Ourense (IV-2021) © SVM
ANDERSEN,
H. C.: “El intrépido soldadito de plomo”
Había
una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían
fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así
era como estaban, con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules.
Lo primero que oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que
venían, fue: “¡Soldaditos de plomo!”. Había sido un niño pequeño quien gritó
esto, batiendo palmas, pues eran su regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en
fila sobre la mesa.
Cada
soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba
una pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el
último y el plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan
firme sobre su única pierna como los otros sobre las dos. Y es de este
soldadito de quien vamos a contar la historia.
En
la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero
el que más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus
diminutas ventanas podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente
había unos arbolitos que rodeaban un pequeño espejo. Este espejo hacía las
veces de lago, en el que se reflejaban, nadando, unos blancos cisnes de cera.
El conjunto resultaba muy hermoso, pero lo más bonito de todo era una damisela
que estaba de pie a la puerta del castillo. Ella también estaba hecha de papel,
vestida con un vestido de clara y vaporosa muselina, con una estrecha cinta
azul anudada sobre el hombro, a manera de banda, en la que lucía una brillante
lentejuela tan grande como su cara. La damisela tenía los dos brazos en alto,
pues han de saber ustedes que era bailarina, y había alzado tanto una de sus
piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como
él, sólo tenía una.
“Ésta
es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué fina es; si hasta
vive en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón en la que ya
habitamos veinticinco: no es un lugar propio para ella. De todos modos, pase lo
que pase trataré de conocerla.”
Y
se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa.
Desde allí podía mirar a la elegante damisela, que seguía parada sobre una sola
pierna sin perder el equilibrio.
Ya
avanzada la noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y
toda la gente de la casa se fue a dormir. A esa hora, los juguetes comenzaron
sus juegos, recibiendo visitas, peleándose y bailando. Los soldaditos de plomo,
que también querían participar de aquel alboroto, se esforzaron ruidosamente
dentro de su caja, pero no consiguieron levantar la tapa. Los cascanueces daban
saltos mortales, y la tiza se divertía escribiendo bromas en la pizarra. Tanto
ruido hicieron los juguetes, que el canario se despertó y contribuyó al
escándalo con unos trinos en verso. Los únicos que ni pestañearon siquiera
fueron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella permanecía erguida sobre la
punta del pie, con los dos brazos al aire; él no estaba menos firme sobre su
única pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos.
De
pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y -¡crac!- se abrió la
tapa de la caja de rapé… Mas, ¿creen ustedes que contenía tabaco? No, lo que
allí había era un duende negro, algo así como un muñeco de resorte.
--¡Soldadito
de plomo! -gritó el duende--. ¿Quieres hacerme el favor de no mirar más a la
bailarina?
Pero
el soldadito se hizo el sordo.
--Está
bien, espera a mañana y verás --dijo el duende negro.
Al
otro día, cuando los niños se levantaron, alguien puso al soldadito de plomo en
la ventana; y ya fuese obra del duende o de la corriente de aire, la ventana se
abrió de repente y el soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso.
Fue una caída terrible. Quedó con su única pierna en alto, descansando sobre el
casco y con la bayoneta clavada entre dos adoquines de la calle.
La
sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero aun cuando faltó
poco para que lo aplastasen, no pudieron encontrarlo. Si el soldadito hubiera
gritado: “¡Aquí estoy!”, lo habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar
gritos, porque vestía uniforme militar.
Luego
empezó a llover, cada vez más y más fuerte, hasta que la lluvia se convirtió en
un aguacero torrencial. Cuando escampó, pasaron dos muchachos por la calle.
--¡Qué
suerte! --exclamó uno--. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo
navegar.
