24/05/2022

Fray Luis de Granada: «Introducción al símbolo de la fe», cap. 1 (ensayo); análisis y propuesta didáctica

 FRAY LUIS DE GRANADA - INTRODUCCIÓN AL SÍMBOLO DE LA FE (1585)


Capítulo I

Del fruto que se saca de la consideración de las obras de naturaleza. Y de cómo los santos juntaron esta consideración con la de las obras de gracia


Todos los hombres de altos y excelentes ingenios que, menospreciados los cuidados de los bienes temporales, emplearon sus entendimientos y su vida en el estudio y conocimiento de las cosas divinas y humanas, en ninguna cosa más se desvelaron que en inquirir cuál fuese el fin del hombre, y su último y sumo bien. Porque sin este conocimiento no se puede regir ni enderezar por convenientes pasos y caminos la vida, pues nos consta que la regla de los medios se ha de tomar del fin. Y dado caso que en esto hubo muchas y diversas opiniones, pero al cabo vinieron los más graves filósofos a determinar que el último y sumo bien del hombre consistía en el ejercicio y uso de la más excelente obra del hombre, que es el conocimiento y contemplación de Dios. Y digo en el ejercicio, porque (según dice Aristóteles) como «una golondrina no hace verano», sino muchas, así una consideración de éstas no hace al hombre bienaventurado, sino el ejercicio y uso de ellas.

Este fue el estudio y ocupación de algunos insignes filósofos, y así se escribe de Séneca que, para emplear en esto una parte de la vida, se salió de Roma, para poder con mayor quietud y reposo vacar a la contemplación de las cosas divinas. Y porque en este ejercicio concuerdan los filósofos con los cristianos, pareciome injerir aquí la manera en que este gran filósofo se ejercitaba en este oficio. Lo cual servirá para confusión de muchos cristianos, que ni tienen ojos para saber mirar las maravillas que Dios ha obrado en este mundo, ni les pasa por pensamiento lo que este filósofo gentil siempre hacía. Pues conforme a esto, escribe él a un su amigo, que ninguna cosa mejor hace un sabio, que cuando levanta su corazón a la consideración de las cosas divinas. 

Y en otra epístola escribe a él mismo que, no habiendo de ocuparse el hombre en este oficio, no había para qué haber nacido. Porque, ¿de qué servía alegrarme yo de estar puesto en el número de los vivientes? ¿Por ventura para comer y beber, y para sustentar este cuerpo deleznable y perecedero, si a cada hora no lo hinchimos de manjares, y para vivir sujeto a enfermedades, y temer la muerte, para la cual todos nacemos? Quitado aparte este inestimable bien, no estimo en tanto esta vida, que por ella haya de sudar y trabajar. ¡Oh, cuán baja cosa es el hombre, si no se levanta sobre las cosas humanas! Cuando peleamos con nuestras pasiones, ¿qué mucho hacemos? Aunque seamos vencedores en esta lucha, no hacemos más que vencer monstruos. 

Escapaste de los vicios, no eres hombre de dos caras, no hablas al sabor del paladar de los otros, estás libre de avaricia, la cual niega a sí lo que quita a los otros, ni te fatiga la ambición, la cual busca las dignidades haciendo cosas indignas; con todo esto, no es mucho lo que has alcanzado; de muchos males te has librado, mas aún no de ti, porque la virtud que buscamos es grande y magnífica. No está la bienaventuranza del hombre en carecer de vicios, mas sirve esto para alargar el corazón, y disponerlo para el conocimiento de las cosas celestiales, y hacerlo digno de la compañía de Dios. Entonces está acabado y perfecto nuestro bien cuando, puestos todos los vicios debajo de los pies, subimos a lo alto, y llegamos a penetrar los secretos de naturaleza. 

Entonces huelga el hombre, andando entre las estrellas, de reírse de los edificios y casas hermosas de los ricos, y de toda la tierra, con todo el oro que se ha desenterrado, y del que está guardado para el avaricia de los venideros. Ni puede el ánimo menospreciar las ricas portadas, y los zaquizamíes de marfil, y las mesas de arrayán, cortadas a tijeras, y los caños de agua traídos a las casas de los ricos, si no hubiere cercado todo el mundo, y mirare dentro de lo alto la redondez de la tierra, tan estrecha, y en gran parte cubierta de agua, para que entonces diga él a sí mismo: «¿Éste es el punto que a fuego y a sangre se divide entre las gentes?». ¡Oh, cuán dignos de reír son los términos de los mortales! Punto es esto en que navegáis, y batalláis, y ordenáis reinos y provincias. En lo alto hay grandes espacios, en los cuales es admitido el ánimo, pero no el de todos, sino de aquéllos que llevan consigo poco del cuerpo, y despidieron de sí toda inmundicia, los cuales, desembarazados y aliviados de estas cargas, y contentos con poco, se levantan a lo alto. Y cuando este tal ánimo toca las cosas soberanas, entonces se recrea y crece y, libre de las prisiones de la carne, vuelve a su origen y principio. Y esto toma por argumento de su divinidad: ver que las cosas divinas le deleitan, y que se ocupa en ellas, no como en cosas ajenas, sino como en suyas propias. 

