17/04/2021

H. C. Andersen: "El intrépido soldadito de plomo"; análisis y propuesta didáctica

 

Ourense (IV-2021) © SVM


ANDERSEN, H. C.: “El intrépido soldadito de plomo”

 

Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como estaban, con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: “¡Soldaditos de plomo!”. Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa.

Cada soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba una pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el último y el plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan firme sobre su única pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la historia.

En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero el que más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas ventanas podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos arbolitos que rodeaban un pequeño espejo. Este espejo hacía las veces de lago, en el que se reflejaban, nadando, unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso, pero lo más bonito de todo era una damisela que estaba de pie a la puerta del castillo. Ella también estaba hecha de papel, vestida con un vestido de clara y vaporosa muselina, con una estrecha cinta azul anudada sobre el hombro, a manera de banda, en la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su cara. La damisela tenía los dos brazos en alto, pues han de saber ustedes que era bailarina, y había alzado tanto una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como él, sólo tenía una.

“Ésta es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué fina es; si hasta vive en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón en la que ya habitamos veinticinco: no es un lugar propio para ella. De todos modos, pase lo que pase trataré de conocerla.”

Y se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa. Desde allí podía mirar a la elegante damisela, que seguía parada sobre una sola pierna sin perder el equilibrio.

Ya avanzada la noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y toda la gente de la casa se fue a dormir. A esa hora, los juguetes comenzaron sus juegos, recibiendo visitas, peleándose y bailando. Los soldaditos de plomo, que también querían participar de aquel alboroto, se esforzaron ruidosamente dentro de su caja, pero no consiguieron levantar la tapa. Los cascanueces daban saltos mortales, y la tiza se divertía escribiendo bromas en la pizarra. Tanto ruido hicieron los juguetes, que el canario se despertó y contribuyó al escándalo con unos trinos en verso. Los únicos que ni pestañearon siquiera fueron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella permanecía erguida sobre la punta del pie, con los dos brazos al aire; él no estaba menos firme sobre su única pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos.

De pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y -¡crac!- se abrió la tapa de la caja de rapé… Mas, ¿creen ustedes que contenía tabaco? No, lo que allí había era un duende negro, algo así como un muñeco de resorte.

--¡Soldadito de plomo! -gritó el duende--. ¿Quieres hacerme el favor de no mirar más a la bailarina?

Pero el soldadito se hizo el sordo.

--Está bien, espera a mañana y verás --dijo el duende negro.

Al otro día, cuando los niños se levantaron, alguien puso al soldadito de plomo en la ventana; y ya fuese obra del duende o de la corriente de aire, la ventana se abrió de repente y el soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible. Quedó con su única pierna en alto, descansando sobre el casco y con la bayoneta clavada entre dos adoquines de la calle.

La sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero aun cuando faltó poco para que lo aplastasen, no pudieron encontrarlo. Si el soldadito hubiera gritado: “¡Aquí estoy!”, lo habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar gritos, porque vestía uniforme militar.

Luego empezó a llover, cada vez más y más fuerte, hasta que la lluvia se convirtió en un aguacero torrencial. Cuando escampó, pasaron dos muchachos por la calle.

--¡Qué suerte! --exclamó uno--. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo navegar.

Y construyendo un barco con un periódico, colocaron al soldadito en el centro, y allá se fue por el agua de la cuneta abajo, mientras los dos muchachos corrían a su lado dando palmadas. ¡Santo cielo, cómo se arremolinaban las olas en la cuneta y qué corriente tan fuerte había! Bueno, después de todo ya le había caído un buen remojón. El barquito de papel saltaba arriba y abajo y, a veces, giraba con tanta rapidez que el soldadito sentía vértigos. Pero continuaba firme y sin mover un músculo, mirando hacia adelante, siempre con el fusil al hombro.

De buenas a primeras el barquichuelo se adentró por una ancha alcantarilla, tan oscura como su propia caja de cartón.

“Me gustaría saber adónde iré a parar”, pensó. “Apostaría a que el duende tiene la culpa. Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo, no me importaría que esto fuese dos veces más oscuro.”

Precisamente en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la alcantarilla.

--¿Dónde está tu pasaporte? --preguntó la rata--. ¡A ver, enséñame tu pasaporte!