Y
construyendo un barco con un periódico, colocaron al soldadito en el centro, y
allá se fue por el agua de la cuneta abajo, mientras los dos muchachos corrían
a su lado dando palmadas. ¡Santo cielo, cómo se arremolinaban las olas en la
cuneta y qué corriente tan fuerte había! Bueno, después de todo ya le había
caído un buen remojón. El barquito de papel saltaba arriba y abajo y, a veces,
giraba con tanta rapidez que el soldadito sentía vértigos. Pero continuaba
firme y sin mover un músculo, mirando hacia adelante, siempre con el fusil al
hombro.
De
buenas a primeras el barquichuelo se adentró por una ancha alcantarilla, tan
oscura como su propia caja de cartón.
“Me
gustaría saber adónde iré a parar”, pensó. “Apostaría a que el duende tiene la
culpa. Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo, no
me importaría que esto fuese dos veces más oscuro.”
Precisamente
en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la
alcantarilla.
--¿Dónde
está tu pasaporte? --preguntó la rata--. ¡A ver, enséñame tu pasaporte!
Pero
el soldadito de plomo no respondió una palabra, sino que apretó su fusil con
más fuerza que nunca. El barco se precipitó adelante, perseguido de cerca por
la rata. ¡Ah! Había que ver cómo rechinaba los dientes y cómo les gritaba a las
estaquitas y pajas que pasaban por allí.
--¡Deténgalo!
¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!
La
corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya
percibir la luz del día allá, en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez
escuchó un sonido atronador, capaz de desanimar al más valiente de los hombres.
¡Imagínense ustedes! Justamente donde terminaba la alcantarilla, el agua se
precipitaba en un inmenso canal. Aquello era tan peligroso para el soldadito de
plomo como para nosotros el arriesgarnos en un bote por una gigantesca
catarata.
Por
entonces estaba ya tan cerca, que no logró detenerse, y el barco se abalanzó al
canal. El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo; nadie
diría nunca de él que había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres
vueltas y se llenó de agua hasta los bordes; se hallaba a punto de zozobrar. El
soldadito tenía ya el agua al cuello; el barquito se hundía más y más; el
papel, de tan empapado, comenzaba a deshacerse. El agua se iba cerrando sobre
la cabeza del soldadito de plomo… Y éste pensó en la linda bailarina, a la que
no vería más, y una antigua canción resonó en sus oídos:
¡Adelante,
guerrero valiente!
¡Adelante,
te aguarda la muerte!
En
ese momento el papel acabó de deshacerse en pedazos y el soldadito se hundió,
sólo para que al instante un gran pez se lo tragara. ¡Oh, y qué oscuridad había
allí dentro! Era peor aún que el túnel, y terriblemente incómodo por lo
estrecho. Pero el soldadito de plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al
hombro, aunque estaba tendido cuan largo era.
Súbitamente
el pez se agitó, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas vueltas
terribles. Por fin quedó inmóvil. Al poco rato, un haz de luz que parecía un
relámpago lo atravesó todo; brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien
gritaba:
--¡Un
soldadito de plomo!
El
pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en
la cocina, donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo. Cogió con dos
dedos al soldadito por la cintura y lo condujo a la sala, donde todo el mundo
quería ver a aquel hombre extraordinario que se dedicaba a viajar dentro de un
pez. Pero el soldadito no le daba la menor importancia a todo aquello.
Lo
colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pueden
ocurrir en esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde
había estado antes. Allí estaban todos: los mismos niños, los mismos juguetes
sobre la mesa y el mismo hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina, que
permanecía aún sobre una sola pierna y mantenía la otra extendida, muy alto, en
los aires, pues ella había sido tan firme como él. Esto conmovió tanto al
soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas de plomo, pero no lo hizo porque
no habría estado bien que un soldado llorase. La contempló y ella le devolvió
la mirada; pero ninguno dijo una palabra.
De
pronto, uno de los niños agarró al soldadito de plomo y lo arrojó de cabeza a
la chimenea. No tuvo motivo alguno para hacerlo; era, por supuesto, aquel
muñeco de resorte el que lo había movido a ello.