Entonces, seguramente, considera el nacimiento de las estrellas, y el caimiento de ellas, y la concordia que guardan en tan diversos movimientos y caminos, y con curiosidad examina cada cosa de éstas, y busca la razón de ella. ¿Por qué no buscará, pues entiende que todo esto pertenece a él? Entonces menosprecia la estrechura de este mundo, porque todo el espacio que hay desde los últimos términos de España hasta las Indias, corre un navío, si le hace buen tiempo, en pocos días, mas aquella celestial región apenas anda una estrella muy ligera en espacio de treinta años. Entonces el hombre aprende lo que mucho antes deseó, que es conocer a Dios. ¿Qué cosa es Dios? Mente y razón del universo. ¿Qué cosa es Dios? Todo lo que vemos, porque en todas las cosas vemos su sabiduría y asistencia, y de esta manera confesamos su grandeza, la cual es tanta, que no se puede pensar otra mayor. Y si él solo es todas las cosas, él es el que dentro y fuera sustenta esta gran obra que hizo. 

Pues, ¿qué diferencia hay entre la naturaleza divina y la nuestra? La diferencia, entre otras, es que la mejor parte de la nuestra es el ánimo, mas él todo es ánimo, todo razón y todo entendimiento. En lo cual se ve cuán gran sea el error de aquellos locos, los cuales, con ser este mundo una obra tal que no se puede hallar otra ni más hermosa, ni más bien ordenada, ni más constante y regulada, vinieron a decir que se había hecho acaso, no mirando que ellos confiesan tener ánima, la cual ordena y endereza sus negocios y los ajenos, y esto niegan a este universo, en el cual todas las cosas se hacen con sumo concierto. Lo susodicho en sustancia es de Séneca, el cual, en el libro que escribió, De La Vida Bienaventurada, dice que la misma naturaleza nos crió no sólo para obrar, sino para contemplar. Y por esto dice que ella imprimió en nuestros ánimos un natural deseo de saber las cosas secretas, por donde muchos navegan y andan peregrinando por regiones muy apartadas, por sólo este interés de saber cosas escondidas.

Dionos, dice él, la naturaleza un entendimiento curioso, y como ella conocía el artificio y hermosura de sus obras, quiso que fuésemos contempladores de ellas, pareciéndole que perdería el fruto de sus trabajos si cosas tan grandes, tan claras, tan sutilmente ordenadas, y tan resplandecientes, y por tantas vías hermosas, criara para la soledad. Y porque sepas que ella quiso ser no solamente mirada, sino también contemplada, considera el lugar en que nos puso, que fue en medio del mundo, donde nos dio vista para todas partes, para que de ahí pudiésemos ver las estrellas cuando nacen y cuando se ponen, y allende de esto púsonos la cabeza en lo más alto del cuerpo sobre un cuello flexible, para que pudiese volver el rostro a la parte que quisiese.

Y de los doce signos del cielo, por donde anda el sol, nos descubrió los seis de día, y los otros seis de noche, para que con el gusto de estas cosas que se ven, nos encendiese la codicia de saber las que no se ven, para que por esta vía procediésemos de las cosas claras a las oscuras, y así viniésemos a hallar una cosa más antigua que el mundo, de la cual salieron esas estrellas. De manera que nuestro pensamiento ha de romper los muros del cielo, y pasar adelante, y no contentarse con saber solamente lo que ve, sino también lo que no se ve. Pues como el hombre sabio entiende haber nacido para esto, no piensa que tiene sobrado el tiempo de la vida para este estudio, antes conoce que por avariento que sea de él, y ninguna parte se le pierda por negligencia, que es muy breve para alcanzar tan grandes cosas, y que la vida del hombre es muy mortal para el conocimiento de las cosas inmortales.