Pero el soldadito de plomo no respondió una palabra, sino que apretó su fusil con más fuerza que nunca. El barco se precipitó adelante, perseguido de cerca por la rata. ¡Ah! Había que ver cómo rechinaba los dientes y cómo les gritaba a las estaquitas y pajas que pasaban por allí.

--¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!

La corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya percibir la luz del día allá, en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez escuchó un sonido atronador, capaz de desanimar al más valiente de los hombres. ¡Imagínense ustedes! Justamente donde terminaba la alcantarilla, el agua se precipitaba en un inmenso canal. Aquello era tan peligroso para el soldadito de plomo como para nosotros el arriesgarnos en un bote por una gigantesca catarata.

Por entonces estaba ya tan cerca, que no logró detenerse, y el barco se abalanzó al canal. El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo; nadie diría nunca de él que había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres vueltas y se llenó de agua hasta los bordes; se hallaba a punto de zozobrar. El soldadito tenía ya el agua al cuello; el barquito se hundía más y más; el papel, de tan empapado, comenzaba a deshacerse. El agua se iba cerrando sobre la cabeza del soldadito de plomo… Y éste pensó en la linda bailarina, a la que no vería más, y una antigua canción resonó en sus oídos:

¡Adelante, guerrero valiente!

¡Adelante, te aguarda la muerte!

En ese momento el papel acabó de deshacerse en pedazos y el soldadito se hundió, sólo para que al instante un gran pez se lo tragara. ¡Oh, y qué oscuridad había allí dentro! Era peor aún que el túnel, y terriblemente incómodo por lo estrecho. Pero el soldadito de plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro, aunque estaba tendido cuan largo era.

Súbitamente el pez se agitó, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas vueltas terribles. Por fin quedó inmóvil. Al poco rato, un haz de luz que parecía un relámpago lo atravesó todo; brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien gritaba:

--¡Un soldadito de plomo!

El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en la cocina, donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo. Cogió con dos dedos al soldadito por la cintura y lo condujo a la sala, donde todo el mundo quería ver a aquel hombre extraordinario que se dedicaba a viajar dentro de un pez. Pero el soldadito no le daba la menor importancia a todo aquello.

Lo colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir en esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde había estado antes. Allí estaban todos: los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina, que permanecía aún sobre una sola pierna y mantenía la otra extendida, muy alto, en los aires, pues ella había sido tan firme como él. Esto conmovió tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas de plomo, pero no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado llorase. La contempló y ella le devolvió la mirada; pero ninguno dijo una palabra.

De pronto, uno de los niños agarró al soldadito de plomo y lo arrojó de cabeza a la chimenea. No tuvo motivo alguno para hacerlo; era, por supuesto, aquel muñeco de resorte el que lo había movido a ello.

El soldadito se halló en medio de intensos resplandores. Sintió un calor terrible, aunque no supo si era a causa del fuego o del amor. Había perdido todos sus brillantes colores, sin que nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o de sus sufrimientos. Miró a la bailarina, lo miró ella, y el soldadito sintió que se derretía, pero continuó impávido con su fusil al hombro. Se abrió una puerta y la corriente de aire se apoderó de la bailarina, que voló como una sílfide hasta la chimenea y fue a caer junto al soldadito de plomo, donde ardió en una repentina llamarada y desapareció. Poco después el soldadito se acabó de derretir. Cuando a la mañana siguiente la sirvienta removió las cenizas lo encontró en forma de un pequeño corazón de plomo; pero de la bailarina no había quedado sino su lentejuela, y ésta era ahora negra como el carbón.

FIN





  1. ANÁLISIS

El danés Hans Christian Andersen (Odense, 1805 – Copenhague, 1875) es un escritor fundamental de la literatura internacional. Aunque sus textos se suelen etiquetar como cuentos de hadas para niños, en realidad estamos ante textos literarios de mucha profundidad, dirigidos, leídos y degustados por cualquier lector, sea infantil o adulto. Sus aportaciones son de máxima calidad por su originalidad, su densidad narrativa y significativa y su bello estilo.

Si echamos una ojeada a sus cuentos, encontramos rasgos comunes en todos ellos: presencia de lo fantástico y mágico; recreación de una realidad dura y áspera, conviviendo con otra más amable; atención a los valores espirituales como sustento de la vida; cierto tono de tristeza y melancolía que parece ser invencible; tensión o combate entre el bien, o las fuerzas del bien, y el mal, las pulsiones malignas, con resultado indeciso; y, finalmente, una visión elevada que busca en el cielo, el más allá, la otra vida, la región de los espíritus, o como queramos llamarle, el consuelo, las respuestas a las angustias y el sufrimiento y el amor que en la vida humana terrenal no parecen tener cabida satisfactoriamente. 