El
soldadito se halló en medio de intensos resplandores. Sintió un calor terrible,
aunque no supo si era a causa del fuego o del amor. Había perdido todos sus
brillantes colores, sin que nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o
de sus sufrimientos. Miró a la bailarina, lo miró ella, y el soldadito sintió
que se derretía, pero continuó impávido con su fusil al hombro. Se abrió una
puerta y la corriente de aire se apoderó de la bailarina, que voló como una
sílfide hasta la chimenea y fue a caer junto al soldadito de plomo, donde ardió
en una repentina llamarada y desapareció. Poco después el soldadito se acabó de
derretir. Cuando a la mañana siguiente la sirvienta removió las cenizas lo
encontró en forma de un pequeño corazón de plomo; pero de la bailarina no había
quedado sino su lentejuela, y ésta era ahora negra como el carbón.
FIN
- ANÁLISIS
El danés Hans
Christian Andersen (Odense, 1805 – Copenhague, 1875) es un escritor fundamental
de la literatura internacional. Aunque sus textos se suelen etiquetar como
cuentos de hadas para niños, en realidad estamos ante textos literarios de
mucha profundidad, dirigidos, leídos y degustados por cualquier lector, sea
infantil o adulto. Sus aportaciones son de máxima calidad por su originalidad,
su densidad narrativa y significativa y su bello estilo.
Si echamos una ojeada
a sus cuentos, encontramos rasgos comunes en todos ellos: presencia de lo
fantástico y mágico; recreación de una realidad dura y áspera, conviviendo con
otra más amable; atención a los valores espirituales como sustento de la vida;
cierto tono de tristeza y melancolía que parece ser invencible; tensión o
combate entre el bien, o las fuerzas del bien, y el mal, las pulsiones
malignas, con resultado indeciso; y, finalmente, una visión elevada que busca
en el cielo, el más allá, la otra vida, la región de los espíritus, o como
queramos llamarle, el consuelo, las respuestas a las angustias y el sufrimiento
y el amor que en la vida humana terrenal no parecen tener cabida
satisfactoriamente.
Andersen invita al
lector a trascender la vida diaria, sórdida y mezquina, para fijarse en la
espiritual o religiosa, donde sí hay puerto seguro a las zozobras humanas. Sin
embargo, siempre deja una sombra de titubeo, de duda, un sí es no es sobre si
nuestra lucha vale la pena, sobre si la rectitud moral y la entrega tienen
realmente recompensa en algún lugar y momento...
- Resumen
De un grupo de
veinticinco soldaditos de plomo, fundidos todos con el metal de una cuchara,
hay uno tullido, pues le falta una pierna porque no alcanzó el metal para
completarlo. Por lo demás, es como todos los demás compañeros: elegantes,
valientes, firmes y determinados. Ese soldadito se fija en otro juguete para él
cautivador: una bailarina danzando. Inmediatamente se enamora de ella. Un
duende negro se enemista con el soldadito tullido porque le ordena que no mire
a la bailarina, pero no le obedece; el juguete de resorte piensa que lo
menosprecia; le agura un fatal destino, como venganza. El soldadito reposa en
el alféizar de la ventana. Al llegar la noche, una ráfaga de viento lo arrastra
y cae por la ventana. Lo encuentran unos niños. Construyen un barco de papel,
introducen al soldadito y le hacen navegar corriente abajo. Al llegar a una
alcantarilla tenebrosa, una rata le pide sus papeles y le exige un tributo,
pero el soldadito no reacciona y sigue su viaje. La rata lo persigue dando
voces, pero no lo alcanza. El soldadito cae a un gran canal. Un gran pez se lo
come. A la mañana siguiente, la cocinera de la casa lo extrae de la barriga del
pez, por lo que entendemos que fue pescado esa misma noche. El soldadito
contempla a la bailarina y se siente feliz de haber vuelto al mismo hogar. De
pronto, un niño lo toma y lo arroja al fuego; acaso lo hizo inducido por el
duende negro. Alguien abre una puerta, lo que provoca una corriente de aire,
que empuja a la bailarina al fuego. Allí se miran por última vez. El soldadito
se derrite y la bailarina se carboniza. A la mañana siguiente, la sirviente, al
remover la lumbre, solo vio de él un trozo de plomo en forma de corazón; de
ella solo sobrevivió una lentejuela metálica, ahora negra.