Y el mismo filósofo, en una epístola escrita a un su amigo, muestra cuánta razón tiene de ocuparse en la consideración de las cosas naturales, para venir al conocimiento de su Hacedor. Y así dice él: «¿Yo no procuraré saber cuáles sean los principios de que se hicieron todas las cosas, quién el Hacedor de ellas, quién el artífice de este mundo, por qué vía una cosa tan grande se puso en orden y ley, quién recogió cosas tan derramadas, y apartó cosas confusas, y dio nueva figura a las que estaban afeadas y escondidas, de dónde proceda esta tan gran luz, si es fuego o otra cosa más resplandeciente que él? Pues, ¿yo no trabajaré por saber estas cosas, y entender de dónde vine yo a este mundo, y adónde tengo de ir acabada la vida, y cuál sea el lugar que está diputado para las ánimas después que estén libres de las leyes de esta servidumbre? ¿Quieres que no me levante a las cosas del cielo, sino que viva la cabeza baja, como una bestia muda? Mayor soy, y para mayores cosas nací, que para ser esclavo de mi cuerpo».

Por todo lo que este gran filósofo nos ha enseñado en todas estas palabras, vemos cómo por el conocimiento de las criaturas nuestro entendimiento se levanta al conocimiento del Criador, así como por el conocimiento de los efectos venimos en conocimiento de las causas de donde proceden. Pues como este mundo visible sea efecto y obra de las manos de Dios, él nos da conocimiento de su Hacedor, esto es, de la grandeza de quien hizo cosas tan grandes, y de la hermosura de quien formó cosas tan hermosas, y de la omnipotencia de quien las crió de nada, y de la sabiduría con que tan perfectamente las ordenó, y de la bondad con que tan magníficamente las proveyó de todo lo necesario, y de la providencia con que todo lo rige y gobierna. Éste era el libro en que los grandes filósofos estudiaban, y en el estudio y contemplación de estas cosas tan altas y divinas ponían la felicidad del hombre.

- I -

Mas los cristianos, demás de estas obras de naturaleza, tenemos las de gracia, que son más altas, y nos dan mayor conocimiento de lo que es más glorioso en Dios, que es de su bondad y misericordia. Y aunque las de gracia sean más excelentes, porque tienen más alto fin, que es la santificación y deificación del hombre, pero como las obras de naturaleza sean hijas del mismo padre, y efectos de la misma causa, también nos dan conocimiento del principio de donde proceden. 

Esto nos declaran los cuatro postreros capítulos del Libro de Job, en los cuales, hablando Dios con este santo, le da conocimiento de su omnipotencia y sabiduría y providencia, representándole las maravillas de las obras que en este mundo visible tiene hechas. Para lo cual, comenzando por las partes mayores del universo, y declarando la grandeza de ellas, que son cielos, tierra y mar, discurre luego por todas las otras menores, esto es, por las lluvias, nieves, heladas, vientos, truenos y relámpagos, que se engendran en la media región del aire. Después de lo cual desciende a tratar de los animales de la tierra, y de las aves del aire, de la grandeza y fortaleza de los grandes peces de la mar. Y por estas cosas en que la sabiduría y omnipotencia divina resplandece, se da a conocer a aquel santo varón, enseñándole a filosofar en este gran libro de las criaturas, las cuales, cada una en su manera, predican la gloria del artífice que las crió.

En este libro dijo el gran Antonio que estudiaba, porque preguntándole un filósofo en qué libro leía, respondió el santo: «El libro, oh, filósofo, en que yo leo, es todo este mundo». En este mismo libro estudiaba también aquel divino Cantor, el cual en muchos de sus Salmos recrea y apacienta su espíritu con la consideración así de las obras de naturaleza como de gracia. Y así en aquel Salmo que comienza «Los cielos predican la gloria de Dios», la mitad del Salmo gasta en contemplar estas obras de naturaleza, y la otra en una de las principales obras de gracia, que es en la pureza y la hermosura de la ley de Dios. 

Y en el Salmo 135 nos pide que alabemos a Dios porque con su entendimiento crió los cielos, y asentó la tierra sobre las aguas, y crió dos grandes lumbreras, el sol para alumbrar el día, y la luna para de noche. Y en el Salmo 146 manda que le alabemos, porque cubre el cielo de nubes, y con ellas envía el agua lluvia sobre la tierra, y produce en los montes heno e yerba para el servicio de los hombres, y porque provee de mantenimiento a todas las bestias, y a los hijuelos de los cuervos, cuando le llaman. Y en el Salmo que se sigue nos pide que le alabemos porque nos da pan en abundancia, y por las nieves que nos envía de lo alto, y las nieblas, y por los fríos, y por los vientos, y por las lluvias. De manera que en todos estos Salmos junta las obras de naturaleza con las de gracia, y por las unas y por las otras canta los divinos loores. 

