enredo mientras más me guardo”.


12) Dedicatoria de la lira


A ti la lira, a ti de Delfo y Delo,

Juana, la voz, los versos y la fama,

que mientras más tu hielo me desama,

más arde Amor en su inmortal desvelo.


Crióme ardiente salamandra el cielo,

como sirena a ti, menos la escama,

para ser mariposa no eres llama,

fuerza será mariposear en hielo.


Mi amor es fuego, elementar segundo,

de Scitia tu desdén los hielos bebe;

tal imposible a mi esperanza fundo.


Pues a decir que fuéramos se atreve

(cuando no los hubiere en todo el mundo)

yo Amor, Juana desdén, su pecho nieve.


Exégesis

El yo lírico está profundamente enamorado de una dama llamada Juana. A ella le dedica, para ablandar su rigor, la lira, la voz, los versos y la fama de dos islas griegas célebres, Delfos y Delo. En aquel se situaba el templo y oráculo célebres dedicados a Apolo (dios de la luz, la poesía, la profecía, etc.) ; en esta pequeña isla había nacido Apolo y Artemisa (diosa de la naturaleza, los nacimientos, la virginidad, etc.). Todo ello es metáfora del culto que el yo lírico le ofrenda a Juana, pues esta posee la belleza y las cualidades de los dos dioses mentados. Sin embargo, ella no lo quiere, siente indiferencia (“hielo”) ante él. El yo lírico, cómo no, cuanto más lo “desama” ella, más porfía él en su amor (“arde Amor”), abrazándose a su pasión frustrada.

En el segundo cuarteto, el yo lírico se confiesa “salamandra”; es el animal que no muere en el fuego y lo puede resistir sin daños; justo lo que le pasa al yo lírico con su pasión por ella. Juana, en cambio, es “sirena” (aunque sin escamas, porque es mujer), es decir, acuática, fría, engañosa y mortal con sus atractivos cantos. Como Juana nunca se enamorará de él (que es “llama”), no llegará a la belleza y ligereza de la “mariposa”. Así que el yo lírico se ve condenado a tratar de conquistarla (“mariposear”) sobre el “hielo” de ella, su indiferencia y desdén.

En el primer terceto el yo lírico confiesa vivir por el amor de ella. Es “fuego” todo él, el “elementar segundo” la segunda partícula básica que no se puede reducir a otro menor (las otras son agua, tierra y aire). El “desdén” o menosprecio de Juana es tan grande que “bebe los hielos de Scitia”; es decir, puede absorber, con su indiferente frialdad, o se puede equiparar esta con todo el hielo producido en la fría región de Escita (enorme región que, en la Antigüedad, abarcaba desde el Danubio, por occidente, hasta el Mar Negro y el Mar de Aral, por el oriente). Reconoce el yo lírico que está derrotado porque “tal imposible a mi esperanza fundo”; su leve fuego no es suficiente para derretir esa inmensa cantidad de hielo, de desdén.

El último terceto es de interpretación ambigua y oscura. Una interpretación es: mi Amor se atreve a decir que Juana es desdén y su pecho nieve (desapego hacia él), aun cuando no existieran tantos “hielos” (frialdad amorosa) en el mundo para poder significarlo. Este poema amoroso, de raigambre clásica, es el más culterano de todos los analizados. Mitología, sintaxis descoyuntada, elipsis escamoteadoras del sentido y alusiones veladas oscurecen mucho la significación; afortunadamente, comprendemos el sentido general: Juana, infinitamente desdeñosa, nunca amará al yo lírico, aunque es puro fuego de amor por ella.


13) Cortando la pluma, hablan los dos


—Pluma, las musas de mi genio autoras

versos me piden hoy. ¡Alto, a escribillos!

—Yo sólo escribiré, señor Burguillos,

éstas que me dictó rimas sonoras.


—¿A Góngora me acota a tales horas?

Arrojaré tijeras y cuchillos,

pues en queriendo hacer versos sencillos

arrímese dos musas cantimploras.


Dejemos la campaña, el monte, el valle,

y alabemos señores. —No le entiendo.

¿Morir quiere de hambre? —Escriba y calle.


A mi ganso me vuelvo en prosiguiendo,

que es desdicha después de no premialle,

nacer volando y acabar mintiendo.