Andersen invita al lector a trascender la vida diaria, sórdida y mezquina, para fijarse en la espiritual o religiosa, donde sí hay puerto seguro a las zozobras humanas. Sin embargo, siempre deja una sombra de titubeo, de duda, un sí es no es sobre si nuestra lucha vale la pena, sobre si la rectitud moral y la entrega tienen realmente recompensa en algún lugar y momento...

  1. Resumen

De un grupo de veinticinco soldaditos de plomo, fundidos todos con el metal de una cuchara, hay uno tullido, pues le falta una pierna porque no alcanzó el metal para completarlo. Por lo demás, es como todos los demás compañeros: elegantes, valientes, firmes y determinados. Ese soldadito se fija en otro juguete para él cautivador: una bailarina danzando. Inmediatamente se enamora de ella. Un duende negro se enemista con el soldadito tullido porque le ordena que no mire a la bailarina, pero no le obedece; el juguete de resorte piensa que lo menosprecia; le agura un fatal destino, como venganza. El soldadito reposa en el alféizar de la ventana. Al llegar la noche, una ráfaga de viento lo arrastra y cae por la ventana. Lo encuentran unos niños. Construyen un barco de papel, introducen al soldadito y le hacen navegar corriente abajo. Al llegar a una alcantarilla tenebrosa, una rata le pide sus papeles y le exige un tributo, pero el soldadito no reacciona y sigue su viaje. La rata lo persigue dando voces, pero no lo alcanza. El soldadito cae a un gran canal. Un gran pez se lo come. A la mañana siguiente, la cocinera de la casa lo extrae de la barriga del pez, por lo que entendemos que fue pescado esa misma noche. El soldadito contempla a la bailarina y se siente feliz de haber vuelto al mismo hogar. De pronto, un niño lo toma y lo arroja al fuego; acaso lo hizo inducido por el duende negro. Alguien abre una puerta, lo que provoca una corriente de aire, que empuja a la bailarina al fuego. Allí se miran por última vez. El soldadito se derrite y la bailarina se carboniza. A la mañana siguiente, la sirviente, al remover la lumbre, solo vio de él un trozo de plomo en forma de corazón; de ella solo sobrevivió una lentejuela metálica, ahora negra. 

2.            Tema

Los temas abordados en este cuento son:

-La existencia del hombre es pura incertidumbre y el destino nos puede reservar un fin amargo.

-El amor justifica los reveses y dolores de la vida, por lo que su existencia es benéfica.

-El capricho y fatalidad, provocada por un niño, por una corriente de aire o por ser cruel, acarrean dolores y tragedias sucesivas. Una ráfaga de viento aniquila a la bailarina, y, antes, había arrojado a la calle al soldadito.

-La vida es poco más que una sucesión de hechos absurdos, sin conexión ni justicia, que se suceden sin orden ni concierto, ante la indiferencia de los demás.

3.            Apartados temáticos

“La última perla” es un relato breve. Todo el contenido está comprimido y a presión. Este se dispone en las tres secciones clásicas:

-Introducción o presentación: aparecen ante el lector unos personajes, un lugar, un tiempo y una acción o acontecimiento generador de un conflicto, una intriga. Ocupa los tres primeros párrafos.

-Nudo o desarrollo: abarca desde que el soldadito tullido conoce y se enamora de la bailarina hasta su fatal destino. Abarca desde el cuarto hasta el penúltimo párrafo, ambos inclusive. 

-Desenlace o final: coincide con el último párrafo. Narra el trágico fin del soldadito y la bailarina: extinguidos para siempre por el capricho de un niño y una absurda corriente de aire. 