Mas en el Salmo 103, que comienza «Benedic, anima mea», el segundo discurre por la hermosura y fábrica y orden de todas las cosas criadas en el cielo, y en la tierra, y en la mar, y por todas ellas alaba a Dios. Y al principio de él dice que está Dios vestido de alabanza y hermosura, significando por estas palabras cómo todas las criaturas declaran cuán grande sea su hermosura, y cuán digno de ser alabado por ella. Mas al fin del Salmo, como espantado de tantas maravillas, exclama diciendo: «¡Cuán engrandecidas son, Señor, vuestras obras! Todas están hechas con suma sabiduría, y la tierra está llena de vuestras riquezas». 

Esta admiración de las obras de Dios anda siempre acompañada con una gran alegría y suavidad, la cual el mismo Profeta declaró en otro Salmo diciendo: «Alegraste, Señor, mi ánima con las cosas que tenéis hechas, y con la consideración de las obras de vuestras manos me gozaré». Esta espiritual alegría se recibe cuando el hombre, mirando la hermosura de las criaturas, no para en ellas, sino sube por ellas al conocimiento de la hermosura, de la bondad y de la caridad de Dios, que tales y tantas cosas crió no sólo para el uso, sino también para la recreación del hombre. 

Porque así como una rica vestidura parece más hermosa vestida en un lindo cuerpo que mirándola fuera de él, así parecen más hermosas las criaturas aplicándolas al fin para que fueron criadas, que es para ver en ellas a Dios, porque así como la vestidura se hizo para ornamento del cuerpo, así la criatura para conocer por ella al Criador. Y por esto, no sólo con mayor fruto, sino también con mayor gusto, miran las personas espirituales estas cosas criadas, como son cielo, sol, luna, estrellas, campos, ríos, fuentes, flores y arboledas, y otras semejantes.

- II -

Y aunque Aristóteles no era persona espiritual, no dejó de entender el gran gusto y suavidad que había en esta manera de filosofar, subiendo por la escalera de las criaturas a la contemplación de la sabiduría, y hermosura del Hacedor. Y así dice él en el libro de sus Éticas que son muy grandes los deleites que se gozan en la obra de la Sapiencia, que es en el ejercicio de esta contemplación. 

Por lo cual me maravillo mucho así de Plinio como de tantos hombres que se dan a su lección, los cuales ningún otro fruto sacan de tantas maravillas como este autor escribe, sino sólo cebar el apetito natural de la curiosidad que los hombres tienen de saber cosas extraordinarias y admirables, que sería mejor mortificarlo que cebarlo, pudiendo a un solo lance llegar por este medio al conocimiento de aquella infinita bondad y sabiduría del obrador de tantas maravillas, en lo cual hallarían no sólo muy gran fruto, sino también muy gran deleite, que es lo que los hombres comúnmente buscan. De este linaje de filósofos dice el Apóstol que, habiendo conocido a Dios por las obras de naturaleza, no lo honraron como a Dios, porque contentos con entender el artificio de las cosas que veían, no pasaron adelante a ver y honrar el autor que las hiciera.

Por tanto, el cristiano sírvase de las criaturas como de unos espejos para ver en ellas la gloria de su Hacedor, pues, como ya dijimos, para esto fueron ellas criadas. Y por esto, cuando aquí, o fuera de aquí, leyere tantas maneras de habilidades como el Criador dio a todos los animales para mantenerse, y para curarse, y para defenderse, y para criar sus hijos, no pare en sólo esto, sino suba por aquí al conocimiento del Hacedor, y de ahí descienda a sí mismo. Lo cual brevemente nos enseñó el Apóstol cuando dijo: «¿Por ventura tiene Dios cuidado de los bueyes?». 

Bien conocía el Apóstol las habilidades que Dios había dado así a este animal como a todos los demás, para las cosas sobredichas, mas enseñado por el Espíritu Santo entendía que no paraba Dios allí, sino que tiraba principalmente al hombre, para cuyo servicio fueron ellos criados. Porque por este medio pretendía mostrarle la grandeza de su bondad, la cual tan copiosamente provee a sus criaturas de todo lo que es necesario para su conservación, y la alteza de su sabiduría, que tantas y tan admirables habilidades para esto inventó, y la grandeza de su omnipotencia, pues todo lo que quiso e inventó, con sola su palabra perfectísimamente acabó, y junto con esto su perfectísima providencia, la cual comprende e incluye estas tres altísimas perfecciones divinas en sí. 