Exégesis

Estamos ante un delicioso poema de naturaleza dialógica. El yo lírico dialoga con la pluma de ganso con la que escribe. Aquel aparece nombrado como “señor Burguillos”; sabemos que es uno de los seudónimos que utilizaba Lope de Vega para publicar algunas de sus obras. El tema es anecdótico y metapoético, además de una broma sobre la poesía gongorina. El conjunto es chispeante, simpático y humorístico. En el primer cuarteto, el yo lírico le ordena a la pluma, mientras la “corta” (le saca filo para escribir con trazo más fino y mayor pulcritud) que se prepare para escribir versos. La pluma le contesta, algo desafiante, que solo escribirá “éstas que me dictó rimas sonoras”; este es un verso de Luis de Góngora, el poeta culterano. En la realidad, Lope tenía muy mala relación con él; la pluma acepta escribir solo poesía gongorina.

El yo lírico comprende muy bien la alusión al poeta cordobés. Con una interrogación retórica, le censura ese estilo, inapropiado para lo que él pretende. Antes, anuncia, dejará de sacarle filo a la pluma, es decir, dejar de escribir, desprendiéndose de las herramientas con las que sacaba punta (“Arrojaré tijeras y cuchillos”). Solo desea escribir “versos sencillos”, es decir, poesía llana, y no poesía intrincada e inextricable, como es la gongorina, con su inspiración ambigua, difusa y profusa (así se sugiere con la metáfora “dos musas cantimploras”; alude al recipiente aplanado para transportar líquidos manteniendo la temperatura; pero también al acto de llorar).

En el primer terceto continúa hablando el yo poético. Le ordena a la pluma que abandone las descripciones naturales sofisticadas, de raigambre mitológica y culta; mejor sería escribir un poema en alabanza de algún señor poderoso que pueda recompensar al poeta, parece afirmar irónicamente. La pluma le replica que es práctico escribir de “señores” porque es una manera de no morir de hambre. El yo lírico, cansado de la disputa, le ordena tajantemente: “Escriba y calle”. Aquí cesa el diálogo.

El último terceto es narrativo. De algún modo, se restablece el orden tras la rebelión de la pluma. Decide el yo lírico retomar su escritura, pues no hacerlo sería castigar a la pluma de ganso más allá de lo normal, después de negarle el premio de escribir en estilo gongorino. Después de todo, afirma el yo lírico, bastante “desdicha” o infelicidad es nacer como parte de un ave y morir, en la mano del poeta, escribiendo “mentiras”, es decir, fábulas. Se apiada, humorística e irónicamente (no es tan mal sino) del destino de la pluma. Este poema es de naturaleza festiva y alegre. El ingenio de Lope de Vega brilla muy gratamente. Tras el dardo envenenado a Góngora, a quien aborrece, se esconde una celebración de la poesía, de la libertad creadora y de la facultad imaginativa del poeta.


SUGERENCIAS PARA COMENTARIO DE TEXTO O EXÉGESIS TEXTUAL

A continuación se propone una plantilla de trabajo para cada uno de los poemas. El docente puede ampliarla, reducirla, conforme a sus circunstancias.

Comprensión lectora

1) Resume el texto recogiendo su contenido esencial (100 palabras aprox., equivalentes a 10 líneas).

2) Indica los temas tratados en breves enunciados sintéticos.

3) Señala los apartados temáticos o secciones de contenido.

4) Analiza la métrica, la rima y señala la estrofa empleada.

Interpretación y pensamiento analítico

5) Analiza cómo los recursos estilísticos crean significado (doce, aproximadamente).

6) Contextualiza al autor y su obra según su entorno social, histórico, cultural y personal del autor.

7) Interpreta y discierne la intención (¿para qué me quiere hablar de estos asuntos) y el sentido  (¿por qué y cómo me desea transmitir este tema?) del poema.

8) Valora personalmente tu apreciación lectora: pondera la actualidad y el atractivo del tema, de la disposición formal, de la originalidad creativa, etc.

Fomento de la creatividad

9) Transforma el texto con un lenguaje y en un contexto actuales, manteniendo su esencia.

10) Escribe un texto literario inspirado en el original (pero de manera libre; el texto inicial es un pretexto, no una norma).

11) Imagina una entrevista del autor con la clase. ¿Qué le preguntarías?

12) Realiza una exposición, con material digital, papel, música, imagen, etc., sobre la vida y la obra de Lope de Vega.


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