2.
Tema
Los temas abordados
en este cuento son:
-La existencia del
hombre es pura incertidumbre y el destino nos puede reservar un fin amargo.
-El amor justifica
los reveses y dolores de la vida, por lo que su existencia es benéfica.
-El capricho y
fatalidad, provocada por un niño, por una corriente de aire o por ser cruel,
acarrean dolores y tragedias sucesivas. Una ráfaga de viento aniquila a la
bailarina, y, antes, había arrojado a la calle al soldadito.
-La vida es poco más
que una sucesión de hechos absurdos, sin conexión ni justicia, que se suceden
sin orden ni concierto, ante la indiferencia de los demás.
3.
Apartados temáticos
“La última perla” es
un relato breve. Todo el contenido está comprimido y a presión. Este se dispone
en las tres secciones clásicas:
-Introducción o
presentación: aparecen ante el lector unos personajes, un lugar, un tiempo y
una acción o acontecimiento generador de un conflicto, una intriga. Ocupa los
tres primeros párrafos.
-Nudo o desarrollo:
abarca desde que el soldadito tullido conoce y se enamora de la bailarina hasta
su fatal destino. Abarca desde el cuarto hasta el penúltimo párrafo, ambos
inclusive.
-Desenlace o final:
coincide con el último párrafo. Narra el trágico fin del soldadito y la
bailarina: extinguidos para siempre por el capricho de un niño y una absurda
corriente de aire.
4.
Personajes
Como ocurre en muchos
cuentos de Andersen, las cosas no son lo que parecen. Los destinados a ser
protagonistas no vuelven a aparecer; y viceversa, alguien que irrumpe en el
texto al final adquiere mucho relieve. Todos ellos dotan de un sentido superior
al relato, en el cual no existe un protagonista como tal. El sentido final es
el auténtico protagonista, como luego veremos. Por orden de aparición, tenemos
los siguientes personajes:
-Un soldadito de
plomo, intrépido y tullido. Piensa, pero no habla. Y razona conforme a su
condición, o lo que se espera de él: impasible, hierático, valiente e
intrépido. También da su vida por el amor de la bailarina, de la que, por
cierto, ni siquiera llega a preguntarle si está de acuerdo con él. Sea de ello
lo que fuere, muere carbonizado por la fatalidad.
-La bailarina: no
habla, tampoco piensa; no sabemos qué puede sentir sobre su condición, o si
siente atracción por el soldadito. Su papel es pasivo, pero catalizador para el
soldadito. Le aguarda el mismo fin trágico que al soldadito.
-El duende negro de la
caja de resorte: es malvado y vengativo. Intenta intervenir en el negro destino
del soldadito; no sabemos si lo logra; él y el narrador insinúan que así es. Y
todo porque sentía como celos del soldadito por fijarse en la bailarina. Una
pasión fea y bien humana, por cierto. En cuanto a comportamiento, está cerca de
él la rata que exige dinero por circular por la calle. Es la encarnación de la
codicia.
-El niño que arroja
al soldadito al fuego: no sabemos nada de él, y esto es justamente lo más
chocante. Actúa por un impulso irreflexivo y caprichoso. Tira al fuego al
soldadito tullido simplemente porque le apetecía, sin reparar en las
consecuencias, porque le da igual. Y en este grupo está el viento. Primero
arroja al soldadito a la calle, después, a la bailarina al fuego.
5.
Lugar y tiempo en los
que se desenvuelven la acción
Como ocurre en los
cuentos de hadas, también en los de Andersen, los aspectos cronoespaciales
están muy difuminados y carecen de interés. La acción discurre en un lugar
desconocido, en una casa noble y rica de una ciudad cualquiera, eso es todo.