Mas esto, ¿para qué fin? Para que considerando esto los hombres, amasen aquella infinita bondad, y se maravillasen de aquélla tan gran sabiduría, y obedeciesen y reverenciasen aquella suma omnipotencia, y pusiesen la esperanza del remedio de todas sus necesidades en aquella perfectísima providencia, porque a esto nos provoca él cuando nos propone el ejemplo de las aves, que sin sembrar, ni coger, ni guardar, son por su eterno Padre mantenidas.

Y cuanto las cosas son más viles y despreciadas, tanto más eficazmente esfuerzan nuestra confianza. Porque quien considerare las extrañas habilidades que el Criador dio a una hormiga para mantenerse, de las cuales adelante trataremos, ¿cómo no avivará con este ejemplo su esperanza? ¿Cómo no dirá de todo corazón: Señor, si tantas habilidades diste a este animalillo para mantenerse, que de ninguna cosa sirve en este mundo sino de robar los trabajos del labrador, qué cuidado tendréis del hombre, que criaste a vuestra imagen y semejanza, e hiciste capaz de vuestra gloria, y redimiste con la sangre de vuestro Hijo, si él no hiciere por donde desmerezca vuestro favor y amparo? No sé qué corazón haya tan flaco que no se esfuerce y cobre ánimo con este ejemplo. Pues a este blanco tiran todas estas providencias y maravillas del Criador, el cual en todas sus obras tiene por fin gloria suya y provecho del hombre.

De esta manera consideraban los Santos estas obras de Dios, porque, como tenían ojos para saber mirar sus obras, así en ellas lo hallaban, alababan y reconocían. Y a este propósito declara San Agustín aquel verso del Salmo 62, donde el Profeta dice: «Anduve rodeando y mirando las obras de Dios, y ofrecile en su tabernáculo sacrificio de alabanza», o de jubilación, como lee este santo. Sobre lo cual dice él así: «Si anduvo tu ánimo rodeando este mundo, y mirando las obras de Dios, hallarás que todas ellas, con el artificio maravilloso con que son fabricadas, están diciendo: Dios me hizo». 

Todo lo que te deleita en el arte, predica el alabanza del artífice. ¿Ves los cielos? Mira cuán grande sea esta obra de Dios. ¿Ves la tierra, y en ella tanta diversidad de simientes, tanta variedad de plantas, tanta muchedumbre de animales? Rodea cuantas cosas hay desde el cielo hasta la tierra, y verás que todas cantan y predican a su Criador, porque todas las especies de las criaturas voces son que cantan sus alabanzas. Mas, ¿quién explicará todo lo que se ve en ellas? ¿Quién alabará dignamente el cielo, y la tierra, y la mar, y todo lo que en ellos hay? Mas éstas son cosas visibles. ¿Quién dignamente alabará los ángeles, los tronos, las dominaciones, los principados y potestades? ¿Quién dignamente alabará esto que dentro de nosotros vive, que mueve los miembros del cuerpo, que tantas cosas conoce por los sentidos, que de tantas se acuerda con la memoria, que tantas cosas alcanza con el entendimiento? Pues si tan bajas quedan las palabras humanas para alabar las criaturas, ¿cuánto más lo quedarán para alabar al Criador? Pues luego, ¿qué resta aquí sino que desfalleciendo las palabras, y rodeando con el Profeta por todas las criaturas, ofrezcamos en su templo sacrificio de jubilación?» Hasta aquí son palabras de San Agustín.

Por las cuales y por todo lo demás que hasta aquí hemos dicho, se podrá entender el fruto que se saca de la consideración de las criaturas, así para el conocimiento como para el amor y reverencia del Criador. Por lo cual muchos de los Santos se dieron mucho a este género de contemplación, entre los cuales San Ambrosio y San Basilio, ambos pontífices santísimos, doctísimos y elocuentísimos, enamorados de la hermosura y sabiduría de Dios, que resplandecía en las criaturas, escribió cada uno su Hexaemerón, que quiere decir la obra de los seis días en que Dios crió todas las cosas. 