4.            Personajes

Como ocurre en muchos cuentos de Andersen, las cosas no son lo que parecen. Los destinados a ser protagonistas no vuelven a aparecer; y viceversa, alguien que irrumpe en el texto al final adquiere mucho relieve. Todos ellos dotan de un sentido superior al relato, en el cual no existe un protagonista como tal. El sentido final es el auténtico protagonista, como luego veremos. Por orden de aparición, tenemos los siguientes personajes:

-Un soldadito de plomo, intrépido y tullido. Piensa, pero no habla. Y razona conforme a su condición, o lo que se espera de él: impasible, hierático, valiente e intrépido. También da su vida por el amor de la bailarina, de la que, por cierto, ni siquiera llega a preguntarle si está de acuerdo con él. Sea de ello lo que fuere, muere carbonizado por la fatalidad.

-La bailarina: no habla, tampoco piensa; no sabemos qué puede sentir sobre su condición, o si siente atracción por el soldadito. Su papel es pasivo, pero catalizador para el soldadito. Le aguarda el mismo fin trágico que al soldadito.

-El duende negro de la caja de resorte: es malvado y vengativo. Intenta intervenir en el negro destino del soldadito; no sabemos si lo logra; él y el narrador insinúan que así es. Y todo porque sentía como celos del soldadito por fijarse en la bailarina. Una pasión fea y bien humana, por cierto. En cuanto a comportamiento, está cerca de él la rata que exige dinero por circular por la calle. Es la encarnación de la codicia.

-El niño que arroja al soldadito al fuego: no sabemos nada de él, y esto es justamente lo más chocante. Actúa por un impulso irreflexivo y caprichoso. Tira al fuego al soldadito tullido simplemente porque le apetecía, sin reparar en las consecuencias, porque le da igual. Y en este grupo está el viento. Primero arroja al soldadito a la calle, después, a la bailarina al fuego.

5.            Lugar y tiempo en los que se desenvuelven la acción

Como ocurre en los cuentos de hadas, también en los de Andersen, los aspectos cronoespaciales están muy difuminados y carecen de interés. La acción discurre en un lugar desconocido, en una casa noble y rica de una ciudad cualquiera, eso es todo. Una parte de la acción ocurre en la calle y en las alcantarillas; ahí la vida es difícil y sórdida, tanto como en la propia casa, pero disimuladamente.

El tiempo tampoco ofrece una concreción exacta. Parece que Andersen nos quiere decir que no importa cuándo ocurrieron las cosas. Sin embargo, la duración temporal es muy original: todo dura un día nada más. Desde la llegada del soldadito a la casa de los niños hasta su extinción solo pasa un día. Al soldadito le da tiempo a experimentar el destino cruel, la avaricia de la rata, el capricho del niño, la venganza del duende negro, etc.

Entre la vida y la muerte hay una fina línea que se rompe con frecuencia. Y todo producto del azar más absurdo. Veinticuatro horas vivió el soldadito; una vida breve para un soldado abnegado y cumplidor. Pero la vida es cruel, y hay que aceptarlo; de hecho, el soldadito lo asume sin pestañear.

5. Narrador

El relato es contado por un narrador en tercera persona, omnisciente y externo, algo objetivo y aparentemente distante. Sin embargo, bien analizado, vemos que desliza un claro mensaje de escepticismo amargo: las cosas pasan porque sí; los inocentes pagan el pato; los envidiosos y codiciosos triunfan. Y, finalmente, el destino maneja a los seres como si fueran hojas arrastradas por el viento. No importa su destino; este se cumple con total indiferencia y ya está. El narrador no opina, ni valora abiertamente, pero nos llega su desalentador mensaje del absurdo de la existencia y de la injusticia que entraña, sobre todo en lo referido a la muerte, que llega injustamente a quien menos la merece.

Se deja ver en una ocasión explícitamente, hablando en un plural mayestático: “Y es de este soldadito de quien vamos a contar la historia”.

6.            Procedimientos retóricos y recursos estilísticos

Andersen emplea los tres recursos narrativos disponibles. Con la descripción el narrador explica cómo son las cosas y los seres; con los personajes nos trasmite qué y cómo pasan las acciones; con el diálogo los personajes opinan, valoran, declaran, preguntan, etc., es decir, nos hacen ver sus sentimientos, emociones, motivaciones, etc., aunque muy moderadamente. Los ejemplificamos brevemente para comprender que, sin ellos, no hay cuento:

-Descripción, muy visible en el primer párrafo del texto: “Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como estaban, con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: “¡Soldaditos de plomo!”. Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su regalo de cumpleaños.

-Narración: también se puede percibir en el ejemplo anterior, en “Lo primero que oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían...”.

-Diálogo: “-¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!”.