Una parte de la acción ocurre en la calle y en las alcantarillas; ahí la vida
es difícil y sórdida, tanto como en la propia casa, pero disimuladamente.
El tiempo tampoco
ofrece una concreción exacta. Parece que Andersen nos quiere decir que no
importa cuándo ocurrieron las cosas. Sin embargo, la duración temporal es muy
original: todo dura un día nada más. Desde la llegada del soldadito a la casa
de los niños hasta su extinción solo pasa un día. Al soldadito le da tiempo a
experimentar el destino cruel, la avaricia de la rata, el capricho del niño, la
venganza del duende negro, etc.
Entre la vida y la
muerte hay una fina línea que se rompe con frecuencia. Y todo producto del azar
más absurdo. Veinticuatro horas vivió el soldadito; una vida breve para un
soldado abnegado y cumplidor. Pero la vida es cruel, y hay que aceptarlo; de
hecho, el soldadito lo asume sin pestañear.
5. Narrador
El relato es contado
por un narrador en tercera persona, omnisciente y externo, algo objetivo y
aparentemente distante. Sin embargo, bien analizado, vemos que desliza un claro
mensaje de escepticismo amargo: las cosas pasan porque sí; los inocentes pagan
el pato; los envidiosos y codiciosos triunfan. Y, finalmente, el destino maneja
a los seres como si fueran hojas arrastradas por el viento. No importa su
destino; este se cumple con total indiferencia y ya está. El narrador no opina,
ni valora abiertamente, pero nos llega su desalentador mensaje del absurdo de
la existencia y de la injusticia que entraña, sobre todo en lo referido a la
muerte, que llega injustamente a quien menos la merece.
Se deja ver en una
ocasión explícitamente, hablando en un plural mayestático: “Y es de este
soldadito de quien vamos a contar la historia”.
6.
Procedimientos
retóricos y recursos estilísticos
Andersen emplea los
tres recursos narrativos disponibles. Con la descripción el narrador explica
cómo son las cosas y los seres; con los personajes nos trasmite qué y cómo
pasan las acciones; con el diálogo los personajes opinan, valoran, declaran,
preguntan, etc., es decir, nos hacen ver sus sentimientos, emociones,
motivaciones, etc., aunque muy moderadamente. Los ejemplificamos brevemente
para comprender que, sin ellos, no hay cuento:
-Descripción, muy visible
en el primer párrafo del texto: “Había una vez veinticinco soldaditos de plomo,
hermanos todos, ya que los habían fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al
hombro y la mirada al frente, así era como estaban, con sus espléndidas
guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en su vida,
cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: “¡Soldaditos de
plomo!”. Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues
eran su regalo de cumpleaños.
-Narración: también se
puede percibir en el ejemplo anterior, en “Lo primero que oyeron en su vida,
cuando se levantó la tapa de la caja en que venían...”.
-Diálogo:
“-¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el
pasaporte!”.
Los recursos
estilísticos son muy abundantes. No podía ser de otro modo, pues el texto está
sometido a una fuerte comprensión del significado y a una poetización también
importante. Recogemos los más importantes, por orden de aparición; muchos de
ellos se repiten varias veces, pero nosotros no los mencionaremos sino una vez,
para comprobar el efecto literario e imaginativo que producen:
1) Repetición
retórica (junto con anáfora y quiasmo): “Miró a la bailarina, lo miró ella”.
Estos recursos de repetición son muy eficaces para crear sensaciones en el
lector de acumulación o carencia, o de opresión y felicidad, según el caso. En
estos ejemplos, se potencia la significación de un ambiente aparentemente
feliz.
3) Epíteto y adjetivo
embellecedor: “el mismo hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina”. Es
un modo de aportar plasticidad y visibilidad a los objetos descritos.
4) Símil o
comparación: “la bailarina, que voló como una sílfide hasta la chimenea y fue a
caer junto al soldadito”; en este caso se crea una sensación visual agradable
identificable con la ligereza y el movimiento.