Y comenzando por los cielos, descendieron a tratar de todas las cosas, hasta la más pequeña, mostrando en ellas el artificio y sabiduría con que fueron criadas, y la bondad y providencia con que son mantenidas y gobernadas. Después de los cuales Teodoreto, también autor griego no menos docto y elocuente, trató buena parte de este argumento en los Sermones que escribió De la Divina Providencia, de los cuales tomé los mejores bocados que hallé para presentar en este convite espiritual al piadoso lector. Y porque esto lea con mayor devoción, quise poner al principio la meditación siguiente.


http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/introduccion-del-simbolo-de-la-fe--0/html/fedb9048-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html



  1. ANÁLISIS

  1. Resumen

El hombre no ha nacido para llevar una vida como el resto de los seres vivos. Esto lo han recalcado todos los filósofos, antiguos y modernos, cristianos o paganos. El hombre, por inclinación natural, se eleva hacia la contemplación y la meditación sobre el mundo y sobre sí mismo. Pero no debe parar ahí, sino que debe saber elevarse intelectual y espiritualmente a las esferas superiores. Hay que mirar al cielo para contemplar sus maravillas y seguir más arriba. Entonces, nos encontraremos con Dios, el Hacedor del mundo, el Criador de la vida, como declaran las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia. También se debe recorrer después el camino contrario, y ahí descubriremos que el hombre, nosotros, también somos criaturas de Dios. Reconocer esta realidad y verdad es fundamental para ser felices. Ahí encontraremos el sentido de nuestras vidas, porque descubrimos el origen y el destino: somos hijos de Dios, estamos destinados a hallar su gloria eterna tras la muerte. Si comprendemos esta verdad, ya no nos preocupará tanto poseer muchas cosas, o acumular poder, u ostentar riqueza. No, lo verdaderamente importante es hallar el sentido de nuestras vidas y llevar una vida espiritualmente elevada, rica y plena. Lo demás son solo accesorios, muchas veces más molestos que otra cosa.

  1. Tema

El hombre ha sido creado, junto con el resto del universo, por Dios y, reconociendo esta verdad, podremos llevar una feliz y plena.

  1. Apartados temáticos

Este texto ensayístico (de naturaleza educativa y doctrinal), se divide en tres secciones de contenido perfectamente estructuradas:

-Una introducción (primer párrafo): anuncia el contenido del discurso del capítulo y adelante los puntos claves de su razonamiento: la perfección y hermosura del mundo y del universo nos debe llevar a la alabanza de Dios, nuestro creador.

-Un nudo o desarrollo (resto de los párrafos, excepto los dos últimos párrafos): desarrolla los argumentos (de ejemplo, de autoridades, de experiencia, de consenso común generalista, de causa-efecto, de analogía, etc.) que demuestran su tesis principal.

-Un desenlace o resolución (dos últimos párrafos): todo lo explicado anteriormente nos conducen con verdad y seguridad a la afirmación de que el universo (el mundo y el hombre) han sido creados por Dios, luego es justo que encontremos el sentido de nuestras vidas en esta realidad, que nos salva de una vida vulgar y absurda.

  1. Estructura textual

El capítulo entero posee una estructura paralela de impecable factura. Se enuncia la tesis en el párrafo inicial y final. La hallamos en el antepenúltimo párrafo: “Por las cuales y por todo lo demás que hasta aquí hemos dicho, se podrá entender el fruto que se saca de la consideración de las criaturas, así para el conocimiento como para el amor y reverencia del Criador”.

  1. Comentario estilístico

Este es el primer capítulo de Introducción al símbolo de la fe. Es un texto divulgativo, doctrinal y, en términos modernos, ensayístico; solo que de temática religiosa. Como texto ensayístico, posee los siguientes rasgos:

  1. Tono reflexivo y meditativo. El texto presenta un pensamiento hondo, ordenado y continuo sobre el tema del que se ocupa. No se escribe a vuelapluma, sino con sosiego y gravedad, como si el autor quisiera asegurarse de no deslizar errores y enviar un mensaje nítido e irrefutable al lector.

  2. Intención persuasiva a través de argumentos. El texto trata de influir sobre el lector. Aporta una opinión (en este caso, una creencia cristiana) que desearía trasladar al lector. Fray Luis de Granada no frivoliza en absoluto, sino que imprime un tono de seriedad para que el lector pueda aceptar su idea sin contravenir sus propias ideas y creencias, compartidas, al menos en parte, con el autor.

  3. Tono confesional. El autor crea una atmósfera de estar trasladando un mensaje personal de interés. Por momentos, al lector le llega la idea de que el autor ha abierto su corazón y su intimidad religiosa para que la conozcamos y la compartamos.

  4. Subjetivismo intenso, equilibrado con el objetivismo. El texto posee un magnífico equilibrio entre la subjetividad y la objetividad. Fray Luis de Granada nos habla en primera persona en algunas ocasiones, deja ver su yo con total franqueza y aporta experiencias personales que puedan interesar al lector.