Los recursos estilísticos son muy abundantes. No podía ser de otro modo, pues el texto está sometido a una fuerte comprensión del significado y a una poetización también importante. Recogemos los más importantes, por orden de aparición; muchos de ellos se repiten varias veces, pero nosotros no los mencionaremos sino una vez, para comprobar el efecto literario e imaginativo que producen:

1) Repetición retórica (junto con anáfora y quiasmo): “Miró a la bailarina, lo miró ella”. Estos recursos de repetición son muy eficaces para crear sensaciones en el lector de acumulación o carencia, o de opresión y felicidad, según el caso. En estos ejemplos, se potencia la significación de un ambiente aparentemente feliz.

3) Epíteto y adjetivo embellecedor: “el mismo hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina”. Es un modo de aportar plasticidad y visibilidad a los objetos descritos.

4) Símil o comparación: “la bailarina, que voló como una sílfide hasta la chimenea y fue a caer junto al soldadito”; en este caso se crea una sensación visual agradable identificable con la ligereza y el movimiento.

5) Símbolo: el soldadito es símbolo de la firmeza y el optimismo; afronta su destino sin rechistar, viendo la cara positiva de las cosas. La bailarina es símbolo de lo deseado sin saber si consiente o participa en ese deseo. La rata simboliza la codicia. El duende negro simboliza la maldad y la venganza. Y, finalmente, el niño que lo arroja al fuego, el caprichismo irresponsable.

La maestría literaria de Andersen es bien visible. Con breves pinceladas crea ambientes misteriosos, enigmáticos, simbólicos, que sirven para incitar a una reflexión superior. El acierto en el empleo de las herramientas retóricas ayuda mucho a “revivir” el cuento en nuestra mente. Parece que todo cobra vida en nuestra mente, que todo lo sobrenatural es parte de la natural de manera sencilla y, valga la paradoja, lógica.

7.            Contextualización

Hans Christian Andersen es un escritor romántico de formación. Cuando él desarrolla su carrera, el Romanticismo está en plena expansión; es, por tanto, hijo del tiempo romántico, movimiento artístico de hondas y duraderas huellas en el arte occidental. Andersen tuvo una infancia y una juventud duras y poco felices. Pasó hambre, fue marginado, fracasó como actor y músico... Sólo gracias a la protección de gente poderosa de su tiempo pudo completar sus estudios. Su biografía, en alemán, recoge muchos de sus sinsabores y su andar errático por Copenhague siendo un jovenzuelo sin oficio ni beneficio. Seguramente ni él mismo era consciente de su potencia creativa literaria. Cuando esta estalló, probablemente él fue el primer sorprendido, pero luego comprendió muy bien cómo desarrollar sus habilidades artísticas y por eso nos dejó unas de las obras más importantes y completas de la literatura romántica europea.

Recordamos esquemáticamente cómo se manifiestan en este cuento los rasgos románticos:

-Gusto por lo misterioso, lo sobrenatural y lo inexplicable, como se aprecia muy bien en “La última perla” a través de las hadas y los ángeles custodios.

-Presencia de una naturaleza sintonizada con los sentimientos de los personajes. Compárese la que aparece al principio con la de la casa de la madre difunta y vemos el vivo contraste que se crea.

-Gusto por el claro-oscuro, por los contrastes agudos e irreconciliables. Se puede ver en la actitud del ángel protector con la del custodio, o en la significación de las perlas, excepto la última, la Aflicción.

-El destino juega un papel importante en la vida de las personas. Más allá de la voluntad personal, ciertas fuerzas más o menos identificables con el fatum están presentes en la vida de las personas. Y las desgracias acechan constantemente, sea uno rico o pobre.

-Los sentimientos y emociones forman parte muy relevante de la vida y el carácter de las personas. Más allá de otras consideraciones --físicas, de carácter, etc.--, la alegría y la pena, la dicha y el dolor, son vectores de la vida que marcan y dirigen a las personas en su peregrinar humano.

-La muerte y lo trágico están presentes como parte inherente de la vida. Eso, unido a una ambientación medieval, antigua, devienen en relatos misteriosos, intrigantes, donde existen más cosas de las que vemos, donde vivir es un reto de comprensión de fuerzas secretas y subterráneas que no se ven, pero están y operan.