5) Símbolo: el
soldadito es símbolo de la firmeza y el optimismo; afronta su destino sin
rechistar, viendo la cara positiva de las cosas. La bailarina es símbolo de lo
deseado sin saber si consiente o participa en ese deseo. La rata simboliza la
codicia. El duende negro simboliza la maldad y la venganza. Y, finalmente, el
niño que lo arroja al fuego, el caprichismo irresponsable.
La maestría literaria
de Andersen es bien visible. Con breves pinceladas crea ambientes misteriosos,
enigmáticos, simbólicos, que sirven para incitar a una reflexión superior. El
acierto en el empleo de las herramientas retóricas ayuda mucho a “revivir” el
cuento en nuestra mente. Parece que todo cobra vida en nuestra mente, que todo
lo sobrenatural es parte de la natural de manera sencilla y, valga la paradoja,
lógica.
7.
Contextualización
Hans Christian
Andersen es un escritor romántico de formación. Cuando él desarrolla su
carrera, el Romanticismo está en plena expansión; es, por tanto, hijo del
tiempo romántico, movimiento artístico de hondas y duraderas huellas en el arte
occidental. Andersen tuvo una infancia y una juventud duras y poco felices.
Pasó hambre, fue marginado, fracasó como actor y músico... Sólo gracias a la
protección de gente poderosa de su tiempo pudo completar sus estudios. Su
biografía, en alemán, recoge muchos de sus sinsabores y su andar errático por
Copenhague siendo un jovenzuelo sin oficio ni beneficio. Seguramente ni él
mismo era consciente de su potencia creativa literaria. Cuando esta estalló,
probablemente él fue el primer sorprendido, pero luego comprendió muy bien cómo
desarrollar sus habilidades artísticas y por eso nos dejó unas de las obras más
importantes y completas de la literatura romántica europea.
Recordamos
esquemáticamente cómo se manifiestan en este cuento los rasgos románticos:
-Gusto por lo misterioso,
lo sobrenatural y lo inexplicable, como se aprecia muy bien en “La última
perla” a través de las hadas y los ángeles custodios.
-Presencia de una
naturaleza sintonizada con los sentimientos de los personajes. Compárese la que
aparece al principio con la de la casa de la madre difunta y vemos el vivo
contraste que se crea.
-Gusto por el
claro-oscuro, por los contrastes agudos e irreconciliables. Se puede ver en la
actitud del ángel protector con la del custodio, o en la significación de las
perlas, excepto la última, la Aflicción.
-El destino juega un
papel importante en la vida de las personas. Más allá de la voluntad personal,
ciertas fuerzas más o menos identificables con el fatum están presentes
en la vida de las personas. Y las desgracias acechan constantemente, sea uno
rico o pobre.
-Los sentimientos y
emociones forman parte muy relevante de la vida y el carácter de las personas.
Más allá de otras consideraciones --físicas, de carácter, etc.--, la alegría y
la pena, la dicha y el dolor, son vectores de la vida que marcan y dirigen a
las personas en su peregrinar humano.
-La muerte y lo
trágico están presentes como parte inherente de la vida. Eso, unido a una
ambientación medieval, antigua, devienen en relatos misteriosos, intrigantes,
donde existen más cosas de las que vemos, donde vivir es un reto de comprensión
de fuerzas secretas y subterráneas que no se ven, pero están y operan.
8.
Interpretación
Este magnífico relato
de Andersen es mucho más que un cuento de hadas para niños. Posee una densidad
significativa realmente asombrosa, como a continuación explicaremos. Con apenas
unas pinceladas, Andersen nos desliza mensajes de suma gravedad: el destino es
cruel, caprichoso y absurdo. Solo queda aceptarlo con resignación. Los seres
vivos con los que se ha de compartir la existencia ostentan muchos vicios y
defectos: codicia, caprichismo, celos, etc.