  5. Marco dialogal. Esto se percibe muy bien en que el autor se dirige directamente al lector, avisándolo, interpelándolo, preguntándole sobre algún aspecto concreto digno de consideración. Este rasgo crea una atmósfera de confidencialidad muy interesante y fructífera a efectos persuasivos.

  6. Voluntad de estilo. Fray Luis de Granada maneja la lengua española con una consumada maestría; escribe con una fluidez pasmosa. La elegancia, sin caer jamás en la petulancia, está bien a la vista. Imprime un ritmo suave y melodioso a su prosa; es transparente, fresca y rítmica. La variedad léxica es enorme, la propiedad del vocabulario salta a la vista. Las oraciones no son muy largas, de modo que el lector puede seguir el pensamiento del lector sin ninguna dificultad. El manejo de los recursos estilísticos es rico y acertado. Símiles, apóstrofes, exclamaciones, metáforas, alegorías, etc. se emplean con un gran sentido de la oportunidad, añadiendo mucha expresividad al conjunto del texto.

  7. Relevancia temática. Hace cuatrocientos años largos, el asunto que trata fray Luis de Granada era de más actualidad que hoy. La irrupción del protestantismo en Europa supuso un tremendo revulsivo en el orden religioso. Las tensiones doctrinales eran muy fuertes (de hecho, provocó guerras y mucho sufrimiento). El tema, entonces, poseía una gran trascendencia con repercusiones directas en la vida de los individuos. La publicación de nuestro autor ayuda a reforzar la ortodoxia cristiana católica y se ofrece como una guía para ordenar el sistema de creencias y de vivencia del catolicismo.

  8. Estructura flexible. Como se puede apreciar en la lectura, el texto fluye con cierta libertad compositiva. El autor somete a un orden lógico la exposición de su pensamiento, pero se permite una disposición bajo una visión más personal y aparentemente espontánea.

6) Contextualización

Fray Luis de Granada, fraile dominico, nació en Granada en 1504 y falleció en Lisboa el 31 de diciembre de 1588) es uno de los grandes prosistas españoles del Renacimiento.

Antes de abrazar la vida religiosa, se llamaba Luis de Sarria. Ese apellido ya denota bien su probable origen gallego. Podría haber nacido en la villa de Sarria (Lugo), en el seno de una humilde familia. Otros datos apuntan a que pudo haber nacido en la ciudad de Granada, donde, en efecto, pasó su infancia y juventud. Al parecer, su madre era lavandera, enviudó y cayó en la pobreza total; tuvo que mendigar para poder comer.

Aprendió las primeras letras en una “casa de doctrina” del barrio del Realejo, donde vivía, fundada por fray Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada tras la reconquista. Debía de poseer una gran memoria y capacidad intelectual, según indican sus biógrafos. Lo tomó de la casa de doctrina, bajo su protección, el conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza, dado su talento natural, asignándolo como paje de sus hijos, entre los que se contaba el poeta y prosista Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575) (autor de Guerra de Granada, publicada póstumamente en 1627). 

Luis de Granada vivió en su infancia y juventud (diez años) en un palacete en el recinto de la Alhambra, residencia de los Mendoza. Su educación humanista era extensa e intenda. Cuando despertó su vocación religiosa, a los diecinueve años, en 1523, ingresó en el convento dominico de Santa Cruz la Real de Granada. Adquirió una profunda formación filosófica y teológica y se reconocía su potente inteligencia. Completó, desde 1529, su formación en el colegio dominico de San Gregorio, de Valladolid, donde  cambió su nombre original por el de fray Luis de Granada.

En ese convento se relacionó con intelectuales importantes de la época. Melchor Cano fue un serio rival intelectual y personal; el arzobispo Carranza, sin embargo, lo apreciaba. Conoció y adoptó ideas erasmistas. Intentó pasar a América como evangelizador, pero no fructificó porque el provincial de su orden le ordenó quedar para restaurar el monaterio de Escalaceli, en Córdoba, donde residió de 1534 a 1545. Allí conoció y trabó gran amista con san Juan de Ávila. Escribió y publicó su primera obra Libro de la oración y meditación (Salamanca, 1554).  En 1551 se traslada al convento de Évora (Portugal). Su libro le trajo problemas con la Inquisición, pues no lo encontraba ordoxo. Pasó al Índice de libros prohibidos en 1559; se edita fuera de España. Una buena noticia es que el Concilio de Trento autoriza  ese tratado y otro más, Guía de pecadores (1556).