8.            Interpretación

Este magnífico relato de Andersen es mucho más que un cuento de hadas para niños. Posee una densidad significativa realmente asombrosa, como a continuación explicaremos. Con apenas unas pinceladas, Andersen nos desliza mensajes de suma gravedad: el destino es cruel, caprichoso y absurdo. Solo queda aceptarlo con resignación. Los seres vivos con los que se ha de compartir la existencia ostentan muchos vicios y defectos: codicia, caprichismo, celos, etc.

¿Y realmente existe el amor? Está por ver. La bailarina nunca habla, ni sabemos lo que piensa. Acaso correspondía al soldadito, o solo eran ilusiones de este, o de los dos, pues solo podían mirar siempre de frente, sin desvíos de ningún tipo. El texto es amargo y desolador porque la esperanza cae pulverizada y abrasada en el fuego. Los dos seres más inocentes, el soldadito y la bailarina, acaban en llamas. ¿Es justo? No, pero es la dura y áspera realidad.

¿Existe el destino? Si lo hay, es cruel. Si no, cada uno de nosotros contribuye al propio y al de los demás de manera inconsciente, pero implacable. En conjunto, todo es imprevisible y absurdo, de modo que da igual ser bueno que malo, tonto que listo, honesto que deshonesto. La reflexión de lectura es realmente desoladora.

9.            Valoración

“El intrépido soldadito de plomo” es un maravilloso cuento muy bien escrito e ideado. Andersen establece un simbolismo perfecto entre los juguetes y la vida de los humanos. Todo discurre de manera misteriosa, cruel e inexplicable. El destino se abalanza sobre nosotros de modo implacable, bueno o malo, pero ciego. Una ráfaga de aire o un duende negro busca la ruina de los demás. La vida sigue, sin apenas diferencias. Pero cada uno tendrá el suyo, sin duda.

Andersen es un magnífico escritor de cuentos de hadas que nos transmiten las ilusiones y miedos del hombre en su peregrinar humano. Con sencillez, claridad y suma belleza literaria, la lectura nos interroga sobre nuestros anhelos y miedos más oscuros, pero acechantes.



2.            PROPUESTA DIDÁCTICA

2.1. Comprensión lectora 

1) Resume el cuento (cien palabras, aproximadamente). 

2) Señala su tema principal y los secundarios. 

3) Analiza la figura del narrador.

4) Delimita los apartados temáticos o secciones de contenido. 

5) Analiza los personajes y establece su relevancia. 

6) Explica los aspectos de lugar y tiempo en los que se desenvuelve la acción narrada. 

7) Explica por qué este texto es un cuento de hadas. 

8) Localiza y explica algunos recursos estilísticos y cómo crean significado. 

2.2. Interpretación y pensamiento analítico 

1) ¿Qué rasgos propios de los cuentos de hadas aparecen en este texto? 

2) ¿Se puede decir que la alegría y la pena son partes inseparables del hombre? Razona la respuesta. 

3) ¿Qué importancia posee el destino sobre el hombre, independientemente de su actitud y sentimientos? 

4) ¿Cómo se aprecia en el texto el amor? 

5) En el cuento aparecen dos niños. Sobre ellos, ¿qué podemos deducir del protagonismo y de la presencia de la muerte? 

6) ¿Qué simbolizan cada uno de los personajes en este cuento? 

7) En el último párrafo, vemos que el soldadito es solo un trozo de plomo fundido en forma de corazón; de la bailarina solo queda una lentejuela. ¿Cómo lo podemos interpretar? 

2.3. Fomento de la creatividad

1) Escribe un cuento de hadas con un contenido más o menos inspirado en el cuento de “El intrépido soldadito de plomo”.

2) ¿Nuestro destino depende de nuestros sentimientos, nuestro comportamiento y nuestra virtud? Razona tu respuesta e imagina cómo pueden intervenir. 

3) Realiza una exposición sobre Hans Christian Andersen, sus cuentos y su tiempo, para ser presentada ante la clase o la comunidad escolar, con ayuda de medios TIC o pósteres, fotografías, pequeña exposición bibliográfica, etc. 

4) Aporta o crea imágenes de paisajes simbólicos: la casa rica de los niños, la calle mojada de los niños pobres, las alcantarillas de la rata, el agua turbulenta del pez, etc., siguiendo el ejemplo de Andersen. ¿Se puede decir que es cierto que somos según donde vivimos?

 

 


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