¿Y realmente existe
el amor? Está por ver. La bailarina nunca habla, ni sabemos lo que piensa.
Acaso correspondía al soldadito, o solo eran ilusiones de este, o de los dos,
pues solo podían mirar siempre de frente, sin desvíos de ningún tipo. El texto
es amargo y desolador porque la esperanza cae pulverizada y abrasada en el
fuego. Los dos seres más inocentes, el soldadito y la bailarina, acaban en
llamas. ¿Es justo? No, pero es la dura y áspera realidad.
¿Existe el destino?
Si lo hay, es cruel. Si no, cada uno de nosotros contribuye al propio y al de
los demás de manera inconsciente, pero implacable. En conjunto, todo es
imprevisible y absurdo, de modo que da igual ser bueno que malo, tonto que
listo, honesto que deshonesto. La reflexión de lectura es realmente desoladora.
9.
Valoración
“El intrépido
soldadito de plomo” es un maravilloso cuento muy bien escrito e ideado.
Andersen establece un simbolismo perfecto entre los juguetes y la vida de los
humanos. Todo discurre de manera misteriosa, cruel e inexplicable. El destino
se abalanza sobre nosotros de modo implacable, bueno o malo, pero ciego. Una
ráfaga de aire o un duende negro busca la ruina de los demás. La vida sigue,
sin apenas diferencias. Pero cada uno tendrá el suyo, sin duda.
Andersen es un
magnífico escritor de cuentos de hadas que nos transmiten las ilusiones y
miedos del hombre en su peregrinar humano. Con sencillez, claridad y suma
belleza literaria, la lectura nos interroga sobre nuestros anhelos y miedos más
oscuros, pero acechantes.
2.
PROPUESTA DIDÁCTICA
2.1. Comprensión lectora
1) Resume el cuento (cien palabras,
aproximadamente).
2) Señala su tema principal y los secundarios.
3) Analiza la figura del narrador.
4) Delimita los apartados temáticos o secciones de
contenido.
5) Analiza los personajes y establece su
relevancia.
6) Explica los aspectos de lugar y tiempo en los que
se desenvuelve la acción narrada.
7) Explica por qué este texto es un cuento de
hadas.
8) Localiza y explica algunos recursos estilísticos y
cómo crean significado.
2.2. Interpretación y pensamiento analítico
1) ¿Qué rasgos propios de los cuentos de hadas
aparecen en este texto?
2) ¿Se puede decir que la alegría y la pena son partes
inseparables del hombre? Razona la respuesta.
3) ¿Qué importancia posee el destino sobre el hombre,
independientemente de su actitud y sentimientos?
4) ¿Cómo se aprecia en el texto el amor?
5) En el cuento aparecen dos niños. Sobre ellos, ¿qué
podemos deducir del protagonismo y de la presencia de la muerte?
6) ¿Qué simbolizan cada uno de los personajes en este
cuento?
7) En el último párrafo, vemos que el soldadito es
solo un trozo de plomo fundido en forma de corazón; de la bailarina solo queda
una lentejuela. ¿Cómo lo podemos interpretar?
2.3. Fomento de la creatividad
1) Escribe un cuento de hadas con un contenido más o
menos inspirado en el cuento de “El intrépido soldadito de plomo”.
2) ¿Nuestro destino depende de nuestros sentimientos,
nuestro comportamiento y nuestra virtud? Razona tu respuesta e imagina cómo
pueden intervenir.
3) Realiza una exposición sobre Hans Christian
Andersen, sus cuentos y su tiempo, para ser presentada ante la clase o la
comunidad escolar, con ayuda de medios TIC o pósteres, fotografías, pequeña
exposición bibliográfica, etc.
4) Aporta o crea imágenes de paisajes simbólicos: la
casa rica de los niños, la calle mojada de los niños pobres, las alcantarillas
de la rata, el agua turbulenta del pez, etc., siguiendo el ejemplo de Andersen.
¿Se puede decir que es cierto que somos según donde vivimos?
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