Vivía entre los conventos dominicos de Évora y Lisboa; compuso más obras, todas muy célebres e influyentes, sobre todo su Introducción al Símbolo de la Fe, de 1583, de donde procede el texto que ahora analizamos, y su fundamental Ecclesiasticae Rhetoricae, sive de ratione concionandi librí sex (1576), traducida al castellano como , Los seis libros de la retórica Eclesiástica. Fue confesor apreciado y desempeñó el cargo de provincial de los dominicos de ese país. 

Tenía amigos muy poderosos, que lo protegieron de la embestidas de la Inquisición. El propio papa le envió una carta muy laudatoria, que reproducimos por su importancia:


En el verano de 1582 recibió una carta fray Luis de Granada del papa Gregorio XIII sumamente elogiosa: “Amado hijo: Salud y la bendición apostólica.

Siempre nos fue gratísima tu extensa y continuada labor en apartar a los hombres de los vicios y traerlos a la perfección cristiana, trabajo que ha sido de mucho gozoso y fruto para aquellos que tienen deseo de su propia salvación y de la del prójimo. En efecto, has predicado muchos sermones y publicado muchos libros de excelente doctrina y piedad. Y continúas actualmente esa tarea y no cejas, en presencia y en ausencia, de ganar almas para Cristo. Nos llena de júbilo este tan importante y fructuoso servicio para los demás y para ti mismo. Porque cuantos han aprovechado con tus sermones y con tus libros —y es cierto que han sido y son muchos los que se aprovechan—, tantos hijos has engendrado para Cristo y les has hecho mayor beneficio que si hubiese dado la vista a los ciegos y la vida a los muertos, porque mucho mejor es conocer aquella sempiterna luz y bienaventurada, en cuanto es dado a los hombres, y aspirar a ella viviendo santamente, que gozar de la luz y vida mortal con toda abundancia y contento de las cosas de la tierra. Para ti has ganado ante Dios muchas coronas inmarcesibles, dedicándote con toda caridad y esfuerzo a este ministerio, que es sin duda el más valioso.

Prosigue, pues en ese tajo, llévalo adelante hasta dar feliz remate a lo que traes entre manos —sabemos que traes algunas obras nuevas— y sácalas a luz para bien de los enfermos, esfuerzo de los flacos, contento de los que tienen salud y fuerza, y gloria de la Iglesia militante y triunfante. Roma, en San Marcos, 21 de julio 1582”.


Fuente: https://dbe.rah.es/biografias/11233/fray-luis-de-granada


7) Interpretación y valoración

Dejando a un lado las consideraciones religiosas, es obvio que Fray Luis de Granada es uno de los más perfectos escritores en lengua española. Su dominio del idioma es elevadísimo. Fluidez, elegancia, soltura y una expresividad natural son algunos de los rasgos más importantes de su estilo.

Su capacidad persuasiva es insuperable. Aborda el asunto que le ocupa con claridad y derechura, sin rodeos. Se dirige al lector con una pasmosa naturalidad, abordando su tema con orden y ambición expositiva: la contemplación del mundo y del universo nos debe elevar a la contemplación de Dios como el creador del hombre y de todo el universo. Es ahí donde encontramos el sentido total a la existencia.


2.2. PROPUESTA DIDÁCTICA

(Estas actividades se pueden realizar de modo individual o en grupo; pueden elaborarse en clase, o en casa; aunque no es imprescindible, los medios TIC pueden ayudar a su realización).

2.1. Comprensión lectora 

1)  Resume el texto (200-250 palabras)

2) ¿Cuál es el tema?

3) ¿Qué autores cita como autoridades?

4) ¿Por qué este texto lo podemos considerar un ensayo?

5) Localiza media docena de recursos estilísticos empleados por el autor.

6) Enumera media docena de tipos de argumentos que emplea Luis de Granada.

2.2. Interpretación y pensamiento analítico

  1. ¿Por qué el hombre debe elevar su mirada?

  2. ¿Tiene consecuencias existenciales la contemplación del mundo, tal y como propone el autor?

  3. El pensamiento de fray Luis de Granada, ¿es válido para cualquier persona, independientemente de su fe religiosa?

2.4. Fomento de la creatividad

1) Crea una obra literaria en la que se exponga una idea trascendente, al estilo de Luis de Granada, con capacidad persuasiva.

  1. Elabora un cartel o una presentación con TIC sobre fray Luis de Granada, explicando cómo su biografía influyó en su obra; exponlo ante tus compañeros o la comunidad educativa.

3) Documéntate sobre la vida en España en el siglo XVI antes y aclara cómo se aprecia en el texto.

4) Imagina una entrevista de la clase con fray Luis de Granada. ¿Qué preguntas le harías? 




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